El pasado: “La vida está más desvalorizada que el peso colombiano”, me dijo hace muchos años como practicante de periodismo deportivo, en el lobby del Hotel Hilton en el centro de Bogotá, el jugador de la Selección Colombia, Rubén Darío Hernández, “Rubencho”. Eran tiempos de muertes violentas como consecuencia de la pelea entre “capos del narcotráfico”.
El Presente: “La vida de una persona vale la mísera suma de un celular”, relató a Noticias Caracol, emisión del medio día del jueves 29 de febrero, con rabia, la familiar de un joven muerto por robarle su móvil tras los constantes hechos de inseguridad en la capital. Siendo sinceros, amigo lector, el paso de los años muestra que en ni “miércoles” hemos cambiado.
Es así como las cifras de muertes impactantes de un colombiano por falsedades realizadas en el mundo del narcotráfico y calificadas de “vueltas” o “torcidos” por parte de sus mismísimos sobrevivientes y que las describen o enaltecen en las publicitadas narconovelas se nos volvieron costumbre y en cierta forma aceptables socialmente. En esa línea, publican resultados de investigaciones, estudios, programas periodísticos y artículos de prensa de unidades investigativas desmenuzando la tipología -ya da asco describirlas- del accionar violento de estos delincuentes contra quien les traicionó y traiciona en sus empresas ilícitas a grande, media, pequeña y mínima escala. A estas figuras en nada les ha encajado en esas depravadas mentes que: “toda vida humana es digna y sagrada”, como rezan las enseñanzas bíblicas.
La pesadilla mortal no da tregua. Por estos caóticos días de inseguridad en Bogotá, las víctimas, unas veces en casos catastróficos o en otras ocasiones, menos dolorosos para familiares y la óptica de la opinión pública muestran la ferocidad de los delincuentes por un celular, un reloj de alta gama, una maleta con herramientas tecnológicas de alto valor, el robo sin mediar de altas sumas de dinero a cualquier descuidado y la acribillada a sangre fría sobre ciudadanos de bien o personas del común en hechos por esclarecer, según las autoridades, pero que en esencia nos dejan en estado de ‘shock’ ante la insensibilidad del delincuente o sicario para obtener su fin. “(…) entre todos los males que se pueden ocasionar al prójimo, el más grande es matarlo (…), dice Santo Tomas de Aquino.
Busco desde esta somera línea de tiempo referenciar a manera propia un contenido para evidenciar, de acuerdo con mis propias experiencias, cómo la inseguridad tiene particularidades definidas, en este caso, la ilegalidad del narcotráfico y sus históricos resultados criminales y el atraco a mano armada para despojar de sus bienes y en últimas sus vidas a cientos de parroquianos. Vidas perdidas que en muchos casos se quedan sin justificar por parte de las autoridades, en el caso particular de la ciudad capital, en las 20 localidades, teniendo presente que para los matones en estos momentos de efervescencia violenta poco interesa el estrato social. “Sin saberse aún si se trata de una tendencia o si el fenómeno viene de tiempo atrás, lo cierto es que la seguidilla de asaltos a establecimientos comerciales, particularmente restaurantes y cafeterías, tienen en zozobra a los bogotanos (…) se registran balaceras con muertos de por medio (…)”, destaca uno de los últimos editoriales de (@ELTIEMPO).
Lo cierto es que del cosquilleo, el raponazo y el atraco, modus operandi en otrora tiempo por parte de la delincuencia común, ahora se pasó a una cotidianidad matizada por bandas de pillos que merodean a sus presas en caravanas de motos, con sus rostros tapados con pasamontañas, desenfundando pistolas al estilo el viejo oeste y obligando a sus víctimas a entregar sus pertenencias o gruesas sumas de dinero. Si el objetivo muestra resistencia un cachazo en su cabeza o una puñalada en cualquier parte de su cuerpo puede dejar resultados cercanos a la muerte o en últimas entrar a formar parte de la estadística de los asesinados por los altos índices de inseguridad, dirán los estudios de la Alcaldía de Bogotá.
Quiero recordar que en el antaño quedaron esos amagos de susto o maneras de bromear provocados por familiares, amigos de barrio o cercanos que de sorpresa llegaban por nuestra espalda, nos puyaban con su dedo índice y nos decían en tono fuerte: ¡la plata o la vida! El susto era abismal, pero la esencia del momento terminaba en carcajadas. Ahora, o mejor, desde hace varias décadas hacía acá la frase: ¡plata o plomo!, ligada a la forma de negociar del narcotraficante, Pablo Escobar, que se caracterizaba por entrar en su “planilla de sueldos” o recibir la descarga de la ametralladora de un sicario, pareciera vuelve a tomar fuerza entre las bandas y sus delincuentes encargados últimamente de aumentar el desorden público con escenas en donde el ruido de las balas con difunto a bordo encienden las alertas en todos los puntos cardinales de la ciudad.
Resumiendo y siendo honesto, el futuro en temas de inseguridad y violencia están en cuidados intensivos porque desafortunadamente para Colombia y los colombianos en este caótico contexto están inmiscuidos en su mayoría jóvenes de los estratos más vulnerables, jalonados a la fuerza al mundo del hampa por sus fuertes necesidades para subsistir, con escolaridad limitada o sin recursos financieros para iniciar una formación técnica o tecnológica, sin serias opciones de empleo y una visión de mundo acorde a las negativas vivencias de su alrededor social. Un pasado, un presente y un futuro poco alentador por ese ADN de ser violentos por naturaleza…
#Parzival: ¿Será Qué El Gobierno, Gustavo Petro (@petrogustavo) Va A Meter La Mano Por La Inseguridad En #Bogotá?