Por: Esteban Restrepo
Remontémonos a los años 20 en Estados Unidos, cuando la intención de purgar la sociedad de los vicios del alcohol culminó en aumento del crimen organizado y una alarmante falta de control sobre la calidad de las bebidas. Aquel intento fallido de prohibición desató más problemas de los que buscaba resolver, dando lugar finalmente a un enfoque de regulación que logró crear en todo el mundo una industria gigante alrededor de los licores y estandarizó los procesos para evitar riesgos mayores riesgos en la salud pública.
Hoy Colombia se encuentra en una encrucijada comparable. Recientemente, el gobierno tomó la decisión de derogar un decreto que imponía multas a los consumidores de drogas, con el propósito de enfocar la inteligencia y la fuerza del Estado hacia la desarticulación del narcotráfico y no desgastar el aparato policial en la fácil: la persecución de jóvenes para la incautación de pequeñas dosis, procedimientos que ocupaban incluso horas a los policías, mientras los hurtos y extorsiones en las ciudades iban en aumento.
No obstante, debemos ser claros: apoyar la derogación de este decreto no es sinónimo de aprobar el consumo de drogas. Se trata de reconocer que la prohibición no ha dado los resultados esperados. Las estadísticas son contundentes, según Naciones Unidas, en el mundo hubo un incremento del 23% en el consumo de drogas en la última década.
En Colombia, el consumo de estupefacientes entre los jóvenes ha aumentado un 10% en solo dos años, según el Observatorio de Drogas de Colombia. A nivel mundial, la Organización Mundial de la Salud estima que más de 500,000 muertes al año están directamente relacionadas con el uso de drogas, y el Banco Mundial señala que el narcotráfico representa hasta el 1% del PIB global, financiando la criminalidad y perpetuando la guerra en países como el nuestro.
Estamos entonces al borde de un nuevo capítulo, uno en el que Colombia podría dejar atrás los viejos guiones y apostar por tramas diferentes. Tirar la toalla con las políticas de prohibición no es rendirse, es reconocer que el tablero de juego ha cambiado y que es hora de mover las piezas de manera más inteligente. Despenalizar no es sinónimo de alentar el consumo. Es momento abrir la puerta a conversaciones más sinceras y soluciones más humanas.