El comienzo de esta semana nos recibió con una noticia profundamente dolorosa para quienes creemos en la dignidad, la justicia social y la política hecha con el alma: falleció José “Pepe” Mujica.
El tupamaro. El campesino. El presidente austero. Murió una semana antes de cumplir 90 años. Entre 2010 y 2015 fue presidente de Uruguay y cambió los esquemas tradicionales del poder. Al asumir, renunció a los privilegios. No por obligación, sino por convicción. Su casa humilde, su huerta, su viejo Volkswagen azul, su salario donado a causas sociales: todo hablaba de él más que cualquier discurso. Le llamaron “el presidente pobre”, pero él lo dijo mejor: “No soy pobre, soy sobrio. Preciso poco para vivir.”
Junto a su compañera de vida, Lucía Topolansky, compartió no solo el amor, sino también la lucha. Se conocieron en la militancia, en el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Ambos fueron clandestinos, encarcelados, sobrevivientes. No tuvieron hijos, pero su legado es inmenso. Mujica fue ejemplo de integridad, y de esa rara coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Entendió —y nos enseñó— que lo importante es ser por lo que se piensa, no por lo que se aparenta.
Hoy, mientras lo despedimos con admiración y respeto, en Colombia vivimos una escena que duele desde otro lugar: el desprecio por la democracia. En plena discusión de una reforma laboral que podría dignificar la vida de millones, el presidente del Senado, Efraín Cepeda, cerró una votación de forma arbitraria. Gritos, manoteos, trampas. El tablero decía una cosa, pero se impuso otra. Hundieron la consulta popular con caos y sin vergüenza. Y mientras eso pasaba, la derecha celebraba.
Celebraban quienes representan intereses de unos pocos: grandes extractores, multinacionales, enemigos del agua y del trabajo digno. Esos que no creen que el planeta se agota, pero ya estarían comprando pasajes a Marte si supieran que aquí ya no se podrá vivir.
La política necesita mesura, coherencia y compostura. No se trata de ganar por ganar, sino de cómo se gana. Por más que el presidente actual construya alianzas con los BRICS, lidere la CELAC y proponga modelos desde el sur global, acá adentro hay quienes solo se dedican a sabotear.
¿Con qué confianza se puede esperar algo distinto del Congreso? Quedan menos de 37 días. ¿Habrá voluntad para rescatar la reforma? ¿Escucharán a los trabajadores, a las madres cabeza de hogar, a los jóvenes que sobreviven en la informalidad? Colombia necesita una reforma laboral real. Esto va más allá de un gobierno: se trata del futuro. Del derecho a trabajar con dignidad. Solo eso.
Hoy se fue un gran hombre. Y mientras se nos van los buenos y las buenas, aquí seguimos luchando por quedarnos en el lado correcto de la historia. Por algo, mi corazón late a la izquierda.

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