“Palabras de un joven de Puerto Resistencia, Cali”
¿Gente bien?
Desde que estaba en el vientre de mi madre escuché hablar de la “gente bien”. De niño no entendí ese extraño término y ya grande nunca me gustó, porque si había una gente bien ¿qué eran los demás?[1]
Con los años me di cuenta que la gente bien no era tanto ni tanta, y que cada vez eran menos. Al final, el término fue desapareciendo, porque la gente bien ya no era identificable por la movilidad social y porque no era tan de bien como decía cierta tradición. Volví a escucharlo en los episodios tenebrosos sucedidos en el sur de Cali el 9 de mayo, cuando un grupo de la Minga Indígena que intentaba entrar pacíficamente a Cali para sumarse al paro, fue interceptado por hombres armados vestidos con camisetas blancas que se movilizaban en camionetas blancas y que le dispararon a la caravana que venía de las montañas del Cauca.
Los siniestros personajes de las Toyotas blancas eran los que protegían a la “gente bien” de la otra gente que está en modo de protesta, algunos de los cuales habían levantado bloqueos para cobrar peajes, bloqueos que estaban a más de ocho kilómetros de La María. Sin embargo, las camionetas blancas ya habían aparecido y desde ellas disparado cuando comenzó el paro el 28 de abril.
Afortunadamente, fracasó una acción violenta contra algún residente de la zona, lo cual hubiera dado rienda suelta a los paramilitares de las Toyotas para hacer una masacre de indígenas y con ello generar las condiciones para decretar la conmoción interior, ya que el golpe de estado u otra conmoción, fueron abortados el 4 de mayo.
El Valle con su capital, era el epicentro perfecto para una acción bárbara de desestabilización. Racismo extremo en torno a unos cuantos terratenientes de la caña de azúcar, más el narcotráfico local, del suroccidente de Colombia y del norte del Departamento con el Eje Cafetero, añada desindustrialización, desempleo y pobreza que se dispararon como en ninguna otra región cuando llegó el covid. Su dirigencia mira al centro del país o al exterior, pero no al suroccidente que lo tiene como mercado o como despensa agrícola, pero nunca le ha interesado la integración de la región para impulsar un proceso de desarrollo regional, cuando el Pacífico es el territorio más promisorio de Colombia.
Sin embargo, Cali tiene una cultura de cooperación y de participación ciudadana que hicieron de ella la capital cívica de Colombia en los años 1980, más toda una relevancia cultural, intelectual, artística, industrial, deportiva, y científico tecnológica, tanto, que el primer ejercicio ciudadano de construcción de una visión de ciudad a largo plazo, se hizo allá, con el proyecto El Cali que queremos. Vestigios de esa cultura sobrevive e hizo que la organización de las comunidades pobres fluyera en la protesta que se inició con el paro del 28 de abril. De esta manera, el uribismo – por eso Duque no fue pronto allá – escogió este territorio como centro de la desestabilización para enterrar la protesta. Fracasó la desestabilización, pero costó muchas vidas y un impacto psicológico tremendo porque devolvió a Colombia a las imágenes de terror de los años de la violencia narco paramilitar.
No todo el empresariado valluno es de la línea de las camionetas blancas. Importantes empresarios han hablado de la inequidad insoportable, de los bajos salarios, y que muchos de sus programas de responsabilidad social han sido puro cuento y nada más.
Dónde estamos
El paro hizo que el gobierno retirara la reforma tributaria diseñada por Carrasquilla. En la movilización del 12M, Duque aprobó la matrícula cero para los estratos 1, 2 y 3 hasta el año 2022, y que seguramente se volverá permanente porque es de los subsidios que jamás se vuelven a quitar.
Una mayor renta básica ante el desbordamiento de la pobreza y del desempleo, está entre las prioridades, lo mismo que frenar la violencia de la policía e iniciar un proceso para reformarla, y retirar la reforma a la salud, porque es de las mismas características de la reforma tributaria: concentradora y privatizadora, con la cual Sarmiento se llevaría a su clínica del cáncer los recursos públicos del Instituto Cancerológico de Colombia, que quedaría desmantelado.
Una reforma de estas características le echaría más gasolina al fuego, postergaría el paro, cobraría más vidas, y llevaría un millón de personas a las calles en Bogotá, y muchos miles de miles en otras ciudades y en los campos de Colombia. El ministro Ruíz Gómez tendría que renunciar, y una derrota más sufriría Vargas Lleras. Recomiendo la columna del Senador Castro Córdoba en El Tiempo como respuesta a una columna de Vargas Lleras en el mismo periódico sobre esta reforma.
Para tramitar una agenda corta, en la cual hay coincidencia nacional, se necesita que el gobierno tenga convicción de negociar, no de dilatar y engañar. Y los del otro lado de la mesa, dejar el libro de las demandas del 2019 para otro momento, y no convertirlo en dogma de fe, porque ese texto tiene problemas de prioridad, de viabilidad y modernidad, y en una revisión juiciosa quedaría reducido y modificado.
Se debe dejar que los jóvenes hagan esa tarea, acompañados de profesionales e investigadores experimentados convencidos de los cambios que deben venir, donde uno de los nuevos centros debe ser una política de largo alcance para transformar la producción, impulsar la innovación, el conocimiento, la creatividad, el emprendimiento, y el desarrollo regional. La actual estructura productiva no tiene margen ni capacidad para relanzar la economía e irrigar bienestar, equidad, oportunidades y desarrollo duradero.
De esta manera, lo posible no es pensando en los siguientes cuatro años. Lo posible tiene dos velocidades convergentes: estrategia de largo plazo (doce o más años), y estrategia de corto plazo (cuatro años), todo como parte de una acción principal y duradera del Estado. El corto placismo es el peor enemigo para enfrentar una crisis estructural acumulada en décadas. No haber profundizado las reformas de Lleras Restrepo, y no haber hecho una apertura y una constitución del 91 para un desarrollo de largo propósito, ha tenido a Colombia con una guerra en el campo, y ahora en un levantamiento urbano, donde campo y ciudad están cada vez más unidos, por eso las camisetas blancas de las camionetas blancas bloquearon el ingreso de la Minga a Cali.
Al final, todo lo han desatado malas decisiones económicas y de política adoptadas desde los gobiernos de Uribe y afirmadas por Duque: hueco fiscal, billonarios subsidios al 0.1%, y un IVA que se iba extendiendo para cubrir los rojos fiscales y compensar los subsidios. Mala política económica y mala política, porque una mala economía pasa por una mala política, porque una propone y la otra dispone.
En lo institucional, la degradación de los tres poderes, es total, entonces se necesita una enorme reforma constitucional que equilibre los poderes, restándole facultades al ejecutivo para evitar tiranías como la de Uribe y de Duque que tiene a las IAS y hasta una Corte en su bolsillo; reformar la justicia ahora politizada y contaminada de corrupción con algunas instancias inservibles y burocráticas como el nunca acabado Consejo Superior de la Judicatura, más unas entidades de control corroídas de ineficiencia y sin credibilidad; y un sistema político que debe ser otro porque es el que tramita la descomposición, la violencia, la inequidad, los huecos fiscales, los desmanes tributarios, los malos acuerdos internacionales, la descentralización que ya no sirve, la corrupción electoral, la represión y el atraso.
La agenda para repensar y reestructurar el Estado y la economía, no se resuelve con cinco temas para superar el paro. Colombia necesita un revolcón consensuado con la ciudadanía hacia una nueva constitución, o reformar a fondo la actual porque esta ha sido perforada y no fortalecida en sus treinta años de vida.
El concubinato entre Uribe, Sarmiento, la Andi, y el Gea, que Carrasquilla y Duque se tiraron con la reforma tributaria, y que magníficamente analiza Gómez Buendía en El Espectador, es el que está detrás de la captura del Estado, y que en esta coyuntura ha actuado desde la sombra. Sin embargo, las ambiciones de unos, los intereses turbios de otros, la ortodoxia económica de algunos, se mezclaron, confundieron y chocaron. Todo les salió mal, incluida la barbarie de una policía que parece desquiciada matando jóvenes que levantan su voz por el futuro que se merecen.
[1] Nací en una familia de “gente bien”, con un padre que fue alcalde, gobernador y embajador en los gobiernos de López Pumarejo y en el de Lleras Restrepo.