Mis palabras no traerán de vuelta a nuestro padre, ni cambiarán lo sucedido con él, ni con tantos otros pacientes adultos mayores a quienes se les impuso un protocolo médico del hospital por encima de un protocolo humano y compasivo con sus últimos días y alientos de vida, pero sí pueden ser una base para abordar el tema del envejecimiento en las políticas públicas y darle la prelación que requiere.
A nivel normativo es específico el mandato constitucional contenido en el artículo 46. También, lo es lo dispuesto en la ley 1251 del 27 de noviembre del año 2008, que, dictó “normas tendientes a procurar la protección, promoción y defensa de los derechos de los adultos mayores”. Además, a nivel Convencional se cuenta con la promulgación el 10 de septiembre del año 2020, de la ley 2055 por medio de la cual se aprueba la “Convención Interamericana sobre la protección de los derechos humanos de las personas mayores”, adoptada en Washington el 25 de junio de 2015. Esto a manera de destacar algunas de las herramientas normativas con que cuentan las personas mayores.
Asimismo, en repetidas ocasiones se ha pronunciado la Corte Constitucional sobre los adultos mayores como sujetos de especial protección y el criterio jurisprudencial en ese sentido es uniforme en cuanto a garantías de protección de derechos fundamentales de vida digna, salud y familia.
A pesar de la existencia del Consejo Nacional de Adulto Mayor como órgano consultivo del Ministerio de la Protección Social que además tiene la función de la inspección y vigilancia del estricto cumplimiento de las disposiciones contenidas en la ley 1251, no es palpable en la práctica lo dispuesto a nivel normativo, como tampoco lo es que exista una política nacional de envejecimiento y vejez. Y, mucho menos que exista un plan de atención institucional enfocado en el adulto mayor y sus necesidades, pues la atención hospitalaria infortunadamente pareciera que está más enfocada en la enfermedad, que en el ser humano.
Nuestro padre de 75 años fue ingresado en un hospital por urgencias cerca a su casa y después remitido a otro sin ni siquiera tener en cuenta el lugar de su domicilio. Una vez allí, desconcertado y temeroso por haber dejado su hogar, hicieron que se llevaran su ropa, lo dejaron en pañales y el médico le dijo que debía entender que no estaba en un hotel. Pese a su situación no recibió ningún apoyo psicológico cuando su mayor temor era que le iban a quitar su calidad de vida. Manifestó su deseo de abandonar el hospital y le dijeron que de hacerlo no recibiría ningún tipo de atención médica.
Estuvo nueve días hospitalizado restringido con visitas de dos horas diarias, sin permitirle ni siquiera tener a la mano un teléfono para hablar o ver a sus seres
queridos antes de ser intubado. Únicamente conocíamos de su condición 24 horas después de haberle visto y la única llamada que recibimos del hospital fue el día que falleció. Nos dijeron que estuvieron junto a él, pero ni por respeto o consideración sus ojos fueron cerrados, afortunadamente no permitimos que no nos lo dejaran ver, porque hasta eso nos querían imponer, y pudimos cerrar sus ojos, darle un último beso y las gracias por todo lo vivido junto a él.
Esperamos que se hagan los controles necesarios y se revisen los protocolos de hospitales y clínicas para los adultos mayores, y se incorpore plenamente el derecho humano y vital al amor y a la dignidad que tienen todas las personas que están pasando sus últimos días en un hospital y no en el calor de su hogar a estar acompañados plenamente por un cuidador de su casa, sin restricciones de horarios. Que se brinden los medios adecuados y plenos para que se abra un canal de comunicación eficiente entre los médicos y los familiares de los pacientes, sin que esa información sea limitada y restringida, sino por el contrario amplia y suficiente.
Ojalá los médicos equilibraran la ciencia y la humanidad, partiendo de la base que detrás de la enfermedad está un ser humano y una familia a quienes la vida se les vio completamente trastocada, cuyo sufrimiento, incertidumbre y dolor es más importante en su condición humana, que un protocolo hospitalario contrario a su dignidad .
Katherine Saldarriaga Osio