“Hace varios años cuando trabajaba como directivo de un grupo de empresas de servicios públicos, nos armaron un sindicato. Algunos trabajadores nos habían buscado en varias ocasiones para hablar con nosotros pero considerábamos que no era conveniente darles audiencia. Seguro eran unos revoltosos que nos querían pedir aumentos de sueldo o cualquier otra cosa inaceptable. Lo mejor era evitarlos y omitir cualquier solicitud que nos incomodara. Considerábamos que era suficiente con pagarles su salario mínimo y cumplir con sus derechos de ley. ¡Que agradezcan que les damos trabajo!, decíamos.
Cuando nos notificaron la constitución del sindicato nos alarmamos. Se nos metieron los izquierdosos en la empresa! Eso es obra de los líderes sindicales de la región! Sin vergüenzas!
Seguíamos en la actitud de no darles juego. No podíamos reunirnos con ellos porque era darles importancia. Los abogados nos proponían estrategias para atacarlos legalmente y destruirles el sindicato. Teníamos que ganar la pelea!
No se cómo ni quien tuvo la iniciativa pero en el equipo directivo empezamos a considerar la posibilidad de tratar de entender a quienes se habían sindicalizado y a verlos como seres humanos con nombre y apellido y no como a un grupo indefinido y etéreo al que había que exterminar.
Nos dimos a la tarea de reunirnos con ellos, entender su contexto, profundizar en sus condiciones de vida y de trabajo y considerarlos como personas, como miembros de familia; a escuchar sus aspiraciones, sus rabias y sus historias.
Todo cambió. Por supuesto recibimos muchas solicitudes inviables, encontramos interlocutores irracionales y lidiamos con algunos corruptos que buscaban solo su propio beneficio. Sin embargo, el ejercicio fue maravilloso. Nos entendimos como seres humanos, entendimos la cantidad de torpezas que habíamos cometido y encontramos enormes espacios de mejora y beneficio mutuo.
¿Cómo es posible que estas personas corren detrás de un camión 8 horas al día y nadie les da un vaso de agua? ¿Cómo así que en ocasiones les toca doblar el turno sin descanso? ¿Es cierto que no les cumplimos con la entrega de dotaciones a tiempo? ¿No tienen un sitio digno para bañarse cuando acaban el turno? ¿Nadie atendió sus quejas por acoso laboral?… en fín, nos enteramos de que en la teoría cumplíamos con nuestras obligaciones legales como patronos pero nos faltaba mucho para poder considerarnos buenos patronos.
En las mesas de negociación nos enfrentamos, tuvimos momentos de mucha tensión pero primó el respeto y el deseo mutuo de entendernos y de encontrar acuerdos. Fueron momentos de mucho aprendizaje y crecimiento personal. Logramos a partir de allí construir y mantener una relación respetuosa y con beneficio mutuo. Nos dimos mutua dignidad y nos aprendimos a valorar como personas más allá de nuestro rol.
Hoy en día aprecio y respeto mucho a ese presidente del sindicato con el que al principio me enfrenté. Es un hombre decente, interesado por progresar y aportar.
En Colombia no podemos seguir negando la realidad escudados en que esto no es más que unos mamertos orquestando el caos para darle paso al Castrochavismo. No. Hay que escuchar, hay que librarnos de la indolencia y darnos cuenta de las válidas razones que tiene la gente para protestar. Esto no es una guerra de los buenos contra los malos. Esto no se enfrenta con estrategias de guerra sino con conciencia, diálogo y acciones concretas de cambio.
He vivido siempre de la empresa privada, soy amigo del capitalismo y el libre mercado, no me gusta la gestión pública en las actividades empresariales, ni las expropiaciones, ni la vulneración de los derechos de emprender, de generar empleo y de buscarse la vida en un mercado de competencia.
Pero es que no se trata de eso; se trata de dejar los abusos desde el Estado, de tomar acción frente a la inequidad que es de las más atroces del mundo, de dejar de destruir los acuerdos de paz, de dejar de aceptar la corrupción. Nos hacemos los pendejos porque a algunos nos conviene que todo siga igual. Pero es necesario incomodarnos un poquito para lograr el beneficio colectivo.
Que no nos de miedo el cambio. Nos tiene que dar más miedo seguir dándole la espalda a la situación social de este país. ¿Por qué? Porque eso sí que nos va a llevar a situaciones de caos de las que no podremos salir fácilmente”.
Lo interesante es que este sentido mensaje contiene una historia de la vida real, aquí en nuestro medio, que me llegó a través de un grupo y me puse en la tarea de buscar su fuente hasta que llegué a su autor, Santiago Pieschacón, quien fuera el financiero (CFO) del Grupo Sala en ese momento propietario de Aseo Urbano S.A.S empresa que narra en los hechos que sucedieron en Cúcuta en 2008.
Poco por añadir, aplaudiendo y suscribiendo la claridad e importancia del mensaje en estos momentos, haciendo la analogía necesaria y escalándolo a la situación actual, que no es sino la expresión de una crisis estructural de nuestra sociedad por nuestro sistema económico que produce una enorme desigualdad y que se empeora con la corrupción rampante.
Una única sugerencia:
El derecho a la protesta no debe irrespetar el derecho de los que no protestan a no protestar. La protesta se debe enfocar en el número de personas que participan en las movilizaciones para enviar un mensaje fuerte al Gobierno para que revise lo necesario. Esa debería ser la expresión del pueblo hablando. Esa participación ha sido enorme en todas partes del país e incluso en ciudades importantes del mundo, pero que se ve desdibujada, a propósito seguramente, por infiltraciones de todo tipo de vandalismo, hampones haciendo de las suyas, y quien sabe qué más (muchos testimonios de que es el mismo Gobierno para sabotear, y el Gobierno señalando conspiraciones de todo estilo ya acostumbradas).
Aunque éste ha sido un conjunto de paros, lo cual complica todo, los organizadores de cada uno deben por estrategia ocupar media vía, por ejemplo, y observar con máxima prioridad el permiso de paso a todo tipo de movilización de asuntos relacionados a la salud, a la comida y demás humanitarios. El paro no debe medirse por el daño que hace a la economía y el caos que crea, porque da todos los argumentos para que la sociedad los deteste, aunque le ayuden a mejorar aspectos de su propia vida, y valida el uso de la fuerza por parte del Gobierno.
Y el Gobierno debería tomarse en serio el pulso de la situación a partir del tamaño de las protestas, y no salir a hostigar y combatir a los manifestantes de inmediato con el argumento ciego de que todos son subversivos. El mundo está mirando y vamos a tener consecuencias funestas por la brutalidad de la represión. Es cierto que hay infiltrados, que esperemos que solo sean vándalos de oficio, hampones y hasta agitadores con malas intenciones, pero son una minoría que no pueden manchar la validez de una protesta que está gimiendo por las condiciones de pobreza de la enorme mayoría. ¿Será que en Bucaramanga pertenecen a otro país? Allí las marchas han sido enormes, la policía no intervino, y todo ha sucedido en paz según las noticias de su propia gente. No se puede validar ni un muerto, ni de muchachos que protestan de manos del Gobierno ni de policías de manos de violentos infiltrados. No hay argumento posible para tales validaciones.