En pasados días se conoció la imagen del alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez abrazando a William Villamizar, gobernador de Norte de Santander y figura central de uno de los clanes políticos más cuestionados del país. Lejos de ser una coincidencia o un simple gesto de cortesía institucional, la foto parece ser una declaración política, un presunto retrato nítido de las alianzas que algunos intentan maquillar pero que delatan el regreso del viejo país, el de los clanes, las maquinarias y los pactos que sostienen el poder a punta de favores.
William Villamizar no es cualquier figura pública, es conocido por ser el jefe del Clan Villamizar, una poderosa maquinaria política de Norte de Santander, con tres periodos como gobernador a cuestas (2008–2011, 2016–2019 y 2024–2027), todos bajo la sombra de investigaciones por corrupción. Su nombre ha estado vinculado a múltiples escándalos de malversación de recursos públicos, contratos amañados y clientelismo regional. Su poder no se debe a una gestión impecable, sino a la habilidad de repartir puestos, controlar presupuestos y consolidar redes de favores que garantizan votos a punta de burocracia.
Pero el prontuario del clan no termina ahí. Vale la pena recordar a el exsenador Aliro Villamizar, pieza clave del infame «carrusel de las notarías«. Un esquema de corrupción con sello uribista, mediante el cual se entregaban notarías a congresistas como pago por votar a favor de la reforma constitucional que permitió la reelección de Álvaro Uribe Vélez. No era política, era chantaje institucionalizado, era la democracia convertida en trueque, en moneda de cambio.
Y como si esto fuera poco, la Fiscalía General de la Nación ha anunciado recientemente la imposición de medidas cautelares con fines de extinción de dominio sobre siete bienes que habrían sido adquiridos mediante actos de corrupción en Norte de Santander. A esto se suma una investigación aún más delicada, la presunta participación del actual gobernador William Villamizar en el asesinato de un periodista y veedor ciudadano. No estamos hablando de rumores, sino de indicios graves que configuran una alerta roja para cualquier líder político responsable.
Entonces, ¿qué hace el alcalde de Medellín sonriendo al lado de este personaje? ¿Qué mensaje transmite con esa imagen? Podría no tratarse de un simple desliz, sino presuntamente de una muestra de coherencia política. Porque, aunque ha intentado presentarse como un “político independiente” ajeno a las viejas prácticas, lo cierto es que sus campañas han estado al parecer respaldadas por las estructuras más tradicionales de la política colombiana. Detrás de su discurso anticorrupción podrían esconderse alianzas con sectores económicos poderosos, partidos cuestionados y clanes regionales que han hecho del poder un negocio de familia.
Ahora, no se trata solo de conjeturas. Esa misma lógica de alianzas cuestionables ya ha sido señalada en el pasado. El 24 de junio del presente año, alias “Douglas” declaró en RTVC Noticias que, junto a alias “Pesebre”, habrían apoyado políticamente a Federico Gutiérrez en su elección a la Alcaldía en 2016. Según sus propias palabras, ese respaldo incluyó reuniones clandestinas en el sótano de La Alpujarra y el nombramiento de Gustavo Villegas como secretario de Seguridad por solicitud directa de cabecillas criminales. Esa fotografía, entonces, no solo incomoda, podría confirmar un patrón, un presunto estilo de hacer política basado en alianzas con estructuras que este país debería erradicar, no perpetuar.
No podemos permitir que los pactos con estructuras criminales sigan marcando el rumbo de nuestra democracia. Colombia no necesita más pactos silenciosos con el nepotismo, el clientelismo y la corrupción disfrazada de institucionalidad, necesita ruptura y coherencia. No podemos seguir tolerando que quienes prometen renovación terminen arrodillados ante las mismas estructuras familiares y mafiosas que han capturado el Estado por décadas.

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