El movimiento estudiantil de 1971 fue de una amplitud y duración sin precedentes en la historia del país. Luchamos en masa por la reforma universitaria, mientras algunos dirigentes del movimiento lo elevaron a la lucha política y revolucionaria: el viejo dilema entre quienes quieren que las luchas estudiantiles, sindicales, gremiales y sociales se queden sólo en eso y “no se politicen jamás”, y los que pensamos que lo político hace parte esencial de ellas.
Esa época me recuerda a la cantante folclórica argentina Mercedes Sosa, con su canción “Me Gustan los Estudiantes”:
Que vivan los estudiantes
Jardín de nuestra alegría
Son aves que no se asustan
De animal ni policía
Y no le asustan las balas
Ni el ladrar de la jauría …
Nací en Barranquilla, donde cursé mis estudios primarios y secundarios. Luego llegué a Bogotá en 1971 y comencé mis estudios de Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad La Gran Colombia de Bogotá, ubicada en la Plazoleta del Rosario. La facultad la dirigía mi profesor y decano Eduardo Kromfly y contaba con maestros que todavía recuerdo con cariño: Esteban Bendeck Olivella de Derecho Penal General, quien estuvo de rehén en el Holocausto del Palacio de Justicia en noviembre de 1985; Carlos Germán Navas Talero, Procesal Penal, hoy congresista del Polo; Hugo Briceño Jáuregui, de Civil–Personas, dedicado a sus 90 años al ejercicio profesional, como debe ser, y quien me hizo el honor de asistir y participar, junto con su esposa y su hija, la doctora Marcela Briceño, al lanzamiento de mi libro “El Pacto del Silencio” en la Feria Internacional del Libro el 26 de abril de 2018.
En la universidad engrosé el grupo de estudiantes “costeños” de Córdoba, Guajira, Cesar y Magdalena. De mis condiscípulos conservo anécdotas como la reina del curso que apoyamos en el reinado de la universidad. Años después, ya siendo profesional, se convirtió en coronel del Ejército Nacional. También a la estudiante afrodescendiente que denunció públicamente en clase, luego de la partida de los visitantes, la amenaza a muerte proferida en mi contra por un estudiante negociante de esmeraldas, quien me anunció “darme bala” afuera de salón de clases, porque me opuse a quiénes pretendían no dejar hablar a varios estudiantes de otras universidades que informaban sobre el desarrollo del movimiento estudiantil.
En 1971 viví en las Residencias Universitarias 10 de Mayo de la Universidad Nacional, ubicadas en el Centro Urbano Antonio Nariño, zona occidental del centro de Bogotá. Allí sobrevivíamos los estudiantes de otras universidades de Bogotá, de provincia y de escasos recursos, agradecidos de alimentarnos en la Cafetería Central de la Nacional. En el ambiente y entorno de “la Nacho” me formé en lo político y adquirí las ideas humanistas y libre pensadoras que hoy profeso.
La reforma universitaria pretendía romper las cadenas del poder eclesial-oligárquico y la tiranía del tomismo en el currículo, y abogar en cambio por autonomía, financiamiento, libre cátedra y universidad pública para todas y todos. Paralelamente se agitaba el programa máximo de la revolución que se vinculaba con simpatizar con cada modelo del socialismo internacional: el modelo de lucha armada soviético, con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, el chino, con el Ejército Popular de Liberación, EPL y el cubano, con el Ejército de Liberación Nacional, ELN.
Este movimiento estudiantil de 1971 surgió con la crisis social de Colombia. Las aulas no daban abasto para acoger a los jóvenes que aspiraban a la formación profesional; quienes lo lográbamos éramos unos “privilegiados”. El movimiento campesino cuyo nucleó era la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, ANUC, y resultó en invasión de tierras. El desgaste del Frente Nacional cercenó la competencia política de la izquierda legal, desplegó la acción contrainsurgente del Estado contra las guerrillas, y auspició el fraude electoral de 1970 que entregó la presidencia a Misael Pastrana, cuya ejecutoria inmortal sería el entierro de la reforma agraria y el origen del Movimiento 19 de Abril, M-19.
Con las graves violaciones a los derechos humanos de la “democracia” colombiana con su Estatuto de Seguridad (Decreto 1923 de 1978) del gobierno de Julio César Turbay Ayala 1978–1982, la Doctrina de Seguridad Nacional de las dictaduras militares del Cono Sur que hizo materializar la guerra fría en el continente, y el concepto de enemigo interno que veía a los movimientos estudiantiles, gremiales y sociales como parte de la lucha armada revolucionaria, sobrepaso Colombia con creces algunas de las dictaduras vecinas como la chilena en 1973. El Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo nació con el Estatuto de Seguridad y su guía fue el documento “La situación del profesional en Colombia”.
Diecinueve años después vendría el movimiento estudiantil de la “Séptima Papeleta” que participó activamente en las elecciones del 27 de mayo 1990 y promovió el cambio de la constitución de 1886, iniciando una nueva etapa para hacer un país mejor con un nuevo pacto político. Era algo histórico, sin precedentes, con muchos voceros ajenos a la política tradicional, que desembocó en la Constitución de 1991 que nos rige hoy.
El domingo 9 de diciembre de 1990 se eligieron los integrantes de la Asamblea Nacional Constituyente. Simultáneamente el ejército atacó Casa Verde, en el municipio de Uribe, Meta, enclave de la sede del Secretariado de las FARC, en un operativo militar comparable al de Marquetalia, vereda al sur del departamento del Tolima, el 27 de mayo de 1954.
El 10 de diciembre de 1990 mostró un panorama esperanzador para la democracia, por el surgimiento de fuerzas alternativas y ciudadanas. El M-19 llegó a la Constituyente con 19 curules, convirtiéndose en el fenómeno político cuyas secuelas persisten todavía. Las primeras sesiones de la Asamblea Constituyente fueron presididas por la aguerrida Aida Avella, símbolo de las víctimas de la UP y hoy integrante de la Colombia Humana.
El camino de la Constituyente facilitó los acuerdos con el M-19, el Quintin Lame, el Partido Revolucionario de los Trabajadores, el Ejército Popular de Liberación y la Corriente de Renovación Socialista, para que transitaran por el sendero de la vida civil y la democracia. Más de dos décadas después, la Constitución de 1991, en sí un tratado de paz y una carta de derechos que creó el mecanismo de la tutela de la cual se apropió la gente, facilitó el acuerdo de paz con las FARC de 2016.
¡Que vivan los estudiantes y todo lo que ellas y ellos inspiran!