Nuestro país, por su dependencia de las exportaciones minero energéticas tiene anclado el precio interno del dólar a los precios del petróleo como consecuencia de un deliberado proceso de enfermedad holandesa a pesar de que las reservas potenciales nunca fueron realmente promisorias. Evidentemente han caído aunque los contratos de exploración continúan. Colombia fue un país menor en el mercado del crudo, por eso es incomprensible su enorme dependencia de este recurso.
Se sabía que el boom duraría poco tiempo puesto que occidente nunca se recuperó plenamente de la crisis financiera del año 2008. La enfermedad holandesa se fabricó para compensar la desindustrialización que en Colombia empezó a partir de 1991. Ahora tenemos varios problemas: desindustrialización, caída de las reservas de petróleo, inflación por desindustrialización, y elevado déficit fiscal.
Colombia no tiene ni sectores ni desarrollo tecnológico para sustituir rápidamente los recursos fósiles porque desestimó construir fuertes capacidades productivas, científico tecnológicas y de recursos humanos.
Los superávits de las exportaciones minero-energéticas no se usaron para impulsar nuevas industrias y servicios y elevar la productividad. La ortodoxia neoliberal es patética, corta de ideas y piensa a corto plazo.
Los ahorros de la bonanza han subsidiado los precios de los combustibles. Ahora están agotados y empezó a subir el precio de la gasolina. De esta manera, la reforma tributaria del nuevo gobierno deberá cubrir varios frentes: elevar la baja productividad y competitividad, una agenda social que incluye salud, educación y otros sectores, reducir el déficit fiscal y eximir de más impuesto a la clase media y a los pobres. No olvidar que solo el 25% de las personas mayores están pensionadas y muchas deben ayudar a familiares desprotegidos. Por eso, la progresividad tributaria debe empezar por los que ganan más de doce millones de pesos, y después vincular, poco a poco, otros segmentos de población cuando la casa esté en orden vía inversión y gasto público eficiente, inversión en lo que se necesita, construir visión y misiones de desarrollo, ataque a la corrupción, y poner fin a la guerra.
Los rezagos del sistema productivo se originaron en malas decisiones de política económica. En ausencia de una seria prospectiva de qué hacer después de la bonanza, es necesario implementar una política de reestructuración productiva y de innovación, articulando el estado y las empresas en torno al cambio estructural y tecnológico de largo plazo bajo los supuestos de la economía de la innovación y no de la ortodoxia neoliberal.
Más allá de si ciertos programas para fomentar las exportaciones, la innovación y la productividad tienen bondades en sus propósitos, pero sin que hasta ahora se constaten mayores impactos en la transformación de la producción y de las exportaciones. Estas son razones suficientes para cambiar la política de desarrollo productivo por una nueva centrada en la reindustrialización.
Si por factores externos se desploman las exportaciones, Colombia carece de capacidades productivas y de innovación para sustituir rápidamente importaciones, puesto que se sumó a la globalización cuando habían transcurrido treinta años desde que en 1962 se inició el ciclo de alto crecimiento del comercio mundial y el mundo avanzó a toda velocidad a desarrollar bienes y servicios de alta tecnología.
La política de desarrollo productivo y la de ciencia y tecnología no fueron diseñadas para integrarse y empujar un decidido cambio estructural que abatiera la dependencia de los productos primarios y al mismo tiempo vincularse al cambio tecnológico con el objetivo de dinamizar las exportaciones e incentivar el surgimiento de nuevos sectores y nuevas empresas innovadoras.
Las políticas de competitividad y de ciencia y tecnología fueron diseñadas para generar condiciones iguales a todos los sectores a través de acciones horizontales obviando la selección de sectores productivos y de áreas estratégicas de investigación. Ambas, integradas, hacen posible la transformación constante de la producción y elevar la productividad.
Las políticas horizontales son válidas para el comercio internacional, pero son fatales como enfoque principal de las políticas de cambio productivo y de innovación.
En la actual coyuntura, Colombia tiene una inflación y una mayor devaluación por la desindustrialización y abatimiento de la agricultura. Los insumos que necesita el campo, son importados, y también la tecnología para los demás sectores.
Si la guerra en Ucrania se prolonga, el problema del abastecimiento de alimentos y materias primas se complicaría aún más. Y cuando termine la guerra, retomar los flujos del comercio internacional no sucederá de la noche a la mañana. Colombia solo tiene capacidad de satisfacer la demanda interna de insumos y de productos alimenticios en dos o tres años si logra prender nuevas industrias, acelerar la investigación y el emprendimiento, y producir más y nuevos alimentos.
Colombia debe apurar la reestructuración con energías alternativas, industrias de los océanos, turismo sostenible, industrias del sistema de movilidad, industrias de salud, electrónica, industrias 4.0, aeroespacial, naval, ingeniería y ciencia para infraestructura. De lo contrario, la agricultura, la agroindustria, las confecciones y otras industrias de consumo, así como el turismo, solo solucionarán parte de los problemas económicos y sociales porque se necesita como el metaverso: mirar más allá en el universo.
El presidente Gustavo Petro sabe de la necesidad de una transformación de la matriz productiva de Colombia, de la importancia del conocimiento y de la investigación, Sus ministros y ministras de Hacienda, Agricultura, Medio Ambiente y Salud están claramente encaminados a un cambio productivo y tecnológico sostenible. El presidente también tendrá que acertar en los nombramientos en los ministerios de comercio, industria y turismo; en el de ciencia, tecnología e innovación; y en el de minas y energía, porque la mejor política macroeconómica es una política de reestructuración productiva.