En tiempos donde no hay tiempo pareciese que la existencia humana individual dejó de medirse en anualidades para hacerlo en horas. Las distancias no se calculan en unidades métricas, en su lugar en horas y minutos. No se suele preguntar a qué distancia vive, es mejor preguntar a cuánto tiempo vive. El día no tiene 24 horas, sino una agenda por cumplir. En la sociedad contemporánea el ocio es mal consejero y debe ser erradicado. Se combate el ocio por combatir al ocioso; para evitarlo desde hace algunas generaciones los niños son educados con abultadas agendas, entre semana colegio hasta la tarde, luego más clases adicionales. Rutina que se alterna los fines de semana, y el tiempo real de ocio infantil se va entre tabletas digitales. El adulto de hoy tampoco tiene tiempo para sí, no hay tiempo para el uno, a veces sólo para el otro. El tiempo siempre es para producir.
El célebre historiador irlandés Peter Brown (1935) en su clásico El mundo de la Antigüedad Tardía (1971) escribió sobre la ocupación como nota característica del hombre de la Antigüedad Tardía, período éste que comprende desde la crisis de la Antigüedad Clásica en el Siglo III hasta la expansión musulmana en el Siglo VIII de la actual era cristiana. Anotó Brown que el antiguo ideal de vida en la Antigüedad Clásica se había basado en el otium, entendido como el tiempo libre, y que el erudito Flavio Magno Aurelio Casiodoro entre los años 540 y 580 hizo realidad el ideal clásico del ocio cultivado al fundar un monasterio denominado Vivarium en Calabria, al sur de Italia. Ocio cultivado que las generaciones siguientes dejaron de lado por hacer frente a las nuevas necesidades: Combatir a los bárbaros y formarse en letras, necesidades apremiantes impulsadas por los religiosos de la época.
No se trata de reivindicar el ocio entendido como reclamar algo que pertenece a los seres humanos por naturaleza, sino de revindicar el ocio como defender a algo que ha sido atacado e injuriado. En sociedades donde el tiempo es oro, no puede haber tiempo para el ocio porque implicaría per se dejar de producir; por esta vía se ha confundido al ocio con el ocioso, y por eliminar al segundo, al desocupado, se ha defenestrado del primero. No es bien visto el ocio por ser sinónimo de vagancia, la que suele confundirse con recreación y entretenimiento. La mayoría de las veces recreación y entretenimiento forman parte de esa agenda diaria en la que se ha convertido el tiempo. No consiste en no hacer para entretenerse. Se trata de no hacer como tiempo libre para sí mismo, no para los demás. Tiempo libre para estar consigo mismo sin hacer nada más que disfrutar de la propia compañía o de la soledad. En la agenda en que se ha convertido el tiempo no hay espacio para el ocio y menos para el ocio cultivado.
El filósofo de nacionalidad alemana Byung-Chul Han (1959) en su obra La sociedad del cansancio (2010) se refirió a esa tragedia del hombre contemporáneo, el no poder estar quieto sin hacer nada, porque debe ser productivo, en el tiempo libre se debe ser productivo también. De lo anterior se explica que haya niños autómatas con agendas propias de ejecutivo de empresa. La preocupación de los padres de las últimas generaciones pasa por la ocupación de sus hijos en algo diferente al uso de las pantallas digitales, para los de un poco atrás era el televisor, la bestia.
En el proyecto de nueva Constitución chilena, que será sometido a referéndum el próximo cuatro de septiembre, el artículo 91 contempla el derecho al ocio como un derecho fundamental, según algunos intérpretes a cargo del Estado, “Toda persona tiene derecho al ocio, al descanso y a disfrutar el tiempo libre”, aquí la crítica aplicable es si ese artículo del proyecto invita a vivir sabroso a partir de la ociosidad patrocinada por el Estado, y legaliza como derecho fundamental el infortunio de la inactividad traducida en un vicio moral: la vagancia subsidiada.
Es tiempo de recuperar el ocio como cultura de autoconocimiento, autocuidado, autogestión, autocomplacencia, de reflexión y de todo aquello que implique tiempo libre para sí sin ocupación ni preocupación. Revindicar el ocio significa aceptar que no hacer nada para otro, y estar para y consigo mismo también es esencial. Gracias al ocio surgen las ideas de esta columna. Más ocio, menos ociosos.