Si tuviese que dar una característica muy frecuente entre la población colombiana sería la falta de valor de la palabra dada y empeñada. El colombiano puede cambiar de opinión, de parecer y de gusto como por arte de magia, esa es quizá la razón por la cual, pese a doscientos años de historia republicana Colombia no ha podido consolidarse como una nación pujante y trascendente en temas diferentes a violencia y narcotráfico. La moda en Colombia es un tema que va más allá de la vestimenta y el glamour, forma parte del modo de ser del colombiano promedio. No en vano, es el ejemplo que viene desde las cabezas dirigenciales del País en todos los escenarios. Encontrar colombianos de palabra, así cueste decirlo, no es frecuente.
Justamente, las disputas de la primera república que conllevaron al debate entre Bolívar y Santander, tuvo como escenario la falta de valor de las palabras y el irrespeto por los acuerdos, que condujeron finalmente a la muerte miserable y carente de gloria que tuvo que afrontar el libertador de cinco estados, y degeneró con la disolución de lo que los historiadores llamaron La Gran Colombia.
He tenido la oportunidad de visitar otros países y por ello puedo comparar, aspecto que resulta maluco y hasta malevo, hablar de comparaciones, pero es necesario hacerlo. El no respeto por los acuerdos es una constante colombiana, contratar para incumplir o modificar lo acordado pareciera estar en la agenda tácita. No en vano, Colombia tiene uno de los mayores índices de corrupción administrativa, empero todo servidor público al posesionarse en el cargo jura defender la constitución y la ley, constitución y ley que paradójicamente terminarán desacatando de manera repetida. Colombia también posee uno de los mayores índices de infidelidad entre parejas o los famosos “cachos” que llaman los colombianos, que hacen de los colombianos unos de los más infieles del orbe. No obstante, haberse jurado solemnemente la fidelidad conyugal y en otros casos, con menos formalismos, la fidelidad entre la pareja. Igual, hay quien pudiese argumentar que la fidelidad es antinatura, aspecto que no se discute aquí, porque lo que se discute es la firmeza de la palabra dada.
Alguien puede argumentar que la falta de valor de la palabra es un mal generalizado a lo largo y ancho de las fronteras nacionales de otros hemisferios, lo que no es del todo cierto. Aún subsisten sociedades donde la palabra pesa más que el texto escrito y se honran los acuerdos verbales. Colombia es un País donde la palabra vale lo que valen tres tiras de caucho quemado. Empezando por los políticos cuya palabra carece de credibilidad, y dicen unas cosas en campaña, y luego otras en el gobierno, y por supuesto, también cambian de parecer de lo antedicho, y como el célebre candidato presidencial van cambiando de opinión, porque sólo los imbéciles no cambian de opinión cuando cambian las circunstancias, lo que sucede en Colombia: Son los mismos políticos los que primero cambian de opinión para luego pretender cambiar las circunstancias.
Respetar lo acordado implica respetar la institucionalidad y sus leyes, otrosí de la palabra dada; caso curioso colombiano que político en el poder quiera cambiar la constitución, las leyes y hasta la manera de caminar de la gente, empero, han jurado defender la Constitución y las leyes que siempre quieren cambiar. ¿Para qué juran por lo que van a cambiar? Signo elevado de colombianidad. Cómo si el problema fuera la constitución y la ley, como si fueran éstas las que empeñan su palabra.
En suma, por arte de birlibirloque, atendiendo al signo elevado de la colombianidad, les da por decir que la solución al problema está en cambiar la constitución, es muy del colombiano buscar aguas arriba, y vender el sillón en caso de infidelidad.
El respeto por lo acordado, al parecer no tiene valor en Colombia. La sociedad colombiana será una mejor sociedad el día que recupere el valor de la palabra y por ende el valor de lo acordado. Donde se respeten, honren y cumplan los acuerdos. Se debe eliminar de tajo la mentalidad marrullera de que los acuerdos como las leyes son para incumplirlos y modificarlos. El problema de la sociedad colombiana no es la Constitución política, ni sus leyes, es más profundo, son los colombianos que deben hacerlas cumplir, ejecutarlas y acatarlas, y los colombianos encargados de elegir a los primeros. Ese es el problema.