La crisis que se vive en Colombia es inédita. La memoria regresa a hitos como el Bogotazo, la elección de Rojas Pinilla, la toma del Palacio de Justicia y los momentos que se vivieron a causa del enfrentamiento entre Pablo Escobar y el establecimiento para reencontrarse con momentos tan complejos como el de hoy.
Esas crisis difíciles son las que ponen a toda la ciudadanía a mirar con detenimiento el país que tenemos y la distancia que se mantiene con el país que queremos. Me atrevo a decir que la suma de la pandemia, la avalancha de muerte que ha traído consigo y el estallido social que supone un valiosísimo punto de inflexión en la historia de Colombia conforman tal vez el episodio más complejo de esta generación; y lamentablemente se ha caracterizado por la falta de liderazgo de los líderes políticos, con Duque como el rostro de turno.
Ojo y es importante detenerse en ello, porque ha sido justamente la seguidilla de salidas equivocadas en su manejo del proceso de paz, de las relaciones internacionales y de la política económica del país lo que ha dejado una serie de estragos bastante profundos como para lograr solventarlos en lo que le queda de este gobierno. Como quien dice “Duque le puso el moño al desorden, se lavó las manos y se fue”.
Es fundamental que entre tanta agitación no perdamos de vista la diferencia entre las protestas del paro y el vandalismo, este último que ha sido aprovechado por las alas radicales de la política nacional para enaltecer su discurso. Claro que dentro de las protestas hay unos elementos que pueden ser de extrema derecha o extrema izquierda e incluso del narcotráfico que de alguna manera están logrando afectar la estabilidad del país y que terminan opacando las protestas legítimas de la gente que en las calles está reclamando una mejor calidad de vida en un país más justo y equitativo.
Desde ningún punto de vista se puede ocultar que existe un descontento social inmenso e intenso y que es el que realmente está moviendo la gente a salir a la calle a continuar marchando. Sería estúpido pensar el paro como la causa del descontento y no como la consecuencia de una desconexión y una falta de voluntad sistemática que cobija a la gran mayoría de las instituciones del Estado colombiano. Aunque no lo parezca, en estas corporaciones hay muchos que nos esforzamos por escuchar en medio de tanto ruido y nos sintonizamos con varios reclamos que hoy movilizan a la ciudadanía.
Los asesinatos a manos de la fuerza pública y el innecesario, desmedido y desconsiderado uso de la fuerza han puesto en alerta a la comunidad internacional, lo que sucede en Colombia es sabido y que nadie piense por un segundo que será olvidado. No me cabe duda de que los vejámenes que ha permitido el Gobierno Nacional ya habrían implicado unas repercusiones mayores de no ser por el particular panorama geopolítico que rodea al país.
Es un hecho que las instituciones han fallado, pero invito a todos y todas las que me leen a que no desestimen a las instituciones per sé. Muchas de ellas son la plena representación de un proyecto de nación plural y democrático, sin embargo, los líderes de turno han olvidado el verdadero sentido de la función pública o no están en sintonía con el país que exige la gente desde las calles. Por eso la próxima vez que esté en sus manos elegir los rostros de turno hágalo de manera consciente y hágalo con la convicción de que en caso de que las cosas no vayan bien sus reclamos no sean el combustible de un aparato represivo que abusa de poder sino que sean escuchados.