Decir o asegurar que Bogotá va mal y que no se está haciendo algo para que la ciudad retome el camino al desarrollo y a la prosperidad que todos deseamos, es injusto no solo con la alcaldesa Claudia López a quien se le ve todos los días con la camiseta y las botas puestas sino además con las personas que prestan sus servicios en el Distrito y que le han puesto todo el empeño posible a sus labores.
Tampoco se puede llegar al extremo de asegurar que todo es una maravilla y que Bogotá es un paraíso terrenal como lo quisieron hicieron ver durante el reciente debate de seguridad en el Concejo de Bogotá, los cabildantes, Julián Rodríguez Sastoque y Libardo Asprilla, este último aseguró que “en Bogotá se vive sabroso”. Puede ser que muchos ciudadanos vivan conformes y hayan encontrado la oportunidad de vida que otro lugar del país no les brinda, sin embargo, no todos gozan de la misma sabrosura y comodidad que tiene alguien que ostenta cargo de concejal de la capital del país.
Como bien lo dijo la vicepresidenta, Francia Márquez, “vivir sabroso es vivir sin miedo, vivir tranquilo”, y esto no es ni será posible en Bogotá mientras la inseguridad ronde en cada esquina.
Puede ser que las cifras de homicidios bajen mes a mes, lo mismo los hurtos en sus diferentes modalidades, pero mientras sigan apareciendo cadáveres en bolsas negras con signos de torturas y se registren robos en las calles de manera violenta, el miedo no va a desaparecer y por supuesto va a impedir que los bogotanos se llenen de la misma sabrosura con la que vive el concejal Asprilla.
El problema de inseguridad de Bogotá no se limita a las cifras, al ciudadano del común le resbala que se registren mil atracos menos que hace un año. Lo que realmente le interesa al bogotano es que no se cometa ni uno solo, que pueda salir a la calle sin el miedo a que le disparen por robarle su celular o que llegue a su casa sin el temor de que los dueños de lo ajeno hayan ingresado para hurtar sus pertenencias.
Pero lo que más le preocupa al bogotano es que se haya perdido el respeto por la vida y hoy por hoy se asesine en Bogotá con la misma sevicia que lo hacen los paramilitares y guerrilleros en las zonas de conflicto, y esto es una realidad que no se puede ni se debe seguir negando porque es inocultable que en la capital del país está el crimen organizado, algo que negó Gustavo Petro durante su alcaldía pero que también negó Enrique Peñalosa y que Claudia López lo reconoce pero de manera muy tímida.
Si en verdad se quiere hacerle frente a organizaciones criminales como el Tren de Aragua, por ejemplo, lo primero que hay que hacer es reconocer que el crimen organizado se encuentra en la capital del país porque es un contrasentido prometer que se va a luchar contra este fenómeno y decir que este no existe en la capital, mientras aparecen cadáveres con signos de torturas y la Fiscalía allana casas a donde se conducen a determinado número de personas para privarlas de su libertad y causarles maltrato físico.
Este es el primero indicio que el fenómeno existe en la capital del país y que viene existiendo desde las épocas del Cartucho y del Bronx, pero lo más importante, que no ha desaparecido y negarlo no es la solución. Eso es tapar la mugre debajo de la alfombra.
Recuerdo que, durante la segunda Alcaldía de Enrique Peñalosa, en una charla privada con el entonces secretario de Gobierno, Miguel Uribe Turbay, “me aseguró que en Bogotá no había organizaciones criminales y que lo que existía en el Bronx eran grupos delincuenciales que usurpaban estas marcas”, respuesta que jamás olvidaré y sobra explicar las razones.
No se puede desconocer que la alcaldesa, Claudia López, ha trabajado fuertemente para que las cosas en Bogotá mejoren, pero, mientras sigan sucediendo hechos violentos a los ojos de la Administración y del Gobierno Nacional, y la ciudad permanezca llena de basuras, cambuches, ventas ambulantes por doquier en el espacio público, y largos trancones en las avenidas, los resultados de su trabajo nunca se van a ver y por supuesto, será difícil vivir sabroso.