Empezaba la semana plagada de noticias poco esperanzadoras. Incluso se confirmaba a medias la victoria de Biden sobre Trump por las objeciones judiciales del excéntrico y mal perdedor presidente norteamericano.
Parecía que el mundo estaba atajando la pandemia con los avances de la farmacéutica Pfizer, pero los datos no reflejaban el esfuerzo de los gobiernos para conseguirlo. La ola de contagios se desmadraba en Estados Unidos y Europa, dejando una sospecha de mala gestión, principalmente por atender otros problemas de gobernabilidad doméstica.
Parecía que los datos macro-económicos que nos llegaban eran alentadores, pero los avances de los organismos internacionales decían lo contrario. Las economías no se van a recuperar en el 2021 y habrá que esperar al primer semestre de 2022 para ver algún brote verde que aporte alguna esperanza para frenar el desempleo y la pobreza.
Parecía que las revueltas sociales se habían ralentizado con la crisis de identidad mundial, pero todo era puro espejismo. Las movilizaciones se vuelven a reactivar exigiendo demandas sociales más que oportunas, ante la atónita mirada de los políticos de turno.
Parecía que los escándalos de corrupción habían pasado de momento a un segundo plano, pero desgraciadamente la destitución de Vizcarra en Perú, y el tsunami de sospechas sobre el gobierno de Peña Nieto en México, vuelven a abrir la caja de pandora sobre la honestidad de los gobiernos en la región.
También parecía que el hambre por los medios de comunicación de los empresarios comprometidos políticamente había desaparecido. Nada más lejos de la realidad. La toma hostil de un grupo de empresarios a una importante cadena radial mexicana y el desnortamiento político de la mejor y más representativa revista política colombiana, demuestran lo contrario. Todo su derecho para reorientar el negocio a un entorno digital y generalista. Pero nada hace peligrar más a un medio de comunicación que su orientación política descarada y definida. La credibilidad de los lectores se gana en mucho tiempo y se pierde en unas horas.
La semana prometía buenas noticias en lo político, pero no contaba con el folklorismo de los personajes. La salida del ‘duro’ asesor británico Dominic Cummings hace presagiar un cambio de rumbo del gobierno de Boris Johnson hacia Europa. El cambio en enero en la Casa Blanca, hará que las inclinaciones americanas del primer ministro se vean disminuidas y algún esfuerzo tendrá que hacer para empatar la amistad de los europeos.
Lo mismo le pasa al gobierno colombiano, empeñado en contra de la opinión de todos los analistas, en apoyar políticamente la campaña del saliente presidente Trump. Las meteduras de pata de su embajador, cancillería, consulado en Miami y otros despropósitos de los parlamentarios del partido en el gobierno, obligan a una lectura sosegada de los efectos de equivocarse en las casas de apuestas. Esperemos que no se confirme el dicho popular “quien la hace, la paga”.
También para que pensáramos que el mundo puede cambiar, el periódico The New York Times ponía en entredicho la conveniencia o no, de algunos premios Nobel de Paz. Mal andamos si a estas alturas del partido tenemos que poner entredicho todo lo pasado. Los Óscar, los Pulitzer, los Grammy, las medallas de reconocimiento militar, las Cumbres de paz, las calles de los prohombres de la Patria, el mismísimo nombre de las pirámides actuales como son las fundaciones etc. Creo que el mundo necesita un poco de sosiego, para entender las consecuencias del cambio de paradigma que se enfrenta con el COVID-19.
La semana 46 del año empezó como terminó la otra. Con un mundo aturullado por tanto acontecimiento en contravía. Un mundo que cuestiona la idoneidad de sus clases dirigentes, que demanda más igualdad y reparto de las riquezas. Un mundo que quiere ser más justo y diverso. Cansado de oportunismo, engaños y malos entendidos. Un mundo que por lo menos sea el espejismo de lo que podría cambiar, así sea mentira.