Bogotá es un imán para la población migrante tanto extranjera como nacional. Esto se refleja en el último Censo de Población del país, que revela que el 43% de la población de la capital del país proviene de otras partes del país o del mundo, y eligieron nuestra ciudad para buscar mejores oportunidades de empleo, salarios y educación.
La capacidad que tiene Bogotá para atraer población, combinada con la reducción del tamaño promedio de los hogares, sugiere que en la próxima década la ciudad acogerá en promedio a 76,000 nuevas familias urbanas al año, lo que plantea un desafío significativo para la Administración Distrital en términos de planificación urbana y provisión de vivienda formal, así como para la generación de entornos urbanos de calidad con buen espacio público, colegios, parque, centros de atención a la primera infancia, bibliotecas entre otros.
Si la ciudad no atiende de manera efectiva las necesidades de vivienda, estas nuevas familias, especialmente las de menores recursos, se verán obligadas a buscar soluciones en el mercado informal, cayendo presas de las mafias de tierreros o de los delincuentes que ocupan ilegalmente predios privados o públicos. Esto las expone a enfrentar las consecuencias de la inseguridad en la tenencia, a vivir en áreas desprovistas de infraestructura social y de servicios básicos como el agua potable, y a habitar en entornos inseguros y viviendas de baja calidad, lo que incide de forma negativa en la salud, la pobreza, y tristemente también en la percepción de acoso físico y verbal, particularmente hacia las mujeres. Pero no solo eso, también se verán forzadas a vivir en zonas de alto riesgo, lo que intensifica la injustica y la inequidad, pues son precisamente estas familias las más afectadas por fenómenos naturales, tal como ha sucedido esta semana en barrios como El Paraíso debido a los incendios de los cerros orientales de Bogotá.
Esta realidad, requiere desencadenar acciones coordinadas y sostenidas a largo plazo. Por un lado, la ciudad necesita fortalecer significativamente los programas de subsidios destinados a garantizar el acceso de los hogares a viviendas formales y dignas. Así mismo, debe potenciar aquellos programas que incentiven la generación de empleo y promuevan la formalidad laboral, una dimensión que se vincula estrechamente con la formalidad urbana. Todo esto debería estar enmarcado en un contexto en el que las acciones del nivel Nacional estén orientadas hacia el estímulo del crecimiento económico, la estabilidad de precios y la confianza, algo que ha sido muy difícil en el Gobierno del Cambio, pero que es absolutamente necesario para facilitar el acceso de los hogares a una vivienda formal.
Por otro lado, también es clave consolidar la lucha contra la urbanización informal. Esto involucra seguir con programas de mapeo de terrenos propensos a la urbanización ilegal para prevenir su ocupación indebida, y reforzar las actividades de control urbano. De igual forma, se deben emprender acciones decisivas para expandir la oferta de vivienda formal, promoviendo un urbanismo de calidad con la infraestructura social necesaria, lo que implica impulsar la incorporación y habilitación de suelo para aliviar la presión en los precios de la vivienda, y aprovechar el máximo potencial de este actualmente limitado por un Plan de Ordenamiento Territorial que en la práctica es inaplicable y se queda en el papel.
Necesitamos entonces abrirle las puertas a los habitantes de Bogotá para que accedan a una vivienda formal en una ciudad de calidad, y apartarnos de los discursos equivocados que desinforman a través de las redes sociales, y que insinúan erróneamente que la construcción formal es la responsable de la urbanización en los cerros, los humedales y las reservas forestales. Este tipo de discurso, de hecho, termina respaldando la urbanización y ocupación informal e ilegal del suelo, y empujando a las familias a vivir en entornos y viviendas de baja calidad. El problema va más allá de lo urbanístico; involucra el derecho humano a una vivienda digna y se conecta con la salud, la educación y la superación de la pobreza, por esto, necesitamos seguir soñando en grande, y mantener viva la esperanza de un desarrollo urbano formal, para que ¡Vivamos Bogotá!