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La crisis hídrica en Bogotá ha revelado una vez más la profunda desigualdad en la distribución de los servicios esenciales en nuestra ciudad. En Ciudad Bolívar, una de las localidades más grandes y con mayor población vulnerable, el agua no es simplemente un recurso limitado; se ha convertido en un privilegio restringido por condiciones de infraestructura y políticas públicas que no consideran las realidades de sus habitantes. Desde hace más de tres meses, más de 18 barrios enfrentan cortes continuos de agua. Para las familias de sectores como Candelaria La Nueva, Arborizadora Alta y San Francisco, los racionamientos son mucho más que un calendario. Mientras que otras zonas de la ciudad experimentan cortes temporales con mayor predictibilidad, los habitantes de Ciudad Bolívar denuncian retrasos de hasta diez días en el restablecimiento del servicio e, incluso cuando llega, el agua aparece turbia y de color marrón, lo que la hace insegura para el consumo.

La respuesta oficial de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá (EAAB) ha sido atribuir estas fallas a un supuesto “sobreconsumo” en la localidad. Sin embargo, esta explicación cae en el simplismo y en la falta de empatía, ya que ignora las condiciones reales de vida en Ciudad Bolívar. La infraestructura en estos barrios, con viviendas autoconstruidas y de materiales precarios, muestra que no todos los hogares cuentan con tanques de reserva para almacenar agua. Las comunidades aquí no «hacen trampa»; apenas sobreviven. Mientras tanto, el Distrito ha sancionado el consumo excesivo en estratos bajos, y sorprendentemente, el 50% de estas sanciones recaen sobre el estrato 2. Parece que la crisis hídrica de Bogotá tiene víctimas selectivas, y son justamente quienes menos tienen quienes deben soportar el peso del racionamiento. ¿Dónde están las sanciones para las industrias o los sectores de altos ingresos? ¿Cómo se incentiva un consumo responsable del agua entre quienes más consumen?

En respuesta, la comunidad de Ciudad Bolívar ha recurrido a colectas y apoyos vecinales para comprar agua para aquellos en mayor vulnerabilidad, mostrando una vez más que la solidaridad emerge donde las instituciones fallan. Estas soluciones temporales, aunque dignas de reconocimiento, no son sostenibles ni aceptables. Es inaceptable que familias enteras deban depender de la lluvia o de la bondad de sus vecinos para acceder a un recurso vital. Desde esta columna, hago un llamado a la Administración para que atienda con urgencia y empatía esta situación. La crisis climática y los problemas estructurales en el suministro de agua no deben ser una excusa para profundizar la desigualdad. Es necesario priorizar soluciones técnicas que realmente atiendan las necesidades de la comunidad, como la conexión de la planta El Dorado con los sistemas de abastecimiento de Ciudad Bolívar y otras localidades periféricas.

Esta problemática, sin duda una falta gravísima de gestión, deja en evidencia la falta de coordinación y la improvisación de la administración distrital de Carlos Fernando Galán, que, a pesar de presentarse como la más técnica y preparada, muestra serias carencias en el manejo de la crisis climática. Más allá de un esfuerzo coordinado que involucre a la ciudadanía en prácticas sostenibles, las medidas actuales parecen enfocarse solo en asegurar el suministro, sin un plan educativo profundo ni un enfoque a largo plazo. Esto no solo expone una visión reduccionista, sino que además retrasa avances esenciales en el cambio de mentalidad de la ciudadanía. Aunque valoro la presencia del alcalde frente de la emergencia en la autopista norte, parece siempre que la respuesta aparece no por preparación sino por contingencia, ¿Esta realmente la alcaldía de Bogotá planeando con un enfoque de gestión de riesgo y cambio climático?

En sus recientes columnas en El Espectador, William Ospina, en “Para pedirle al río que nos salve”, nos invita a reflexionar sobre el deterioro del río y el agua como espejo de nuestra conciencia ambiental. Es una advertencia que la administración de la ciudad haría bien en escuchar. Como lo afirma Ospina, “aunque el conocimiento es muy importante… hay cosas aún más importantes… el sentimiento, la compasión y la gratitud.” Sin embargo, los resultados de esta administración parecen quedar a la deriva de un desarrollo sin un verdadero espíritu de pertenencia. La gestión actual necesita ese compromiso que, en palabras de Ospina, es lo único que podría comenzar a salvar no solo al río, sino también el futuro de nuestra ciudad y el bienestar de sus habitantes.

El río Bogotá y el agua en nuestra ciudad no es solo un cauce olvidado; es la clave esencial para transformar nuestra crisis ambiental y repensar la ciudad desde el agua. Su recuperación, como dice Ospina, exige una planificación urbana que ponga al agua en el centro, no como recurso explotable, sino como un elemento vital que conecta nuestras vidas. Ordenar el territorio alrededor del río es asumir que el agua debe ser el eje de la vida urbana, un reflejo de nuestra responsabilidad colectiva y una condición necesaria para un futuro sostenible. Solo así podremos empezar a superar la profunda desconexión entre la ciudad y su naturaleza.

Quena Ribadeneira

Quena Ribadeinera

quenalabuena@gmail.com
Concejal de Bogotá

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