El 13 de enero de 2021, cuando faltaba más de un mes para la llegada de las vacunas a Colombia, leí, en El País, de España, un titular que me hizo estremecer: “Se dispara una tercera ola que ya supera los peores datos de la segunda”.
Según el rotativo, esa nueva fase de la pandemia volvía a situar al país ibérico en “nivel de riesgo extremo, debido a que ‘los ingresos hospitalarios diarios se han doblado y crecen en todas las comunidades autónomas’”.
Como estamos en el siglo XXI y las enfermedades entre España y nuestra tierra ya no viajan por mar durante tres meses (como ocurrió con la sífilis, la gonorrea, la tuberculosis o la viruela), ni necesitan remontar el Magdalena en lentísimos vapores, la pregunta inmediata y aterradora es: ¿cuánto tardará en llegar a Colombia la tercera ola? Y en seguida: ¿cuándo llegarán las vacunas?, porque en ese momento ya países como México y Argentina vacunaban a sus nacionales por miles, mientras aquí solo perfeccionábamos simulacros.
El primer interrogante aún sigue sin respuesta. Ojalá el tercer ataque del coronavirus demore mucho más de lo que tardaban los males que cruzaban el océano en carabelas, porque, de lo contrario, Colombia –al igual que España– también podría entrar en un alto nivel de riesgo.
La segunda pregunta, afortunadamente, tuvo respuesta el pasado 20 de febrero. Al menos parcialmente, pues el primer lote de 50 mil dosis apenas representa el 0,08 por ciento de las vacunas que requerimos los colombianos. Pero, aunque suene conformista, al mal tiempo es mejor ponerle buena cara, e inyectarse una alta dosis de paciencia y optimismo para esperar que nos llegue el turno y, sobre todo, que nos alcance la vida para cumplir esa cita. No son pocos los amigos y conocidos que se ha llevado el Covid desde que este fue detectado, en marzo de 2020, en un taxista de 58 años, de Cartagena, quien, al parecer, lo adquirió de unos turistas italianos a los cuales paseó dos días antes por La Heroica.
Por las anteriores razones, conviene que se mantengan de manera estricta las medidas de bioseguridad en los lugares públicos, e incluso, que regresen, si es necesario, las restricciones del 2020 por parte de gobiernos locales, regionales y del ejecutivo nacional. Ya está comprobado hasta la saciedad, que los seres humanos, no solo los colombianos, hemos actuado con irresponsabilidad frente al Covid. No solo en fiestas y otras aglomeraciones, sino que un alto porcentaje de contagios ocurre por reuniones familiares.
Regresando al tema de las vacunas, lo que me he preguntado en estas últimas horas, al igual que millones de colombianos, es si era necesario el despliegue para recibir las vacunas, sobre todo porque en el momento de inmunizar a Verónica Machado, la enfermera del hospital de Sincelejo, el número de compatriotas muertos ya superaba los 57 mil. Para no ir más lejos, el día que escribo esta columna el coronavirus se llevó a 177 personas. Y lo seguirá haciendo todos los días, mientras las vacunas arriban al país en pequeños lotes distanciados en el tiempo.
Además, el tema de escasez de recursos para atender la pandemia sigue ocupando importantes espacios en los medios nacionales. Ese es un tema de alta sensibilidad para la opinión pública.
En fin, decía al comenzar esta columna que el temor a una nueva embestida del Covid me oprime el alma y me llena de miedos: miedo a las aglomeraciones, a las reuniones de amigos y familiares, a los ascensores, a los supermercados, incluso a pulsar el botón del ascensor. Por eso, es mejor mantener lo que las autoridades sanitarias repiten hasta al cansancio: uso del tapabocas, distanciamiento social y lavado frecuente de manos.
Parodiando la advertencia sobre la sífilis, atribuida a un noble francés en el momento de despedir a su hijo en un viaje de placer, cierro esta columna con el mismo consejo para mis compatriotas: “Si no le temes a Dios, témele a la tercera ola”.