Maduro juega con el tiempo y con candela. Al autoproclamado presidente venezolano le puede fallar la aritmética si piensa que dilatar y apaciguar la crisis política, al final de los días normalizará su permanencia en el poder.
Más bien, la tozudez, soberbia y sordera ante las exigencias de la comunidad internacional aumentan su aislamiento en el vecindario latinoamericano y en el mundo, aunque mantenga el respaldo de tres grandes jugadores en el concierto mundial como China, Rusia e Irán. Respaldo para nada despreciable, pero que no alcanza para superar el aislamiento inevitable ante la imposibilidad de demostrar un triunfo electoral limpio en las pasadas elecciones del 28 de julio y el uso de la represión oficial contra la oposición política y la protesta callejera.
Tampoco alcanza para detener el incremento de la movilización ciudadana que dentro y fuera del país reclama el triunfo para Edmundo Gonzales, lo que supondría el relevo en el poder y la terminación del poschavismo en la grotesca versión Maduro/Diosdado. Como resulta insuficiente para frenar el creciente malestar en las fuerzas chavistas que acusan factores de resquebrajamiento en el oficialísimo y en el régimen que podría precipitar desenlaces impredecibles y violentos. En el frente interno y en el contexto externo Maduro se revela como un gobernante cada vez más acorralado contra las cuerdas.
Esta situación tiene una doble implicación. Un régimen que aceleradamente consolida sus rasgos autoritarios le hace un enorme daño a una izquierda latinoamericana que encontró en la lucha por la democracia un arsenal sobre el que descansa su legitimidad y viabilidad.
Las izquierdas en el continente, en sus diversas expresiones incluidas las armadas, surgieron y se extendieron ofreciendo un modelo de sociedad anticapitalista y en marcha al “socialismo realmente existente” de aquellos tiempos. Pero en el caso cubano y centroamericano, y posteriormente en el cono sur, las revoluciones fueron invocadas en la lucha contra las feroces dictaduras militares que desmantelaron los experimentos de democracias liberales en esta porción del mundo.
Las izquierdas contemporáneas escogieron la combinación de la movilización popular y de multitudes, con la disputa electoral para empujar cambios y transformaciones desde pactos constituyentes y ejercicios del gobierno. El liderazgo internacional de esta izquierda republicana se debió en una gran proporción a la defensa y el respeto a la voluntad popular. Ha sido una bandera desplegada para enfrentar los golpes blandos promovidos por la derecha continental e interrumpir o acorralar el ejercicio del poder legitimado en las urnas.
Gabriel Boric de Chile, Lula da Silva de Brasil, Lopez Obrador de Mexico, Gustavo Petro de Colombia, Bernardo Arevalo de Guatemala, Xiomara Castro de Honduras y Luis Arce de Bolivia, quienes representan la más reciente ola de gobiernos de izquierda, asi lo han entendido. En distintos tonos han reprochado la opacidad del sistema electoral venezolano controlado por la dupla Maduro/Diosdado y se han negado a reconocer el triunfo del oficialísimo. Saben que un genuino proyecto de izquierdas que busque representar a las nuevas mayorías no se puede sostener sobre el ahorcamiento de los más elementales principios de la democracia. A riesgo de ser juzgados como ingenuos o traidores por las ortodoxias que aún añoran las “dictaduras del proletariado”, estos representantes de la orilla progresista de la política latinoamericana parecen decirle al poschavismo que las izquierdas o son democráticas o no son izquierdas.
La segunda implicación tiene que ver con el papel que les corresponde cumplir en este desafiante momento para salvar la estabilidad política del vecino país que es el clima que requieren nuestros gobiernos progresistas y para proteger el legado y el futuro de las izquierdas en este pedazo del planeta.
Quienes mejor lo han entendido son Petro y Lula. Por ello, desoyendo los ataques que por igual reciben de las derechas y sectores de “centro” en sus respectivos países, mantienen un dialogo fluido y discreto con Maduro y la oposición para ensayar fórmulas que aseguren una transición pacífica y democrática al otro lado de nuestra frontera binacional. Papel que cuenta con él para nada despreciable apoyo de Estados Unidos, la Unión Europea y las Naciones Unidas. Sus detractores han cargado de nuevo contra ellos porque no pareciera tener eco la propuesta de gobierno de transición compartido y nuevas elecciones que plantearon en los últimos días, pero seguramente insistirán en nuevas e innovadoras fórmulas.
Esa terquedad en su papel mediador es el más valioso aporte que estos dos líderes le hacen a la democracia y a las izquierdas del continente. Bienvenida la terquedad.