Por: Jaime Polanco


Jaime-Polanco

La otra noche desperté en medio de una terrible pesadilla. Sudaba, me temblaba el cuerpo, quizás hablé en alto. Por un momento pensé que sería una bajada de azúcar o que algo me había sentado mal de la cena de cuarentena que habíamos tenido en casa. Solamente era un sueño pensé y me volví a dormir.

Me volví a dormir tratando de conectar con el sueño que había dejado atrás. ¿De qué se trataba me preguntaba en lo más profundo de mi cerebro, en un intento de volver a tomar el hilo de esa pesadilla, que me estaba haciendo estremecer de esta manera tan inusual? ¿El fin del mundo?

Quise intuir una sofisticada maquinaria para hacer el mal. Unos señores vestidos de negro, dando órdenes concretas a unos señores vestidos de blanco sobre como había que infectar el mundo con un malvado virus. “Jajaja”, se reía uno a la pregunta de ¿para qué? Pues para doblegar a la población mundial y así poder tener el poder de someter a las naciones más importantes. Por fin veremos cumplido el sueño de los dictadores más malvados de todos los tiempos, que por generaciones han buscado con ahínco el instrumento maléfico que les ayude a dominar el mundo.

Me pregunté, ¿pero no será sólo por eso? Quizás sería para poder reducir la población del mundo mundial, matando a nuestros mayores, quienes atesoran la riqueza de la experiencia y el conocimiento acumulado por tantos años y de esta manera poder distribuir mejor, los limitados recursos alimenticios, que faltaran si la población sigue creciendo de manera exponencial.

No, seguro que no es por eso. ¿Y si quisieran dar al mundo una lección sobre el cambio climático? La deforestación de los bosques, los incendios intencionados que arrasan millones de hectáreas en medio mundo, el incremento climático de nuestra atmósfera, que produce lentamente el deshielo de nuestros casquetes polares y que conducirá inexorablemente a una involución climática de incalculables consecuencias. Demasiado sofisticado, pensé.

Entonces será porque alguien, definitivamente, quiere hacer justicia social. Eso es. Quitándole el dinero a los ricos para dárselo a los pobres y así reducir las desigualdades sociales que azotan al mundo desde hace cientos de años. Quizás, la prueba definitiva, que nos llevaría a socializar los recursos de los países más ricos en beneficio de los más pobres, al margen de la religión que profesen o el determinado color de piel. Demasiado fácil para ser verdad.

Tratando de profundizar en mi sueño, pensé que quizás todo esto se debía a un plan para cambiar el orden mundial desde el punto de vista económico. El malvado objetivo sería llevar a las grandes compañías a la quiebra de sus activos, haciéndoles vulnerables para la compra de tal o cual fondo creado al efecto, lógicamente cargado de terribles intenciones y tratando de definir un nuevo mapa geoestratégico.

El uso monopolístico de los recursos naturales, como el petróleo, el gas y los minerales considerados estratégicos para el desarrollo de las nuevas tecnologías, serían perfectos para los objetivos marcados en la dominación del mundo. De película de ficción, debí pensar.

Entonces los rusos, me dije en sueños, los malvados rusos siempre sonriendo al mundo. Eso sí, después de manipular los procesos democráticos de los países más importantes, con el único objetivo de desmontar el consolidado poder de las instituciones occidentales. Consolidando el plan de desestabilización de las grandes potencias, inventado en los despachos del nuevo Zar. Quien en los últimos años de monopolio político ha tratado de recuperar parte del poder perdido, entre otras razones, por el obsoleto sistema conceptual de vida y la corrupción generalizada del Estado, que tanto rédito le ha dado a los amigos más cercanos. Otra vez la conexión rusa, resoplé.

Ya casi sin hilo conductor sobre mi sueño pasado, pensé que quizás era un plan para demostrar que el innombrable presidente de la primera potencia mundial, era incapaz de manejar los temas de estado, y así hacerle quedar en ridículo delante de sus ciudadanos, por la manifiesta mala gestión sobre el virus que azota virulentamente a su país.

La cercanía del proceso electoral sería fundamental para crear el suficiente descrédito personal y hacerle así perder las elecciones del próximo otoño. De otra manera no se puede, calculé en el sueño.

Todo ello con la esperanza de la llegada de un político menos histriónico y más abierto a defender los intereses generales del país, en detrimento de los favorecidos de siempre. Historias de best seller que se compran en los aeropuertos, me dije a mí mismo. No, así no es. Seguro que no puede ser tan burda la cosa, debí pensar.

Tan profundo era el sueño y tantas vueltas daba en la cama, que empecé a preocuparme por si era verdad. Quería despertar para comprobar que nada de eso, justificaba el famoso virus que nos tenía en cuarentena. Quería poder pensar que todo fue un error de alguien, sin motivos mal intencionados. Error que ha costado miles de muertos y la posible quiebra de nuestro sistema de convivencia tal y como lo conocemos. Error que nos hará más fuertes, pensando en lo mal que hacemos las cosas diariamente, en la búsqueda de fórmulas que ayuden a mejorar nuestro sistema de vida, en la obligación de buscar exclusivamente un futuro mejor. Demasiado bonito para ser verdad, pensé.

El despertador acabó con la posibilidad de comprobar, si solo era un mal sueño. Otra vez sin apreciar la diferencia entre lo real y lo virtual. Volveré a intentarlo.

@JaimePolancoS