Durante la COP 27 en Egipto vuelve al ruedo la tensión entre los países desarrollados y los que se les dice que están en vía de desarrollo. Los primeros, causantes de la gran mayoría de los efectos del cambio climático que ponen en riesgo la supervivencia de los animales, incluidos los humanos, sobre la faz de la tierra; los segundos, que sufren ya, y sufrirán, los mayores impactos de las reacciones en cadena del clima que se vendrán con el calentamiento provocados por los gases de efecto invernadero -GEI-, dada su vulnerabilidad y su pobreza.
Los primeros forcejeando para no salirse de las estrategias basadas en compromisos voluntarios de los países, los mecanismos de mercado y de nuevos negocios verdes que resulten muy rentables para las multinacionales y para sí mismos. Los segundos reclamando la promesa de aporte financiero de los primeros para poderle hacerle frente al cambio climático, no solo en las vulnerabilidades existentes sino porque al mismo tiempo hay que enfrentar la pobreza, y más ahora que el sistema económico imperante se ha estancado como mecanismo para sacar a los pobres de su condición económica. Además, claro, de reducir sus emisiones, lo cual podría pasar por el tan mal debatido decrecimiento económico.
Recomiendo leer una buena descripción crítica y centrada sobre esta tensión, que para nada es nueva, y se podría decir que ha madurado desde sus planteamientos iniciales en Río (1992) y muy bien reafirmada en París (2015) generada por las promesas incumplidas, en “Responsabilidad ante la crisis climática: las potencias responsables deben pagar” de Camilo González Posso (Indepaz, 2022). Y para ambientarse en esta lectura se puede leer “La caverna: Un cuento sobre el decrecimiento económico y la asfixia de la humanidad” (ConfidencialColombia, 2022) y “Racionalizar antes que decrecer” (ConfidencialColombia, 2022).
Una de las muchas frases atribuidas a Einstein dice que “no podemos resolver nuestros problemas con el mismo pensamiento (nivel de consciencia) que usamos cuando creamos esos problemas” que parece muy indicada para reflexionar sobre las opciones disponibles para resolver el problema que enfrenta la humanidad. Sin embargo esta frase, como muchas otras, no fue del físico genio. Lo que sí firmó en 1946 como presidente del Comité de Emergencia de Científicos Atómicos un año después de lanzadas las bombas atómicas y por el impacto terrible que generaron en la humanidad, fue una carta para solicitarle fondos a los ricos de la época para poder adelantar campañas para darle un uso diferente a la energía atómica, en la cual se incluía una frase aún mejor para reflexionar en nuestros días: “Nuestro mundo enfrenta una crisis aún no percibida por quienes poseen el poder de tomar decisiones importantes por el bien o el mal… Necesitamos … que la gente sepa que un nuevo tipo de pensamiento es esencial para que la humanidad sobreviva y avance hacia niveles más altos” (Quora, 2013).
Al igual que aquel grito desesperado para que los poderosos tomaran consciencia del riesgo, ahora estamos ante una situación análoga. Si quienes deben tomar decisiones serias y responsables, de largo plazo, sobre cómo revertir la tendencia y emprender la recuperación, no lo hacen, seguramente no lo lograremos y los años venideros nos golpearán cuando ya no podamos hacer mayor cosa. Ni siquiera hacerles pagar su torpeza servirá para nada.
En la COP27 se enfrentan quienes quieren volver el riesgo en oportunidad versus quienes ya tienen el agua al cuello (Pakistán (NewsUN), por ejemplo, y los cientos de millones de personas que viven en los países pobres que no solo están bajo amenaza sino que ya reciben los efectos).
Hace dos años yo creía que lo lograríamos con la nueva economía verde y los mecanismos de mercado al escribir “El capitalismo se está vistiendo de verde” (ConfidencialColombia, 2020): “el poder económico mundial está experimentando un gran giro conceptual, que representa la única esperanza para la humanidad. Para ser prácticos, si el capitalismo dominante, dominado por el poder económico, no se ocupara de esta amenaza, no tendríamos mayor futuro.” Y me mostraba optimista por las declaraciones en 2019 de la Business Roundtable redefiniendo los objetivos de las empresas buscando beneficios para todos sus públicos interesados y no solo para sus accionistas, o por las afirmaciones del fondo BlackRock al anunciar que “la sostenibilidad será su nuevo estándar para definir inversiones alrededor del mundo, ante la creciente tendencia mundial en la que los inversionistas no sólo valoran criterios financieros, sino también ambientales y sociales”. Parecían anuncios de un nuevo nivel de consciencia de los poderosos, de quienes realmente comandan al capitalismo. Pero la realidad es que las promesas hechas por los países desarrollados no se han cumplido, la esperanza de nuevas tecnologías salvadoras en conjunto con los mecanismos de mercado y la velocidad de la transición energética mundial no están siendo suficientes al menos para revertir la tendencia y ya suena rayado advertir que no vamos a alcanzar.
Es muy probable que se equivoquen quienes, en su mayor claridad en prever la crisis que se nos cierne, intenten desconocer que los países poderosos no actúan porque son gobernados por políticos que a su vez obedecen a los accionistas y dirigentes de las multinacionales que quieren encontrar oportunidades de negocio al filo de la situación de emergencia. Y las invitaciones a que el activismo climático pueda saltarse el poder formal de los gobernantes son un tanto inverosímiles: el poder es el poder, y quienes ostentan ese poder saben usarlo. Una sin salida para los 8,000 millones de personas en manos de unos poquísimos poderosos que confían en que las nuevas tecnologías lograrán los equilibrios necesarios entre sus intereses personales y salvar el mundo, y a tiempo. ¡Jugándose el destino de la humanidad por sus mayores utilidades a corto plazo! (mayores utilidades que resultan ridículas en cualquier comparación frente al riesgo).
Una demostración de esto ha sido Canadá. Cuarto productor de petróleo y al mismo tiempo “tiene uno de los impuestos al carbono más altos y prohibió los plásticos de un solo uso… en medio de una política de transición energética que espera llevar a cero las emisiones en 28 años” (La República, 2022), y su aparición en la COP27 con petroleras a bordo (consideradas antagónicas por ambientalistas y activistas climáticos) revela nada menos que su apuesta es por la tecnología salvadora que solucionará la captura de GEI para regresarlos a la tierra, en medio de la nueva economía verde en la que las multinacionales lograrán sus mayores utilidades, que se impondrán a los países pobres quienes de todas maneras tendrán que pagar sus facturas.
Es necesario entender que muy probablemente el estribillo “en vías de desarrollo”, significando por desarrollo cuando no hay pobreza en un país y sus nacionales tiene un digno nivel de bienestar, deberá definitivamente abandonarse y volver a denominarlos países subdesarrollados, puesto que con esta estrategia para enfrentar el cambio climático no están en esa vía y estarán destinados a seguir con pobreza por siempre.
En Colombia, país pobre y subdesarrollado, ridículamente esta discusión es casi imposible debido a la politización. Una prueba difícil del pensamiento crítico es la capacidad de reconocer asuntos valiosos en quienes nos resulten opositores. Es de esperar que personas muy ideologizadas, como los militantes de partidos políticos de extremas, no sean capaces de tener pensamiento crítico aun cuando estemos hablando de una amenaza global, cuyas consecuencias les caerá igual a ellos y a sus familias. Es una demostración de que la ideologización sí embrutece o mínimo tiene como efecto que quienes están ideologizados actúan torpemente. Una reafirmación desafortunada de subdesarrollo mental.
Es esencial pensar en cómo generar “un nuevo tipo de pensamiento” para salir del paradigma que nos llevó a esta crisis, apoyando a quien genere los mejores argumentos sin importar su ideología. Es necesario que encontremos esas estrategias que equilibren bien los intereses de los poderosos y las cargas injustas a los pobres, lo cual pasa porque el mundo rico entienda bien y acepte que entre esos intereses debe estar incluida al mismo tiempo la necesidad de reducir la pobreza en el mundo pobre.
* @refonsecaz