Un opresor camuflado en un discurso de cambio

A casi dos semanas de elegir al nuevo presidente de Colombia, es importante seguir generando reflexiones profundas sobre la transformación que necesita Colombia y advertir cómo la propuesta de cambio que representa Rodolfo Hernández no es sino el continuismo de la exclusión, la desigualdad y de violencia en Colombia.

Ya en diversos medios se han señalado los discursos machistas, misóginos y homofóbicos de Rodolfo Hernández, que algunos dicen se han malinterpretado, pero que en realidad son un reflejo del sistema patriarcal al que está tan acomodado la política del país. Sus posiciones no solo hacia las mujeres, sino también hacia los migrantes, las trabajadoras sexuales y los pobres demuestran la violencia física y verbal que está detrás del supuesto discurso de cambio de este candidato y que desconocen a quienes históricamente han sido marginados.

Las intervenciones de Rodolfo Hernández durante esta contienda electoral han evidenciado que no está abierto al diálogo y mucho menos a la crítica. Evidentemente, un candidato que no está abierto al cuestionamiento dentro de su campaña tampoco lo estará al control dentro de su gobierno. Basta con señalar la forma en la que durante una entrevista en Semana Tv “retó” a la Corte Constitucional a tumbar su decreto de Estado de Conmoción Interior una vez se posesione.

Como se esperaba, Rodolfo Hernández tampoco asistió al Debate Feminista. Un debate organizado por más de 30 organizaciones feministas de todo el país que buscaban que los candidatos nos explicaran con precisión sus propuestas para que los trabajos de cuidado sean reconocidos y remunerados, para evitar feminicidios, y para garantizar el derecho a la participación política paritaria e inclusiva, la soberanía alimentaria y el derecho a la tenencia y propiedad sobre la tierra.

Su inasistencia (predecible) a este debate es una confirmación de su nula disposición de entablar un diálogo serio con las mujeres y la población LGTBIQ+. Después de décadas de luchas, conquistas y de hacernos vibrar de esperanza ante su tenacidad, no es admisible que Colombia tenga un presidente patriarcal y autoritario. Además, en este momento no solo se requiere una presidencia que no lesione los derechos, sino que no desconozca esas luchas históricas y que impulse firmemente sus agendas.

Es tiempo de una presidencia que repare a un país azotado por la violencia. Un país que después de firmado un Acuerdo de Paz, tuvo un gobierno que permitió que la criminalidad se reacomodara y se agudizara la violencia. Un país en donde, en lo corrido de 2022, se han asesinado 79 defensores y defensoras de DDHH y 21 firmantes de Acuerdo de Paz y excombatientes de las FARC (Indepaz).

Colombia necesita una presidencia que le apueste a una transformación profunda a la forma de gobernar, no un candidato con ideas vagas y con un discurso repetitivo y sin solidez sobre la corrupción, que en nada transforma los problemas que flagelan a nuestro país.

Mantengo la esperanza para que en estos días antes de la elección se sigan generando discusiones acertadas sobre las apuestas que necesita el país en materia de educación, soberanía alimentaria, dignificación de la vejez, salud preventiva y universal, protección al medio ambiente y reforma a la policía. En definitiva, una apuesta por una justicia racial, social, económica, ambiental y de género que necesariamente debe integrar las luchas de las mujeres y la comunidad LGTBIQ+.

Nadie es más arrogante, violento, agresivo y desdeñoso contra las mujeres, que un hombre inseguro de su propia virilidad” Simone de Beauvoir.

 

 

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