Son días difíciles los que atravesamos, la amenaza constante de la vida y de la calidad de la misma es una preocupación que se posa a diario sobre las sienes de los y las colombianas. Esta semana, con corte a la noche del viernes 16 de abril, 2.281 personas perdieron la vida a causa del COVID en el país. Miles de familias a esta hora enfrentan su duelo, mucha fuerza para todas ellas.
Esta sensación, este duelo constante, habita y recorre el territorio como un ciudadano más que se hace visitante ocasional de muchos otros, pero que, al partir, deja un rastro de preocupación que pesa más que la propia visita.
Así como muchos de nosotros hoy extrañamos a un amor, un amigo/a, hermano/a, padre, madre, abuelo/a o simplemente un o una vecina, muchos otros han perdido el trabajo de años, han perdido la oportunidad de sus sueños, han perdido tiempo valioso porque las vueltas de la vida y la negligencia de quienes podrían apaciguar las complicaciones así lo han puesto.
Hoy vivimos así, entre el desasosiego y la preocupación constante de un posible nuevo contagio, un posible nuevo deceso, otro conocido desempleado, las facturas que se acumulan una sobre otra en la mesa, la imposibilidad de perseguir ese sueño, de aprender, de poder gozar de tres comidas al día. Y día tras día sé que cada uno de nosotros se para de la cama con la mejor disposición para encontrar solución a uno de tantos problemas.
Sé que por el cargo que ocupo y por el salario que recibo muchos deben pensar que es muy fácil para mi señalar estas situaciones desde un lugar cómodo, no obstante no me cabe la menor duda de que para todos ha sido un reto monumental. Todos naufragamos en el mismo vasto océano, lamentablemente unos lo hacen en yate y otros sin ni siquiera un flotador. Injusticia ante la cual no me puedo quedar de brazos cruzados.
Es imposible negar que la salud mental de la sociedad colombiana carga consigo una serie considerable de cicatrices históricas que han generado un trauma alrededor de temas como la violencia y la exacerbada desigualdad, sin embargo, la crisis que atravesamos por estos días supone otro duro golpe, un golpe diferente. La tensión en la que se vive y mayoritariamente se sobrevive necesita soluciones muy urgentes, los funcionarios públicos los sabemos y muchos trabajamos sin descanso por ello.
Ahora bien, aunque la realidad es latente y palpable, las cabezas más visibles del manejo de la crisis parecen no notarlo, prueba de ello son las incontables decisiones tardías y el hecho de que cada medida preventiva que se pone en marcha un año después de la llegada del virus al país sigue traduciéndose en una preocupación para la ciudadanía.
Desde la gran empresa hasta los colombianos que viven del rebusque, todos estamos preocupados por encontrar rápidamente la mejor manera de construir un panorama seguro con alguna cercanía esa vieja normalidad que hoy se ve tan lejana.
Con todo lo anterior más que claro ante los ojos de la opinión pública, el Gobierno Nacional de la Republica de Colombia una vez más ha sorprendido a toda la ciudadanía. En medio del tercer pico de la pandemia y ante el manto de desasosiego que hoy arropa al país, el presidente Iván Duque y su ministro de hacienda suman una preocupación más a nuestras cabezas.
Si estirar los pesos para llegar a fin de mes ya era un reto para una gran cantidad de colombianos y colombianas, que una nueva reforma tributaria haga que sea aún más difícil para lo que más difícil lo tienen no responde a ningún tipo de lógica solidaria. Eso es claro para absolutamente todos.
El paso de Iván Duque por el Palacio de Nariño ha dejado a este país un sinfín de preocupaciones que, estoy seguro, ni él mismo ha logrado vislumbrar. Presidente de manera respetuosa le pido que se conecte con el país que tiene el deber de gobernar, si bien la reforma tributaria o la reforma a la salud en efecto son necesarias, lo ideal es que los cambios que se propongan respondan realmente a las necesidades de la mayoría de la ciudadanía.
Las noticias con las que se levantan los colombianos hace varios meses, e incluso antes de la llegada de la pandemia eran muy duras -más duras que pasar el Niágara en bicicleta-, y hoy el presidente y su gabinete ve con buenos ojos endurecer el panorama aún más.
Señor presidente, la ciudadanía espera que sus decisiones hagan más amable todo el paso por esta difícil situación, sin embargo, sus anuncios ponen a muchos a cruzar el Niágara en una bicicleta sin ruedas. La invitación es la misma desde hace meses, actúe reconociendo los clamores de su pueblo, de lo contrario ya verá cómo será la historia quien juzgue su trabajo ya que no le interesó escuchar a su gente.