Tengo a mis columnistas de cabecera, no los leo siempre, ni guardo sus escritos como un tesoro para ponerlos en mi pinwall, pero a veces los leo y me quedo pensando.
Este fin de semana el que me ha dejado pensando es de Ana Iris Simón, periodista y escritora de Feria (Ed. Círculo de Tiza) donde refleja la pobreza de la vida moderna y hace una oda a una España que ya ni existe ni volverá, en El País. Su artículo más reciente es La libertad no cabe en una mochila, y como diría mi padre; “tiene toda la razón en parte” si no llega a ser porque en él achaca al capitalismo la falta de tener hijos, la idea superficial de que la libertad está en elegir el placer por encima de la felicidad. Y claro, yo discrepo.
No son los sistemas económicos los que nos hacen elegir como vivir la libertad personal o donde poner nuestras esperanzas. Tampoco esas decisiones dependen del sistema de gestión política del momento. Tener más o menos hijos, vivir de un modo o de otro nuestras vidas, querer vivir y mostrar un aspecto determinado de ellas no lo marca el contexto político-económico, sino el contexto social y moral en el que uno se mueve, pero sobre todo el moral.
Cuando uno se mueve fiel a la moral que vive, esa que abraza al otro y es abierta a la vida esa que tiene al otro como centro de la propia existencia, por ejemplo, entonces ni capitalismos, ni socialismos, ni comunismos, ni feminismos, ni ideologías de moda.
Pero cuando se deja arrastrar y es permeable a cualquier corriente entonces será presa de lo que diga la mayoría y será como esas veletas decorativas que dirigen la mirada del espectador hacia la dirección que marca el viento del momento; de modo que, si toca viajar, viajará; si toca decir que los hijos son una lacra que impiden desarrollar la carrera, lo dirá; si hay que ir de pareja en pareja, irá…
Es el centro moral, la armadura del alma humana, el que ha de guiar las decisiones que afectan a la libertad. Uno podrá decidir si invierte su dinero en una empresa socialmente responsable, si lo da a una ONG determinada, si prefiere nadar con delfines o invertir en una casa en la playa y todo eso le dará un mayor o menor placer que podrá confundir con felicidad, aunque será pasajera. Pero el hecho de que cada vez haya más hombres y mujeres que no quieren tener hijos se debe fundamentalmente al endurecimiento del corazón humano. Yo lo llamo egoísmo, falta de perspectiva y apertura a la grandeza, aunque también pudiera llamarse apego seguro al bien material, al confort del placer primermundista, placer que no es nada desdeñable y ojalá lo tuvieran todos en el mundo.
Claro que lo social, lo político y lo económico inciden sobre determinadas elecciones, pero no hay que engañarse, toda decisión humana que implique cooperar en la creación reside en el corazón del hombre, y los hijos, el cuidado de los padres, el deber con los demás… están anclados ahí, y no, el sistema capitalista no te mueve a obrar de un modo u otro, lo que nos mueve es tener un buen armamento de valores, sólidos e inamovibles, que te hagan a su vez de guía en cada decisión de vida. Con esa perspectiva de la procreación en sistemas económicos podríamos decir que los sistemas comunistas tienen muchos hijos… y la ratio por hijo en China ( 1 hijo), en Rusia(1,5)… no dista tanto de países capitalistas como España (1,19) o Estados Unidos (1,62).
Es más, el placer de vivir, el sentir que la felicidad y la libertad caben en una mochila es más propio de una generación sin anclajes de que cualquier sistema económico actual. El tamaño y la sed de libertad caben en una mochila cuando el corazón y el alma humanas están llenas de arena. Cuando uno lo llena de valores arraigados, lo que llena de arena es la mochila con la que recorre el mundo.


Almudena González Barreda
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