Una ‘sencilla’ manera de aprender a ser feliz en la vida

Según voy cumpliendo años (y ya estoy en ese momento de la vida en el que hasta veo el paso del tiempo con cierta nostalgia) me convenzo de que la felicidad sólo está dentro de uno. La familia y amigos son el complemento perfecto, los actores que Dios nos pone en el camino para alcanzar el objetivo, pero si uno no quiere o se empeña en ser infeliz, no hay nada que hacer. La clave, como casi siempre, está en el ‘cómo’. El hecho en como afrontemos la vida en general y las cosas buenas o malas que nos vengan en particular, son pieza fundamental para el desarrollo de nuestra felicidad.

También me voy convenciendo cada día más de que uno alcanza la felicidad cuando ‘juega’ con el tiempo, cuando es capaz de retener cada momento de alegría, de bienestar, de paz interior. El lograr ser consciente mientras está sucediendo de que nunca más volverá ese minuto en el que te sentiste increíble: vendrán otros más adelante, pero ese en concreto ya no. La sonrisa o ese abrazo espontáneo de las hijas, los padres o la pareja, la primera cita romántica o el partido de tenis con tu mejor amigo una vez al año, cada uno lo siente a su manera.

En este punto, les recomiendo hacer este ejercicio para poder cumplir cabalmente con el titular de este artículo. Primeramente, interioricen, pero de verdad-verdad, de que el tiempo pasa y cada segundo se quedó ya en el imaginario o en la foto del celular que no volveremos a ver sino por casualidad algunos años después. Ver crecer a los hijos, el cómo sonríen o descubren inocentemente las pequeñas cosas de cada día, es un regalo divino.

Otra cosa que no debemos perder de vista es el interiorizar que la muerte o la enfermedad nos puede sorprender en cualquier momento, tengamos 5, 40 u 84 años, de manera cruel e inesperada, sin avisar… y sin estar preparado para ello porque forma parte del juego y del disfrute mientras la esquivamos.

Esto, que parece evidente, en realidad es muy difícil de llevar a cabo porque el día a día, los ritmos frenéticos de la vida en las ciudades y el estrés por tonterías, nos aleja de este estado de disfrute: atrapar la felicidad. Como les sugiero, intenten abrazarse a ella como a ese oso de peluche cuando eran niños… y prolonguen esos momentos mágicos. Solamente desde la conciencia de que estamos en un estado sublime, especial, aprenderemos a valorarlos en su ausencia y a separarlos de la vulgar cotidianidad.

El último paso de esta sugerencia: prueben a hacerlo un día completo y a conciencia, solo 16-18 horas quitando las horas de sueño. Eliminen de su agenda las cosas que no hagan con agrado. Ese día vayan a otro ritmo, fíjense en los detalles de sus hijos o el ser querido que tengan más cerca. Hagan algo distinto a lo que seguramente hacen con ellos habitualmente, aunque sean detalles. Mírenlos a la cara, a los ojos, con detenimiento. Sonrrian, jueguen o departan mucho-mucho con ellos, de manera distinta a la de siempre, ojalá con el móvil apagado, que ya nos conocemos.

Les sorprenderá el resultado y, con total seguridad, querrán repetir ese día más veces.

Pues eso es amigos, eso es la felicidad… y cuantos más días lo hagan, más felices y humanos serán.

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