Uribe desafía al imperio

Es posible imaginarse un escenario como el que planteo en esta columna luego de la intromisión de Uribe y de Duque a favor de Trump en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, intromisión que le hizo perder a los demócratas una curul en la Cámara de Representantes a manos de una congresista republicana de Uribe, nacida en Colombia. Lo que más molesta al presidente electo, a demócratas y a muchos republicanos, es la injerencia del patio trasero en un asunto interno. Entonces, qué podría suceder a partir del 20 de enero.

Ordenar el patio trasero

Primero, el embajador Pacho Santos y otros funcionarios de la delegación diplomática en Washington, tendrán poco tiempo para salir del país. Días después Biden cambiará al embajador en Colombia, enemigo de la JEP (jurisdicción especial de paz), columna vertebral del proceso de paz que apoyó profundamente cuando fue vicepresidente de Obama.

Segundo, se retomarán los procesos jurídicos contra Uribe, engavetados luego de que Santos intervino ante Obama y Biden para frenar la comparecencia ante los estrados judiciales y así evitar que el fanatismo uribista bloqueara el proceso de paz, lo cual al final no se pudo evitar. Entonces, hay que resolver de una vez y para siempre si Uribe es o no culpable de tanto crimen de lesa humanidad, y de sus vínculos o no con el narcotráfico y con el paramilitarismo, lo cual solo será posible por una combinación de esfuerzos entre los sistemas de justicia de los dos países. Clarificar esta situación es necesario porque ya su historia es literatura: La Sombra del Presidente, de León Valencia, una magnifica novela sobre Él, que recomiendo leer como literatura y como historia. De la ficción a la impunidad solo hay un paso. Estados Unidos no pueden tener como “mejor amigo” a un gobierno y a un partido con la sombra del narcotráfico, del paramilitarismo, de crímenes de lesa humanidad, de una falsa religiosidad, y empeñado en destruir el proceso de paz. Si Biden no va a fondo en este tema, fracasará con la paz y en su estrategia contra el narcotráfico, y tendrá como “mejor amigo” al “peor enemigo”.

Tercero, ante el fracaso en la lucha contra el narcotráfico el estado colombiano debería regular la producción de coca, como lo ha propuesto el senador Iván Marulanda, lo cual le quitaría músculo económico a la actividad ilegal, pero, aumentaría el nivel de intervención para que sea posible una estrategia de reestructuración de largo plazo de la economía campesina y de abatimiento de los eslabones de la cadena ilícita. Frente a la derrota con el narcotráfico, es necesario aclarar tres cosas: por qué no ha sido efectiva la interdicción; por qué la extradición poco o nada ha servido dado que el negocio aumenta y aumenta; y por qué la estrategia de sustitución de cultivos de coca sólo tiene planes de corto plazo con los cuales es imposible fortalecer la economía campesina mientras sigue la violencia en las zonas rurales puesto que la lucha por los derechos a la tierra continúa sin tregua y ni compasión a manos de los latifundistas de la ultraderecha más fanática y miedosa.

Cuarto, las relaciones económicas no sufrirán porque el TLC favorece a los Estados Unidos, y además sus empresas tienen condiciones demasiado generosas para invertir o hacer negocios en Colombia. Entonces, no le conviene que este país mire otros aliados en un mundo geopolítica y económicamente abierto. Lo que debe hacer el gobierno del norte es liberar condiciones para que Colombia desarrolle capacidades científicas y tecnológicas, y nuevas industrias de alta tecnología. La condición de importador neto de tecnología es una de las razones estructurales por las cuales Colombia tiene alta informalidad, inequidad e ilegalidad, baja productividad, y su competitividad se concentra en pocos productos primarios y poco en los eslabones hacia atrás y hacia adelante de sus cadenas de producción.

Para enfrentar al covid, el desabastecimiento de Colombia en todas las necesidades del sistema de salud, es abrumador, indigno, imperdonable e irresponsable, razón por la cual la estrategia del gobierno y de los gremios económicos es incierta y de corto plazo ya que el futuro del país no depende de su inteligencia y de sus capacidades en investigación y producción para pensar y construir otra economía, por eso solo piensan en una nueva normalidad, lo cual es una anormalidad, considerando que nada volverá a ser como antes porque el neoliberalismo se viene desmoronando desde antes del covid. Los empresarios colombianos no innovan, los tecnócratas no son creativos ni rigurosos ni visionarios en las políticas, por ellos innovan los empresarios, los investigadores y los tecnócratas de Estados Unidos y de otros países.

La economía colombiana está en manos de carteles de importadores, legales o ilegales, que se han hecho fuertes al abrigo de la desindustrialización, de la escasa actividad en ciencia, tecnología e innovación, de la mala calidad de la educación, y de la decadencia del centralismo.

La mirada de los Estados Unidos hacia este sur, ha fallado. No hay certeza de qué tanto pueda cambiar, considerando que los halcones de la muerte siguen en ambos lados. Los de allá y los de acá han montado desde hace décadas un negocio de armas, testaferrato, y lavado de activos, amparados en un deliberado y estúpido discurso ideológico que ha deformado el pensamiento político y la democracia en Colombia y el hemisferio, por eso en éste país los períodos de violencia no terminan, unos conectan con otros, de ahí que la barbarie parece que nunca se irá.

Cincuenta años de negocios criminales, forma culturas ilegales, de corrupción, violencia y destrucción institucional. La buena economía y los buenos componentes de la relación binacional, quedan neutralizados por las asimetrías, la ilegalidad y el fanatismo ideológico en la potencia y en el patio subalterno.

Desafío al imperio

La manera como el personaje del Ubérrimo ha manejado y dado respuesta al asunto de su participación en las elecciones a favor de Trump, fue calculado, y su actitud de confrontación y prepotencia se debe a que cree, que luego de un regaño y de la caída de unas cuantas cabezas, Estados Unidos mirará a otro lado. Creo que se equivoca. El subpresidente no estará en la posesión del nuevo presidente, ni tampoco Él presidente eterno.

La ultraderecha colombiana lleva décadas de acción, gobierno e impunidad, y ha desarrollado capacidades para justificar, distraer, desconocer, mentir, manipular y amedrentar, por eso desafía a Biden, porque es delirante, desestabilizadora y peligrosa. Parece listo a encarar al nuevo gobierno, al congreso y a la justicia norteamericana. Consideran que el imperio está debilitado y que son “indispensables” como el mejor amigo, teniendo en cuenta que los norteamericanos siempre han privilegiado los fantasmas ideológicos internacionales, antes que preocuparse por los problemas internos de los países de su órbita, aunque en el caso de Colombia los problemas internos también son problemas externos: narcotráfico, corrupción internacional, destrucción ambiental, crímenes de lesa humanidad. Sin embargo, en estas elecciones Estados Unidos ha mostrado varias cosas:

Si bien el sistema electoral es un adefesio (deben hacer una enmienda) se demostró que hay una sólida estructura institucional mediante la cual no hubo fraude en ningún estado, incluidos aquellos cuyos resultados impugnó Trump. En Colombia habría corrupción y el equivalente a Trump, ganaría.

El ataque al Capitolio generó una inmediata respuesta institucional, el mismo día en la noche aprobaron la elección de Biden, y la Cámara, con Nancy Pelosi a la cabeza, ha reaccionado para neutralizar al desquiciado presidente saliente y para que nada igual vuelva a suceder. En Colombia, el congreso aún no se habría reunido porque los supremacistas del Ubérrimo son mayoría.

La intromisión de Uribe y de Duque a favor de Trump, conducirá a medidas para que ningún patio trasero intente una aventura igual. Es cierto que Estados Unidos interviene en todas las elecciones presidenciales de América Latina, no debe ser así, pero que un país latinoamericano se meta en las suyas, es otra cosa. De no hacer algo contundente, Biden perderá respetabilidad y el imperio mostrará que se está desfondando. Mientras tanto, Colombia continuará en su decadencia política, económica e institucional, y la paz se acabará de debilitar porque el narcotráfico y la corrupción acabarán de hundir lo poco que queda de instituciones.

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