De los casi ocho mil millones de mujeres y hombres que poblamos el planeta tierra en este siglo XXI, descartados los centenares de millones de infelices y desdichados que en regiones como África y la América más pobre, padecen penurias y literalmente mueren progresivamente de hambre por las odiosas condiciones de miseria en que viven, pocos son los que pueden afirmar que viven sensualmente.
El arte de la sensualidad, cierto es, es uno de los más difíciles de adquirir y ejercitar, no cualquiera es sensual, sensualidad es el vivir con todos los seis sentidos, incluido el de las mujeres que es, quizás, el más importante de todos: la intuición.
La sensualidad es el cultivo del placer, la fórmula inventada por el genial griego que nadie ha podido superar por medio de los sentidos, los cinco tradicionales y el último mencionado que tiene profundas raíces psicológicas.
Todos comemos para no morir de inanición, pero pocos saben realmente disfrutar la comida. Millones hay de seres que tragan hasta llenar sus estómagos sin disfrutar el placer que representa las glándulas y las papilas gustativas, no saben saborear el alimento con devoción.
El humano, como los animales, se aparea, yace con su compañera o compañero, tiene relaciones, muchos genitales antes que la verdadera exploración del cuerpo ajeno en todas partes y recovecos. Pero no todos tenemos la técnica, gracia y arte de disfrutar del sexo como lo hizo el insigne veneciano Giacomo Jacobo Casanova que, según sus memorias, se llevó a la cama y degustó centenares de mujeres no necesariamente bellas, pero si dadoras y recibidoras de placer. ¡Qué distinto al personaje don Juan Tenorio del genial José Zorrilla¡. Casanova, cuya única finalidad era probar su supuesta hembra y capacidad para enamorarla por pocas horas, de la que poco le interesaba su capacidad sensual y amatoria. Con el sexo pasa como con el fútbol, casi todos podemos pegarle a un balón, pero poquísimos podemos hacerlo como Pelé, Maradona o Ronaldo. Comer no es tragar, y tener un orgasmo por mero desahogo no tiene sensualidad alguna.
Los sentidos se van atrofiando con el paso de los años y es un hecho innegable, como nos lo hace notar el gran sibarita español Luis Racionero, que si no se usa la inteligencia en el arte del buen vivir, la sensualidad y el erotismo devienen vulgar y pornográfico.
La glotonería no tiene nada de arte del buen comer, del ser gourmet y sibarita. La pornografía es la sensualidad llevada a su máxima degradación, porque ni el cerebro, ni todos los sentidos participan en el festín carnal.
Soy de los que piensan que la sensualidad se aprende y no es una mera cualidad genética o congénita. Es el producto del cultivo de la mente al servicio de una buena vida. El fenómeno de la sensualidad se comprende fácilmente si pensamos en la manera que viven los italianos. El italiano en su hablar es gestual, apasionado, altisonante, de allí que pocos idiomas sean tan agradables al oído como el de los paisanos de Petrarca, Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci, Giovanni Boccaccio y otros eméritos peninsulares. El italiano es ampuloso, exagerado, dramático, teatral, en todo caso sensual. En el vestir son, como los franceses, los más elegantes del mundo. Artesanos del zapato como Salvatore Ferragamo y del vestido como Ermenegildo Zegna, son por supuesto, de la bota itálica. En el comer han sabido expandir por el mundo el gusto por la pasta, que Marco Polo descubriera hace siglos en su viaje a la China. En música, pocos países del mundo pueden preciarse de tener la escala de Milán como el teatro mundial por excelencia del arte del bello canto, la ópera.
La sensualidad se puede educar, el pueblo paisa hasta hace unas tres décadas, no sabía comer más que arepa, frijoles, chicharrón y mazamorra, especialmente. En este tiempo tercermilenista la oferta gastronómica en Medellín se ha ido poniendo a tono con la de las grandes capitales del mundo.
Quien quiera aprender de sensualidad debe de mirar a Italia, Francia, Grecia y algunos otros países mediterráneos. El refinamiento con el que viven nativos y turistas de la Riviera italiana, la Borgoña y Provenza francesas y también los del golfo de Nápoles y sus paradisíacos pueblos ensoñadores de Sorrento, Amalfi, Positano, Ravello, Praiano y Sorrento, no encuentra rival en el mundo moderno. Goethe, Wagner y grandes pintores, artistas y escritores, han buscado refugio en estos oasis terrenales inigualables para vivir sus ricas vidas artísticas, también poetas y artistas de las viejas China e India nos enseñaron a vivir con profunda y delicada sensualidad.