Y ¿a dónde quedaron las enseñanzas de la pandemia?

Pareciera que nunca hubiera ocurrido y, sin embargo, sí que pasó.  La pandemia por Covid-19, no solo dejó más de 140 mil compatriotas fallecidos, sino que aún vemos sus consecuencias en múltiples dimensiones de nuestra realidad cotidiana, por ejemplo, en la recuperación de las coberturas de vacunación del Plan Ampliado de Inmunizaciones (PAI) o, el menor crecimiento económico del 80% de los países en la Tierra, comparado con el periodo pre-pandémico, según lo ha dicho el Banco Mundial.

Casi como un síndrome postraumático, nos resistimos a recordar aquellos días aciagos, de encierro, incertidumbre, miedo y desesperanza. Pero, lo queramos o no, es necesario aprender y recordar algunas lecciones de ese episodio de nuestra historia reciente, máxime cuando aparecen brotes infectocontagiosos como el actual por MPox —antes, conocida como viruela símica—, declarado en semanas recientes, como emergencia de salud pública de importancia internacional.

Pero, ¿qué tipo de lecciones de la pandemia son las que debemos tener presentes, más allá del coloquial uso o no del tapabocas? —recuerdo con cierta jocosidad la obsesión que llegamos a tener sobre su obligatoriedad por esos momentos en los que estuve en el Gobierno Nacional participando en la regulación del tema—. Bueno, una de las más importantes es que la globalización es un hecho inexorable, que interconecta a los seres humanos más que nunca y dificulta aún más la tarea de lograr la contención de brotes epidémicos.  Hagamos una suerte de comparación rápida sobre el cierre de fronteras durante el Covid, en donde creo que, como sucede en casi todo en la vida, los extremos siempre terminan siendo perjudiciales. Mientras que hubo países con una política de frontera abiertas desde muy temprano como Estados Unidos, aún estando en una fase de crecimiento de casos muy acelerada, hubo otros que tomaron la postura de “Covid cero,” como China.

Para el caso de Estados Unidos, las consecuencias fueron muy severas en número de casos y muertes, provocando el desborde de servicios de salud en ciudades como Nueva York.  Por el otro lado, la política de China también provocó el desborde la capacidad hospitalaria pero casi dos años después; mientras que el resto de la población mundial tenía un alto grado de inmunidad natural —porque “les dio Covid” — o por la masiva vacunación, en ese país, ni lo uno, ni lo otro, así que cuando el Covid terminó retornando al país en donde comenzó —paradójico ¿no? — y fue evidente el fracaso de dicha política, existía una enorme población en la cual el virus pudo diseminarse.  Para hacer la situación todavía más compleja, el brote tardío de China generó millones de replicaciones virales que pudieron terminar en alguna de las famosas variantes que agregaban complejidad al abordaje de la enfermedad.  Finalmente, éste último episodio del gigante asiático, cerró sus enormes y estratégicos puertos, causando traumatismos en la economía global, justamente cuando el mundo comenzaba a consolidar una leve recuperación.

Entonces, ¿cuál fue la verdadera lección de todo esto? La respuesta —como casi todo en salud— es un poco compleja. De una parte, es necesario reforzar los sistemas de vigilancia epidemiológica y respuesta ante epidemias locales que deben tratarse de contener de manera inmediata; por el otro, debe mejorar la coordinación de una respuesta internacional ante aquellos que se van a salir de ese primer momento, a ejemplo el de MPox que estamos viviendo.  En otras palabras, tenemos que prepararnos para los dos escenarios, uno donde sea imperativo el control oportuno, muy exhaustivo y una repuesta dura local —como sucede en los brotes de Ébola— y, otro, donde sabemos que las medidas domésticas no serán suficientes y nos preparemos para la internacionalización de la epidemia.

¡Ojo! El segundo escenario no significa no hacer nada, todo lo contrario.  Implica afinar y reforzar la vigilancia epidemiológica, entrenar y reentrenar al personal de salud y hacer mucha, pero mucha comunicación del riesgo, entre otros. Como me gusta la Historia, quiero hacer un símil a uno de los momentos más decisivos de la Segunda Guerra Mundial, el día D. Los alemanes sabían que la creación de un segundo frente por Europa occidental era inminente —una invasión anfibia—, lo que no sabían era, desde dónde llegaría, así que afinaron su red de espionaje y cayeron “redonditos” en la trampa de los aliados —por fortuna—, quienes les hicieron pensar que ésta se daría por el Paso de Calais y no en Normandía, donde finalmente ocurrió —valga decir que esto no quiere decir que la tuvieran fácil los aliados, pues sigue siendo el desembarco anfibio más grande de la historia y uno de los más sangrientos—.  Utilizando, pues, este ejemplo, debemos afinar nuestra red de inteligencia en salud —los sistemas de vigilancia epidemiológica— y colocar todas las baterías antiaéreas y fuerzas —instituciones prestadoras de salud, tecnologías, medicamentos, vacunas, talento humano— lo más estratégicamente posible para cuando llegue el “enemigo” —virus, bacteria, hongo—.

Ahora bien, existe otra gran lección que, al parecer; no la hemos aprendido del todo bien: la responsabilidad con nosotros mismos —autocuidado— y con los demás.  Para salirnos del trillado tema —aunque, no menor— del tapabocas, aventurémonos al terreno de la conducta humana, esta vez, en lo relacionado al brote presente de dengue —el más grande en la historia de las Américas—. En los países tropicales, es virtualmente imposible eliminar el zancudo transmisor pues, al final, estamos rodeados de selvas y bosques; sin embargo, algo que sí podemos hacer, es modular su reproducción en los sitios cercanos a donde vivimos.  En mis visitas a campo con nuestros equipos comunitarios —hemos hecho más de 14 mil inspecciones a hogares, una cifra que no deja de sorprenderme y por la cual me siento muy orgullo de los funcionarios de la Secretaría Distrital de Salud de Cali—, he presenciado en una gran proporción de ellos, la existencia de recipientes con agua almacenada y o estancada en patios, lavaderos, baldes, materas, etc., a pesar del trabajo de pedagogía que se ha hecho desde hace décadas para evitar que esto suceda.  Las razones para que siga pasando son múltiples y enredadas —sociológicas, socioeconómicas, culturales, en fin—, pero llegamos al mismo punto: el cuidado y la responsabilidad con nosotros mismos, las personas que viven en ese hogar y los que nos rodean.

Con el cambio climático, la mayor demanda y producción agropecuaria, y la globalización como catalizadores de más infecciones zoonóticas y humanas, los ciclos entre pandemias serán, con seguridad, más cortos. Si no logramos transformarnos, veremos mucho sufrimiento traducido en carga de la enfermedad, muertes, inestabilidad socioeconómica y política, hambre.  Queda en todos poderlo hacer. Desde los gobiernos, con mayores capacidades institucionales de sus sistemas sanitarios, portuarios y de protección social; desde las personas, con el cambio de los comportamientos propios, enfocados en la responsabilidad que nos asiste hacia nuestra vida y la de los demás; y desde la academia, con conocimiento útil para la toma de decisiones informadas.

Germán Escobar Morales