La razón más sencilla y reciente es la reforma tributaria, pero la verdad es más amarga y dolorosa, más desesperada y compleja, la verdad es que luchamos por las vidas pérdidas, por las voces olvidadas, por las promesas incumplidas y por la indiferencia recurrente.
No es necesario tener un avanzado poder de clarividencia para ver que la reforma presentada y la aprobada serán muy distintas, el congreso muy probablemente no la apruebe. Los partidos no se arriesgarán a perder la oportunidad de parecer preocupados por las condiciones del pueblo y a cambio de favores aprobarán una reforma “más justa para los colombianos”.
Así que en parte las marchas muestran el descontento por la reforma, pero no es la reforma lo que mueve a este paro, esa fue la llama reciente que avivo a un incendio que estaba latente y un poco olvidado, el temor ante el covid-19 lo había apaciguado.
Se protesta por los niños muertos en combate, eran invisibles antes de los bombardeos, el gobierno los volvió fantasmas. Mátalos antes de que se conviertan en monstruos, esa es la lógica de este gobierno.
Se protesta por la reforma agraria que nunca llegó. ¿Por qué sería?
Grandes terratenientes que están felices con la situación actual, por las ambiciones ganaderas desbordadas que consumen la selva y las reservas, por ineficiencia o una aterradora indiferencia. En otros países se establece un precio mínimo de los productos para asegurar que los campesinos puedan recuperar lo invertido en sus productos.
Se protesta por un congreso amañado, acostumbrado a mostrar sus mentiras coherentes, que poco le interesa reformarse, grandes salarios y poco interés por las suplicas de sus votantes, ejemplo de ello es el hundimiento de la consulta anticorrupción que se tramitaba de forma urgente y tenía “el apoyo” del presidente, no se hizo nada.
En este país las vidas se pierden por defender los derechos de otros, ser reclamante de tierras, proteger el medio ambiente o decir no a proyectos mineros, entre otras causas.
Se rechaza y condena vehementemente la violencia ejercida en contra de comunidades, personas defensoras de derechos humanos, liderazgos sociales y comunitarios, así como excombatientes de las antiguas FARC-EP, situación que se ha agravado en las últimas semanas: esas palabras emitidas por las Naciones Unidas en Colombia en esta semana confirman nuevamente la preocupante situación que se vive en los territorios.
Los líderes sociales y excombatientes son víctimas seguras de atentados y aunque la administración Duque se
Para la ONU “la presencia sostenida de la fuerza pública, acompañada de un despliegue creciente de entidades y servicios públicos, es fundamental para garantizar el control efectivo del territorio y mejorar la protección de las comunidades por parte del Estado, así como para permitir que se consoliden las oportunidades de desarrollo y el estado de derecho”, es claro que todo lo anterior no pasa y la mayor atención -momentánea- de parte del gobierno es cuando ocurre algún asesinato y se hace un despliegue de los tan nombrados concejos de seguridad.
Una de las maldiciones que sufrimos es la corta memoria que tenemos y la normalización de los actos crueles o injustos que suceden en la nuestra sociedad, eso sumado a que las protestas o manifestaciones -aunque sea para reclamar el cumplimiento de los derechos- siempre se ha visto bajo el lente del vandalismo y lo prohibido.
Por lo anterior es difícil entender la pregunta de ¿Y por qué luchamos? Más alla´de las pasiones momentáneas que se puedan ver ante la injusticia, no estamos acostumbrados hacer algo más que -a veces- cuestionar tibiamente y no exigir un verdadero cambio.