Imaginemos un mundo donde la escuela tradicional deja de existir el 8 de septiembre de 2024. Sí, así de drástico. No más clases, no más aulas, no más campanas que indican el cambio de hora. Un día común y corriente, se declara que la escuela, tal como la conocemos, ya no es necesaria.
¿Qué pasaría?
El aprendizaje no se detendría. Al contrario, se transformaría en algo más orgánico, más conectado a la vida real. Los niños y jóvenes encontrarían en sus comunidades, en la naturaleza y en sus propios intereses, el verdadero sentido de aprender. La curiosidad innata se convertiría en el principal motor del conocimiento.
Las ciudades se convertirían en grandes aulas, los parques en laboratorios de ciencia, las bibliotecas en centros de encuentro intelectual, y los hogares en espacios de creatividad infinita. Las habilidades y talentos únicos de cada persona serían el eje de su formación, guiados por mentores, expertos y la misma inteligencia artificial que, en lugar de reemplazar, empoderaría.
Pero, ¿qué pasaría si en lugar de esta visión idealista, la realidad nos golpea con fuerza?
Sin una estructura clara, la escuela podría ser reemplazada por otro centro de cuidado masivo, donde el aprendizaje genuino se pierde entre horarios inflexibles y estándares uniformes.
Los niños y jóvenes podrían encontrarse en entornos controlados por algoritmos, donde el interés personal se subordina a métricas de eficiencia y productividad.
Los parques y bibliotecas podrían convertirse en simples depósitos de actividades repetitivas y sin propósito, donde la curiosidad se atrofia y la creatividad se limita a seguir instrucciones predefinidas.
El acceso a mentores podría depender de quién pueda pagarlos, ampliando las brechas de desigualdad.
La inteligencia artificial, en lugar de ser una herramienta para el empoderamiento, podría convertirse en un mecanismo de control, donde los estudiantes solo aprenden lo que se les programa para aprender, sin espacio para la divergencia o la crítica.
El fin de la escuela, sin un replanteamiento profundo de qué significa realmente educar, podría ser el inicio de una era de conformismo, donde la individualidad y el pensamiento crítico se sacrifican en el altar de la conveniencia. ¿A quiénes convendría?
Entonces, antes de celebrar el fin de la escuela, preguntémonos:
¿Estamos listos para crear una alternativa que realmente libere el potencial de cada persona, o simplemente caeremos en la trampa de un nuevo sistema de control?
Neuropsicóloga