Esta semana se conocieron varias denuncias de acoso y abuso sexual por parte del productor de Hollywood Harvey Weinstein. Dichas denuncias se hicieron públicas y tomaron fuerza cuando muchas actrices reconocieron haber sido acosadas o abusadas por el productor. Alyssa Milano invitó a sus seguidoras en twitter a responder con el hashtag #metoo contando sus historias con el fin de evidenciar la verdadera dimensión de los casos de acoso o abuso hacia las mujeres.
El hashtag se hizo tendencia en pocas horas y pasó de ser #metoo a ser #yotambién, #moiaussie, #ancheio, demostrando que esta es una problemática mundial. En mis redes sociales he podido ver mujeres de todas las edades y condiciones sociales uniéndose a la campaña y relatando con valentía experiencias de vida muy dolorosas que las han marcado. Aunque para el año 2016 el Instituto Colombiano de Medicina Legal reporta 21.399 casos por cada 100.000 habitantes en los cuales se han realizado exámenes médicos a mujeres (73,98%) y hombres (26,02%) por delitos sexuales, esta cifra aunque alarmante, dista mucho de ser una cifra real de los casos que se presentan en Colombia. La violencia sexual se ha normalizado y muchas personas no denuncian los casos por vergüenza, por temor a ser estigmatizadas, por temor a que no les crean o por temor a las represalias de los agresores y sobre todo, la impunidad.
Las mujeres ni siquiera reconocen que han sido acosadas o abusadas porque desde pequeñas se nos enseñó a normalizar la violencia sexual. He vivido muchas experiencias de abuso y acoso a lo largo de mi vida y son tantas que ya perdí la cuenta.
Hace varios años caminaba por la calle 80, iba a dictar una clase de italiano en la casa de un niño de 8 años. Tenía que caminar una cuadra aproximadamente. Iba por el andén, al lado de la cicloruta vi venir dos jóvenes de aproximadamente 18 años en una cicla. Estaba esperando que pasaran por mi lado pero me pareció que les estaba tomando mucho tiempo y me voltee a mirar por dónde venían porque pensé que me podrían robar. Cuando voltee vi que venían muy despacio. Aunque iba muy alerta no me esperaba lo que pasó. Cuando llegaron a mi lado el que iba en los tornillos me pegó una palmada en la cola y me la agarró. Fue tan fuerte que la mano me quedó marcada y me salió un morado. Me miraron, se rieron y arrancaron nuevamente en la cicla. Todo pasó tan rápido y fue tan doloroso que no hice nada.
Una vez iba para mi oficina que quedaba en la 32 con séptima. Cogí un taxi en la calle para dirigirme hacia dicho lugar. El conductor parecía una persona del común, le pedí que tomara la autopista, las caracas, la 34 y la séptima. Todo el camino el conductor me miraba por el retrovisor y eso me alertó. En la calle 39 el conductor empezó a subir para meterse por el parque nacional. Le pedí que tomara la séptima pero solo se rió y siguió. Pasando la séptima se bajó la cremallera y se empezó a masturbar. Había puesto los seguros y yo no tenía como abrir la puerta. Por cosas de la vida cogió la quinta y yo bajé el vidrio hasta donde se podía bajar. En la esquina de las torres del parque tuvo que frenar porque el semáforo estaba en rojo y ahí aproveché para salirme por la ventana del taxi. Un transeúnte se dio cuenta de que algo estaba pasando y se acercó y me ayudó a salir. El tipo me cogió de un pie y forcejeamos hasta que me solté y salí. Llegó la policía y el taxista empezó a alegar que yo estaba tratando de no pagar la carrera. El señor que me ayudó les contó a los Policías que el señor tenía el pantalón abierto y que me había tocado salirme por la ventana. Los Policías me dijeron que era mi culpa por ir en falda y que si quería pusiera la denuncia pero que no iba a pasar nada. Decidí no poner la denuncia y llamé a la empresa de taxis a poner la queja, manifestaron que ese taxi no trabajaba con ellos y que no podían hacer mayor cosa.
Una de las razones por las que dejé de usar Transmilenio fue justamente esa. El año pasado un tipo de lo más normal, en corbata, perfumado y con buen semblante se montó en el Portal del Norte en el mismo bus en el que yo iba, los dos íbamos de pie. El bus iba bastante lleno pues eran las 6 y 15 de la mañana. Yo iba para la 63 y en la estación de los Héroes el bus se desocupó un poco. Empecé a sentir que me rozaban la cola pero cuando miraba no veía a nadie tocándome. Me voltee dándole la cara al tipo y puse mi mochila entre las piernas y la cola contra una pared del bus. Iba mirando la mochila cuando el tipo mandó la mano para tocarme. Lo ví y él me vio. A pesar de estar haciendo contacto visual el tipo intentó mover la mochila para tocarme. Le cogí la mano con fuerza pero temblando. Cuando el bus se detuvo en la estación de la calle 63 le solté la mano, me bajé del bus y lo único que fui capaz de hacer en ese momento fue gritarle una grosería. Sentí mucha impotencia porque el temor me invadió y no fui capaz de hacer nada más, porque en el bus muchas personas vieron lo que estaba pasando y nadie hizo nada. Este año me tocó montar en Transmilenio nuevamente, iba de la estación del CAN hacia el Portal Norte. Tenía puestas unas botas negras, medias pantalón gruesas y una falda entubada. Cuando íbamos por la carrera 30, cerca de la Universidad Nacional una señora de unos 50 años se montó al bus en el que yo iba. Durante todo el camino la señora no dejaba de mirarme y hacer mala cara. Llegando a la calle 127 se me acercó y me dijo “Por vestirse así es que las violan, y después se quejan” y se bajó del bus. Nuevamente quedé pasmada, molesta y desconcertada. Era una mujer que hubiera podido ser mi mamá y que le pareció bien decirle a una completa extraña que su forma de vestir era un llamado a ser violada y que además, si ese hubiera sido el caso, lo hubiera merecido.
Esos son algunos de los ejemplos de lo que me ha tocado vivir por el simple hecho de haber nacido mujer, sin contar los incontables y humillantes “piropos” que me gritan por la calle que nunca debemos confundir con coqueteo o halagos.
He tomado algunas medidas de autocuidado. Ya no cojo Transmilenio a menos de que no tenga otra opción, nunca cojo un taxi en la calle, cargo un gas pimienta en la cartera y siempre que me toca caminar sola por la calle lo llevo en la mano. No he dejado de ponerme faldas ni vestidos ni lo voy a dejar de hacer porque como visto no es una invitación a nada. Sin embargo, así tome todas las medidas del mundo es imposible reconocer a un agresor. Vienen en todas las formas, colores, tamaños, edades y no tienen estrato. Y las víctimas lo somos solo por el hecho de ser mujeres y el abuso deriva del machismo arraigado en nuestra sociedad donde los hombres piensan que tienen un poder sobre las mujeres que les da derecho a agredirlas. La violencia sexual es también violencia de género y empieza desde que somos niñas. Es labor de todos educar a los niños y niñas para que rompan con el machismo y aunque es muy difícil para nosotras, es necesario siempre denunciar. Esta campaña realmente ha puesto la lupa sobre el tema y es alarmante ver que son más las mujeres que han sido abusadas y acosadas que las que no lo han sido.
Yo las y los invito a que se unan, ya sea contando su historia o compartiendo el hashtag en el idioma que quieran para que se siga visibilizando esta problemática y se cree conciencia.
Twitter: @Diana_Noguera