“El bosque es precioso, oscuro y profundo. Pero tengo promesas que cumplir y millas por recorrer antes de dormir.”
– Robert Frost

Cuando tenía casi 4 años, recuerdo estar sentado en una sala de cine junto a mis papás a punto de ver Matilda. Me encontraba un poco distraído pues apenas estaban iniciando los cortos que no me llamaban la atención y entre crispetas, nachos y gaseosa estaba entretenido en otras cosas. Mientras intentaba comer de todo rápido sin mirar mucho a la pantalla, recuerdo que sonó una música y de repente, apareció un paisaje en la gran pantalla y esto logró llamar por fin mi atención.

Un cortometraje acerca de unos aventureros recorriendo en camionetas 4×4 el Gran Pantanal en Brasil logró hipnotizarme por completo. No podía creer lo que estaba viendo, mi cara de felicidad era inexplicable, momentos simples como estos sin duda ayudaron a desarrollar mi gen viajero y mi ilusión por ir a lugares como el que estaba en la pantalla. Al ver cómo los vehículos cruzaban los enormes pantanos llenos de una infinidad de árboles verdes gigantes, los animales que aparecían y el paisaje tan espectacular, me enamoré de la aventura. En ese instante mi papá al ver mi cara de asombro me hizo la promesa que algún día íbamos a llegar a ese lugar y recorrerlo como aquellos intrépidos exploradores.

El cortometraje hablaba de la gran importancia del Gran Pantanal y mencionaban que es el humedal más grande del mundo. Está ubicado principalmente en Brasil, aunque en épocas de lluvia, logra extenderse hasta Bolivia y Paraguay y gracias a su riqueza natural, es uno de los ecosistemas con más biodiversidad del planeta. Tristemente como muchos de los lugares naturales de este increíble planeta, está bajo la amenaza del ser humano. La creciente demanda de madera, la necesidad del crecimiento de la industria y el insaciable apetito del ser humano por la caza y la pesca, han llevado al humedal más grande del mundo a estar al borde del colapso y el riesgo que corre es muy alto.

Los años pasaron y aunque no olvidaba aquel momento en esa sala de cine, era una promesa que no tenía muy presente ni que pensé en algún momento realmente se fuera a cumplir. Pero luego de que emprendiéramos un viaje por Sur América en moto y recorriéramos gran parte del continente finalmente habíamos logrado llegar a Brasil. Tras haber visto lugares fascinantes como el Glaciar Perito Moreno en Argentina y las Cataratas de Iguazú en Brasil y Argentina, estábamos deslumbrados por el paisaje que estábamos viendo esa mañana que salimos de Cuiabá. Rodeados de inmensos árboles, lagos y ríos, el paisaje me iba recordando poco a poco a algo, aunque no sabía muy bien que era.

Mientras recorríamos la selva brasileña sin percatarnos hacia donde estábamos yendo, disfrutábamos de cada rincón de este país y de los animales que desde los árboles nos miraban. Entre capibaras desde la orilla de los ríos nos saludaban grupos de tucanes, guacamayas volaban sobre nosotros y grupos de micos que se mecían sobre los árboles nos daban la bienvenida a un paraíso.

De repente, mientras acelerábamos en nuestras motos, vimos un letrero que nos invitaba a un hotel, nada llamativo y aún estábamos muy lejos de nuestro destino ese día, sin embargo, algo llamó mi atención. El slogan del hotel hablaba acerca del Gran Pantanal y las actividades que se podían hacer acá. Tarde unos segundos en acordarme hasta que con un grito por el intercomunicador de las motos le pedí a mi papá que se detuviera inmediatamente. Nos bajamos de la moto y aunque mi hermano no entendía muy bien que pasaba, nos dimos un abrazo entre algunas lágrimas que se nos escurrían de los ojos y mi papa me dice: “Promesa cumplida”

¡Habíamos llegado al Gran Pantanal sin buscarlo, sin quererlo, sin esperarlo! Aunque duramos meses planeado la ruta antes de salir de Colombia y constantemente íbamos revisando destinos y qué visitar, no habíamos caído en cuenta que nuestro recorrido nos iba a acercar a ese lugar que vi en los cortos del cine. Yo pensaba que estábamos cruzando el Amazonas, jamás pensé que éste fuera el destino que me habían prometido hace casi 20 años.

El Gran Pantanal se convirtió en un símbolo para mí, un símbolo de oportunidad. Éste destino me demostró que lo que uno se propone lo atrae y lo puede cumplir. Aunque haya sido sin querer, sin tener un plan definido, el destino y nuestro inconsciente atraen lo que uno más desea y quiere.

Al llegar la noche y haber logrado cumplir esta promesa, entre mis pensamientos descubrí que esto es lo bonito de viajar. Los grandes recuerdos que quedan grabados en la memoria son el detalle de la felicidad. Hoy en día los viajes que hago por el mundo son esto, coleccionar momentos especiales, amistades, paisajes, sonrisas, caídas, chapuzones y una infinidad más de momentos y situaciones que no se crean de otra manera con tanta intensidad y se conservan en el corazón y la memoria.

Los viajes abrieron mi mente y me invitaron a soñar más, liberé mi cuerpo y mi alma y me adentré a la aventura. Los recuerdos del mundo se volvieron mi vida y mi pasión. Me atrevo a decir que salté al vacío para recorrer este planeta y mi invitación es a que hagan lo mismo. Cada uno tiene sus gustos, sus formas y sus tiempos, saltar los ayudará a coleccionar recuerdos, trascender en su memoria, a volar y a ser feliz.

Los invito a seguir mis aventuras por el mundo, compartir con ustedes mis experiencias y que esta sea la forma más especial de contarles mis recuerdos y así coleccionar promesas y memorias.

La aventura nos espera, prometan a ustedes mismos conocer un destino cada año, no importa que tan lejos o cerca sea; lo importante es que los ayude a cumplir sus sueños y a llenar su mente de buenos momentos y recuerdos que siempre harán parte de su memoria.

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