Este viernes 14 de agosto, Óscar Ruiz Navia estrena su cuarta película Fait vivir. El filme se halla entre un híbrido de lo documental con aspectos de ficción y capta el recorrido por 6 años en Colombia de la Gypsy Kumbia Orchestra, una agrupación con músicos de diferentes rincones del mundo y está radicada en Montreal, Canadá.
Todas las aventuras, peripecias, encuentros, retos y logros de esta agrupación se retratan con la narración de Manuk Akán, un niño que expone su juicio sobre lo que siente y ve a través de este viaje.
La agrupación, en su búsqueda de sonidos y ciertas raíces de la música ancestral en Colombia, atraviesa una serie de vicisitudes. Pero no solamente se queda en lo musical, también explora otras facetas del arte como la danza, el circo y el teatro.
El cineasta caleño ya ha dirigido películas como El vuelco del cangrejo, Los Hongos y Epifanía. Inicialmente, esta película iba a ser lanzada en abril, pero el cierre total de las salas de cine a final de marzo retrasaron su estreno.
El director Óscar Ruiz Navia sostuvo un diálogo para Confidencial Colombia en el que el foco principal fue Fait vivir, aunque también tocó temas como la situación actual del cine colombiano y el aspecto político. Fue casi media hora de conversación. A continuación lo que nos contó.
¿Qué enseñanzas para su carrera dejó Epifanía?
Óscar Ruiz Navia: Muchas enseñanzas. Yo aprendí bastante con ese proyecto. Fue una codirección con otra cineasta sueca. Fue muy importante esa colaboración. Cando se hace una codirección se debe aprender a saber que todas las cosas uno no las va a decidir, sino compartir esas decisiones. Epifanía tiene la impronta de mi codirectora y aprendí muchas cosas de ella. Su mirada, su forma de filmar, de editar o diseñar el sonido. Esa película fue un recorrido espiritual por la propia historia de la vida de mi mamá y de mi familia. Fue un viaje interior y creo que me permitió conocer mucho ese ser que he tenido toda la vida, pero verla a través del proyecto cinematográfico le dio otra dimensión a nuestra relación y nos acercó muchísimo.
¿Cuál fue ese germen en específico que lo empujó a llevar a cabo Fait Vivir?
Óscar Ruiz Navia: Yo comencé el proyecto en 2012. Al principio seguía a esta agrupación de manera muy espontánea porque no tenía mucha claridad que iba hacer una película en un principio. Después de conocerlos ellos me avisaron que iban a hacer una gira por Colombia y en ese momento tomé la decisión de seguirlos y filmar todo este momento en 2014 por varias ciudades y pueblos colombianos. Tras ese proceso comencé a escribir más la propuesta y me di cuenta de que la película necesitaba más imágenes y sonidos. Más allá de la experiencia de un viaje me interesaba poder retratar la esencia de la colectividad. Tuve la oportunidad de contar con la producción de Telepacífico, que fueron unos socios fundamentales y los que primero confiaron en el proyecto.
Luego, con más recursos pudimos plantear una propuesta de producción, volver a filmar y complementar esas ideas que teníamos. Realmente lo que me motivó de la agrupación fue su talento, su fuerza y la capacidad colectiva de generar en la audiencia una emoción muy grande. Además, la forma en cómo ellos proponían una forma de ser familia que es atípica y se sale de los cánones conservadores de lo que significa ser familia. Es una familia alternativa donde hay respeto, escucha, diferentes generaciones y libertad.
¿Cómo fue el tema del rodaje y el acompañamiento de la orquesta por varias zonas del país?
Óscar Ruiz Navia: Hubo diferentes fases. La fase del viaje fue muy austera, más cercana a lo que se conoce convencionalmente como un documental. Un equipo pequeño y una cámara pequeña. Éramos el sonidista y yo, porque yo operaba la cámara. En ese tipo de imagen no hay mucho control sobre las cosas, somos -más bien- testigos de lo que pasa frente a nosotros. Ya en la fase que se realizó en Montreal donde capturamos el show Makondo, que es esta obra multifacética creada por la Gypsy Kumbia Orchestra, tuve la posibilidad –porque contaba con los recursos- de crear un pequeño ‘crew’. Estaba un director de fotografía canadiense llamado Vincent Biron, un sonidista colombiano radicado en Montreal llamado Pablo Villegas, el microfonista René Portillo, una productora de campo y hubo una infraestructura mayor. Este era un aspecto más ficcional de la película y para quienes no lo han visto encontrarán esos momentos. Esa aparente realidad se va transformando y se va llevando más a la ficción o la fantasía teniendo en cuenta que la película está narrada por un niño y todas las imágenes que vemos en el teatro son en apariencia su imaginación.
“Hay un problema de concepción del arte en sí, hace falta cultura”
Este año ha habido como mucha relación entre el cine y la cumbia. Digamos que hubo el documental de El mundo perdido de Cumbiana con Carlos vives o la película en Netflix de Ya no estoy aquí ¿Cómo fue ese tema de investigación y de ilustrar la propuesta musical de la Gypsy?
Óscar Ruiz Navia: Ellos como agrupación tenían su proyecto musical relacionado con la cumbia. Los directores de la agrupación son colombianos que llevan muchos años en Canadá y tenían un enorme deseo de investigar sus raíces. Para ello, deciden hacer esta gira para llegar al Caribe y tener la posibilidad de encontrarse con otros músicos en San Basilio de Palenque, San Jacinto, Santa Marta y Cartagena. Realmente no hice una investigación musical, los investigué a ellos como personajes y artistas que ya habían hecho su investigación musical. Por supuesto aprendí muchísimo sobre estos temas, pero fue a través de la investigación que hicieron.
Ellos encontraron mucha similitud entre la cumbia y la música balcánica en términos de ritmo. A nivel musical hay una similitudes a nivel de compases, lo que hace que se pueda articular muy bien los vientos del este -las trompetas y trombones- con las percusiones más afrodescendientes. Esto es interesante porque hay una aparente distancia entre estas dos culturas. Le escuché a los mismos integrantes de la Gypsy la idea de que el pueblo rom (gitano) y el pueblo africano comparten una historia de dolor, desplazamiento y violencia, y ambos pueblos en sus tiempos y espacio determinado encontraron en la música una forma de seguir adelante como cultura. Hay una cuestión de orden ideológico y no solo musical que daba una motivación para hacer una fusión.
En ciertos momentos el relato del niño le da fuerza a esas imágenes que vamos viendo ¿Por qué razón decide ponerlo como narrador principal?
Óscar Ruiz Navia: Fue algo que fui encontrando en el camino. En un principio no lo contemplaba así, pero al ver cierta cantidad de material que había hecho me di cuenta inconscientemente que estaba muy atento al ver a este niño. Me impactaba su mirada inocente, descubriendo el mundo por primera vez alrededor de estas personas. Yo quería que la película tomara una dimensión más allá del realismo clásico. Pensé que si ubicaba la narración desde el punto de vista de él podríamos generar otra dimensión en la película. Hay mucha admiración por ese niño de mi parte porque me pareció potente verlo rodeado de estos músicos desde que era un bebé. Siento que la película es de transmisión, uno ve cómo se transmite un legado a una nueva generación.
En la película se ve un poco el híbrido entre el documental y la ficción con la propuesta teatral que vemos ahí ¿Cómo logra llegar a ese equilibrio en esta película?
Óscar Ruiz Navia: Yo parto de la idea de que todas las películas son ficciones, incluso el documental, que creo que es otra forma de hacer ficción. Siento que en el cine contemporáneo la brecha entre el documental y la ficción está muy rebatida. Muchas películas interesantes que se están haciendo en el mundo plantean esa línea difusa que hay entre estas dos formas aparentes de hacer cine. En todas las películas que he hecho he trabajado con ese mismo espíritu. En El vuelco del cangrejo hubo mucho tiempo de escritura de guion, pero cuando fui a rodar cambió mucho de acuerdo a lo que iba pasando con los personajes, muchos diálogos fueron espontáneos… Lo mismo pasó con Los Hongos y Epifanía. Son películas híbridas. Fait vivir no es una excepción. Comienza siendo un documental, pero en ese sentido se emparenta con las otras que comenzaban siendo más ficciones y después se iban a lo documental. Este juego genera una enorme dificultad, porque a priori no puedes mostrar el guion y –como pasa en otras películas- que sea igual a la película. En los trabajos que he hecho eso no pasa. Obvio hay una fase de guion y escrituras, luego en el rodaje y en el montaje vuelve y se escribe. Son películas que necesitan ese caminar para que lleguen a su punto ideal. Son proyectos difíciles de planear con anticipación de forma completa.
Deciden lanzarlo en este formato virtual ¿Ve todo lo que está pasando con la pandemia como una dificultad del todo o más bien una oportunidad de descubrir y afianzar nuevos formatos de distribución distintos a la sala de cine?
Óscar Ruiz Navia: Frente a este punto voy a ser muy franco, a mí me gusta mucho la sala de cine. Creo que es una experiencia única, una forma de entrar en el mundo que propone una película y tiene que ver con unas condiciones técnicas idóneas donde uno puede estar inmerso. Pero ante la situación en la que estamos debemos ver esto como una oportunidad, porque si nos quedamos solamente con el deseo de presentarlo en una sala de cine solamente, pues no sabemos cuándo va a pasar eso. Fue una película que íbamos a estrenar en abril y tuvimos que aplazar el estreno. Cuando ya estábamos embalados a lanzar ese estreno dijimos: “Vamos a estudiar cómo podemos hacerlo online, que le llegue a mucha gente y ahí surge la posibilidad de abrir todos los territorios”, y la película ahora va a estar al alcance de todo el mundo. Lo que aparentemente era una dificultad estamos volviéndola una oportunidad. Evidentemente el consumo de productos cinematográficos en lo virtual lleva mucho tiempo, pero con la pandemia se ha intensificado de una manera que vale la pena aprovechar.
En esa especie de adaptación de Cien años de soledad con la historia de ficción que se cuenta, se nota un poco ese tema de que las personas que quieren expresarse libremente son reprimidas y se traslada incluso a la realidad. Antes del COVID-19 tuvimos todas estas manifestaciones reprimidas y demás ¿Cómo ve el panorama del país en relación a esto y cómo el cine puede aportar a que esto quizá cambie un poco?
Óscar Ruiz Navia: En la película se cuenta un mito inspirado en apropiaciones libres de lecturas garciamarquianas, donde se supone que hay un pueblo perdido en el trópico llamado Makondo en el cual se ha prohibido la fiesta, el color, la música y hay un poder oscuro controlando la población. Un día llegan los Girovagos –gitanos cargados de música con instrumentos- y le traen la solución a este pueblo que está hundido en la violencia, tristeza y dolor. Esto se cuenta en la película como un mito o una fábula para un niño, pero evidentemente son símbolos o metáforas de nuestro país que lleva 60 años en guerra con un proceso de paz que se ha visto obstruido los últimos dos años. Un país que no se ha reconciliado, no ha dicho la verdad y aún está en una guerra, quizá no de la misma manera que hace unos años, pero seguimos en guerra.
Para quienes creímos en la paz en su momento ha sido una enorme frustración porque imaginábamos un país diferente. La paz no es algo que se logre con un tratado, ni siquiera metiendo a la cárcel a la gente. Eso no es para nada la paz. La paz es construyendo políticas de estado para que la mayoría de esas personas puedan acceder a educación, salud, cultura y arte. Los países más elevados son aquellos que tienen acceso a la cultura. Me pregunto ¿Qué pasaría si en todas las escuelas de primaria se le enseñara a los niños música? Creo que en unos años seríamos una sociedad mucho mejor. Desafortunadamente, desde ciertas esferas del poder se ve la cultura como algo adicional o accesorio para perder el tiempo, y no se dan cuenta de que la cultura y las artes son esenciales para la espiritualidad del ser humano. Cuando el ser humano tiene el alma llena, y no vacía y frustrada, como individuos somos capaces de enfrentar otro tipo de situaciones y problemas si tenemos esa sensibilidad y capacidad de raciocinio, de decir esto no me gusta o esto sí.
Lo que le falta a los colombianos es mucha estética ¿Me entendés? Los colombianos ni siquiera entienden esa palabra –no todo el mundo- pero muchos no la entienden. Cuando empezamos a entender qué es estético podemos decir: “En esto no me meto. Esta cultura traqueta no me interesa, es horrible”. Pero como no tenemos esa cultura y esa vocación, a veces nos vamos metiendo en cosas que al final nos llevan a muchos problemas de violencia, corrupción e intolerancia en general. El arte y la cultura, más allá de cambiar las cosas, sí puede generar preguntas, reflexiones o motivar a la gente a hacer las cosas. Creo que Fait vivir es una película –que si bien tiene una ideología, porque uno como realizador de alguna forma transmite su ideología – busca a través de la emoción y la estética generar en el espectador un sentido abierto, que cada persona decida lo que piensa y lo que quiera hacer. Aunque sí creo que hay algo notorio en el filme y es que invita al movimiento, a la libertad, si se quiere al compartir. Eso nos hace mucha falta en Colombia.
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¿En qué situación ve desde su perspectiva el cine colombiano?
Óscar Ruiz Navia: El cine colombiano es muy diverso. Desde hace unos 15 años ha empezado un movimiento muy interesante donde ha habido muchos realizadores que hemos tenido la oportunidad de hacer diferentes propuestas y uno en ese desarrollo va aprendiendo más en lo que va haciendo. En este momento hay muchas directoras y directores que proponen cosas interesantes. Hemos llegado a un nivel técnico y estético muy alto, pero creo que hay que trabajar mucho más en el ámbito de la exhibición porque hay muchas películas que se quedan todavía en nichos muy pequeños o que se ven más afuera que en el propio país. Esto tiene muchas razones y la principal es que quienes tienen las pantallas en el país no entienden la importancia que tiene el cine para una nación, sino que ven esto como un ejercicio económico donde en el que si hay un producto con poca rentabilidad no sale, no importa si tiene muchos triunfos a nivel cualitativo, solo importa lo cuantitativo. Eso hace parte de una política general que hay sobre la cultura en Colombia y es esta idea de que toda la cultura tiene que ser productiva. Teóricamente suena bien, pero en la práctica ¿Qué es lo productivo en el arte? ¿Solamente el dinero? ¿Qué pasa si uno muestra una película de una comunidad y la impacta favorablemente? Allí hay un gran triunfo en la película así no genere dinero.
Hay un problema de concepción del arte en sí, hace falta cultura. Incluso las personas que tienen poder. Hay gente con mucho dinero y poder, pero es ignorante. Ese es un gran problema en este país. Creo que a nosotros lo que más nos hace falta es la educación. Cuando tengamos más educación vamos a poder valorar mucho más el arte o el cine y vamos a darnos cuenta de que aquí lo que se necesita no solamente cineastas que hagan películas tipo americano o tipo Netflix –que está bien que existan y es importante que existan- pero lo lindo del cine es que haya distinto tipo de cine. A los países que mejor les va en el cine uno ve que hay un apoyo, un valor en todos los estamentos desde los exhibidores, productores, realizadores… Por ejemplo, Francia es un país que ama el cine, que cuando ve un cineasta que está haciendo algo nuevo lo apoyan, no lo ven como un bicho raro y creo que ahí nos hace falta crecer mucho todavía en cinematografía. Lo importante es seguir haciendo cine y seguir reflexionando sobre ello.
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Fait vivir contará con un estreno virtual este viernes a las 7 de la noche desde la sala virtual de la Cinemateca de Bogotá. Estará presente Óscar Ruiz Navia en un conversatorio junto a Juancho Valencia de Puerto Candelaria y los protagonistas de la película. Para comprar las boletas dejamos este instructivo dando click aquí.
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