Después de ganar el Premio Ñ Clarín Novela 2017 con Aquí solo regalan perejil, Luis Luna Maldonado vuelve a repercutir en la literatura nacional con Muertos bajo tierra fértil.
La novela fue estrenada bajo la editorial Tusquets y ya se encuentra en las principales librerías del país. Luis Luna, oriundo de Pamplona, Norte de Santander, pero residente en Barcelona, España, ahora toca un tema sensible en la actualidad colombiana como lo es la desaparición forzada.
Sinopsis
Luego de 40 años dirigiendo la página roja de un diario de provincia, Aristides –enfermo de cirrosis– regresa a su pueblo natal. Poco antes de llegar, lo asalta un recuerdo: el cuerpo amoratado que vio sacar del río cuando era niño…. Investigar esta desaparición será como abrir una lata de la que emergen corrupción, silencios opresivos y violencia renovada, además de una inesperada conexión con su novia de su juventud y su sombrío esposo
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Para explorar los pormenores de Muertos bajo tierra fértil, Luis Luna Maldonado respondió un cuestionario que intentaba indagar sobre lo más fundamental del libro. A continuación lo que nos dijo.
¿Cómo surge la creación de este libro?
La historia nace de un recuerdo remoto. Cuando iba por los 12 años o algo más ese niño vio algo que le impresionó: estaban sacando un cadáver del río Pamplonita y esa imagen se alojó en algún recodo de la memoria. Mucho tiempo después escribí uno o dos párrafos con esa memoria y más tarde, sobre 2018 le metí el diente en serio, dándole un contexto y creando alrededor la historia de un periodista, que se aferra a un recuerdo similar para salir de su hundimiento profesional y personal, convirtiendo a su muerto en una obsesión.
La fertilidad siempre va a ser un concepto asociado con la vida, pero –al menos en el título del libro– contrasta con lo opuesto que es la muerte ¿Cómo abordar el fondo de esta paradoja?
Recuerdo que mi primer trabajo fue titular películas de cine. Y ese oficio, aunque remoto, creo que ha servido -o al menos lo creo así- para salvar estos bautismos. El aparente juego de palabras que expone el título Muertos bajo tierra fértil no es más que una alusión directa a uno de los deportes nacionales: la desaparición forzada de personas. En ese suelo del que tanto nos ufanamos los colombianos, tan pródigo y fecundo se esconden miles de cadáveres, en esas aguas tan abundantes y generosas flotan cuerpos sin nombre.
Colombia tiene anti-récords de ser el país con más desaparecidos y tener la fosa común más grande como lo es La Escombrera, al final hay un desgaste de los familiares de las víctimas para la búsqueda de los restos y de una verdad ¿Cómo aborda esa búsqueda de la verdad el personaje principal dentro de la historia?
Sí, según Cruz Roja Internacional, en Colombia la cifra de desapariciones supera las 120.000 personas. Y a saber cuántas más están sin contar. Los expertos en bautizar “operaciones” deben tener la respuesta. En uno de los apartes de la novela, Aristides, este periodista en desgracia y protagonista de Muertos bajo tierra fértil es interrogado por un magistrado en retiro. El viejo –entre unos coñacs muy finos– le pregunta: “a usted qué le importa más, la verdad o que le crean”. Al ver que el reportero no atina a responder mientras aspira su cigarrillo a fondo, el viejo remata: “la verdad es como el sol, por más que se intente burlar sabemos que saldrá, ya sea a broncear posaderas o a pudrir despojos, pero saldrá”. Preguntas o sentencias así, hay cientos. Pero los familiares de los desaparecidos necesitan hechos, responsables y sentencias. Y una tumba digna para su gente. Ya sabemos cómo es la cosa, algo se alcanza como en el caso de La Escombrera, pero estos personajes oscuros siguen paseando su sonrisa, que es más ancha que las fosas que ordenan cavar.
¿El hecho de que el personaje principal se anime a desenterrar en sus recuerdos esa historia puede relacionarse con el anhelo y la esperanza de quienes también esperan encontrar bajo toneladas de tierra y desenterrar los restos de sus seres queridos?
En cierta medida sí. Esta historia, la de un cadáver íngrimo en un recodo del país, es la historia de todas las personas que han sufrido desaparición y el dolor de sus familiares, suplicio que no alcanzamos a imaginar quienes miramos desde un balcón esta tragedia. Hace unos años fui invitado por un amigo editor a la presentación de un libro en Burgos y asistimos a las excavaciones de fosas comunes de la guerra civil española. Conocí personas –ya ancianas– que habían estado más de medio siglo esperando respuestas. Imagínense. No sólo se trata de encontrar los restos, aquí, en Colombia, en México o en el Cono Sur; y después lograr identificarlos para dar un alivio a las víctimas (porque lo son) que esperan y esperan algún indicio. También se trata de penalizar a los agresores “desaparecidos” a simple vista.
Tratar un tema tan delicado en la literatura como la desaparición puede ser algo complejo ¿Se enfrentó a algún tipo de dilema ético o sensible mientras escribía esta historia?
Una novela tiene que decir algo, comprometerse con una problemática, arrojar interrogantes, incomodar. Aristides adopta esta persona sin nombre ni paradero y lo toma como una bandera; seguir y encontrar la huella de SuMuerto se convierte en su cometido, un poco por rescatar su carrera maltrecha y la aceptación de dos mujeres que han marcado su vida, y otro tanto por reivindicar justicia (esa palabra carcomida) para todos los desaparecidos. Y claro, en la búsqueda de ese N.N. y de esos huesos tropezará con las zancadillas del silencio, los espejos opacos y los dilemas que el autor le traslada. En realidad, el aprieto para quien escribe, es contar bien una historia con los ingredientes que ha escogido.
A diferencia de su primera novela, que estaba más ligada al tema de la migración ¿Sus lectores podrían encontrar patrones similares entre ambas historias al menos desde la estructura?
Son diferentes en el armazón. En Aquí sólo regalan perejil se trabajó un relato en paralelo, en temporalidad y en espacios, además de que el narrador estaba en primera persona. Si algo tienen en común es que las dos tratan temáticas sociales, por infortunio vigentes. También hay un tratamiento (no lo debería decir yo) en el cuidado en la construcción de personajes y en el manejo del lenguaje. Y comparten recursos tan nuestros como la sorna y la socarronería; Mina, la fotógrafa de la página roja de La Tribuna y compañera de Aristides, en algún momento le dice: “en este puto país hacemos de lo macabro un chiste”.
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