Los grandes medios lanzaron hace un año el negocio de la campaña presidencial 2018. Un mercado y un instrumento de manipulación política, según el interés de sus trimillonarios dueños. Los demás somos el público y los payasos de la carpa. Así funciona en Colombia la “democracia” de una sociedad superficial, retrógrada, y violenta.
En medio de un enfangado ambiente político e institucional, al que se suma una economía en crisis por culpa de un modelo económico que hace agua por todo lado, las cartas para la presidencia están en la mesa.
Hay tres bloques, uno de ultraderecha liderado por el uribismo y Vargas Lleras, maroma urdida en silencio y puesta en evidencia con las declaraciones del telonero de Cambio Radical, Jorge Enrique Vélez, clon de los Vélez de Uribe. A ellos se cuelgan Pastrana, Ordoñez, los pastores, Marta Lucía, y cuanto saldo queda de Lauriano. Su carta, volver trizas el acuerdo de paz, y tomarse los tres poderes para hacer de esta una sociedad aún más conservadora – ya comenzaron con la Corte Constitucional gracias a Santos y a un rector que parecía pacifista y progresista -, para perforar una ley de tierras que lleva cincuenta años esperando, hostigar la JEP, y descartar la reforma política con el fin de que las elecciones inmediatas sean más sucias que todas las anteriores, quitándole oxígeno a la paz y cerrándole el camino a nuevos partidos, como Compromiso Ciudadano por Colombia.
Sin embargo, Vargas LLeras aguarda a ver si hace pública la alianza con Uribe o si arma parche aparte sabiendo que con él se irá gran parte del electorado de Uribe porque no hay Uribe II, así como conservadores y liberales agazapados, y los tristemente célebres hijos menores de Galán y Lara Bonilla.
El segundo bloque, gracias a Fernando Londoño y al golpe de la Corte Constitucional al fast track, lo conforma un frente por la paz, entre la U, el partido liberal, y conservadores amigos de la paz. De La Calle, Cristo, Galán, los Gaviria y los Serpa, ya están alineados. Su carta, la defensa de la paz y del acuerdo, más alguna posición contra la corrupción, y una intensión programática de corte social de talante neoliberal. Su lado bueno, la paz, que llevará en estos días gente a la calle y a las redes. Sin embargo, no todos votarán por su candidato porque la paz no solo está en ellos.
El tercer bloque, de movimientos y partidos independientes, conformado por Compromiso Ciudadano que lidera Fajardo, la Alianza Verde de Claudia López y Navarro, el Polo de Robledo, y expectativa con Clara López y Petro. Éste último jurídicamente inhabilitado será un jugador importante porque en la plaza pública no hay ahora quien le gane. Esta fuerza no tiene problema en hacer una coalición por la paz con De La Calle y otros liberales, aunque sería difícil una alianza en los temas de corrupción y en un programa de desarrollo que sea distinto al de la ortodoxia neoliberal, que por ideología e intereses, los liberales del 91 defienden a pesar de que el modelo está irreparablemente fracturado.
Así las cosas, a Petro no le expedirán boleta de libertad jurídica y a Fajardo intentarán bloquearlo en la reforma política, como lo dijo, sin nombrarlo, el Vélez de Vargas en su entrevista con Yamid Amat. El argumento de que es tarde para implementar una reforma, es ruin y antidemocrático, porque la primera vuelta y las legislativas están lejos. El objetivo mezquino es cerrarle la puerta a la depuración, a la modernización política, y a la paz.
El tercer bloque tiene una ventaja. Recoge elementos del talante de Obama, Sanders, Macron, Merkel, Mujica, Correa, Bachelet, Pedro Sánchez, Trudeau, y del holandés y del austriaco que derrotaron a la ultraderecha. Tiene una carta para ganar la presidencia, Fajardo, y hay equipo para hacer un gran gobierno incluyendo gente que ahora defiende la paz y que debe continuar para consolidar la implementación. Es además la primera vez que dos líderes con doctorado aspiran a la presidencia, y no permitirán que la figura del profesor sea motivo de desplantes, como hizo Santos con Mockus.
Si dejan a un lado los egos por ser todos presidente y vicepresidente, Colombia tendría antes de la primera vuelta una coalición ciudadana y campesina a 12 años – que gane ampliamente en la primera vuelta -, para gobernar con poder y legitimidad. Hay oportunidad para todos, pero no todos pueden ser rey o reina. Todos, con excepción del ex gobernador y ex alcalde, tienen techo. Por eso, la paz hay que defenderla desde ya, como acción política de una gran coalición por la reconciliación, no solo desde el congreso, si no desde la calle, las páginas, las redes y los partidos, que deben salir del congreso y del twitter a las plazas.
Si el acuerdo de paz se afianza a través de la mejor reglamentación e implementación, responsabilidad de Santos y del congreso, la lucha contra la corrupción y el diseño de un programa inédito de desarrollo, será posible. Sin una buena paz, imposible.
En estos largos meses ha quedado claro que Colombia estaba engañada, porque se usó la guerra para robarse el estado entre políticos y empresarios, robarse tierras baldías y de campesinos indefensos, y afianzar un modelo de crecimiento donde primero está el mercado que el bien común. Los sectores clave tienen problemas estructurales irreparables: hacienda, justicia, salud, educación, pensiones, impuestos, infraestructura, minería, medio ambiente, ciencia y tecnología, emprendimiento, el campo, la descentralización, y la cultura en pobreza franciscana.
Entonces, la agenda inmediata es una coalición por la paz, y abrir espacio a una concertación posterior contra la corrupción y por un programa común que permita escribir una nueva página para Colombia. Hay que moverse porque rondan las sombras del NO, como el nuevo asalto que preparan al último puesto de magistrado que queda por relevar en la Corte Constitucional.
El Si perdió por errores y el NO ganó por aciertos mentirosos que fueron violencia contra el electorado, como lo imputó una magistrada del Consejo de Estado que nada volvió a decir. La historia del NO, no se puede repetir porque la paz se acaba y con ella Colombia. La paz es el camino a una nación sin corrupción y a una nueva noción de desarrollo que deje atrás siglos de premodernidad, injusticia y maldad.