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Confidencial Noticias 2025

Etiqueta: Alfonso Castro Cid

¿Estamos escuchando?

¿Nos estamos escuchando? Definitivamente no. Estamos perdiendo el tiempo rasgándonos las vestiduras al escuchar declaraciones y discursos sin sustentos técnicos y cifras inventadas de acuerdo con el calor del momento. Maldecimos infructuosamente por el riesgo que implica la falta de rigurosidad, la inexistencia de datos verificables y la violación de lo que nuestras reglas de juego, las marcadas por nuestra democracia, esas que esperamos que sean inquebrantables y defendidas por la institucionalidad, dictan.

Si estuviéramos escuchando estaríamos apoyando más vehementemente a quienes elegimos para representarnos o aquellos que están más cerca a nuestro norte democrático. Esos que están en las juntas de acción comunal, en los concejos municipales, en las alcaldías y gobernaciones, en el Congreso de la República y demás entes de la ya mencionada institucionalidad. Si estuviéramos escuchando estaríamos organizando conversaciones, no para acabar con el otro, sino despertarnos, para brindar más información a quienes no la tienen, para sentarlos y sentarnos en sus mesas hoy, y realmente entender lo que les está doliendo para brindarles ayuda, abrirnos conjuntamente los ojos frente a temas que parecen responsabilidades ajenas, pero son propias de cada ciudadano.

Si estuviéramos escuchando perderíamos el miedo a convertirnos en objetivo, para transformarnos en articuladores. Miles de voces dejan de ser un susurro de quejas de un grupo social que ve los riesgos pero que no sale a la periferia para alertarlos, que no suma a esos que no leen los principales periódicos o escuchan las emisoras que todos los días le hablan a los mismos que nos estamos quejando.

Si estuviéramos escuchando hoy veríamos que los peores escenarios, esos que creíamos no llegarían, poco a poco pasan de la casuística a la realidad. En donde las cifras y el valor técnico pueden descartarse en segundos y desvirtuarse con argumentos viscerales de una deuda histórica jamás compensable, semejante a un pecado original, que por más arrepentimiento que tengamos, nunca pagaremos en esta vida.

Si estuviéramos escuchando tendríamos más claro qué mensajes debemos llevar, con quienes los podemos conectar y cómo podemos aportar nuevos enfoques a discusiones en las que las cifras y los datos no sirvan para nada.

Si estuviéramos escuchando estaríamos viendo que esos empresarios hoy atacados como el gran Goliat al que hay que destruir, fueron personas que, gracias al libre mercado, la democracia, las instituciones fuertes, entre otros, crecieron… su historia es hoy más valiosa que nunca, pero debemos perder el miedo y contarla con orgullo y demostrar que es así como se construyen sociedades más equitativas, no dejarnos apagar por el temor a ser señalados.

Si estuviéramos escuchando tendríamos más claridad que la partida de juego, no se asemeja a nada que hubiéramos tenido en el pasado. Las reglas no solamente cambian a la velocidad de los minutos, sino que el tablero y las fichas, como en una serie de una película mágica, en segundos se transforman en montañas y figuras mitológicas que nadie veía venir. 

Es momento de escuchar para extender las conversaciones, tanto con quienes retan como

con quienes defienden, escuchar los silencios y las preguntas repetitivas, escuchar la diferencia, los opuestos y contradictores, los lagartos, los melosos y sensibles. Es momento de articular y abrir espacios, no cerrarlos y dejarlos para que otros cuenten historias fantasiosas.

Alfonso Castro Cid

Managing Partner

Kreab Colombia

¡Ladrón! ¡Ladrón! Que no lo roben a usted también

Hace unos meses confirmé que en mi empresa me robaban.  Tomó tiempo corroborarlo, descifrar el modo del hurto a cuentagotas, pero lo descubrimos.  Como todo lo que está mal, la sospecha la levantó un pequeño tufillo de desatención en los detalles, las cosas no caían justamente en donde tenían que estar ni en los tiempos que debían, pero en ese momento el apego por lo conocido y los años de “confianza” hacían difícil ver lo que parecía evidente.

Para mi sorpresa el robo del que fui víctima es más conocido de lo que jamás hubiera imaginado.  Hablando con colegas, empresarios, amigos de todas las edades y tipo de organizaciones, no tengo uno al que no le hayan sacado la plata del bolsillo y enfrente de su nariz.  La técnica varía de personaje en personaje, pero es básicamente la misma trama en una novela que azota a miles de empresas y empresarios que creen haber encontrado a ese magnífico “personal de confianza”.

El robo empieza justificando y cruzando gastos que uno no ve por ser “irrelevantes”, pequeñas cuentas de escasos miles de pesos que no hacen grandes diferencias en los balances generales.  Con los primeros triunfos del ladrón, su avaricia va creciendo y la diversidad de fuentes para malversar recursos se convierte en un manantial inagotable de creatividad en donde suman a amigos y conocidos para ir sacando pequeños montos que luego suman grandes cifras.

Descubierta la trampa viene lo más curioso de todo el caso, el culpable del robo no es el ladrón, es el idiota empresario que se dejó robar.  A tal punto de ridiculez hemos llegado que pasa lo que usualmente escuchamos en Bogotá cuando a alguien le roban el teléfono, no es el ladrón el salvaje, es la persona tarada que se ha atrevido a hablar por su celular en la calle. Tan interiorizada tenemos la responsabilidad de que nos pueden robar que le descargamos la culpa al ladrón y nos la comemos toda nosotros, los que hemos sido engañados y manipulados por meses y años.

¿Qué se puede hacer contra el pícaro en estos robos de «poca monta”?  Pues, en síntesis, no mucho.  Se puede uno tomar la tarea de contratar abogados, recopilar pruebas del caso, sumar testigos que empiezan a escurrir el bulto diciendo que ellos no sabían, perseguir al delincuente que jamás aceptará que estaba timando a su propia empresa aquella que por años le pagó la nómina, para que pasados como mínimo dos años y unos costosos gastos de tramitología y burocracia, el valor recuperado no compense todo el gasto realizado y las toneladas de horas dedicadas a recuperar lo que ya sin el ladrón en la empresa, se empieza a ver florecer por cada esquina.

A lo anterior se suman las aterradoras historias de esos a quienes fueron robados y se atrevieron a perseguir al ladronzuelo y cuentan cómo estos fueron a romperles los vidrios de la casa, a amenazarles a la familia o asustarlos en cualquier calle de la ciudad, al fin y al cabo, el que más asusta es el que parece llevar la delantera en esta deshonesta carrera del chalequeo empresarial.

Ojalá muchas personas que están creando hoy sus empresas o que las dirigen hace tiempo, revisen con frecuencia hasta las más tontas facturas y proveedores, los detalles menores de su operación porque por ahí, por los pequeños huequitos en las paredes es por donde se meten las cucarachas y luego los ratones.  Sí que es nuestra responsabilidad como directivos poner todos los controles posibles, pero es desalentador pensar que hasta las más sólidas barreras podrán llegar a ser movidas con el fin de que un pillo se lleve a su casa hasta un miserable rollo de papel higiénico.

Del dolor a la rabia, de la rabia a la frustración y de ella a un desaliento enorme, es un camino que hay que aprender a transitar evitando a toda costa que otras personas lo tengan que vivir. Contar el caso y hacer visible a estos pillos que, entre sonrisas sumisas y atenciones innecesarias, buscan tapar con una mano lo que están cargando en todo el cuerpo, debe servir para que muchos no sigan cayendo en lo que parece ser una práctica estandarizada que le cae a esos desinteresados en la contabilidad que pasan de revisar el estado de la caja menor con lupa, o de revisar los pagos a proveedores y supervisar cada centavo, que poco a poco se convierte en millones.

Triste, muy triste, porque deberíamos poder tener una cultura que construya confianza y no que se cimiente en lo opuesto, porque como me decía una persona hace poco: “yo creo que todos los días a mí me están robando en mi empresa, pero todavía no sé cómo”.

Espero que más personas presten atención a esos pequeños detalles, porque por ahí les están metiendo la mano.

Alfonso Castro Cid

 

Al buen entendedor…

“…Este es el tema de diálogo, y obviamente estamos dispuestos pero ahora hay un protagonista que también entra que es el Congreso, y partidos y discusiones, que tienen que ser de estos temas, porque al final acá estamos hablando no sólo del presente, es más no hablamos del presente, aquí estamos hablando del futuro y por tanto las discusiones son de toda la sociedad, en el Congreso se dan, allá estaremos, obviamente como Gobierno y allá estarán ustedes como protagonistas de este sistema, pero creo que nos toca entendernos porque si sigue igual, ustedes ya no van a poder hacer muchos congresos de aquí en adelante.”

Estas fueron las palabras del Presidente Gustavo Petro el pasado viernes en el cierre de su intervención en el Congreso de Asofondos, en donde se reunían los expertos del mundo de las pensiones para dar luces sobre las rutas que existen para un problema global: ¿Cómo pensionar a más personas y lograr coberturas de calidad?  Esos últimos 60 segundos el discurso presidencial son un perfecto resumen de lo que viene.  Las frases unidas en un ritmo lento y con marcados acentos, algo de humor negro y el mayor sarcasmo posible, dejó entrever que se espera diálogo en otra de las grandes batallas ya anunciadas por el entonces candidato y hoy gobernante, pero que no dará su brazo a torcer fácilmente mientras no vea cambios que se enmarquen en esa conversación que pareciera buscar beneficiar a más personas y generar mayor equidad, pero que en la práctica se confunde con una lucha de clases y unas viejas rencillas sociales.

Este discurso cierra una semana crucial en la Casa de Nariño, donde vimos a un Presidente replegando sus defensas, reubicando sus líneas de ataque y tomando decisiones que lo devuelven a sus bases ideológicas.  El Gabinete cambió y dio un timonazo más a la izquierda pura y dura de su pensamiento, algo que era de esperarse luego de intentar abrir un espacio para buscar unidad entre una ya desgastada realidad nacional que no eligió al Presidente por mayoría, sino por una fragmentación de votantes aturdidos y desorientados.

Hace ocho meses, cuando ganó la izquierda por primera vez en el país, muchos partidos salieron a buscar la mejor butaca, fallaron.  Los primeros meses siempre son de ajustes y el Presidente Petro, no ha cambiado en nada su postura, su coherencia ideológica es absoluta y los que creían que sentándose en sus piernas iban a recibir nuevos mensajes de afecto y cariño, pronto se dieron cuenta de que lo único que les impedía caerse de la cómoda silla, era el suelo.

¿Radicalizó en esta última semana Gustavo Petro su postura?  No.  Simplemente reiteró a todo el mundo, sobre todo a los que no habían entendido, cuál era el nombre del juego y en qué tablero se va a jugar.  Las condiciones parecen claras ya sea que estemos hablando de pensiones, de la reforma a la salud o del ya desbordante menú regulatorio que ha presentado al país, en tan solo unos meses y nos recordó que aquí estamos y la cancha está lista para iniciar las partidas que sean necesarias porque como en la vida, el juego es largo y culebrero.  Las reglas no han cambiado y aunque los jueces de línea sean nuevos, el partido se dará con el tono que marca el dueño del balón.

Imagino que los asistentes del Congreso de pensiones se retiraron a este puente feriado, para reflexionar y tratar de entender esa hora y diez minutos de discurso presidencial, en el que con datos tomados de aquí y allá, unos propios del gremio que lo invitaba, el mandatario hizo su punto y dejó clarito que, en las pensiones como en otros temas, su visión de país es muy distinta a la que se había tenido como cierta por la similitud de pensamientos de quienes, año tras año, se habían mudando a la casa más grande del barrio La Candelaria en el Centro de Bogotá.

Creen algunos que, incluyendo frases bonitas en sus discursos y hablando de “la gente” y “el pueblo” se están acercando a lo que el Presidente y su Gobierno quieren escuchar, pero el debate no está solamente en la forma, aquí hay mucho de fondo sobre lo que tenemos que reflexionar.  La despedida del mencionado congreso fue sin duda un contundente mensaje que elude a la famosa frase de “a buen entendedor pocas palabras”, pero el gran desafío está en ser buenos entendedores.

 

Alfonso Castro Cid

Managing Partner

Kreab Colombia

Una pausa a tanta inteligencia

“¿Deberíamos dejar que las máquinas inunden nuestros canales de información con propaganda y falsedad? ¿Deberíamos automatizar todos los trabajos, incluidos los más gratificantes? ¿Deberíamos desarrollar mentes no humanas que eventualmente podrían superarnos en número, ser más inteligentes, volvernos obsoletos y reemplazarnos? ¿Deberíamos arriesgarnos a perder el control de nuestra civilización?” [1]

Esas cuatro preguntas enmarcan la carta que fue presentada el pasado 22 de marzo de 2023, por el Future of Life Institute, y cuyo mensaje principal tiene por objetivo pedir que se detengan los desarrollos en inteligencia artificial (IA) al menos por seis meses.  La solicitud contaba con más de 18.000 firmantes, a la fecha de escribir la presente opinión, y destacan entre ellos nombres como: Elon Musk, Steve Wozniak y Yuval Noah Harari, entre otros personajes que ven las ventajas, pero también advierten los riesgos de no contar con regulaciones que permitan un adecuado control del futuro de la IA.

El detonador de dicha solicitud fue la rápida acogida que ha tenido la nueva versión de ChatGPT, desarrollado por OpenAI, un chat que se ha popularizado por la forma enriquecida de generar contendido a partir de las preguntas o comentarios que se le hagan.  El sistema que, por sus siglas en inglés, Generative Pre-training Transformer, cuenta con algoritmos que pueden identificar patrones en la información y la data, sumando capacidades de aprendizaje a partir de ellos.  El ChatGPT contra pregunta si hay dudas y resuelve cualquier enigma en cuestión de microsegundos, dando la sensación de estar interactuando con una rápida capacidad humana, capaz de disparar escritos que hacen sentido y cuentan con una redacción que, para muchos, puede ser envidiable.

El famoso Chat, según su fabricante cuenta con “12 capas y 175.000 millones de parámetros” pero lo que resulta aún más sorprendente es que ya se conoce de una siguiente versión que podría recoger una capacidad 600 veces más potente que la actual, es decir, una plataforma cuyos algoritmos estarían “alimentados” con más de 100 billones de parámetros.  La visión es clara, la carrera por hacer más eficientes estos sistemas está en marcha y el llamado a “pausar” su desarrollo es una lógica e inteligente solicitud, pero parece poco realista, a tal punto que el propio Bill Gates, fundador de Microsoft, ha salido al paso para advertir que él no cree que pedir un compás de espera a un grupo específico de empresas o desarrolladores, solucione los retos existentes.

Entonces quedamos metidos en la que puede ser nuestra mayor complejidad como humanidad, por un lado, tenemos a las mentes más brillantes del mundo enviando un mensaje de mesura y análisis para frenar, pensar y consolidar unas reglas de juego que permitan continuar con un desarrollo vertiginoso e imposible de desconocer.  Una opinión que busca dar algo de sensatez a lo que puede llegar a ser inmanejable y que pone el dedo en la llaga al hacer evidente que el riesgo real está en la imposibilidad de garantizar que la información que estos sistemas de IA produzcan se base en datos correctos, sin prejuicios, libres de sesgos políticos, religiosos o culturales, entre muchos otros.  Algo que resulta casi imposible teniendo en cuenta lo que sucede día a día en las redes sociales, los blogs y los medios de comunicación, donde las opiniones están absolutamente amalgamadas con partes de la realidad.  Y por el otro lado estamos dejando que cada semana exista una versión más robusta de un sistema que permite procesar miles de millones de datos e información que constantemente se alimenta de las ya sobresaturadas redes que circulan por el ciberespacio sin mucho control.

Las cuatro preguntitas de la famosa carta que está promoviendo el debate del momento, no parecen tan simples de resolver y sí tocan temas de la mayor sensibilidad.  Solamente hay que recordar que algunos locos han fantaseado con un mundo en el que las máquinas dominan y son líderes de la evolución humana. Cientos de películas nos han entretenido al sumergirnos en un mundo en el que la raza humana termina supeditada a los algoritmos, por el afán de unos pocos que corren con el desarrollo desenfrenado de tener más y mejor IA. Una inteligencia “superior” que termina viéndonos como la peor plaga, al filo de la autodestrucción.

Esperemos que estos velocistas no sean los villanos que Matrix o Terminator dejaron entrever en un futuro no muy lejano, porque puede que no tengamos a nadie capaz de decir “I’ll be back”[2].

Alfonso Castro Cid

Managing Partner

Kreab Colombia  

[1] https://futureoflife.org/open-letter/pause-giant-ai-experiments/?utm_source=newsletter&utm_medium=email&utm_campaign=newsletter_axiosam&stream=top

[2] Frase dicha por Arnold Shwarzenegger, en su personaje Terminator, un androide “Cyberdyne Systems T-800 modelo 101”, película de 1984.

Respeto

Hay palabras que definitivamente deben primar en una sociedad y una de ellas es: respeto.  Dejar de conjugar este verbo es peligroso, genera enormes zanjas sociales que empiezan como una sencilla grieta que poco a poco se va consolidando y transformando en un inmenso abismo, capaz de tragarse cualquier tipo de relación.

La mayoría de las personas discutimos y terminamos relaciones por falta de respeto.  Cuando ese tangible pero tan ambiguo término se rompe, es el momento en que la mayoría sentimos que todo deja de hacer sentido.  El sensor personal al irrespeto de cada individuo, que funciona como un artilugio de medida precisa compuesto en un 100% por el líquido impalpable del respeto, viene graduado con una compleja maraña de variables de tolerancia específica, en donde es precisamente la mencionada emulsión, la que marca la pauta.  En el kit íntimo de protección individual, dicho instrumento de medición trae consigo varias otras herramientas que ayudan a enfriar o calentar su mecanismo como la tolerancia, la sensibilidad, la oportunidad, entre otras; todas además tan únicas y dependientes del momento específico que se esté viviendo, que hacen aún más valiosa la correcta utilización del verbo en cuestión.

El respeto pareciera universal, todos lo pedimos y la mayoría nos vanagloriamos de ser pulcros en su manejo. Pocos son conscientes de lo delicado de su uso y de las infinitas combinaciones posibles que hacen del respeto uno de los principios que más violamos, a veces, sin darnos cuenta, en nuestra comunicación del día a día.  Nos pasa a todos, desde la utilización de una palabra que para otra generación, en otra región o país, tiene una acepción diferente. Mandamos miradas cargadas de fuerza o carentes de ella, en el momento incorrecto.  Gesticulamos con desdén sin darnos cuenta o emitimos reacciones personales que los demás leen como el más aterrador capítulo de una novela de Stephen King.

Hay silencios que también son irrespetuosos y manejos de tiempo que son agravios mayores.  Existen conversaciones irrespetuosas y preguntas siempre salidas de tono, rayando con la grosería o levantando ampollas que nadie quisiera dejar al descubierto.  Existen seres que solamente con su postura están acabando con cualquier posibilidad de interlocución y otros que, al no querer agredir a nadie, son tan difíciles de ver que se vuelven parte del paisaje.  El respeto, íntimamente ligado con la comunicación personal, hacen carrera para que más personas ganen en prudencia y miren en otros lo que ellos jamás quisieran hacerle a los demás.

Vivimos hoy en un mundo en el que todos clamamos a los siete vientos que nos respeten.  Nos inventamos a cada segundo nuevos nombres para obligar a otros a que nos llamen de cierta forma y generamos constantes fronteras, supuestamente con el objetivo de ser más incluyentes y ecuánimes.  Se nos olvida que a esta ecuación le falta una pieza fundamental del engranaje, la que debe reconocer de dónde venimos y la resistencia que naturalmente tendrá toda máquina, incluida la social, en gestionar e integrar un cambio.  Esperamos la aceptación de todos de forma inmediata, pero abucheamos públicamente a quien piensa diferente e irrespetamos su posición sin detenimiento o consideración alguna.  Olvidamos que el principio del respeto juega también en favor del otro y no en exclusividad propia.

La célebre frase de “Mi libertad termina en donde empieza la del otro”, no alude a nada distinto que al respeto.  Vemos innumerables situaciones que se salen de lo ordinario y que cuestionan a diario el valor de su definición.   Estamos metidos de cabeza en fortalecer la inclusión y la creación de ambientes cada vez más seguros para todos, pero al final lo que estamos haciendo es crear nuevas formas de ejemplificar algo que debemos aprender desde pequeños: ser respetuosos.  Para nadie debe ser un misterio que quienes han sido rechazados por años, bien sea por su etnia, religión, orientación sexual, género, condiciones físicas, líneas de pensamiento, entre millones de otras características, seguirán exigiendo y demandando de parte de todos, respeto.  ¿Pero quién respeta al que no piensa, se viste, ama, vive, cree o habla, igual que tú?

Aprendemos fácilmente y muy rápido lo que no nos gusta.  Sabemos desde muy pequeños qué nos agrede e intuimos qué de lo que hacemos ofende a los demás.  Debería ser más sencillo para nosotros poner en valor eso y exigirnos el mayor nivel de respeto posible, mejorando nuestras relaciones y con ello viviendo en entornos más tranquilos, sin duda un reto de autogestión personal al que vale la pena meterle el esfuerzo.

Alfonso Castro Cid

Managing Partner

Kreab Colombia

 

 

La informalidad que nos deforma

La informalidad se ha tomado nuestra realidad y no le prestamos suficiente atención.  Recientemente el Dane publicó las cifras de informalidad laboral para el 2022 que marcaba un 58,2%.  Muchos sintieron un curioso alivio ya que el dato presenta una disminución frente al registro del 2021, pero es ínfima, apenas dos puntos porcentuales. El problema sigue siendo enorme y lo que se vislumbra no arroja datos tranquilizadores por ningún lado.

La informalidad laboral es tan solo una cara de este miriágono, que puede tener fácilmente esos 10.000 lados, en donde cada uno de nosotros juega un rol que mantiene vivo un mercado oscuro y dañino para todos.  Dicen los expertos que para salir de la informalidad se necesitan más empresas que generen empleo, pero para que se creen, debe existir un entorno que propicie el consumo, motive la inversión y promueva la competencia en igualdad de condiciones para quienes se van a medir a participar por una tajada del mercado.  La solución pareciera no tener un principio fácil, está en ese misterioso mundo, aún por resolver de qué es primero, la gallina o el huevo.

Ahora bien, la responsabilidad no es solamente de las empresas, dónde dejamos el valor que cada ciudadano da a su situación social y económica.  El surgimiento original de las guerrillas tuvo esta cuna, pero también se les perdió el norte al ver que era más beneficioso convertirse en narcotraficantes y padres putativos del más lucrativo e inagotable negocio que puede ser hoy el rey de la ilegalidad.  Resulta curioso que Colombia no haya vivido más movilizaciones y que el drama social de muchos compatriotas no se expresara constante y estridentemente, exigiendo menos informalidad en el manejo de los recursos, la ejecución de obras y la programación de proyectos en los que sí existen deudas que son más que históricas.  Dónde están las caravanas de personas clamando por servicios públicos decentes, educación o infraestructura, que en medio de manejos irrisorios se han ido como arena entre los dedos.

Hay que mirar la responsabilidad de una sociedad que envía un errado mensaje, cuando ve para otro lado y deja que la informalidad dibuje su futuro.

Esta semana debatíamos sobre estos puntos en un taller que ofrecimos a una empresa, y una mujer preocupada por esta informalidad generalizada en el país, preguntaba:  ¿qué hacemos? ¿cómo podemos ser más activos? La respuesta pareciera fácil y en el fondo lo es: Participando y no dejando pasar nada.  Haciendo valer nuestros derechos como ciudadanos que se unen para trabajar con su vecindario, su barrio, su localidad, su ciudad y su país.  Suena sencillo, pero requiere, como cualquier cosa en la vida, abrir espacio en la agenda e invertir tiempo; y lo más importante, creer que uno es parte de la solución y no que hay otros que podrán, o peor aún, deberán ocuparse.

Es así como, delegamos la tarea en terceros a los que posteriormente culpamos de su fracaso, y que solos no pueden empujar cambios profundos ni garantizar que su voz llegue hasta la puerta de nuestra casa.  Los políticos de turno,  no pueden asegurarse de que sus acciones y sus discursos pronunciados detrás de un atril en la plaza pública, se cumplan a lo largo y ancho de su campo de acción. Tenemos que echarles una manito, prestar atención a lo que dicen, darles ideas, motivar a sus equipos y participar activamente en generar acciones de cambio.

La informalidad, en una de esas ya mencionadas caras, nos desfila en cada esquina y motivamos su crecimiento con actitudes de indiferencia o lo que es peor, de complicidad.  El informal monta un negocito que copia camisetas de marca y las venden a una fracción del precio original, ¿adivinen a quién le compramos?  El informal toma lo que le den, lo vuelve a envasar y lo revende, vemos y reconocemos la forma de la botella original, sabemos que el producto es falso, que es ilegal, pero lo compramos porque nos ahorramos unos pesos.  Esa cultura, amiga del ahorro de tres pesos, nos lleva a inmortalizar un modelo que no permite el desarrollo, que no genera ingresos para ninguna ciudad y que no hace rico a nadie, sino pobre a un entorno que deja de creer en el valor común y privilegia el ganar aquí y ahora.

La informalidad es amiga de la falta de rigurosidad, entristece los escenarios, entrega malas narrativas, y hace evidente que el Estado ha caído también en sus garras.  El marco regulatorio del país no es una costura hecha ayer, es fuerte y en constante crecimiento, pero no lo hacemos valer.  El informal y su negocio se afincan en una calle, a los pocos días es toda una población flotante que ocupa los lados de una vía, pero como el Estado no hace presencia, cuando los van a retirar, son los ilegales los que montan la protesta y reclaman sus derechos, los cuales fueron fundamentados en pisotear el bien colectivo, en atropellar las normas y en desconocer las reglamentaciones vigentes.  Porque para el informal sus derechos son ilimitados y sus deberes irrisorios.

Si vivir sabroso es creernos el cuento de que el Estado me da, me condona y me glorifica por no haber arrasado con más cosas públicas, sin haber puesto a cambio ni la más remota buena intención de mi parte, pues claramente no hemos entendido nada y somos víctimas de nuestro propio invento.   La informalidad continuará deformando nuestra realidad.

Alfonso Castro Cid

Managing Partner

Los irritantes impuntuales

Si hay algo que demuestra el nivel de irrespeto por los demás es la impuntualidad.  No existe excusa para siempre llegar tarde.  Los pretextos son ya conocidos y solamente empobrecen la maltrecha imagen del impuntual.  Quien no aparece y finge miles de excusas para justificar el retraso permanente, es tan descortés como quien hace esperar sin aparente razón.  Son los impuntuales un lastre social, generan retrasos en todos los procesos y, además, tienen el descaro de ser excesivamente intolerantes con los puntuales.

Aunque puede parecer un chiste, la realidad es que una persona impuntual siempre está esperando (curioso pero cierto), que los demás estén ahí para ella.  La impuntualidad sigue hoy adherida a nuestra cultura y normalizada por la gran mayoría, que pareciera sentir una solidaridad contagiosa con aquellos que también llegarán tarde: si todos vienen retrasados pues en teoría no pasa nada con que yo me demore un poquito.  Un poquito que traducido de ‘colombiano’ a castellano, puede equivaler a cualquier cosa entre cinco y más de sesenta minutos (o mejores minuticos).

Eso de que “los importantes se hacen esperar”, nos ha hecho solidificar actitudes sociales de inmenso irrespeto y poquísimo profesionalismo.  Parte del subdesarrollo está directamente conectado con la baja capacidad para poder establecer tiempos, fechas claras, horas precisas y la habilidad de poderlas respetar.  Caemos en el error de creer que somos los únicos ocupados, que nuestra agenda es la más compleja e importante, cuando lo cierto es que somos una parte del engranaje, en un mundo plagado de reuniones híbridas que nosotros mismos montamos unas encima de otras, esperando que milagrosamente podamos estar en todas al mismo tiempo y con la misma capacidad de atención.

El ritmo de hoy es frenético.  Pocas personas pueden decir que no están plagadas de reuniones, llamadas, sesiones de trabajo en grupo, teleconferencias regionales o comités específicos.  Todo al tiempo y todo sumándose diariamente en una conjunción de solicitudes que buscan hablar con nosotros, contar con nuestra opinión o escuchar nuestras ideas.  Al tiempo, amalgamado y atropelladamente, así vivimos hoy semana tras semana, pero es justo ahí en donde necesitamos priorizar y negociar, porque para quedar mal y malgastar las horas de terceros, no debería haber espacio.

Es evidente que todos tenemos días malos y casos fortuitos que nos cambian por completo la agenda, pero estos deberían ser la excepción y no la regla.  Los impuntuales parecieran sentirse superiores a los demás, sus frases son chocantes y poderosamente irritantes: “es que aquí vivimos muy complicados.”  ¿Es en serio que esas personas creen que los demás habitantes de la tierra no tienen nada que hacer sino esperar a que su agenda se abra y puedan, los viles mortales, acceder a su presencia?  Las personas que mayor impacto han tenido en mi vida guardan estricto respeto por los demás, sin importar su rango o su abolengo, los valoran por lo que son.

Gentil invitación a que pongamos en valor el tiempo de los demás, así como creemos que el nuestro es un gran tesoro que odiamos desperdiciar.  Muchas veces caemos en el narcisista error de visualizarnos como el centro, cuando en realidad somos parte de una inmensa maquinaria.  Avisar a tiempo, cancelar espacios de forma oportuna, reprogramar, decir que no y ofrecer disculpas sinceras cuando se incumple por minutos, son simples ideas que deberían ser fáciles de aplicar, en una sociedad que nos exige (a todos), estar presentes y participando.

Por más que sigamos transformando hábitos y desplazando actividades que antes requerían nuestra presencialidad o espacios de desplazamiento, el día continuará teniendo las mismas 24 horas, y para lo que no deberíamos dejar que se destine ni un segundo, es para permitir que los impuntuales malgasten nuestro tiempo.

 

Alfonso Castro Cid

Managing Partner

Kreab Colombia

Preguntas más allá de la ideología

Los hijos hacen preguntas sencillas, algunas hasta parecen ingenuas, pero en realidad son certeras y dan en el punto de los temas más álgidos que trata la humanidad hoy en día: ¿Por qué acabamos con las montañas para construir casas? ¿Por qué no dejamos de sacar petróleo? ¿Hasta cuándo nos puede durar el agua?¿Por qué no dejamos de comer animales?  ¿Por qué unos se oponen a las buenas ideas de otros?  Las explicaciones se van complejizando a medida que sus interrogantes incrementan y la exigencia de mayor información científica y contrastada, es requerida. Es un proceso natural de comprensión del entorno y de entendimiento de las condiciones globales que los rodean. Lo que sí genera curiosidad es cuando nos encontramos con gobernantes y funcionarios, personas con complejos estudios y llamativos títulos internacionales, altamente formadas, habitantes de un mundo cada vez más globalizado y marcado por el avance de la ciencia y sus explicaciones a estas mismas cuestiones parecen sacadas de un cuento de hadas.

Nadie está en desacuerdo con mejorar la calidad del aire en nuestras ciudades, disminuir la pobreza en nuestros países, fomentar mejores niveles de educación básica, promover entornos que estimulen la sana convivencia en detrimento de los conflictos, las peleas y la guerra; proteger zonas para el desarrollo ambiental, favorecer la riqueza étnica y social, garantizar igualdad de oportunidades a la población independientemente de su credo, orientación sexual, cultural o política; pero todo esto no puede convertirse en una guerra ideológica en donde los buenos son los que declaran y trinan, y los malos son los que están apostando día a día por generar empleo, fortalecer las estructuras de organizaciones que promueven modelos replicables de negocio y cumplen con las normas que el propio Estado ha dispuesto para su funcionamiento.

Para este momento el país está empezando a entender que el nuevo Gobierno quiere hacer las cosas de una forma diferente a lo que se ha venido haciendo históricamente, pero a la misma velocidad se empieza a hacer evidente que ni el mismo Gobierno tiene planes de acción claros para determinar cómo será ese nuevo camino. En algunos casos parece que la respuesta se toma prestada de la que se suele utilizar en muchas casas para responder a las desafiantes preguntas de los hijos: “Porque aquí mando yo y punto, mientras usted viva bajo este techo se respeta y hace lo que yo diga.”

Las declaraciones que hemos visto hasta la fecha son contradictorias, una cosa hace la mano derecha y otra la izquierda, con total independencia de lo que está haciendo el resto del cuerpo.  Pareciera en ciertos momentos que estamos aún en campaña y el aire se llena de declaraciones repletas de contenidos “llamativos” que ahora, para sorpresa de todos (incluido el gobierno), hacen que el mercado reaccione y por lo visto en las últimas semanas, la respuesta es que el país se está equivocando.

La reciente visita de Mariana Mazzucato, la reconocida economista profesora de Economía de la Innovación y Valor Público de la Universidad College London, y directora del Instituto de Innovación y Propósito Público (IIPP), dejó entrever que hay señales de que sus teorías podrían estar siendo empleadas fuera de contexto para el entorno local, y muy elegantemente fue ella misma quien puso correctivos, como lo recogiera Forbes en un artículo: “Usted habla de distribución, que es un tema muy importante porque se necesita una reforma tributaria progresiva, pero no basta con redistribuir si no creamos riqueza.”

El cambio de narrativa es maravilloso si efectivamente se hace para incluir a todos, pero pareciera que el péndulo está girando más rápido de lo esperado.  ¿Será que estamos destinados a vivir de exclusiones de un lado y rechazos del otro? Es básicamente lo mismo con un nombre diferente, y el país queda en la mitad de una pelea de ideologías que nos lleva a prolongar el estancamiento de una sociedad que, muy probablemente siga igual pasados estos “nuevos” cuatro años de cambio.

El enemigo del Gobierno no es el empresariado, por el contrario, puede ser su mayor aliado para articular nuevas estructuras que disparen la inversión, transformen comunidades olvidades, impulsen el turismo y fortalezcan la visión de una Colombia con futuro.  Las empresas y los empresarios apuestan e invierten en entornos competitivos y dinámicos, con garantías y reglas claras, los ejemplos de la Europa socialista no requieren explicación, si a eso nos queremos parecer estamos dando los pasos para el lado contrario.

Tendremos que pensar en las respuestas para las preguntas que seguirán llegando de nuestros hijos, porque pareciera que lo de fondo no logramos cambiarlo y nos quedamos en peleas de egos e ideologías, y se nos van los años queriendo creer que Colombia es una potencia que algún día despegará.

 

 

Alfonso Castro Cid

Managing Partner

Kreab Colombia

Ojo con las casas de citas

En el mundo del relacionamiento institucional y la gestión de los asuntos públicos, de cuando en cuando se cruza uno con personajes que bien pueden caber en la categoría de “tramitadores de caridades”, personas que confunden el tener amigos para poder pedir favores, con el saber crear estrategias y operar tácticas para abrir puertas, entablar conversaciones, construir consensos y diseñar planes que agreguen valor a todas las partes.  Su error conceptual viene de una heredada creencia pueblerina muy emparentada con el ya famoso: “usted no sabe quién soy yo”.

La raíz del problema tiene asidero histórico, ya que las primeras personas que se dedicaron a la gestión de relaciones y abrieron el camino para los que vinieron años después, lo hicieron imponiendo un modelo en donde el tener amigos o aparentar “conocer a todo el mundo” era lo importante.  Nadie prestaba atención a si esa transacción secreta, de supuestos cariños, cumplía con alguna línea ética o mantenía una consistencia discursiva acordada con el representado.  Aquí lo importante era sentar a X con Y, para ver de ahí qué salía.

Tan antiguas como las llamadas telefónicas a teléfonos fijos o el envío de un fax, todavía hay quienes esperan conseguir todo a punta de favores y esto, además de ser insostenible en el tiempo, deteriora a un sector que se está profesionalizando cada vez más en el país y que cuenta con potentes profesionales que se mueven en el mundo de la ciencia política, la economía, las relaciones internacionales, la comunicación, el derecho y la sociología, por mencionar solamente unas ramas del conocimiento que son requeridas para abordar innumerables temas que tocan los intereses de cientos de personas, instituciones y compañías.

Es evidente que ser fácilmente reconocible en un mercado es un elemento que, sumado a otros,  marca el éxito de cualquier negocio, pero de ahí a que uno comercialice reuniones, es una desviación profunda que termina afectando a quien creía que su marca o su idea crecerían en valor.  Más temprano que tarde el amigo se aburre de sentirse manoseado.  Pasan los días y los favores se van acumulando, quien pide no cesa y quien es interpelado empieza a perder interés, ya que para él no hay nada; a su lado de la mesa no llegan buenas ideas o proyectos a los que se pueda sumar, solamente está dando, dando y dando.  Como cualquier relación, llega un día en que el pestillo se asegura y jamás se vuelve a levantar.

Crecimos en una sociedad en la que para entablar relaciones arrancamos preguntando  ¿Dónde estudiaste? ¿En qué barrio vives? ¿Conoces a fulanita o eres amigo de perencejo?  Aperturas de reuniones que hoy deberíamos mirar con cautela.  ¿Son estas realmente las preguntas que deberíamos estar haciendo?  Puede que, por estar preguntando por los amigos, estamos dejando de lado lo importante:  la ética de trabajo, la transparencia o la metodología que se empleará.

Todas las semanas vemos noticias de algún personaje que hizo algo con un amiguete para favorecer a otro.  Alguien que en cuanto cae todos dicen que claro, que ese era un corrupto, un lagarto, un tramitador de alto nivel, y curiosamente, es en ese momento en el que los protagonistas del mundo del buen gobierno corporativo, los altos estándares de gestión y verificación de proveedores salen a declarar que fueron engañados.  Por supuesto que fueron engañados pero la primera trampa se la pusieron ellos mismos al contratar a alguien solamente porque parecía que tenía una buena pandilla o combo de amiguetes y acceso a una ilimitada casa de citas.

Existen mensajes de cambio y ojalá que se tomen correctivos para dar aún más nivel a una gestión que es necesaria y que requiere la mayor profesionalización posible.  Tomar acciones al respecto será para muchos una fórmula de éxito en medio de esta constante incertidumbre mundial en la que ningún amigo puede garantizar tener las llaves para todas las puertas.

 

Alfonso Castro Cid

Managing Partner

Kreab Colombia

 

 

El poderoso y esquivo NO

Decir que no debería ser más fácil. Son dos letras, necesarias de pronunciar en la mayoría de los casos, que no dejan asomo a dudas, limitan o cierran acciones que se tenían previstas, ponen fin a un tiempo, concluyen una oferta o un plazo de seguimiento. Los que vivimos de gestionar relaciones y de “estar en la calle” vendiendo servicios o productos, hemos aprendido a fuerza, el valor de la palabra no.

Recibir un no es duro y nunca hay uno igual a otro, pero a la vez es una respuesta que ayuda a crear mucho valor. Presentada una entrevista, solicitado un favor, entregada una propuesta, son situaciones, entre muchas otras, en las que idealmente se espera una aceptación. Pero realmente lo mínimo que las personas tenemos como expectativa es recibir una respuesta. Muchas veces por miedo a incomodar, a cerrar la puerta de forma definitiva o a hacer sentir a alguien “mal”, no decimos nada y el monosílabo, que era sencillo de emplear, lo dejamos parqueado esperando a que pase el tiempo y que por inercia los demás entiendan que al final lo que queríamos decir era: NO.

Hay que desmitificar este concepto errado que tenemos en Colombia y en algunos mercados latinoamericanos, en donde nos hemos vendido (y comprado) la idea de que decir NO es casi una grosería y un acto de mala educación. Nos cuesta un trabajo impresionante decir que no y creemos que pronunciando esta palabra estaremos hiriendo, maltratando y pisoteando a quien espera una respuesta de nuestra parte.

Ahora bien, es claro que la popular frase de “no es lo que dices sino el ‘tonito’ que usas”, acá es fundamental. La forma de decir que no puede ser tan enfática y cortante que sin duda puede generar un rechazo mayor en quien lo recibe, pero eso es ya un detalle para otra conversación; decir que no para nada colinda con acciones de desprecio o maltrato. Decir que no es simplemente decir que no.

Cada NO independientemente del caso trae un coletazo diferente. Nadie quiere fallar y mucho menos perder, tanto en lo personal como en lo laboral, pero es claro que al recibir un no como respuesta las personas tienen la oportunidad de cerrar un ciclo para empezar un nuevo proceso, abrir un camino para entender por qué fueron rechazadas, qué faltó para ser aceptadas y lo más enriquecedor de todo, cómo se pueden hacer los ajustes necesarios para cambiar una futura respuesta de este estilo.

Los grandes éxitos sociales, empresariales y culturales, han venido de constantes no. Procesos que se creían imposibles, metas inalcanzables, objetivos que nunca nadie podría cumplir, todos sin lugar a dudas partieron de un no. La experiencia nos ha demostrado que recibir un no es el mejor pararrayos y a su vez la forma más rápida de corregir caminos, buscar foco, centrar proyectos, delimitar acciones de trabajo, intensificar recursos y concentrar objetivos. El primer paso que debemos tomar es sincerar nuestras respuestas y veremos que tenemos muchas enes y os sin pronunciar. Nos debemos a nosotros mismos varios no de tantas cosas que recibimos día a día y que están ahí esperando respuesta, pero que simplemente esperamos que se

resuelvan solas o que por arte de magia alguien interprete que en el fondo estamos desinteresados, son accesorias e irrelevantes, poco convenientes o sencillamente fuera de nuestros gustos.

Puede que la vida sea más de no que de sí, pero esto no quiere decir que sea trágica, deficiente o triste. Fallamos más cuando somos incapaces de decir que no pensando que con ello herimos o incomodamos, dejando de lado la sinceridad y fuerza que se abre al dar claridad.

Un mayor uso social y cultural del no evitaría en Colombia muchas situaciones incómodas, muchos lugares poco claros y ayudaría a que agilizáramos proyectos que se quedan parqueados esperando a que algún día alguien deduzca que ese era un no.

El mundo no es peor ahora

Ustedes son de los que dicen constantemente que el mundo está en su peor momento?  Existen muchas evidencias que demuestran lo contrario, pero lamentablemente las voces de cientos de científicos, economistas, sociólogos y antropólogos que estudian estos temas y creen en un mundo más justo, más democrático, con mayores oportunidades y en donde haya más riqueza (mejor distribuida), no consiguen los grandes titulares que sí se dejan a las noticias negativas de un día a día que pareciera ser cada vez más oscuro.

El viejo adagio de “toda época pasada fue mejor”, es tremendamente relativo y apunta a un pasado que la mayoría de la población mundial nunca vivió.  Son pocos los que hoy pueden recordar de primera mano la segunda guerra mundial, un hecho de la mayor relevancia para el mundo entero y que culminó hace escasos 77 años (exactamente en septiembre de 1945).  El punto acá es que creemos que el mundo era mejor porque lo escuchamos a través de las historias de nuestros padres y abuelos, relatos de esos viajes espectaculares por las regiones olvidadas de países que aún estaban por ser desarrollados, en donde los carros eran, en muchos casos, primitivos y la tecnología no tocaba el día a día de todo lo que hacemos hoy.

Revisando los datos es importante ponerle perspectiva a esa afirmación que se lanza en la sala de muchas casas: “el mundo está peor hoy, que antes”; o “a ustedes les tocó un mundo muy complejo”.  No, el mundo no es más complejo, el mundo es el mismo mundo en constante cambio, pero sí muchísimo más poblado y por ello más competido.  En 1950 la población mundial se calculaba en 2.600 millones de personas, cifra que para 1987 llegó a 5.000 millones.  Hoy superamos los 7.700 millones y en 2050 (en 28 años), estaremos sobre los 9.700 millones. Esto representa un gran desafío para la sostenibilidad de nuestros ecosistemas y continuará poniendo a prueba la posibilidad de evolucionar los sistemas productivos, así como la oferta de salud, educación e infraestructura.  Es decir, la presión sí que continuará, pero nada que no hayamos hecho en el pasado como sociedad; pensemos por un segundo que la población pasó de tener una expectativa de vida de 38 a 70 años en tan solo dos siglos y en esos años evolucionamos como nunca.

En ese mismo periodo de tiempo cerramos importantes brechas, el gran ejemplo es la alfabetización, que hoy llega a un agregado mundial de 85%, cuando a principios del siglo XIX las personas mayores de 15 años que sabían leer y escribir no superaban el 10%.  De igual forma sucede con la pobreza extrema que a comienzos del siglo XIX era del 89% y para el 2015 estaba en el 9,98%.  Claro acá hay un tema de distribución de la riqueza, se conocía recientemente que el 1% de la población tenía más que el restante 99%, pero este es sin duda un elemento que ojalá tenga una evolución de la que seamos testigos.

El mayor reto, sin duda, es el medio ambiental. El gran giro que hemos tomado ha sido devastador y vemos a diario la desaparición de especies, la afectación de ecosistemas completos y el constante trabajo para generar conciencia de que cualquier acción cuenta, nadie está exento de disminuir su consumo e implementar mejores prácticas en su día a día.  Una tarea nada fácil pero que se ha metido en las conversaciones del día a día, como un llamado de alerta recurrente que hace apenas 40 o 50 años no hacía parte del diálogo en la sobremesa.

Es muy tentador pensar que el mundo efectivamente está cada día peor, más aún cuando existe una permanente avalancha de noticias que llegan de lado y lado del planeta, reforzando ilegalidades, robos, fraudes o abusos de poder.  Pero ¿no ha sido esta la constante de la historia de la humanidad?  ¿No eran acaso unos pocos privilegiados quienes ostentaban el poder y se favorecían de una gran población sumida en la miseria y puesta de rodillas ante sus pies?

Alimentar nuestro miedo a que el caos viene en camino, dando fuerza a esas informaciones que dan la vuelta al globo en segundos, es muy fácil.  Pongámonos los lentes completos y observemos con detalle el mundo en el que estamos hoy, porque puede que lo que debamos hacer sea disfrutar el presente con mirada de futuro; 200 años se pasan volando y más ahora que se estima que las nuevas generaciones vivirán un siglo.

Alfonso Castro Cid

Managing Partner

Kreab Colombia

Llegó Petro, ¿y qué pasa ahora?

Luego del resultado de la jornada electoral del domingo, la ansiedad llena el plato de muchos que por un lado están esperanzados en un gran cambio y otros que tienen sus manos apretadas esperando que nada malo le suceda a sus ahorros, negocios, empresas y propiedades.  La llegada de Gustavo Petro a la presidencia de la república sin duda marca un hito en el país que nunca en su historia republicana había elegido a un dirigente de izquierda, imprimiendo una tonalidad diferente a lo que sería habitual que sucediera en los días siguientes a la elección presidencial colombiana.

¿Qué pasa ahora? Esa es la pregunta que ronda en el ambiente y la respuesta que hay para ofrecer parece tan obvia que raya en la ingenuidad, pero pasa por la tradicional recomendación de observar detenidamente y tomar atenta nota de todo lo que desde el domingo se está diciendo y vendrá en anuncios semana a semana. Un análisis preliminar se podría tomar del primer discurso del presidente electo, en donde mencionó que se trabajará en la unidad nacional, a la vez que envió los primeros dardos a la fiscalía y a la procuraduría. Un discurso plagado de palabras bonitas como paz, amor e inclusión.  Frases que además de lindas resultan necesarias en esta Colombia llena de cicatrices que no dejamos curar y que reabrimos de cuando en cuando.

Del primer discurso de Gustavo Petro no hay mucho que sea novedoso, fue él y fue sin duda su mejor él.  Ese que logra movilizar plazas, el candidato, alcalde, senador y dirigente político que por décadas ha logrado girar discusiones y proponer nuevos contextos.  Ese que puede traer a la mesa argumentos que son reales de un país en donde el realismo mágico superó de lejos las mejores páginas de García Márquez y con ello desordenar los argumentos de sus contradictores, a la vez que le imprime el tono a la agenda mediática del país.  Más claro no pudo ser durante este proceso electoral en el que sus declaraciones y su fuerza, hicieron que los demás candidatos se desvanecieran, solamente un personaje tan disruptivo y controversial como Rodolfo Hernández pudo darle juego.

Es claro que el país queda nuevamente dividido y los resultados electorales así lo reflejan, Petro ganador por tan solo 700.000 votos frente a un candidato totalmente alejado del andamiaje político tradicional que además se atrevió a “esconderse” en las últimas semanas y aun así obtuvo el 47,31% de la votación.

Ahora el reto está en no quedarnos en la división.  Esa Colombia no le sirve a nadie, ni siquiera al ganador. Petro se enfrenta al inmenso desafío de no defraudar a unos electores que estarán esperando resultados rápidos, acciones contundentes y movilizaciones que resuman todos los reclamos sociales que no son nuevos, y que a finales de 2019 dejaron ver con alarmante claridad, que así hayan sido motivados con la complicidad de algunos o el recelo de otros, son un barril con pólvora que puede volver a explotar.

También tendrá que ser muy hábil porque resulta difícil pensar que se lograrán tantos cambios prometidos en medio de una turbulencia económica y social que no es exclusiva de Colombia.  Las expectativas de quienes votaron por él son altísimas y ahora vendrá el momento de la verdad en donde entregar resultados será un constante desafío.  Generar riqueza de forma equitativa y fomentar el empleo tendrá que ir de la mano de inversiones sociales de alto impacto, una fórmula que muchos expertos nacionales han estudiado y muchos han prometido cumplir, pero la triste realidad sigue viéndose en las calles.

El nuevo mandatario también tendrá que responder a la mirada internacional que él mismo ha traído a la mesa: la Unión Europea.  Este componente no es menor, claramente Petro hizo el trabajo de tejer alianzas y demostrar que su candidatura hablaba el lenguaje internacional de una izquierda progresista y transformadora, alejada de radicalismos y luchas de clase.  De ahí que el jefe de la diplomacia de la Unión Europea, Josep Borrell, dijera que en el país Suramericano hubo un “claro voto a favor de un cambio político y de una sociedad más igualitaria e inclusiva”. Lo anterior también a sabiendas de que en Estados Unidos su admiración no es tan profunda y que existen crecientes diferencias ideológicas y políticas que harán de esa relación uno de los puntos a prestarles gran atención. Los movimientos en este sentido también dictarán una agenda en la que el país tendrá puestos sus ojos en los meses que vienen.

Los colombianos elegimos y ganadores o perdedores debemos hoy vernos nuevamente como conciudadanos.  La democracia se puso en juego y funcionó, hasta para los que aseguraban que no sería así y que ellos no vivían en un país democrático.  La institucionalidad se expresó de forma contundente y demostró que está ahí para hacer valer las leyes existentes.

Hoy tenemos un presidente electo que puede apalancarse en las mayores fortalezas que Colombia ha demostrado a lo largo de su historia y que están representadas en su capacidad de resiliencia, su espíritu de supervivencia y la gran habilidad de enfrentar con gallardía los momentos más oscuros que hemos vivido.  Si estos valores son administrados con generosidad y reconciliación, pasando del discurso a la acción, más de uno tendrá que cerrar su boca y aceptar que “vivir sabroso” es una opción que todos deseamos y que debería ser el inicio para transformar un país que sin duda tiene todo el potencial para construir una sociedad más igualitaria, mucho más competitiva y de mayor valor social.

¿Qué pasa ahora? Es ahora cuando más esfuerzo y trabajo tenemos que poner todos, porque sea cual sea el camino para recorrer los problemas del país están sobre diagnosticados y con sentarnos a llorar por haber perdido o llenándonos de regocijo por haber ganado, nada cambiaremos.

El país deberá ser fuerte para cerrar sus cicatrices y demostrar que su vida republicana ha madurado lo suficiente para no solamente traernos hasta aquí sino darnos luces de un futuro promisorio.  Población civil, institucionalidad, tejido empresarial y familias; esa es la sociedad que nos une y por la que debemos trabajar día a día.