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Confidencial Noticias 2025

Etiqueta: Cesar Orlando Amaya

Recorriendo Bogotá: camine, le muestro

Bogotá se mueve al ritmo de su gente caos. La ciudad crece, pero sus problemas también. Movilidad, inseguridad, contaminación, y un sistema de transporte colapsado son parte del día a día de millones de bogotanos que madrugan con la esperanza de mejores oportunidades para ellos y sus familias. Pero, ¿qué tanto ha cambiado la capital en los últimos años? mucho, el metro, barrios antiguos que desaparecen, nuevos proyectos, Bogotá es una ciudad que crece, recibe y ya no es la misma en la que crecimos, pero con sueños que se mantienen, como el que llegue la entrega del primer vagón del metro para dejar Transmilenio saturado.

según cifras de la Secretaría de Movilidad, transporta a más de 4 millones de personas o que mejore la seguridad Según el último informe de la Secretaría de Seguridad, el hurto a personas creció un 11% en el último año, mientras que los homicidios han alcanzado cifras alarmantes, superando las 1.204 víctimas en 2024. En general, lo que la ciudad merece es dejar de sentir que está librando su propia batalla por crecer y mejorar, y yo como Bogotano quiero sentir que hay alguien que está pensando y caminando la ciudad nueva que se está levantando, por ahora, solo debate de egos y bandos que no favorecen.

 

Esta ciudad es la misma de los que buscan empleo, de los que levantan empresa, de los que salen a la calle por el rebusque, de los sueños y De la gente que, a pesar de todo, sigue creyendo en la posibilidad de una ciudad más justa y viable.

Recorrer Bogotá es enfrentarse a su verdad sin maquillaje. Y eso es lo que nos proponemos hacer: caminarla, escuchar sus historias, ver de cerca sus problemas y también sus pequeñas victorias. Porque Bogotá no es solo la capital de un país, es el reflejo de todo lo que aún nos falta por construir. Sígannos, porque vamos a recorrer Bogotá, la ciudad que tiene mucho que decir, pero a la que pocos quieren escuchar.

Cesar Orlando Amaya

El petrismo en crisis, la derecha en peleas y el país en la inmunda

Falta más de un año para las elecciones presidenciales, pero los políticos ya desempolvaron sus discursos, sus trinos incendiarios y sus promesas que nadie cree. Mientras Petro intenta sostener un legado que parece resbalarle entre los dedos y la derecha busca revivir con los mismos nombres de siempre, los colombianos seguimos preguntándonos si alguna vez veremos una opción distinta a repetir la misma historia. ¿Habrá un candidato que nos saque del ciclo eterno de decepciones? ¿O solo nos queda comprar crispetas y ver cómo se arma el circo electoral?

Falta más de un año para las elecciones presidenciales de nuestro país, y aunque el panorama político comienza aclararse un poco todavía está lleno de incertidumbres; Colombia atraviesa un momento crucial en su historia marcado por una polarización cada vez más evidente, retos económicos profundos y una necesidad urgente de justicia social.

 

En medio de este escenario, las figuras que surgen como posibles candidatos presidenciales para 2026 se enfrentan no solo a una batalla por la Casa de Nariño sino por definir el rumbo del país para la próxima década, pues por un lado se encuentra un legado diluido del presidente Gustavo Petro, una figura política que ha generado una polarización extrema en la sociedad colombiana cuyas propuestas, que en su momento parecían crear una salida esperanzadora para los colombianos, han encontrado serias dificultades para concretarse en un escenario político y social donde las tensiones entre su gobierno y sectores de la oposición son cada vez más intensas ¿debería continuar la senda del cambio que Petro promete, con todos los riesgos y polarizaciones que conlleva, o es hora de regresar a una propuesta más moderada?

Por otro lado, las propuestas más conservadoras que se resisten a morir como es el caso de German Vargas Lleras, y aunque no ha oficializado su candidatura, sus foros y visitas a lo largo del país muestran sus intenciones de promover no solo  la unidad entre distintos candidatos de oposición para presentar un candidato único que logre vencer al petrismo, sino  también la oportunidad para alinear su discurso conservador y pro-seguridad  desde una plataforma política centrada en la estabilidad y el orden, frente a un electorado que se siente frustrado por la violencia, la inseguridad y las dificultades económicas.

Junto a Vargas Lleras se suman nombres como Vicky Dávila, Miguel Uribe, David Luna, María Fernanda Cabal, los cuales resuenan en el sonajero del ambiente político nacional para liderar la derecha en Colombia en las próximas elecciones presidenciales del 2026, y quienes enfrentan un reto para posicionarse como una opción creíble y representativa frente a otros sectores diferentes a los tradicionalmente conservadores. Según esto pareciera a simple vista que las elecciones presidenciales de 2026 exigen de parte del electorado tanto madurez política en el sentido de superar las barreras polarizantes propuestas por la vieja fórmula Izquierda-Derecha, como una ruptura con el continuismo dipartidista sedimentado en la memoria histórica de la Nación incluso desde sus Mitos Fundacionales más arraigados.

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Sin embargo, debemos preguntarnos si el futuro del país se encuentra ligado actualmente a una oposición directa al proyecto político del gobierno actual, exactamente en un retorno a la política de Derecha que nos ha gobernado ya por varios años, con resultados nefastos tanto económicos como sociales. Finalmente, serán las coaliciones políticas independientes y los votos de opinión generados alrededor de propuestas concretas sobre problemáticas reales que afectan la calidad de vida de los ciudadanos actualmente en el país, las que guíen de una forma u otra a Colombia en su devenir histórico más cercano; así mismo un escenario donde el bipartidismo está lejos de ser una fuerza política legitima, el gran desafío para los candidatos será la construcción de coaliciones enfocadas desde una perspectiva más pluralista, donde se abra la puerta a nuevas alianzas y a la necesidad de contar con un discurso más inclusivo, capaz de abordar los problemas del país desde diversas perspectivas.

Por eso el voto independiente será clave en este 2026, pudiendo ser que aquellos electores que no se sienten representados ni por la izquierda ni por la derecha, pero que buscan propuestas coherentes para los problemas cotidianos de la gente, jueguen un papel determinante en la configuración de la próxima presidencia. Los candidatos que logren atraer a este sector tendrían mejores opciones para llegar a la presidencia.

Cesar Orlando Amaya Moreno

¿De qué vive un colombiano con salario mínimo? La cruda realidad en cifras

En un país como Colombia, donde la desigualdad económica sigue siendo un tema crítico, el salario mínimo tiene un papel fundamental. Para 2024, el salario mínimo aumentó en un 9,5%, lo que equivale a un incremento de $123.500. Con esto, el salario básico mensual quedó en $1’300.000, más un auxilio de transporte de $162.000, sumando un total de $1’462.000. Sin embargo, la pregunta persiste: ¿es suficiente este ingreso para vivir dignamente en Colombia?

De acuerdo con cifras del Ministerio del Trabajo, en Colombia hay 22,8 millones de personas ocupadas formalmente, de las cuales 3,3 millones (14,76%) reciben únicamente el salario mínimo. Por otro lado, estudios de la Universidad de Antioquia y Expatistan, que calculan el costo de vida en diferentes ciudades, revelan que el costo mensual promedio para una persona sola es de $2’443.000. Esto significa que el salario mínimo queda por debajo del nivel necesario para cubrir las necesidades básicas, como alimentación, vivienda, transporte, salud y educación.

 

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Igualmente, es importante considerar que, aunque el salario mínimo ha aumentado año tras año, la capacidad adquisitiva de los colombianos se ha visto reducida debido a la inflación persistente. Esto indica que el aumento del salario, por sí solo, no es suficiente para garantizar el bienestar económico de la población y en donde cerca del 43,86% de la población activa, más de 10 millones de colombianos, vive con ingresos inferiores al salario mínimo. Esto evidencia una situación alarmante: el aumento de $123.500, aunque significativo en términos porcentuales, no compensa el alto costo de vida en el país ni cierra las brechas económicas.

El impacto en la sociedad

Para las familias que dependen de un solo ingreso, este salario apenas alcanza para cubrir necesidades básicas, dejando fuera cualquier posibilidad de ahorro o inversión en educación y salud. Según el DANE, el valor de la canasta familiar básica supera los $1’800.000 para un hogar promedio, sin incluir gastos adicionales como transporte, servicios públicos o emergencias.

Por otro lado, los pequeños empresarios y empleadores señalan que los aumentos salariales incrementan los costos laborales, lo que puede afectar la formalidad y fomentar la informalidad. Sin embargo, es crucial equilibrar estos desafíos con las necesidades de los trabajadores, quienes merecen un ingreso justo que les permita vivir con dignidad.

Cesar Orlando Amaya

Racionamiento de agua en Bogotá ¿selectivo?

En las últimas semanas, la ciudad de Bogotá ha venido enfrentado un desafío sin precedentes: el racionamiento de agua, la sequía y la falta de lluvias han llevado a la ciudad a tomar medidas drásticas para garantizar el suministro de agua potable para sus habitantes, sin embargo, el racionamiento de agua no es solo un problema de infraestructura o gestión del recurso hídrico, es también un llamado a la conciencia sobre la forma en que vivimos y utilizamos los recursos naturales.; y es que precisamente este es uno de los temas relevantes en los que habría que hacer hincapié, pues las medidas de racionamiento tienen una razón de ser y eso es algo innegable, lo realmente preocupante de este racionamiento es que sea selectivo, que sea desigual pues mientras en Bogotá se habla de un racionamiento por días, en el sur de la ciudad se tenga que vivir a diario, que un servicio esencial  para la vida humana se convierta en un lujo de difícil acceso.

A partir del manejo silencio del racionamiento por parte de algunas entidades distritales y medios de comunicación, se ha vuelto común en Bogotá que los barrios más humildes sean los que más sufren con los cortes de agua, mientras que los sectores más acomodados de la ciudad pueden permitirse el lujo de tener sistemas de reserva de agua y bombas para abastecerse, es decir, que el racionamiento es una medida en la que un sector de la población ahorra agua ya sea de manera voluntaria u obligada, mientras que otros sectores de acuerdo a sus comodidades no saben lo que es un corte de agua.

 

Adicionalmente genera un poco más de incomodidad que el distrito quien es la máxima autoridad y quien debe poner ejemplo en estos casos, sea a la vez culpable del derroche de agua en Bogotá, pues según fuentes del Concejo Distrital se ha venido perdiendo tanta agua como para abastecer por dos meses a toda la ciudad, esto debido a causa de ciertas tuberías dañadas que han propiciado la pérdida de más de 89 millones de metros cúbicos entre enero y septiembre, una de las cifras más preocupantes en los últimos seis años.

Entonces, resulta cada vez más preocupante ver que la situación de cientos de ciudadanos es crítica, donde no tienen agua a diario y que las pocas veces que tienen el servicio llega deficiente (sin presión y sucia), mientras que el distrito pierde millones de metros cúbicos y en otros sectores ya sean los centros comerciales o instituciones del Estado no se incomodan y siguen con el consumo como si nunca hubiera existido racionamiento en Bogotá.

En conclusión, el racionamiento es un llamado a la conciencia sobre la forma en como cuidamos nuestros recursos naturales, es hora de que tomemos conciencia y nuestro racionamiento sea voluntario y no obligatorio, y los más importante que sea en todas las clases sociales, solo así podemos garantizar un futuro sostenible para nuestra ciudad.

Cesar Orlando Amaya

Una ciudad limpia es una ciudad segura

Los índices de criminalidad e inseguridad en Bogotá van en aumento, y es que para nadie es un secreto, que como lo dijimos en una columna anterior “Bogotá no camina segura”, por diversos factores como la falta de oportunidades, el aumento de la llegada de bandas extranjeras a la capital, y otros factores que aumentan el índice que nos tiene como la ciudad más peligrosa del país.

Pero dentro del imaginario colectivo y de la percepción que tiene la gente de inseguridad, existen aspectos a revisar que pueden cambiar un poco esta situación, y es que hace un tiempo la teoría de las ventanas rotas ha rondado mis pensamientos como una forma de solucionar estas problemáticas, pues esta teoría criminológicamente hablando significa que el deterioro de los espacios urbanos fomenta la delincuencia y el desorden y al considerarse un espacio con poco interés por parte de la comunidad incentiva los comportamientos que van en contra de la ley.

 

Así las cosas, más allá de iniciar una crítica en contra del distrito por cómo se está atacando la delincuencia hoy por hoy, lo necesario seria hacer un llamado a la comunidad para contribuir con la seguridad de su sector, de su barrio, a través del orden comunitario y de la limpieza de las áreas comunes, y es que un parque o una calle sucia o deteriorada puede atraer un “efecto contagio”, Y es que un pequeño gesto como ese puede convertirse en un símbolo silencioso de desorden y negligencia y dar luz verde a que los comportamientos delictivos se reproduzcan en nuestra sociedad.

El cambio radicalmente empieza por nuestro ejemplo y no con nuestra opinión, pues de nada sirve que por todo culpemos a las autoridades y a los terceros, cuando inicialmente con un acto podemos aportar nuestro granito de arena desde la recolección de basuras, embellecimiento de las fachadas o áreas comunes y así reducir un poco las probabilidades de la comisión de un delito en nuestra ciudad.

Y esto obviamente no es solo un llamado a la comunidad, es una invitación a que el gobierno local y distrital presten más atención con estas soluciones, que si una bombilla de una calle no sirve no se tenga que esperar un año para su arreglo pues en ese tiempo esa calle ya puede convertirse en un foco de hurtos y otros delitos, lo mismo con el deterioro de los parques, y demás sitios de espacio público.

Al final, la tarea de cada uno es reconocer los problemas y determinar las posibles soluciones, pues solo en comunidad podemos sacar adelante a nuestra querida Bogotá, que más allá de la mejora de la seguridad, es sentir como propio cada espacio de esta ciudad, que tengamos sentido de pertenencia con lo que tanto nos cuesta, que usted y yo amemos la ciudad que nos vio nacer, y que día a día ve cumplir nuestros sueños, que nuestra ciudad sea más limpia y más segura.

Cesar Orlando Amaya Moreno

“¿Coca cola y Postobón para cuando ahorrarán agua?”

La crisis hídrica en Bogotá cada día empeora, hace 25 años que nuestra capital no atravesaba una situación de tal magnitud, factores como la deforestación, cambio climático, y el despilfarro del agua, son causas que hoy por hoy tienen a la ciudad en un hecho sin precedentes.

Los bogotanos sufren cada semana racionamientos que el distrito impone para mitigar el momento de crisis por el cual se está pasando, ¿pero realmente esta medida ayuda en algo?, la verdad es que en muchos casos no es una solución efectiva por diversos factores.

 

Un estudio revela que los días antes del racionamiento en cada localidad o barrio, los ciudadanos aprovechan para acumular agua y esto genera un consumo mayor al presupuestado por la alcaldía, es así como de una forma u otra la cultura ciudadana juega un rol importante en esta cadena de reducción, por otro lado hay conjuntos que almacenan agua y la distribuyen entre sus habitantes en los horarios donde las personas salen a trabajar, entre 6:30 y 7:30 am , por lo cual en el principal gasto en los hogares, la ducha, no se ahorro

Sin embargo, el racionamiento de las personas del común de poco sirve, si las grandes empresas, las instituciones públicas, los centros comerciales y demás no asumen que la responsabilidad es de todos, y por lo menos intentar reducir el consumo , para que al menos los embalses se mantengan en un nivel prudente de agua.

Pero es que simplemente eso es lo que no está sucediendo, los centros comerciales siempre tienen agua, en muchas instituciones públicas nunca racionan y por último el que más me ha llamado la atención, empresas que no racionan agua y que adicionalmente no le retribuyen nada al sector que “desangran”.

Pues para la muestra un botón, 11 millones de pesos por la extracción de 279.000 litros de agua DIARIOS, ¿le parece justo?, pues es la cifra que paga COCA-COLA por su planta embotelladora, ubicada en la calera- según versiones de nuestro alcalde Galán, es decir, se paga más por un año de arriendo de un aparta-estudio que por extraer agua de manera irracional en los alrededores de Bogotá. Lo aterrador de esta situación es que en este sector (la calera) más de 400 familias no tienen acceso al agua potable, y deben soportar hace mucho tiempo  racionamientos donde solo pueden abrir las válvulas 5 horas y media al día, para un territorio que lleva desde el año 81 con esta concesión que le trae más problemas que ganancias.

Lamentablemente,Este fenómeno no es exclusivo de La Calera. Según indagaciones de varios medios de investigación, en otros municipios de Colombia, como Sesquilé en Cundinamarca y Caloto en Cauca, embotelladoras como Postobón también extraen cientos de millones de litros de agua de forma similar, mientras las comunidades locales enfrentan escasez y calidad pobre del agua.

El problema del agua no solo es de índole distrital, es una situación de contorno nacional y hasta que la gente no lo entienda, seguiremos condenados a vivir esta injustica, hasta que no entendamos que el agua de nuestro país ni se compra ni se vende, que las empresas deben emplear políticas para el uso racional de la misma, Colombia seguirá siendo visto como el país óptimo para saquear recursos naturales que en un futuro será el que tanta falta nos hará.

Cesar Orlando Amaya Moreno

Los bajos índices de natalidad en Colombia, un problema con contexto social

En la última época Colombia ha tenido una disminución significativa en los índices de natalidad, en lo que respecta a este año, en el mes de abril nacieron 145.000 bebes, sin embargo, esta cifra preocupa algunos expertos, pues según el reporte del DANE existe una disminución del 14,6% la cifra más baja que se ha visto en años.

Muchas podrían ser las razones por las cuales Colombia atraviesa una disminución tan llamativa para un país tan conservador y que resalta la conformación de la familia como un paso obligatorio en la vida de las personas, sin embargo, una de las razones que obedece a la baja natalidad en Colombia, es la desigualdad profunda que históricamente han vivido las mujeres, y a pesar de que falta mucho camino por recorrer en garantía de derechos, actualmente se ha aumentado la posibilidad de elegir si tener hijos o no, por un lado la participación de las mujeres en la fuerza laboral reconocida y remunerada a permitido repensar la maternidad-paternidad vs trabajo, entendiendo la gran responsabilidad que se asume y por otro lado, la precarización laboral, las escazas oportunidades educativas, la inflación, etc., todo ello, en marcados en múltiples contextos sociales vulnerables que posiciona la natalidad en una decisión menos relevante frente a las verdaderas desigualdades actuales que enfrentan los jóvenes en el país; aspectos que preocupan aún más, cuando no está siendo un foco para el gobierno.

 

Y es que los jóvenes no están muy lejos de la realidad y sus análisis están siendo muy certeros, en estos tiempos se deben analizar aspectos más allá del dinero, como por ejemplo la “seguridad”, si hay algo en que la percepción y la realidad se alejan de manera abismal es en este tema, pues un país inseguro y donde el valor de la vida se encuentra por debajo de un celular o incluso una gorra, no se ve muy atractivo traer hijos a este mundo.

En este mismo sentido, en una época de postmodernidad donde las personas toman sus decisiones buscando la felicidad, los hijos pueden verse como una restricción a la libertad, no es casualidad que cada día los jóvenes sean más preparados académicamente, que el turismo crezca en el mundo y en el país, y que cada día los trabajos o la estabilidad laboral sean fugaces.

Es hora que los gobiernos realmente comiencen a tomar medidas sobre este asunto, con una inversión social que le apueste al cuidado y la equidad, generando oportunidades reales, valorando la productividad de las familias y reconociendo el papel clave de la juventud y de sus decisiones en la vida de todos y todas; esto en el marco de reconocer que en el futuro las fórmulas pensionales se podrían ver afectadas y se avecinaría una baja en la productividad laboral, ya que a nosotros nos rige un sistema pensional piramidal, lo que quiere decir que los jóvenes pagan las pensiones de los viejos, y al no haber jóvenes suficientes podría ocasionar que la pirámide se invierta y en ese momento, los jóvenes serán muy pocos para pagar las pensiones de quienes estemos viejos, e irremediablemente entraremos en una crisis pensional.

Cesar Orlando Amaya Moreno

La historia mal contada del aumento del ACPM

Hace pocos días algunos transportadores del país cesaron sus actividades como forma de protesta ante los aumentos que el Gobierno Nacional realizó al precio del ACPM, una noticia bastante escandalosa que se difundió rápidamente entre todos los colombianos, algunos sin mediar palabra y sin indagar acerca del tema, salieron a defender los “intereses” de todo un gremio que se vería afectado con esta fatídica decisión.

Sin embargo, “el tigre no es como lo pintan” pues primero que todo el déficit del Fondo de Estabilización de Precios al Combustible (FEPC) es el motivo detrás del aumento del precio del ACPM. El FEPC tiene un saldo de casi $25 billones, que es el dinero que se le adeuda a Ecopetrol, sin contar que Colombia ocupa el tercer lugar en el ranking regional con los precios más bajos del ACPM.

 

Esta situación nos hace pensar cual es el verdadero motivo de la protesta o realmente a quienes afecta esta medida, pues de lo poco que se sabe, es que para unos se trata de un “paro empresarial” que solo afecta a las personas que tienen el musculo financiero suficiente para pagar el ACPM al precio en que realmente debería estar, y que no debe ser vendido como un paro que afecta al pequeño transportador, al que día a día pone en peligro su vida en las vías de este país.

Ahora bien, lo que es cierto es que al colombiano de a pie no se le puede seguir imponiendo una carga que no debe soportar, no se le puede seguir exigiendo que subsidie costos que otros tienen como pagar, razón que le asiste al actual gobierno para tomar la decisión de aumentar los precios, pero considero que aquí el tema central o la problemática no nace con un aumento, el problema surge es porque el colombiano no ve cambios, no ve arreglo en las vías, no ve aumento en las vías terciarias y en cambio solo recibe más impuestos, más peajes y menos inversión en infraestructura vial.

Lo que, si nos deja el paro transportador, es la fragilidad de la cadena de suministro y la importancia de un sector logístico eficiente para la economía nacional. Si bien el conflicto ha tenido impactos económicos significativos, también presenta una oportunidad para implementar reformas y estrategias que fortalezcan el sector y promuevan un crecimiento económico más resiliente. La resolución efectiva del paro dependerá de la capacidad de las partes involucradas para negociar soluciones equitativas y de la voluntad del gobierno para invertir en el desarrollo sostenible del transporte en Colombia.

Finalmente, el 6 de septiembre se anunció el fin de la protesta, esperemos que los 14 puntos expuestos por el presidente de nuestro país se cumplan a cabalidad, y que los impuestos y subsidios que los colombianos pagan se vean reflejados y materializados en obras que aporten al desarrollo del país, porque con mucha seguridad considero que al colombiano no le dolería dar plata si su país tuviera un desarrollo progresivo y que poco a poco redujera las brechas de desigualdad que existen en Colombia.

Cesar Orlando Amaya Moreno

Los retos de la educación superior

El pasado 18 de agosto, más de 640.000 jóvenes se dieron cita para presentar las pruebas SABER 11, sin embargo, algunos no corrieron con la misma suerte, pues ante la situación de orden público que vive la subregión del San Juan, en el departamento de Chocó, afectó a 2 mil estudiantes que no pudieron presentarlo, precisamente ahí radica la intención de esta columna, las diferencias abismales que hay entre el centro del país, y la Colombia profunda.

Para muchos estudiantes es la oportunidad de cumplir sus sueños y estudiar la profesión que siempre desearon, pero para otros es un simple requisito para finalizar el año; Según un estudio realizado por la Universidad del Rosario, solo 4 de cada 10 estudiantes que terminan el bachillerato logran acceder a la educación superior, y esto se debe en parte a la baja cobertura que tienen las Instituciones de Educación Superior (IES) a nivel nacional.

 

Y es que el mismo estudio revela un dato esperanzador pero contrario a la realidad colombiana, ya que muchos jóvenes si desean estudiar, pero no cuentan con los recursos económicos o ayudas suficientes por parte del estado, es tan así que de 55.000 personas que presentaron las pruebas saber el “97 % manifestó que desearía continuar estudiando y el 77 % indicó que le gustaría continuar con una carrera universitaria”, lo que significa que nuestros jóvenes creen en la educación como parte del cambio en nuestro país.

En este aspecto, es fundamental el papel que cumplen los familiares y las instituciones de educación media, que deben hacer un seguimiento riguroso a las fortalezas y debilidades del estudiante y de acuerdo a estos aspectos enfocar al menor para que así pueda escoger una carrera de su agrado y evitar una posible deserción.

Pero el problema no radica aquí exactamente, pues como lo decíamos en líneas anteriores, los jóvenes quieren estudiar, el inconveniente está en la poca cobertura de la universidad pública, que aparentemente es gratuita, pero es bien sabido que estudiar no es solo pagar un semestre, pues hay que alimentarse, suplir la vivienda y el vestido. Por otro lado, el precio del semestre en algunas universidades privadas es imposible de pagar, relegando así a quienes no pudieron ingresar a la universidad pública y que tampoco pueden costear un semestre en una universidad privada.

Considero que ese es uno de los retos de la educación superior, idear la forma que los estudiantes tengan una posibilidad de acceder a la educación superior con créditos más flexibles, con valores de matrículas que en verdad se asemejen a la realidad económica que está viviendo el país y que desde el Ministerio de Educación exista una preocupación por brindar una educación de calidad en cada rincón del país, para que podamos medir con la misma vara a todos los jóvenes de Colombia sin importar su condición económica o social, solo así el famoso “ICFES” se convierte en una medición justa de la calidad educativa en el país.

Cesar Orlando Amaya

“Con hambre en la camiseta”

Que orgullo nos trae ver a los colombianos participar en estos juegos olímpicos, muchos de ellos con ganas de representar a un país que ha sido egoísta, pues a lo largo de la historia a aquellos “súper héroes” como los tilda el Gobierno y sectores afines, han recorrido un camino lleno de incertidumbre y soledad, como se dice popularmente “con las uñas” para ganarse un cupo en la justa olímpica que los convoca cada 4 años; es por eso que cada triunfo de un compatriota es tan expresivo y conmovedor, pues somos un país lleno de berraquera y ganas de salir adelante, detrás de cada deportista existe una historia que muchas veces se remonta al sueño de tener vivienda propia o ayudar a su familia, esta misma historia sobre la que no fijo la mirada un estado populista y conveniente que aparece con sumos de grandeza cuando sus guerreros ya están en la cima.

Es admirable y un tanto nostálgico, escuchar las historias de vida de nuestros deportistas, por eso el título de este escrito, mientras que en otros países los atletas llegan en condiciones óptimas para ser campeones, los nuestros llegan con hambre y una horrible angustia por ganar, pues se están jugando el futuro de ellos y de su familia.

 

Con un ejemplo simple, veremos la diferencia que hay con algunos países respecto a los incentivos económicos que se obtienen por ser medallista olímpico, mientras que Hong Kong le otorga al ganador de la medalla de oro unos 3.134 millones de pesos, Israel unos 1.122 millones de pesos, Colombia le entrega unos 343 millones de pesos a quien consiga la presea dorada, muchos podrán pensar que es una gran suma, pero no son conscientes del sacrificio diario que vive cada deportista durante 4 años de preparación, máxime cuando no cuentan con los espacios deportivos idóneos, indumentaria adecuada y demás prebendas necesarias para llegar en óptimas condiciones al encuentro más importante de su vida.

Aunado a lo anterior y haciendo un análisis al presupuesto presentado para el año 2025 por el Gobierno Nacional, llama la atención que en plenos juegos olímpicos y ante el llamado del pueblo colombiano que pide más garantías para los deportistas, se proponga disminuir los recursos para el Ministerio del Deporte, pues haciendo una comparación entre el año 2024 y 2025, el presupuesto de inversión en el sector de deporte y recreación se redujo en un 69,3 %, siendo el sector con el recorte más alto, dejando un triste mensaje, pues está más que comprobado que el deporte ha salvado vidas y es una verdadera alternativa para triunfar en el país.

Vale la pena aclarar que el poco apoyo que ha tenido el deporte en Colombia, no solo ha sido de este gobierno, pues desde el año 2015 este tema siempre ha sido motivo de discusión, se ha intentado mediante leyes otorgar mejores condiciones económicas a los deportistas, desde dinero hasta Casas como retribución a su honorable representación, y que en muchos casos ha sido objeto de polémica pues los deportistas se quedan esperando tales promesas.

Lo cierto es que Colombia debe reconocer el innegable talento que tiene para el deporte, y no desconocer que en muchos lugares del país la única salida para salir de la pobreza es ser futbolista o atleta y esa debe ser la apuesta de este y los gobiernos que vienen, apoyar los sueños de los niños y niñas que quieren regalarle una alegría a este país por medio del deporte.

Cesar Orlando Amaya Moreno

¿Cuánto vale una vida?

Para muchos resulta ser una pregunta pretenciosa, existencialista y muy difícil de responder, otros por el contrario que suelen ser más osados y se atreven a dar cifras según el lugar de nacimiento de las personas, su edad, su profesión o su clase social.

Y es que esta pregunta surge a raíz de los sucesos violentos que ocurren diariamente en nuestra ciudad, pues la poca compasión que hay en cada ataque y la excesiva crueldad que se ve en las personas, nos hace evaluar entonces si la sociedad colombiana poco a poco ha perdido cierta sensibilidad frente al tema ó si las instituciones normalizaron un país violento y solo se preocupan por mostrar cifras que los favorezcan, alejadas de la realidad y no de controlar los crímenes, como los que acaban la vida de una persona y destruyen a una familia entera.

 

Hace unos días, en las redes sociales circulo un video de un ataque en Bogotá, exactamente en Meissen, donde un sujeto con una malicia inigualable asesinó con un arma blanca a un hombre y le propinó 7 puñaladas a una mujer, para aparentemente robarlos al interior de un bar. Aquellos que vieron el video darán fe de la crudeza del mismo, pues ni las suplicas desgarradoras de la mujer lograron detener a este asesino, que hasta el momento no ha sido capturado. Pero lo que indigna aún más son los titulares y el contenido de los mismos, pues para muchos medios “A pesar de ese crimen, las cifras de homicidios en la localidad 19 de Bogotá, en los dos primeros meses de este año presentaron una reducción considerable a comparación de los hechos registrados en el mismo periodo del 2023”, esto me hace pensar que la vida vale menos y cobra menos relevancia si las cifras bajan en relación a los años anteriores.

Por otro lado, un joven deportista bogotano que transitaba por el puente de la calle 153 con autopista Norte, se encuentra en la UCI luego de ser arrojado del puente por criminales que no contentos con hurtar su celular y su patineta eléctrica, tomaron la decisión de intentar acabar con su vida; y es que estos hechos dejan mucho que pensar, si, a los ladrones ya no les basta con robar a la gente y si, el sistema penal colombiano ya no es tan contundente, no existe temor alguno a las consecuencias que acarrea acabar con una vida.

Finalmente, este dato permite evidenciar que hoy en día la vida vale menos para ciertas personas, pues en lo que va del año en Bogotá, 7 personas han perdido la vida por una “GORRA”, escandaloso el tema, pero es la realidad que vive la capital, pues para muchos jóvenes este accesorio representa un código de honor y por lo mismo están dispuestos a arriesgar la vida.

Lo único que nos queda como ciudadanos es revisar en que estamos fallando, si estamos perdiendo la sensibilidad social frente al prójimo, si la intolerancia está nublando nuestra razón, si la justicia en nuestro país es tan débil y tan poco efectiva que ya las personas no le temen y esto deriva en que la comisión de delitos no sea nada del otro mundo, debemos analizar si la vida en Colombia ya no vale lo mismo que hace unos años, y a partir de la respuesta de cada quien generar conciencia de factores sociales que debemos reforzar y mejorar.

Cesar Orlando Amaya Moreno

La decadencia institucional del Ejército Nacional

Recuerdo mi época de niñez donde hablar del Ejercito nacional significaba un respeto inmenso para todos los colombianos, representaba un motivo de orgullo pertenecer a la institución y que en la juventud para muchos jóvenes más que una obligación legal que imponía el estado para enlistarse, era un sueño poder servir a la patria.

“Patria, Honor y Lealtad” son las premisas que exaltan las bases de nuestro ejército, pero que poco a poco se han visto empañadas por pequeñas acciones que generan gran desilusión para aquellos que todavía guardamos la esperanza de un Colombia mejor.

 

En semanas pasadas se conoció el caso del General Olveiro Pérez, aquel que utilizó a su esquema de seguridad para temas no propiamente militares, los utilizó para (lavar ropa, barrer la casa y otras labores domésticas), y es que para uno poder dimensionar lo grave de la situación primero tiene que ponerse en los zapatos de los soldados, personas que anhelaron ingresar al ejército, que se prepararon para llegar a ser profesionales con el sueño de servir a su patria, defender la soberanía y proteger a la población civil, todo esto para terminar haciendo un trasteo o acomodando el mercado de un superior, y con esto no quiero decir que estas acciones sean deshonrosas, por el contrario son labores en las que todos deberíamos colaborar en el hogar, pero que no son propias para realizar en una profesión de tan alto valor y que no cumplen con la misionalidad de las mismas.

Ahora bien, abordando situaciones que pueden controlarse a otras que lastimosamente ya no, hace unos días, El cabo tercero Francisco José Pardo Olivero, suboficial del Ejército Nacional, se quitó la vida con su arma de dotación en la base militar de Facatativá, todo esto por el presunto acoso de su superior, al que no le gustaba que fuera costeño, y es que lo preocupante de la ocurrido resulta ser la displicencia en el actuar del Ministerio de Defensa, pues el 23 de marzo del presente año el joven envió una carta donde relata lo que está sucediendo e indica los detalles del acoso del que era víctima y que termino en este trágico desenlace.

Finalmente, este escrito es solo un llamado a que los órganos de control den un vistazo a esta situación, a que los soldados que atraviesan una situación similar denuncien y hagan visible los tratos que reciben por parte de sus superiores, pues ante el silencio solo tenemos más impunidad solo así finalmente prevalecerán los derechos y virtudes con las que cuenta nuestro Ejército Nacional, y cumpliendo todo lo anterior en un futuro las noticias sean más alentadoras a las que estamos informando el día de hoy.

Cesar Orlando Amaya

¿Bogotá camina segura?

En los últimos años, Bogotá ha sido testigo de una transformación notable en términos de seguridad urbana. Sin embargo, detrás de las cifras y los informes oficiales, persisten realidades complejas que demandan una mirada profunda y comprometida por parte de las autoridades competentes locales e incluso nacionales.

La realidad en la percepción de inseguridad del ciudadano de a pie, sigue siendo una preocupación constante, existe un continuo enfrentamiento con desafíos significativos; La delincuencia común, los hurtos y la violencia interpersonal todavía representan amenazas palpables para la calidad de vida y el desarrollo económico y social de los capitalinos.

 

Es claro que existe una discrepancia significativa entre los informes con cifras oficiales y la percepción pública, siendo que, por ejemplo, según informe de la Policía Metropolitana de Bogotá presentado a través de la gestión realizada en los primeros 100 días de trabajo del alcalde Carlos Fernando Galán se ha realizado la captura de 8.302 personas, de las cuales 136 estaban relacionadas con homicidios, 2.973 por hurto, 1.562 por tráfico de estupefacientes y 340 por porte ilegal de armas de fuego y entre otras cifras que a grandes rasgos muestran al tenor de júbilo y regocijo la disminución porcentual en diferentes categorías delictivas.

Es innegable que la reducción de ciertos tipos de delitos ha sido notable. La implementación de estrategias como la vigilancia electrónica, la ampliación de la cobertura policial y la rehabilitación urbana han contribuido significativamente a esta tendencia positiva. No obstante, la percepción ciudadana sobre la seguridad en Bogotá dista mucho de reflejar una plena tranquilidad, entonces ¿Qué se debe hacer?

El análisis de la seguridad urbana no puede limitarse a la disminución de indicadores específicos de delincuencia, la sensación de inseguridad se nutre de una multiplicidad de factores sociales, económicos y culturales que trascienden la mera acción policial. La desigualdad económica, la segregación espacial, la falta de oportunidades educativas y laborales, entre otros, conforman un entramado complejo que repercute directamente en la percepción de seguridad de los ciudadanos.

Los desafíos de Bogotá en materia de seguridad exigen una estrategia integral y holística. Esto implica no solo fortalecer las capacidades de las fuerzas de seguridad, sino también implementar políticas públicas que aborden las raíces estructurales de la violencia urbana. Invertir en programas de inclusión social, promover la cohesión comunitaria y mejorar la calidad de vida en los sectores más vulnerables son pasos fundamentales hacia una ciudad más segura y equitativa. Además, es crucial fortalecer la confianza ciudadana en las instituciones encargadas de la seguridad, que, a día de hoy, son desvirtuadas constantemente teniendo en cuenta aspectos como: el uso adecuado de la fuerza por parte de las autoridades, la transparencia en las investigaciones criminales y el acceso efectivo a la justicia.

Abordar la seguridad en Bogotá requiere un enfoque multidimensional que trascienda los enfoques simplistas y estadísticos, es crucial fortalecer la capacidad institucional y la coordinación entre las diferentes entidades responsables de garantizar la seguridad pública; es claro que, aunque las cifras disminuyan, la preocupación sigue siendo una constante latente en el sentir de los Bogotanos y esto deja un mensaje que va mucho más allá de cualquier informe con cifras de gestión, que a fin de cuentas, lleva a preguntarse ¿Bogotá camina segura?

Cesar Amaya