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Etiqueta: Clanes políticos

El cambio, los clanes y el 23

En el 23 el cambio democrático se juega su suerte. En efecto, las elecciones territoriales de octubre serán una contienda entre las fuerzas progresistas que representan e interpretan las reformas propuestas por el Gobierno del presidente Petro y de los gobiernos alternativos en Bogotá y otras regiones del país, versus las estructuras de la política tradicional que articulan entramados de captura del poder público en provecho propio, al tiempo que actúan en función de sectores económicos pre modernos y rentistas.

Los clanes políticos desempeñan un papel estelar en las estructuras de la política tradicional colombiana. Más que los partidos, son los clanes el eslabón de producción y reproducción del viejo sistema político. Su trinchera son los poderes regionales o las Alcaldías y Gobernaciones, desde allí controlan el aparato y la contratación pública, someten las regiones a su voluntad omnipresente, dominan la representación parlamentaria, capturan los partidos tradicionales y la expedición de avales. Son una mediación de facto entre el territorio y la nación, desarrollan una inmensa capacidad adaptativa para incorporarse a las coaliciones del gobierno nacional y no dudan en acudir al chantaje y la extorsión cuando las circunstancias se lo exigen. Son entramados que generalmente se mezclan con la criminalidad y ejercen una suerte de autoritarismo regional o territorial.

 

En Colombia tenemos más clanes que partidos. Mientras vamos en 34 partidos con personería jurídica, la Fundación Paz y Reconciliación documentó en sus estudios 54 grandes clanes políticos familiares a los qué hay sumar una estela de por lo menos 300 clanes de tamaño intermedio articulados a los primeros. A pesar del avance de las fuerzas alternativas en la composición del Congreso de la República, los clanes y los clancitos siguen conservando un inmenso poder parlamentario que hoy cobran caro el apoyo a las reformas o las ponen en serias dificultades. Solo tres clanes del Caribe, por ejemplo, los Char, los Cotes y los Gnecco suman más de 20 congresistas articulados a los partidos cuyos jefes se oponen rabiosamente a la reforma a la salud, a la laboral o a la pensional.

El cambio de rumbo y la agenda progresista sólo será viable si las fuerzas alternativas se juntan para enfrentar y derrotar a los clanes políticos. No hay otra alternativa. A no ser que se resignen a ser espectadores de la transacción perversa a la que sus representaciones parlamentarias someten al gobierno nacional. Si la tarea democrática del 22 fue la derrota de la derecha del establecimiento, la del 23 es la de imponerse regionalmente a los clanes.

Que las fuerzas alternativas unidas se impongan en las regionales significará una bocanada de oxígeno para el gobierno Petro, permitirá romper el autoritarismo subnacional ejercido por los clanes, instalar relaciones intestitucionalizadas entre la nación y los territorios, y armonizar el poder político regional con la agenda de cambios y reformas liderados por el presidente y su gobierno. Amanecerá y veremos.

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Tóxicos y borregos

Todo gobierno que llega en toda América Latina construye sobre el clientelismo su gobernabilidad, y en general en la región no se percibe como algo reprochable. Las personas que nacimos y crecimos en Colombia hemos vivido aprendiendo a caminar en la delgada línea que separa la recomendación de la corrupción. Mucha gente, en muchas columnas de opinión ha cuestionado que el gobierno del cambio mantenga ese mecanismo, pero la verdad es que ni el presidente Petro tiene el poder de corregirlo.

Por eso, hay mucho de absurdo en las denuncias del reencauche de las élites regionales y los clanes políticos en partidos cercanos a la coalición de gobierno. Personalmente, al haber estado un par de décadas cerca del lado de la denuncia he empezado a entender que lo raro sería que la situación cambiara. Ningún presidente ha sido electo sin su intermediación. Eso lo entendió Petro en campaña y lo ha mantenido en el gobierno. Es como si el presidente hubiera hecho un acuerdo de paz con los clanes políticos para garantizar la estabilidad del gobierno. Y funcionó parcialmente. Hasta ahora se puede contar con que tendremos un gobierno estable.

 

Pero seamos sinceros. Los incentivos al liderazgo político, sobre todo en las regiones no están determinados por valores democráticos (o meritocráticos) de ningún tipo. El liderazgo se hereda – como el de Nicolás Petro – o como el de Musa Abraham, ambos hijos de apellidos importantes en contextos donde la ideología política importa más bien poco. Un dato: El departamento de Córdoba sólo ha elegido una congresista por fuera de las élites políticas tradicionales desde la fundación del departamento, y esta fue Eleonora Pineda, cuya carrera política fue hecha por el propio comandante paramilitar, Salvatore Mancuso.

Ese tipo de liderazgo, que fue fácilmente manejable para cualquier gobierno anterior, es absolutamente tóxico en un proyecto de cambio. Negarlo significa perder la estabilidad del gobierno y aceptarlo es echarse la soga al cuello. A los gobiernos de izquierda les puede salir carísima la aceptación de la corrupción. Si en algún momento el gobierno les falla, el cheque de cobro será carísimo. Tenerlas en el sistema democrático es vivir en la zozobra permanente.

El clientelismo les ha dado un poder abismal que no entienden las personas que nacieron apellidándose Sanín, porque justamente su lugar en el mundo les fue otorgado de nacimiento. La ansiedad y la angustia de perder el trabajo para un contratista es tal que son muy pocas (y valientes) las personas que logran decirle no a quienes les han conseguido su empleo. Y eso, por supuesto, incluye a las miles de mujeres sometidas a abusos y vejámenes de hombres con poder, no sólo por su propio empleo, sino por el castigo de ser retiradas para siempre de las redes clientelares. También incluye a los montones de funcionarios que no pudieron decir que no a sus jefes y les facilitaron sofisticadas rutas para amañar contratos o robar el erario público. Es el mismo mecanismo y es hora de aceptarlo. Si pierden, sabotean; si ganan chantajean.

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El clientelismo en América Latina, y en Colombia no ha sido una práctica libre de víctimas. Tiene todo que ver con los casos de abuso sexual por parte de políticos y también es responsable de la muerte de miles de niños en la Guajira por desnutrición. Es el que ha hecho que el talento importe poco y el que produce pérdidas billonarias en el Estado que pudieron invertirse bien y eficientemente en paliar tantos dramas sociales. Es el que hace que un campesino no tenga una vía decente. Es el que hace que puedan robar con total impunidad porque no se les puede decir que no.

¿Cómo cambiar si el mecanismo se mantiene? Una de las preguntas que siempre viene a mi mente es ¿cómo se hace para gobernar con los amigos sin que se vuelva una relación clientelista? No se puede si no se le quita a la clase política el control del empleo público. En algún momento el apellido Petro se vuelve parte de esa élite, como lo han sido los Jattin, los Burgos o los Aguilar. Este mensaje debería llegar a todos los partidos políticos ahora que están armando sus listas regionales: No hay clientelismo bueno. No hay manera de meterse en un pozo de brea y salir limpio.