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Etiqueta: Deuda externa

Deuda externa por acciones climáticas, el gran reto de Petro

Gustavo Petro es un político curtido, radical, que muy poco negocia su manera de pensar y qué, además, conoce muy bien nuestro país, dándolo a conocer con su particular forma de entablar su discurso.

En Colombia, a principios de los noventa, ya se había hecho un canje con el que se disminuyeron los intereses de la deuda que iban a un Ecofondo integrado por varias ONG ambientales, que tuvo un primer impulso de US$500 entregados por Estados Unidos. El acuerdo estableció que US$13 millones que el país le debía a Canadá irían a ese fondo. Luego, en el año 2000, se creó la organización Fondo Acción para administrar el primer canje de deuda por conservación firmado entre Estados Unidos y Colombia, y hacia 2004 encabezaría el Acuerdo para la Conservación de Bosques Tropicales de Colombia, firmado también por ambos gobiernos.

 

Nuestro país, no es un gran generador en las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel global, apenas llegamos a un 0,66 % según datos del Banco Mundial, lo que nos convierte más en un actor de opinión, activismo y receptor del impacto.

El presidente ha llegado con un buen discurso para migrar a energías limpias que lo han llevado entre otras, a ser uno de las 100 personas más influyentes en el mundo según la revista Time. Ese discurso lo personalizo y le dio una estocada no solo desde su posesión, sino también en su primera intervención frente a la Asamblea de Naciones Unidas, donde mencionó su idea de cambio de acciones climáticas por deuda externa.

Nuevamente lo reitero esta semana en presencia del mismo Biden, y para entender de qué se trata y cómo funciona el cambio de deuda por servicios ambientales para un país como Colombia, se necesita dimensionar el costo, tiempo y alcance de beneficios que se podrían lograr.

Actualmente la deuda externa de Colombia se acerca a los US$185.000 millones y supera 50% del producto interno bruto (PIB). En este orden, el cambio de deuda por servicios ambientales podría ser una oportunidad para que nuestro país, explore mecanismos diferentes para aliviar la economía, que con la situación actual global y después de la pandemia quedaron mucho más aporreadas de lo que ya estaban.

Dijo Petro, “No somos nosotros los que emitimos los gases efecto invernadero. Son los ricos del mundo quienes lo hacen, acercando al ser humano a su extinción, pero nosotros si tenemos la mayor esponja de absorción de estos gases después de los océanos: La selva amazónica”.

El mecanismo propuesto, podría responder a la crisis fiscal y climática simultáneamente, en la medida de que Colombia se encamine hacía una nueva oportunidad de pago de deuda o financiación, con la oportunidad existente de acceder a parte de los US$100.000 millones que los países más ricos donarán a partir de este año al resto de las naciones.

Que Colombia logre mostrar resultados relacionados a las emisiones mediante políticas ambientales, enfocadas en la captura de emisiones de carbono a través de, por ejemplo, mercado nacional de bonos verdes o pago por servicios ambientales que garantizan la reducción de una tonelada de dióxido de carbono o su equivalente de GEI, es una oportunidad de pagar y buscarle una solución a un déficit inalcanzable actualmente.

Por ejemplo, Colombia ganó el premio al Bono Verde del año 2022. El país fue galardonado por su emisión de TES Verdes por $1,5 billones en el año 2021, si lográramos ampliarlo la reducción seria significante, donde, como una tarjeta de crédito, cualquier abono es rentable.

En esta reunión presencial entre mandatarios, quedo el compromiso del Presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, de llevarlo al Fondo Monetario Internacional para su transición… ojalá y se materialice.

 

 

Deuda por naturaleza, de nuevo

Hace unas décadas, luego de una intensa negociación, se logró que una parte de los intereses de deuda externa pública de Colombia fuese pagada in situ, es decir, en inversiones ambientales en el territorio nacional. Fruto de esos experimentos fueron la Corporación Ecofondo, creada como alianza entre 119 organizaciones ambientalistas en 1993, hoy inexistente, y el Fondo para la Acción Ambiental y la Niñez, en el 2000, una organización pequeña, sin ánimo de lucro y extremadamente eficiente y exitosa, capaz de movilizar recursos por 58 millones de dólares en 2021, un modelo del cual tod@s deberíamos aprender.

Los fondos derivados de lo que se llamó “canje de deuda por naturaleza” nunca afectaron el capital de la deuda, ni se estructuraron con criterios de negociación ajenos al mercado, dado que, en principio, las deudas hay que pagarlas, eventualmente renegociarlas. La idea de un “perdón” unilateral de deuda, o la eventual negativa a pagarla por reclamos objetivos de los contrayentes nunca estuvo sobre la mesa hasta que la noción de justicia ambiental o climática comenzó a desarrollarse formalmente, con la evidencia de que el crecimiento de las economías de ciertos países había sido posible gracias al uso de la atmósfera planetaria como “botadero” de CO2, un espacio compartido, convirtiéndonos en menos de un siglo en víctimas inesperadas del calentamiento global.

 

De ahí el reclamo por el decrecimiento o redistribución justa y equitativa de los costos de las transformaciones ambientales del planeta, al menos, y la definición de compensación adecuada por el daño causado a la biosfera y las graves implicaciones que esto trae para todas las sociedades. El problema es que en Colombia tenemos “rabo de paja”, pues si bien no contribuimos significativamente con las emisiones de CO2 a la crisis climática, si convertimos en humo la riqueza genética del planeta.

Clima y biodiversidad están entrelazados, así muchos gobiernos insistan en que se trata de temas diferentes. Pero la comunidad científica y gran parte de la sociedad ya no come cuento y sabe que la deforestación amazónica o de las selvas del Pacífico, por ejemplo, es una amenaza tan o más grave que la saturación de CO2 y que, de no considerarse integradamente, nunca podremos aspirar a superar la crisis ecosistémica que amenaza la humanidad.

Al final, el canje de deuda si tiene una moneda común, y es la probabilidad de supervivencia para el año 2101, algo que puede sonar tan apocalíptico e infundado como el paso del siglo 20 al 21, pero que tiene todo el respaldo de las ciencias contemporáneas.

El indicador cínico sería la cantidad de información genética evaporada por hectárea deforestada vs la cantidad de información genética restituida por la economía ecosistémica que requerimos implementar, una lógica en la que sabemos por ejemplo que un cultivo de cacao o un sistema silvopastoril son pálidos sucedáneos de la integridad biótica requerida para afrontar el futuro en la escala de los milenios.

La deuda climática existe y no se saldará condonando intereses, pañitos de agua tibia. Contabilizarla en términos de mercado puede que sea útil, pero conocemos las limitaciones de la contabilidad verde; es demasiado transparente. La solución es una nueva perspectiva internacional sobre las inversiones climáticas del mundo en Colombia, epicentro global de biodiversidad, tema central para Cancillería.

Crecer con deuda

El dato de crecimiento del PIB en 2021 de 10,6% está muy por encima de lo proyectado en el marco fiscal de 6,0%. A pesar de la amenaza inflacionaria, la cifra de PIB nominal es aún más espectacular: cercana al 18%. Con este dato, se eleva el crecimiento económico del periodo 2018-2020 de -0,23% al 2,38% para 2018-2021. El reto del próximo gobierno será resolver el problema fiscal de casi 6,2% del PIB. Aunque el balance total del gobierno requiera $90 billones, aun con supuestos generosos, el balance primario va a requerir $34 billones. En otras palabras, tanta deuda para crecer no es sostenible.

El gobierno naturalmente hace bombos y platillos con el crecimiento de 2021, pero muchos analistas lo desestiman como un efecto estadístico de rebote en respuesta al bajonazo de la pandemia. Si la economía está en 100 y cae 10% queda en 90, pero si vuelve a 100 al siguiente año desde la base de 90 crece al 11,11%. La rápida recuperación es positiva, pero aunque se crece no se avanza. Hoy la economía produce $47 billones menos que hace dos años.

 

Esto explica por qué a pesar de lo explosivo que fue 2021, el crecimiento del cuatrienio de 2,38% no es destacable. Si bien hay aciertos en materia de recuperación, especialmente por el jalonamiento del sector vivienda, el estímulo gubernamental dejará retos fiscales. Nos endeudamos para recuperarnos pronto, pero ese ritmo de gasto público no es duradero. Esto para no hablar de recuperar el grado de inversión que perdimos el año pasado.

Por su parte, tanto por gestión como por mayor actividad, la DIAN incrementó el recaudo en $13 billones, nivel por encima de lo previsto en el marco fiscal de mediano plazo de 2021. Aun así, es probable que el recaudo de 2022 se mantenga estable en 14,2% del PIB. El escenario de 2022 no incluye ingresos por $7.1 billones por cuenta de las enajenaciones del año anterior. Las descapitalizaciones, o venta de activos, no serán iguales en año electoral; tampoco las complejas enajenaciones de activos de la SAE. Se debe acabar la mala práctica de depender de utilidades del Banco de la República.

Para estimular las obras públicas, el gobierno nacional incrementó el uso de vigencias futuras, comprometiendo $63.2 billones de gasto del próximo cuatrienio. En otras palabras, les piden a los constructores que empiecen obras ahora, pero les pagan con los presupuestos de futuros gobiernos. El Invias en un hecho, ese sí sin antecedentes, comprometió hasta 8 años de presupuestos para obras de baja cuantía. Hay un debate con calificadores de riesgo sobre si estas vigencias futuras son deuda o inversión, pero el hecho es que el que llegue recibe la olla raspada. Esto sin hablar de las APPs que darían para otra columna.

No importa lo que digan ahora en campaña, el próximo gobierno debe mejorar su perfil fiscal entre $12 y 16 billones apenas lleguen. Esto se puede hacer recortando gasto o mejorando ingresos, pero si queremos mantener la tradición de más de 200 años de prudencia fiscal, el ajuste no es con más deuda. La moneda sana de López Pumarejo no existe sin esfuerzo. No es accidente que Colombia sea el único país de América Latina que nunca ha restructurado sus deudas y siempre las ha pagado. Es un legado muy importante para ponerlo en riesgo.

Deuda externa colombiana llegó a US$116.167 millones

A septiembre de 2016, el saldo de la deuda externa de Colombia fue de US$116.167 millones (m) (41% del PIB1), presentando un incremento de US$ 5.675 m (5,1%) frente a diciembre de 2015. El mayor saldo se explica principalmente por el aumento del endeudamiento de largo plazo en US$ 5.858 m (6,1%). Por tipo de instrumento, el saldo de la deuda externa corresponde principalmente a préstamos bancarios y a títulos de deuda.

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