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Confidencial Noticias 2025

Etiqueta: Diego Romero

Haré un viaje por la cuna del pensamiento europeo

Los que me conocen saben que yo disfruto mucho vivir, pero que lo que más disfruto de vivir es conocer, aprender y sobre todo viajar. Este año, el Señor me ha concedido un deseo largamente anhelado: embarcarme en un viaje que he estado planeando meticulosamente durante meses. A mediados de 2025, mis pasos me llevarán por un periplo a través de Alemania, Suiza y Polonia, tres naciones que han sido testigos silenciosos del nacimiento de algunas de las ideas más revolucionarias de la humanidad.

No es casualidad que esta región de Europa haya sido el crisol donde se forjaron tantos avances del pensamiento humano. Entre sus calles empedradas y sus edificios centenarios, se respira aún el aire que inspiró a figuras como Copérnico, Einstein y Marie Curie. Cada rincón cuenta una historia de innovación y ruptura con lo establecido.

 

Los datos hablan por sí solos: tan solo en esta región se han otorgado más de 170 Premios Nobel en ciencias, y alberga 4 de las 10 universidades más antiguas de Europa. Pero más allá de las estadísticas, lo verdaderamente fascinante es cómo estas tierras han sabido mantener vivo el espíritu de la investigación y el cuestionamiento constante.

Tomemos el caso de Cracovia: mientras otras ciudades europeas sucumbían a la superstición durante la Edad Media, su universidad ya defendía el método científico y acogía a estudiantes de toda Europa. O pensemos en Zúrich, donde el ETH no solo formó a Einstein, sino que sigue siendo hoy un faro de innovación tecnológica, con más patentes per cápita que cualquier otra región del continente.

Lo que hace única a esta zona es su capacidad para reinventarse sin perder su esencia. Las mismas calles de Berlín que vieron nacer la física cuántica hoy albergan algunas de las startups más innovadoras en inteligencia artificial. Los laboratorios suizos que revolucionaron la química orgánica ahora lideran la investigación en energías renovables.

Mi viaje no será un simple recorrido turístico. Será un peregrinaje intelectual, una búsqueda de las fuentes que han nutrido el pensamiento occidental. Visitaré el CERN en Ginebra, donde los límites de nuestra comprensión del universo se expanden día a día. Caminaré por los pasillos de la Universidad de Heidelberg, donde la filosofía moderna dio sus primeros pasos.

Pero quizás lo más emocionante sea la perspectiva de respirar el mismo aire que respiraron los gigantes del pensamiento. Sentarme en los cafés donde Nietzsche escribió sobre el superhombre, pasear por los jardines donde Goethe encontró inspiración para su Fausto, o contemplar el cielo nocturno desde el mismo lugar donde Copérnico revolucionó nuestra comprensión del cosmos.

Este viaje representa más que una simple aventura personal. Es un recordatorio de que las grandes ideas no surgen en el vacío, sino en lugares concretos, nutriéndose de tradiciones y culturas específicas. En tiempos donde el conocimiento parece cada vez más desligado de su contexto, volver a estos lugares significa reconectar con las raíces mismas del pensamiento moderno.

Mientras preparo mi maleta y afino los últimos detalles del itinerario, no puedo evitar sentir que este viaje será más que una suma de visitas y experiencias. Será un diálogo con la historia, un encuentro con las ideas que han moldeado nuestro mundo. Y quién sabe, tal vez en alguna calleja medieval o en algún café centenario, encuentre la inspiración para contribuir, aunque sea modestamente, a esta ininterrumpida cadena de pensamiento y descubrimiento.

Diego Romero

Colombia y Estados Unidos: Una relación desigual que exige reinvención

Colombia no puede defender su dignidad frente a Estados Unidos porque su historia no le ha permitido engrandecerse como nación.

La semana pasada el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, inició su andanada contra diferentes países del mundo, con el fin de plantar los límites de su nación, ampliar su poder y establecer un nuevo orden mundial. Con Colombia tuvo un encontronazo feo, envió dos aviones con migrantes esposados y tratados como delincuentes, el presidente Gustavo Petro respondió con firmeza a las presiones estadounidenses, defendiendo la soberanía nacional y criticando la forma en que Estados Unidos estaba tratando a sus connacionales, entonces a Trump no le tembló y sacó sus dientes poniendo aranceles y creando una cantidad de castigos a la economía colombiana. Lo que hizo que los colombianos, radicados en Colombia, reaccionaran de una manera reveladora: muchos criticaron a Petro por “poner en riesgo” la estabilidad de la relación con Estados Unidos. Respuesta que refleja una dependencia histórica y una falta de capacidad para construir un futuro autónomo.
Colombia no puede defender su dignidad frente a Estados Unidos porque su historia no le ha permitido engrandecerse como nación. Y esto no es solo una cuestión de política exterior, sino de realidades internas que nos han debilitado como sociedad.

 

Los números que nos condenan

Comencemos por la educación, base de cualquier proyecto de nación. Según la Encuesta Nacional de Lectura de 2020, el 52% de los colombianos no lee un solo libro al año, y el promedio de lectura es de 2.7 libros anuales por persona, muy por debajo de países como Alemania (12 libros) o Finlandia (15 libros). Este bajo índice de lectura se traduce en una población con dificultades para analizar críticamente su realidad y elegir líderes con estándares altos. No es casualidad que, según Transparencia Internacional, Colombia ocupe el puesto 87 de 180 en el Índice de Percepción de Corrupción (2022).
La pobreza, otro lastre histórico, afecta al 39.3% de la población (DANE, 2022), y la desnutrición crónica en niños menores de cinco años alcanza el 10.8%. Una población mal alimentada enfrenta mayores dificultades para desarrollar procesos cognitivos complejos, lo que limita su capacidad para innovar y pensar estratégicamente.

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En el ámbito científico, Colombia produce apenas 0.2% de la investigación mundial, según Scimago Journal & Country Rank (2023). Comparado con Estados Unidos, que lidera con el 28%, o incluso con Brasil, que aporta el 2.7%, nuestra contribución es ínfima. La brecha tecnológica también es abismal: mientras en Estados Unidos el 93% de la población tiene acceso a internet de alta velocidad, en Colombia la cifra es del 50%, según el Ministerio de las TIC (2023).

El tejido empresarial no es más alentador. Según el Banco Mundial, el 80% de las empresas colombianas son microempresas, muchas de ellas informales y con baja productividad. Además, el peso colombiano es una moneda débil y vulnerable, que se devalúa fácilmente ante las fluctuaciones del dólar, lo que nos hace dependientes de las decisiones económicas de potencias como Estados Unidos.

Una propuesta país: Reinventarnos para crecer

Frente a este panorama, es urgente un proyecto de nación que nos permita diversificar nuestras relaciones internacionales, fortalecer nuestra economía y construir una sociedad más justa y educada. Aquí, algunas propuestas concretas:
Diversificar mercados: Colombia debe dejar de depender exclusivamente de Estados Unidos, que representa el 28% de nuestras exportaciones. Es clave fortalecer relaciones comerciales con la Unión Europea, Asia y África. Por ejemplo, potenciar acuerdos con países como India, que tiene una economía en crecimiento y demanda de productos agrícolas, o con Corea del Sur, líder en tecnología.

Transformar la educación: Necesitamos un modelo educativo que priorice el pensamiento crítico, la ciencia y la tecnología. Finlandia, líder en educación, invierte el 6% de su PIB en este sector; Colombia apenas llega al 4.5%. Debemos aumentar la inversión y modernizar los currículos para formar ciudadanos capaces de competir en un mundo globalizado.
Eliminar el hambre: Programas como “Hambre Cero” deben ser una prioridad. Brasil, durante el gobierno de Lula, redujo la desnutrición en un 50% en una década mediante políticas de seguridad alimentaria y apoyo a la agricultura familiar. Colombia puede seguir este ejemplo.

Fomentar la ciencia y la tecnología: Crear incentivos fiscales para empresas que inviertan en I+D, y fortalecer alianzas entre universidades y el sector privado. Corea del Sur pasó de ser un país agrario a una potencia tecnológica en 30 años gracias a una apuesta decidida por la educación y la innovación.

Fortalecer la moneda: Reducir la dependencia del dólar mediante acuerdos comerciales en monedas locales con otros países de la región, como Brasil y Argentina.

Combate a la corrupción: Implementar sistemas de transparencia con tecnología blockchain y fortalecer la independencia de las entidades de control.

Colombia no puede seguir siendo el patio trasero de nadie. Para defender nuestra dignidad frente a Estados Unidos y el mundo, debemos empezar por resolver nuestras propias contradicciones. Esto implica invertir en educación, ciencia, tecnología y justicia social. Solo así podremos construir una nación que no dependa de la caridad ni de la condescendencia de otros, sino que se levante sobre sus propios pies.

El camino no es fácil, pero es posible. Y el momento de empezar es ahora.

Diego Romero

Deshumanidad

Ayer prendí la radio y escuché: -¿Usted podría jurar o asegurar que esas personas encontradas en la escombrera no fueron enterradas ahí por sus familiares? -¿Cómo así? ¿Tú me estás diciendo que posiblemente un familiar fue y cogió los restos de su ser querido y los enterró…? -Le estoy diciendo que nadie sabe los 3 o 4 cuerpos que encontraron en la escombrera de dónde salieron, ni siquiera la JEP...

Entonces tuve que apagar para no seguir escuchando y poder empezar a procesar el tamaño de la insensatez que el periodista Néstor Morales, de Blu Radio, estaba diciendo. Aunque luego me di cuenta de que no era ninguna insensatez: Que un señor que ha tenido una relación tan estrecha con los políticos y empresarios de esa derecha recalcitrante y sospechosa de las masacres, se salga de casillas para tratar de ocultar la relevancia de encontrar 3 o 4 muertos en esta sociedad violenta, carnívora y descarnada, es super normal. De hecho, la cifra de la que habló despóticamente es una minucia comparada con los cientos de miles que escuchamos todos los días, producto de la desproporcionada guerra de nuestro país y del resto de latitudes, como las guerras que se viven en el oriente de Europa y en el Medio Oriente ahora.

 

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Pero me quedé pensando en que el, enjuto de mente, periodista, por defecto es un humano, y que como humano, cuando verbalizó la cifra, se refirió a otros humanos bajándolos de categoría, disminuyéndolos en su valor de escala social y tirándolos al ostracismo del olvido. Entonces me pregunté: ¿cómo se sintieron las madres de esos muchachos y muchachas cuyos cuerpos quedaron bajo las ruinas picadas de miles de historias vanas que pulularon en la Medellín violenta?

Y llegué a la idea de que, después de que las embargara un sentimiento de tristeza absoluta —que es una tristeza que viene después de no haber podido tramitar la tristeza anterior—, este desastre social se va convirtiendo en una emoción sin fuerza, sin potencia, en lo que Fernando Vallejo llamó «una desazón suprema», porque, aunque sus hijos ya no existen como humanos, el tratamiento que a «las cuchas», como les llaman, les están dando, es el más inhumano.

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La impunidad mediática corroe los cimientos de nuestra sociedad. Estos mercaderes del dolor, que trafican con la angustia ajena desde sus micrófonos, siembran la semilla de una indiferencia colectiva que nos consume. Los ciudadanos, testigos mudos de la revictimización, nos convertimos en cómplices involuntarios de este espectáculo macabro. La deshumanización se expande como una mancha de aceite, dejando a su paso retinas vacías y conciencias adormecidas, hasta que con merecimiento, vayamos despareciendo.

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Si acaso importa: Un antídoto contra esta epidemia de insensibilidad: la memoria activa y la empatía militante. Necesitamos medios independientes que narren las historias de las víctimas con dignidad y respeto. Necesitamos ciudadanos que exijan responsabilidad social a los comunicadores y que boicoteen a quienes mercantilizan el dolor ajeno. Y, sobre todo, necesitamos recordar que detrás de cada cifra hay una historia, una familia, un universo de amor truncado. Porque si permitimos que la deshumanización triunfe, no solo estaremos matando la memoria de los que ya no están, sino también la posibilidad de construir una sociedad donde el dolor ajeno nos duela como propio.

Diego Romero