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Confidencial Noticias 2025

Etiqueta: Edwin Arcos

La vibra del silencio

En el día a día, nos cruzamos con personas mentalmente exhaustas que desean morir, acompañadas de la fría indiferencia del mundo que las rodea. Son almas que cargan sus tormentas internas en silencio. Un silencio profundo y desgarrador, capaz de despojarnos de nuestros más íntimos secretos, exponiéndonos de manera cruda y sin compasión. A veces, esas almas silenciosas cuando intentan recargar fuerzas, cualquier novedad en contra las empuja de nuevo al abismo de los malos recuerdos.

Dentro de este silencio habita Fran (interpretada por Daisy Ridley), la protagonista de la película Sometimes I Think About Dying (2023), y dirigida por Rachel Lambert. Su vida se compone de rutinas repetitivas y un silencio opresivo que la envuelve constantemente. Ella lucha con pensamientos oscuros, coqueteando con la idea de una muerte cercana. En la película, observamos cómo se aísla, evitando participar en las conversaciones con sus compañeros de trabajo, y al final del día regresa a casa, donde la soledad parece intensificarse en cada espacio de su ser.

 

Sin embargo, su monótona existencia cambia con la llegada de un nuevo compañero de trabajo, Robert (interpretado por Dave Merheje), un nuevo colega cuya presencia parece prometerle un renacimiento. Sus interacciones iniciales son tímidas, casi vacilantes, pero poco a poco, Robert comienza a iluminar los rincones lúgubres del mundo de Fran. Detalles cotidianos que antes pasaban inadvertidos ahora cobran un significado profundo: una mirada cómplice, el aroma del café recién hecho, las risas compartidas, la calidez de un abrazo inesperado, pequeñas confesiones…

Muchas veces, la rutina y el orgullo nos conducen a un estado en el que olvidamos la importancia de conectar con los demás. Nos encerramos en nuestros propios mundos, construyendo barreras para que nadie viole nuestra intimidad. Pero, como nos revela la historia de Fran, abrirnos a nuevas personas puede marcar el inicio de una visión más optimista de la vida. Cada persona que conocemos lleva consigo un cúmulo de experiencias y sabiduría que pueden enriquecer nuestro propio viaje o hacerlo menos caótico.

Así pues, la clave radica en cómo elegimos relacionarnos con el silencio: ¿cómo un enemigo a temer o como un compañero de introspección y descubrimiento?

Edwin Arcos Salas

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Después de todo, solo quedan las palabras

Recordamos a esos seres que ya no deambulan entre los vivos porque, para bien o para mal, nos marcaron. A veces, los evocamos con el mismo pretexto de un poema de Jorge Luis Borges: “Mi corazón insiste en que regresarás, / mi corazón insiste en que no estás muerto, / y si estoy sin dormir es porque creo / que aún duermes y no quieres despertar.” Tratamos de recordar cada rasgo que los hacía únicos: cada mancha o arruga en su rostro, su forma de caminar, el tono de su voz, sus aficiones, sus cuitas, sus maneras de vestir. Con cada detalle distintivo, se despiertan en nuestra memoria acontecimientos, lugares, canciones, sentimientos, olores, personas, películas, fracasos, libros y pequeñas alegrías o triunfos. Por masoquismo o nostalgia, deseamos volver a esos lugares donde transitamos junto a ellos. Si tenemos la oportunidad de regresar, nos sorprende que todo siga igual, y lo que realmente ha cambiado en nuestra existencia.


Mi existencia ha cambiado porque ahora encuentro sosiego en cosas pequeñas y a la vez sublimes: acostarme en el sofá viendo una película, jugar con mis hijos después de los deberes del día, escuchar música de antaño, tomar un café o un té verde mientras leo a un autor descubierto recientemente, comer algo sano en la tranquilidad de la noche. He cambiado porque a estas alturas da abulia emprender nuevas aventuras y conocer nuevos rostros. He cambiado porque me sobresalto cuando alguien llama a mi celular o a mi puerta después de las ocho de la noche. He cambiado porque me despierto antes de que suene la alarma del celular y porque ya hago parte del uno por ciento de las personas que ya sienten hartazgo por las redes sociales. He cambiado porque, para tomar una decisión, me tomo el tiempo que sea necesario, incluso sin la decisión no es trascendental. ¿Y qué decir de las aglomeraciones? Huyo cuando, en fechas especiales, coincido con otras miles de personas en un mismo sitio.

 


Sin embargo, lo que realmente asusta es cuando, cualquier día, aparece una dolencia en alguna parte del cuerpo, porque se piensa que es el indicio de una muerte inevitable. En ese momento, tratamos de aferrarnos a momentos significativos para llevarnos algo hacia la otra vida o hacia la nada. Si la dolencia persiste durante una o dos semanas, pensamos en algún dios, y a ese dios le pedimos una muerte certera, rápida, sin la posibilidad de pensar que estamos agonizando. Pienso en una frase de François Fénelon: “La muerte solo será triste para los que no han pensado en ella”. Pero no basta la anterior frase para tranquilizarme. La idea de no dejar a mis herederos experiencias escritas me atormenta, porque, como decía Samuel Beckett: “Las palabras son todo lo que tenemos”.

Concluyo diciendo que el tiempo se encarga de que no recordemos con claridad a los que se fueron, mientras que las palabras perdurarán por los siglos de los siglos, aunque no deambulemos entre los vivos y aunque nadie recuerde lo que nos hacía distintivos.

Edwin Arcos Salas

[email protected]