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Etiqueta: Hugo Acero

Condenados cambian cárcel por trabajo comunitario

El Consejo Superior de Política Criminal acaba de avalar un proyecto de ley del Ministerio de Justicia que busca que algunas personas que cometieron delitos, no paguen sus condenas en cárceles sino con medidas sustitutivas que consistirían «en el servicio no remunerado que ha de prestar la persona condenada en libertad a favor de las instituciones públicas, organizaciones sin ánimo de lucro y no gubernamentales» por ejemplo, en mejoramiento del espacio público, asistencia a víctimas y comunidades vulnerables, en actividades de carácter educativo, cultural, de educación vial, ambiental y otras similares”. Ver El Tiempo. https://www.eltiempo.com/justicia/investigacion/consejo-de-politica-criminal-avala-proyecto-de-justicia-restaurativa-714713

Según el proyecto de ley, “este servicio sería una opción adicional de sustitución de prisión para condenados que cumplan con ciertas características, como estar condenados a menos de seis años, que no sea por conductas contra de la libertad, integridad y formación sexual, entre otros requisitos”.

 

Un proyecto interesante que busca reducir el hacinamiento carcelario y medidas alternativas de resocialización y reparación del daño causado por el victimario. Sin embargo, traslada a otras instancias del Estado y organizaciones sin ánimo de lucro, especialmente alcaldías, la responsabilidad de acogerlos, entrenarlos, organizarlos y ponerlos a hacer algo útil en bien de la comunidad.

Por experiencia, en el pasado cuando en la Administración Distrital quisimos poner a trabajar personas sancionadas por incumplir las normas de convivencia, se requería de una buena cantidad de servidores públicos y recursos para que los sancionados cumplieran las tareas encomendadas y aún así, las desarrollaban de una manera muy regular.

Con esto no quiero decir que no se pueda sacar adelante este proyecto y ejecutarlo como se debe, sino que se requieren recursos adicionales que deben poner las alcaldías y “organizaciones sin ánimo de lucro” y en este sentido se debería socializar el proyecto con los alcaldes, gobernadores y ONG para saber cuáles serían los costos de esta iniciativa a nivel local y saber quién va a asumirlos.

Este proyecto iría en contravía de lo que hoy quieren algunos alcaldes que buscan que todos los delincuentes, incluidos por delitos menores, terminen en la cárcel, que sería el caso, ya que beneficia a condenados de menos de seis años y ahí entran muchos hurtos, como es el caso de celulares, autopartes, bienes residenciales y de comercio. De ahí la importancia de discutirlo con los alcaldes y gobernadores.

Cada proyecto de ley, como cada hijo nuevo, debería pasar por un análisis económico previo sobre la factibilidad de implementación y mantenimiento, de lo contrario se puede quedar en el papel y en las buenas intenciones, como ha sucedido con una buena cantidad de leyes que no se aplican.

En igual sentido estaría la propuesta de justicia restaurativa para adultos, propuesta que también comparto, pero que no basta con el acuerdo entre el victimario y la víctima ante un juez sobre como reparar el daño causado, es necesario contar con un proceso de intervención individual y familiar del infractor de la ley penal y de atención y sensibilización de la víctima, como actualmente se hace en el Programa de Justicia Juvenil Restaurativa en Bogotá. Programa que ha tenido muy buenos resultados, donde se destaca la reducción de la reincidencia al 7%, lo que no han logrado las medidas privativas de la libertad. Hay que anotar que este Programa, en los últimos cinco años, le ha costado al Distrito más de 25 mil millones de pesos.

Hay buenas iniciativas, también voluntad política, pero no son suficientes, hacen falta recursos o ¿será que el sistema carcelario y penitenciario le va a trasladar los recursos ahorrados de la gente que no va a atender a los municipios, para que estos puedan cumplir las medidas alternativas propuestas?

 

Seguridad ciudadana y crimen trasnacional en las Américas

A los tradicionales problemas que afectaban la seguridad de los ciudadanos en las Américas, como hurtos, lesiones personales, contrabando, homicidios y venta de droga en pequeñas cantidades, entre otros delitos, en las ultimas décadas se sumaron las actividades de grupos de delincuencia organizada y transnacional ligados al narcotráfico y algunas actividades criminales conexas como trata de personas, el comercio de armas, la extorsión, el secuestro y el sicariato que están afectando de manera grave la seguridad de los ciudadanos y de los territorios.

Se ha pasado de los países productores (Bolivia, Colombia y Perú) donde las mafias exportaban directamente droga a los EE.UU. y Europa, a países que sirven de tránsito (Centroamérica, Cono Sur, Ecuador, México, Venezuela Brasil y otros países de la región)[1] y que hoy ven cómo una parte de la droga que pasa por sus territorios se queda e incrementa el consumo interno y los problemas de violencia y delincuencia.

 

Este crimen organizado y trasnacional usa y transforma a los distintos grupos delincuenciales locales, como es el caso de las organizaciones dedicadas al contrabando y al tráfico de personas entre México y los EE.UU., las “maras” en Centroamérica, las pandillas, bandas  y guerrillas en Colombia, el Primer Comando Capital (PCC), los Amigos de los Amigos (ADA) y el Comando Rojo en Brasil, o los Ñetas y Latin King en Ecuador, entre otros, que se transforman en estructuras complejas que responden a las actividades del crimen organizado transnacional. Es decir, ya no se está ante de pequeños grupos delincuenciales que las policías locales podían controlar, sino ante estructuras que manejan territorios y negocios ilícitos y que en algunos casos son capaces de desafiar la autoridad de los Estados.

En medio de esta situación, las relaciones entre los Estados para enfrentar el crimen transnacional no avanzan como debieran. Al interior de los países, las instituciones de seguridad y justicia trabajan cada una por su lado y padecen de problemas de corrupción y baja confianza ciudadana. No existe coordinación entre los varios cuerpos policíacos, y no se trabaja en equipo con los ministerios públicos, los jueces, los gobernadores, alcaldes y prefectos.

Los cárceles, penitenciarías y centros de privación de libertad de menores y adolescentes en gran mayoría, además de obsoletas y hacinadas, son ruedas sueltas que no cumplen con su función de sanción, rehabilitación y de reinserción social de los infractores de la ley penal, quienes siguen delinquiendo y se “profesionalizan” en estos centros. En la mayoría de los países, las cárceles son controladas por los distintos grupos criminales y sus miembros detenidos siguen delinquiendo desde ahí.

En general, no se cuenta con los recursos suficientes para fortalecer a las autoridades de seguridad y justicia en materias fundamentales como la formación profesional de policías, jueces y guardias carcelarios y penitenciarios, y para proporcionar instalaciones adecuadas, medios de comunicaciones y movilidad a los cuerpos policíacos y de justicia.

  1. Qué hacer

Frente a esta situación tan compleja en donde se entremezclan el crimen transnacional con los problemas tradicionales de seguridad, es importante definir una serie de estrategias y posibles fuentes de financiación para enfrentar estos retos que ponen en entredicho la gobernabilidad democrática y la seguridad de los ciudadanos.

Los retos que tienen los países de las Américas en materia de seguridad son variados y requieren distintos niveles de intervención y de cooperación. Deben realizar alianzas de cooperación con los países del continente para enfrentar los problemas que generan las organizaciones del crimen organizado trasnacional en sus territorios y también definir estrategias internas para garantizar la seguridad y la convivencia de sus ciudadanos.

Es recomendable que en un diálogo continental se discutan los temas que se exponen a continuación, como parte de las políticas públicas que tienen que asumir los Estados en las Américas para mejorar la seguridad regional, de los Estados y de los ciudadanos.

  1. Lucha en contra de las grandes mafias

Es necesario que los Estados cooperen en la lucha en contra de las mafias transnacionales, que hoy se articulan en torno al negocio de las drogas con los grupos criminales que existen en cada uno de los países de la región y que tienen que ver con la producción, el tránsito, la distribución y el consumo. Reconociendo que, sin la cooperación y el concurso de los EE.UU., de Canadá y de los países europeos es muy difícil para los Estados latinoamericanos enfrentar a estas mafias, es importante que la visión, la estrategia y la financiación sea compartida.

En primer lugar, se debe incluir una estrategia conjunta para combatir las otras mafias que están íntimamente relacionadas con el tráfico de las drogas, como es el caso del comercio ilegal de armas. Éste es un tema donde los EE.UU. pueden jugar un papel fundamental ya que producen y comercializan armas en su territorio que a menudo terminan abasteciendo a los grupos criminales en los países latinoamericanos, a veces proveyendo armamentos sofisticados que ni siquiera tienen las policías y los organismos de justicia de estos países.

En segundo lugar, la discusión también debe incluir el problema del consumo de las drogas, teniendo en cuenta que éste no cesa de crecer en la región y que además de constituirse en un problema de salud pública, afecta de manera grave la seguridad de los ciudadanos. En esta línea, más temprano que tarde, los países de las Américas van que tener que ahondar en las propuestas de 2009 de la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia, que se pueden resumir en: descriminalizar la tenencia y consumo de la marihuana, dar un tratamiento de salud pública al consumo, focalizar las estrategias de represión contra el crimen organizado trasnacional y reducir el consumo con campañas innovadoras de información y prevención.

  1. Combatir las cadenas locales que alimenta a las grandes mafias

Es necesario que la estrategia en contra del narcotráfico y de su reproducción vaya más allá de la persecución de los capos y se dirija hacia los mandos medios, hasta ahora desconocidos, y también hacia la atención de jóvenes, niños y niñas de sectores populares que hoy los están siendo o están en riesgo de ser involucrados e instrumentalizados por el crimen organizado. En este sentido se debe diseñar una estrategia con tres campos de acción.

El primero tiene que ver con el fortalecimiento de la inteligencia y de la investigación criminal de los países, donde trabajen en equipo las policías, el ministerio público (Fiscalía) y los jueces, orientado a atacar las finanzas y la identificación, persecución y detención de mandos altos y medios de las organizaciones criminales, para que los procesos de recambio en las direcciones de estos grupos, tan pronto caen las cabezas, sean difíciles, o más bien para que se logren procesos reales de desarticulación.

El segundo está orientado a facilitar la salida y reinserción social de los miembros de los grupos criminales que quieran hacerlo y estén dispuestos a apoyar a las autoridades.

El tercero tiene que ver con el desarrollo de programas de convivencia y de desarrollo social y territorial para evitar que niños, niñas y jóvenes se vinculen a actividades delincuenciales.

  1. Seguridad y convivencia ciudadana.

Los ciudadanos de la mayoría de los países de las Américas han visto crecer los problemas asociados a los grupos del crimen organizado, y hoy la violencia cotidiana afecta de manera grave la calidad de vida y el bienestar de los ciudadanos de los centros urbanos.

Frente a esta situación los Estados nacionales deben elaborar planes integrales de convivencia y seguridad ciudadana que apunten a: la reducción de los riesgos (armas, drogas, alcohol), la atención a grupos vulnerables (jóvenes en riesgo, desplazados por la violencia, migrantes, indigentes, etc), la prevención y atención de la violencia de género, la resolución pacífica de los conflictos (interpersonales, familiares y comunitarios), el fortalecimiento de las instituciones de seguridad, justicia, inteligencia e investigación criminal y de las instituciones de privación de la libertad. Los planes nacionales integrales deben ser ejecutados en los departamentos, estados y municipios, con la participación de los alcaldes, prefectos y gobernadores, de acuerdo con las problemáticas particulares.

Para avanzar en esta línea, es importante profundizar y multiplicar las acciones que algunos organismos multilaterales y de cooperación han venido ejecutando en algunos países de Latinoamérica. Además de estas acciones es necesario que los recursos de los organismos de cooperación y de los bancos multilaterales se orienten a financiar el fortalecimiento de los equipamientos de los organismos de seguridad y justicia en términos de profesionalización del recurso humano, instalaciones (policiales, de justicia, cárceles y centros de privación de la libertad), comunicaciones (centrales y equipos de comunicación personal) y movilidad (carros, motos, bicicletas).

De esta manera, las políticas integrales que se pretende desarrollar en cada uno de los países de las Américas, contarían con programas y proyectos, preventivos y de control y sanción de los delitos, financiados y adecuados a los antiguos y nuevos problemas que impone a los Estados el crimen común y el crimen organizado transnacional, que llegó con la intención de lucrarse y quedarse.

[1] Los grandes carteles de la droga de Colombia y Perú, en su lógica de comercialización se expandieron hacia los países vecinos con dos objetivos. El primero, orientado a evadir los procesos de interdicción área de los envíos de cocaína a los EE. UU, que fueron fortalecidos desde finales de los noventa por ese país, con buenos resultados, lo que hizo que los narcotraficantes buscaran otras rutas más seguras, especialmente hacía los mercados de EE UU y Europa, encontrándolas en los puertos de los países vecinos, como Venezuela, Ecuador, Brasil, Chile, Argentina, los países centroamericanos y México.

El segundo objetivo de los grandes carteles de la droga, ha sido el abastecer y dinamizar los mercados locales de consumo de drogas e los países de la región, mercados que han resultado tan importantes como el norteamericano y europeo y desde hace algunos años se dedicaron a abastecerlos con toneladas de droga, que en algunos casos dejan en los países como parte de pago a las organizaciones criminales locales que les garantizan el paso de grandes cantidades de droga por sus territorios hacia mercados del norte y de Europa.

 

Paz Total sí, pero con Seguridad Total

Los esfuerzos del Gobierno Nacional para lograr la Paz Total, que busca disminuir los hechos de violencia y delincuencia que afectan la vida, integridad y bienestar de todos los colombianos, en especial de quienes viven y sufren el accionar violento de los frentes del ELN, de las disidencias y demás bandas delincuenciales organizadas que se disputan las rentas del narcotráfico, la minería ilegal, la extorsión, la trata de personas, el contrabando, etc, deben complementarse con una estrategia de Seguridad Total.

El Estado colombiano tiene la institucionalidad para adelantar el proceso de paz que propone el gobierno, como también para garantizar la seguridad y bienestar de todos los ciudadanos a través de la disuasión, la prevención y del uso legítimo de la fuerza. “Zanahoria y garrote” que deben complementarse para lograr la paz anhelada y la seguridad requerida en este momento.

 

Es necesaria esta complementariedad de paz y seguridad si se tiene en cuenta las características de cada uno de los grupos con los que se pretende abrir diálogos o procesos de sometimiento o acogimiento. Para comenzar, no todos van a estar en la Paz Total, algunos seguirán con sus acciones y negocios ilegales, otros se comprometerán e intentaran sacar los mayores beneficios y a unos más les servirán los “ceses de hostilidades” para fortalecer su accionar criminal y para expandir su control hacia los territorios y comunidades que dejen los grupos que se desmovilicen o sometan.

En este escenario, las acciones legítimas y contundentes de seguridad y justicia de las FF.MM, la Policía y de la Fiscalía, en contra de todas las organizaciones delincuenciales, tienen todo el sentido para presionar al mayor número posible de organizaciones y miembros a buscar una salida negociada o de sometimiento o acogimiento.

Sería un grave error limitar el accionar de las instituciones de seguridad y justicia en medio del incremento de la violencia y la delincuencia generada por las organizaciones criminales, así como dejar estas instituciones por fuera de los procesos que se inicien en el marco de la Paz Total, que no avanzará, como se espera, con solo ofrecimientos de parte del gobierno y sin acciones contundentes de uso legítimo de la fuerza frente a las acciones delincuenciales de estos grupos.

Con el ELN los diálogos seguramente arrancarán con el acuerdo firmado en 2017, donde este grupo se comprometió con “el silenciamiento de fusiles, no más secuestros, no voladuras de oleoductos, no siembra de minas antipersonales y no enrolamiento de menores de 15 años”. Por parte del Gobierno los compromisos fueron “mejorar la seguridad los líderes comunitarios y condiciones carcelarias de los militantes del ELN reclusos, despenalizar la movilización y la protesta, aplicar amnistías e indultos y organizar las audiencias para las conversaciones con la sociedad civil”.

Lo más seguro es que algunos frentes del ELN, con su poder y autonomía económica y política lograda en los últimos años, no compartirán iniciar con lo acordado en 2017 y querrán replantear los puntos de ese acuerdo, casi que comenzar de cero con algunos nuevos negociadores, otros estarán ahí, no tan comprometidos con los diálogos esperando a ver qué pasa y seguramente sin abandonar las actividades económicas en torno a las rentas criminales, que es a lo que hoy están dedicados.

Con algunas disidencias, los diálogos comenzarán desde cero, no serán un “otrosí” de los Diálogos de la Habana y con los demás grupos de delincuencia organizada hay que esperar los beneficios que se otorguen tras la reforma de la ley de orden público, que debe contar con la participación y trabajo decido de la Fiscalía, que tendrá que liderar los procesos de sometimiento o acogimiento.

Tanto para Paz Total, como para garantizar la seguridad de los ciudadanos y territorios, es necesario que se haga una caracterización actualizada de todas las organizaciones con las que se va a negociar o se va a ofrecer sometimiento o acogimiento.

Hay que reconocer que hoy ya no se esta ante las organizaciones guerrilleras que se conocían antes de los acuerdos con las FARC en 2016, solo queda el ELN que, en su intención por controlar los territorios y en particular las rentas criminales que dejó ese grupo, entro en un proceso de alta criminalización, dejando de lado la revolución y la toma de poder. Tampoco se esta ante grupos de autodefensas o paramilitares como se conocieron a finales de siglo y comienzos de este. Lo que hay son narcotraficantes puros y una gran cantidad de organizaciones criminales dedicadas a explotar de manera violenta las distintas rentas criminales a nivel rural y urbano. Con esta caracterización va a ser más fácil lograr los objetivos que se ha propuesto el actual gobierno en el tema de Paz Total, y en materia de seguridad ayuda a definir los objetivos, que todavía no son tan claros.

Por otro lado, hay que definir de manera clara como se van a gestionar y coordinar estos estos dos temas. Hasta ahora, son varias las instituciones gubernamentales y parlamentarias que hablan, opinan y hasta dan ordenes en torno a las problemáticas de paz, orden público y seguridad. Se requieren dos cabezas claramente definidas que coordinen a más de 20 instituciones estatales que tienen que ver con estos temas, sin incluir a todos los alcaldes y gobernadores, que en los territorios tienen responsabilidades constitucionales y legales. Todo esto bajo el liderazgo del presidente de la República.

Finalmente, hay que recalcar que la participación y accionar, en el marco del Estado de derecho, de las FF.MM, la Policía y la Fiscalía, son fundamentales para obtener mayores logros en materia de paz y para recuperar y garantizar la seguridad y bienestar de todos los colombianos.

Crece el sicariato en Colombia. ¿Qué hacer?

De acuerdo con el informe de Futuros Urbanos “Panorama del sicariato 2021-2022” “Entre 2017 y 2021 el homicidio por sicariato se duplicó, al pasar de 4.080 a 8.161 casos respectivamente” y en lo que va de 2022 ya se registran 5.072 casos, que representan el 61% del total de los homicidios ocurridos en el país.

Este informe confirma que la mayoría de los homicidios en Colombia se deben a la violencia estructural, ejecutada por delincuentes, y no a problemas de convivencia, como siguen creyendo algunas autoridades. De acuerdo con las cifras presentadas en el estudio de Futuros Urbanos, si se suman los homicidios por sicariato y hurtos registrados entre 2017 y 2021, se tiene que el país pasó del 67,2% de los homicidios por violencia delincuencial en 2017 a 79,7% en 2021.

 

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Frente al incremento de los homicidios y en especial de la violencia estructural, además de contar con un plan para identificar, perseguir y desarticular las estructuras criminales que están actuando en el país, es necesario contar con un plan antihomicidios que apunte a:

  1. Aumentar el nivel de esclarecimiento de los homicidios, que está en el 40%, es decir apenas se conoce a 4 de cada 10 homicidas. Para esto se requiere incrementar de manera sustancial el número de investigadores judiciales de la Policía y de la Fiscalía, así como de fiscales especializados en este delito.
  2. Identificar, perseguir, detener y judicializar a los sicarios y demás asesinos. En el caso del sicariato, algunos de los asesinos son responsables de múltiples casos, sin que hasta ahora hayan sido detenidos y judicializados.
  3. Trabajar de manera cercana y permanente con las comunidades afectadas. En los barrios no existe impunidad los vecinos saben quién mata, roba y comete otros delitos, y no denuncian por miedo a la retaliación de los delincuentes y porque no tienen confianza en las autoridades. En este campo debe darse una intervención integral del Estado en los territorios donde se concentra la violencia y la delincuencia, donde además de los organismos de seguridad y justicia, participen instituciones de desarrollo social.
  4. Combatir el comercio ilegal de armas de fuego y ejercer control y decomisar armas ilegales y legales que portan los ciudadanos en los ciudades y territorios.
  5. Fortalecer el sistema carcelario y penitenciario. El hacinamiento, el control delincuencial de las cárceles y la reproducción de la violencia y la delincuencia que se genera en estos establecimientos no se arregla solo con justicia restaurativa. Hay que acabar con la corrupción e ineficiencia del Inpec y la Uspec y mejorar las condiciones generales de reclusión en el país. Hoy, más del 60% de los establecimientos carcelarios no son adecuados y en la gran mayoría se violan los DD. HH.
  6. Ejecutar acciones contundentes en contra de las estructuras criminales organizadas de uso legitimo de la fuerza, en el marco del Estado de derecho.
  7. Frente a los homicidios y violencia por problemas de convivencia, hay que fortalecer y crear más organizaciones comunitarias, crear capital social, promover y capacitar a los ciudadanos en mecanismos alternativos de solución de conflictos y contar con programa de justicia cercana a los ciudadanos.

¿Qué hacer con el INPEC?

El Sistema Carcelario y Penitenciario en Colombia, desde su creación, no ha funcionado como salvaguarda de la sociedad de las personas que han infringido la ley penal y puesto en peligro la vida, integridad o propiedad de los ciudadanos y menos, ha sido el espacio donde se llevan a cabo procesos de readaptación o resocialización de los sujetos que han quebrantado la ley penal.

Permanece la vieja idea que “las cárceles son universidades del delito”. Pero son las condiciones precarias y de poca atención por parte del Estado y de la sociedad, las que han hecho que las cárceles no cumplan hasta ahora con su función.

 

Desde 1914, cuando se expide la Ley 35 de 1914, que creó la Dirección General de Prisiones, el problema carcelario era evidente. Las condiciones de seguridad, vigilancia y de salubridad no eran aptas para que los internos, época en la cual los delincuentes eran recluidos a nivel municipal en casas viejas, inadecuadas y sin servicios públicos y a nivel nacional solo funcionaba el Panóptico (Penitenciaría de Cundinamarca, hoy Museo Nacional), proyecto de Tomás Cipriano de Mosquera (1847) que se comenzó a construir en 1874 e inició operaciones en 1876 con 207 celdas[1]. A comienzos del siglo XX este establecimiento ya reportaba un hacinamiento por encima del 300%.

Esta situación, hasta hoy, no ha sido solucionada, como lo exponen los siguientes documentos[2]:

  • En 1958 Germán Zea Hernández, en su informe ante el Congreso habló “de presos enfermos, sin adecuados tratamientos médicos; hacinados en locales…; con tuberculosis avanzada, en estado de contagio, y sin lugares para su aislamiento y curación… y en la más deprimente ociosidad. Gobernantes anteriores habían comenzado unas construcciones carcelarias en diversos sitios del país que se habían interrumpido por falta de recursos… equipos para construcción de calzado, algunos de los cuales estaban inactivos. La venalidad y la corrupción en la dirección de los establecimientos había arruinado la industria carcelaria, y así las deudas de las penitenciarías al comercio de Bogotá y de otras ciudades del país ascienden a cientos de miles de pesos. La inseguridad en las cárceles, ya por las deplorables condiciones de las edificaciones respectivas; por la ínfima paga de los guardianes; por el escaso número de estos; por la falta de armas para la vigilancia, e incluso por la tolerancia dolosa de los Directores Alcaides, todo ello facilitaba la evasión permanente de los reclusos”.
  • En 1998, después de seis años de creación del INPEC (1992) que iba a solucionar los graves problemas del sistema carcelario y penitenciario, el Plan Nacional de Desarrollo del presidente Andrés Pastrana exponía que “El Sistema Penitenciario y Carcelario experimenta una crisis en todos sus componentes: deprimente cotidianidad de la población reclusa, restricciones en la prestación de los servicios básicos, mínimos programas en atención integral de internos y condiciones que vulneran la dignidad tanto del personal de reclusos como del personal que administra, vigila y orienta los servicios penitenciarios y carcelarios. Y agregaba que “El hacinamiento se ha constituido en la fuente primaria de la problemática penitenciaria, se mantienen los críticos aspectos de carencia de espacio vital, el ocio, mezcla indiscriminada de sindicados y condenados, de internos de muy diferente procedencia y diversos grados de peligrosidad, todo lo cual ha convertido la vida diaria en un caos”.
  • En ese mismo año (1998) tras una serie de acciones de tutela, la Corte Constitucional declaró el “estado de cosas inconstitucional” en las prisiones, manifestando que: “Las cárceles colombianas se caracterizan por el hacinamiento, las graves deficiencias en materia de servicios públicos y asistenciales, el imperio de la violencia, la extorsión y la corrupción, y la carencia de oportunidades y medios para la resocialización de los reclusos. Esta situación se ajusta plenamente a la definición del estado de cosas inconstitucional. Y de allí se deduce una flagrante violación de un abanico de derechos fundamentales de los internos en los centros penitenciarios colombianos, tales como la dignidad, la vida e integridad personal, los derechos a la familia, a la salud, al trabajo y a la presunción de inocencia, etc…”. La Corte consideró que estas condiciones eran “motivo de vergüenza para un Estado que proclama su respeto por los derechos de las personas y su compromiso con los marginados”[3].
  • En 2011, la Oficina Asesora de Planeación del INPEC en el diagnóstico sobre la visión interna de los problemas[4], determinó que el sistema penitenciario y carcelario presentaba: deficiencias en el mantenimiento, mejoramiento y conservación de los centros de reclusión. Sobrecupo, deficiencias en el trato al ciudadano y el respeto al DDHH por parte del cuerpo de guardia. insuficientes cuadros de mando dentro del cuerpo de custodia y vigilancia, graves problemas de corrupción, deficiencias en la asignación y clasificación de patios y celdas, no existen condiciones mínimas de resocialización. falta de espacios físicos para la resocialización, debilidad en el seguimiento al tratamiento penitenciario para post penados, ausencia de competencia en los proyectos productivos y actividades laborales para los internos y falta de seguimiento, debilidad en el seguimiento al tratamiento penitenciario para post penados, fallas graves en educación y deficiente atención médica a la población de reclusos.

Con base en este diagnóstico, se tomó la decisión de que el INPEC solo se dedicaría a garantizar las medidas de seguridad, reclusión y resocialización de los internos e internas y se creó la Unidad de Servicios Penitenciarios y Carcelarios USPEC, quedó con las funciones de“…gestionar y operar el suministro de bienes y la prestación de los servicios, la infraestructura y brindar el apoyo logístico y administrativo requeridos para el adecuado funcionamiento de los servicios penitenciarios y carcelarios a cargo del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario – INPEC[5]. Todo esto para modernizar, profesionalizar y depurar el Sistema.

Hoy, once años después, la situación del Sistema no ha cambiado, más bien se ha complicado, con un INPEC que tiene 82 sindicatos que hacen ingobernable esa institución y una USPEC con graves problemas de corrupción e ineficiencia.

Qué hacer con el INPEC

Como se puede ver, solucionar este grave problema que afecta de manera grave la aplicación adecuada y estricta de la justicia en el marco del Estado de derecho, respetando los DD HH, no pasa por pequeñas reformas administrativas o por aumentar el personal administrativo y de guardia del INPEC, hay que planear y ejecutar un cambio total de las estructuras que hasta ahora no han gobernado el Sistema Carcelario y Penitenciario.

En 2011 el propio INPEC formuló varias alternativas de solución[6]:

  • Primera, se suprime y liquida el INPEC y se crea una Unidad Administrativa Especial adscrita al Ministerio de Defensa con personería jurídica y autonomía administrativa y patrimonial.
  • Segunda, se suprime y liquida el INPEC y se crea una nueva dependencia interna en la estructura orgánica de la Policía Nacional, sin personería jurídica y con autonomía administrativa y financiera.
  • Tercera, la Policía Nacional asume las funciones de custodia, vigilancia y seguridad de las cárceles, independizándolas del proceso misional que implica la operación y ejecución de la política resocializadora del sistema carcelario y penitenciario, que lo ejecutaría el INPEC.
  • Cuarta, Reasignación de las funciones del INPEC a una nueva dependencia interna en la estructura del Ministerio de Justicia y del Derecho sin personería jurídica y con autonomía administrativa y financiera, para formulación de política, dirección y ejecución de la política criminal y penitenciaria.

Finalmente se tomó la decisión de darle las funciones de seguridad, reclusión y resocialización de los internos e internas al INPEC y se creó la USPEC, como se expuso anteriormente.

Hoy, de todas estas propuestas, no se puede trasladar el INPEC, ni parte de sus funciones, a la Policía Nacional, porque esta institución no debe perseguir, detener y además cuidar a los detenidos, se podría crear un círculo no perverso de corrupción e ineficiencia en las labores de seguridad y justicia por la cercanía entre “policías y ladrones”, como hoy sucede en algunos países centroamericanos donde la institución policial tiene la función de cuidar los presidios.

Ya se aprobó la idea de separar el INPEC y la USPEC y no ha funcionado, ahora solo queda la propuesta de crear una Unidad Administrativa Especial adscrita al Ministerio de Defensa con personería jurídica y autonomía administrativa y patrimonial. Esto hace que los empleados de esta Unidad tengan los mismos regímenes laborales que tienen los funcionarios de las entidades adscritas a este Ministerio, lo que limita la proliferación de sindicatos que hoy no dejan funcionar el INPEC.

También se puede trasladar al nuevo Ministerio de Paz y Convivencia que propone el presidente electo Gustavo Petro, donde compartiría con la Policía y otras instituciones de seguridad, convivencia y emergencias.

En esta línea, habría que contar con una nueva guardia carcelaria y penitenciaria, la cual podría salir de los mejores funcionarios del INPEC, previamente evaluados y seleccionados, de personal que se han retirado de manera voluntaria de los organismos de seguridad y justicia y personal de empresas de vigilancia y seguridad privada, previamente formados y capacitados para este fin, desde luego todos bien pagos, como lo establece la Ley 2197 del 25 de enero de 2022, Ley de Seguridad Ciudadana.

Este proceso puede ser gradual, con nuevas cárceles o con un grupo grande de ellas y desde luego el Estado tendría que asignar los recursos para este profundo cambio y para la reconversión laboral de los exguardianes y administrativos del INPEC que no sean reenganchados.

Otras acciones para solucionar el problema carcelario.

A finales de 2015 la Corte Constitucional mantuvo la declaración del «estado de cosas inconstitucional en las prisiones de Colombia» que había hecho mediante su Sentencia T 153 de 1998 debido a la violación de derechos humanos en estos establecimientos e hizo las siguientes recomendaciones que ayudarían a reducir el hacinamiento y a colocar la privación de la libertad donde corresponde en un Estado de derecho:

  • Derecho penal como última medida. “Implica que todas las entidades estatales involucradas desarrollen políticas serias de prevención de la delincuencia y la criminalidad. Para enfrentar el populismo punitivo, las instituciones encargadas de diseñar la política criminal deben entender que el delito no se puede combatir exclusivamente con el incremento de las penas”. Hoy Colombia no cuenta con una política criminal y menos con una política de prevención del delito.
  • Penas alternativas.“Ampliar y potenciar el uso de penas alternativas a la privación de la libertad, no solo para disminuir el hacinamiento, sino porque también impactan en (sic) la reducción de la reincidencia”. No basta con prever penas alternativas. Se necesita un cambio cultural de los jueces, así como dotarlos de elementos para que puedan hacerlas cumplir. Por ejemplo, en el Sistema de Responsabilidad Penal de Adolescentes (SRPA) muy pocos jueces condenan a penas alternativas porque son ellos mismos quienes habrían de hacer el seguimiento y control de los adolescentes. Entonces prefieren privarlos de la libertad en los Centros de Atención Especializada del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar.
  • Enfocarse en la resocialización. “La política criminal del país perdió de vista el fin resocializador, en tanto el sistema previsto para su ejecución está en una profunda crisis humanitaria. Se deben reestructurar los modelos de trabajo, estudio y enseñanza para que la cárcel no sea la universidad del delito”. En este caso no basta con “reestructurar los modelos”, como dice la Corte, porque primero habría que lograr condiciones adecuadas en materias de infraestructura, espacios, disciplina, seguridad y personal profesional calificado.
  • Medida de aseguramiento excepcional.“La detención preventiva debe recuperar su carácter excepcional. Aunque hay avances normativos (Ley de racionalización de las penas), en Colombia esta medida se ha convertido en herramienta de investigación o de sanción anticipada, afectando la presunción de inocencia”.

Todo este proceso debe inscribirse en el marco una política criminal que

  • Fortalezca el capital social con la construcción de la cultura de paz, la cultura ciudadana y la organización y participación ciudadana y comunitaria en temas de seguridad ciudadana y justicia.
  • Ejecute programas que prevengan la violencia y la delincuencia juvenil, disminuyan los riesgos por armas, consumo de drogas y alcohol y disuadan la comisión de contravenciones y delitos con la presencia y accionar de las autoridades.
  • Promueva los mecanismos alternativos de solución de conflictos interpersonales y comunitarios, a través de las inspecciones de policía, las unidades de mediación y conciliación, de los centros de convivencia y las casas de justicia y que difunda a nivel social los mecanismos alternativos de solución de conflictos.
  • Atienda la violencia al interior de los hogares y de género, a través de las comisarías de familia y de las demás instituciones de seguridad y justicia.
  • Fortalezca las instituciones de justicia para la aplicación estricta de la ley y para que propongan leyes acordes a las necesidades.
  • Fortalezca los sistemas de privación de la libertad y de sanción a adultos y de adolescentes que infringen la ley penal y que el sistema penitenciario y carcelario cumpla con su tarea de resocialización e inserción social de los detenidos.

Si se quiere solucionar en gran parte los problemas de la justicia, estas son algunas de las salidas. El nuevo gobierno tiene la palabra.

[1]192 años de horror y arte: cárcel que se convirtió en museo. https://www.civico.com/bogota/noticias/192-anos-de-historias-de-terror-en-el-museo-nacional

[2]INPEC “100 años construyendo el sistema carcelario y penitenciario en Colombia” 2014. http://www.inpec.gov.co/portal/page/portal/Inpec/Institucion/ResenaHistorica/Rese%F1a%20Hist%F3rica/RESE%D1A%20HISTORICA%20DOCUMENTAL%20100%20A%D1OS%20%20PRISIONES%20(1).pdf

[3] Sentencia T-535 del 30 de septiembre de 1998. http://www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/1998/t-535-98.htm

[4]INPEC. Oficina Asesora de Planeación. Diagnóstico sobre la visión interna de los problemas. 2011.

[5]Ver Decreto 4150 de 2011. Creación de la Unidad de Servicios Penitenciarios y Carcelarios. http://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1.jsp?i=44682

[6]INPEC. Oficina Asesora de Planeación. Diagnóstico sobre la visión interna de los problemas. 2011.