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Etiqueta: Jorge Enrique Robledo

Colombia y el síndrome de la cobija cortica

Se trata del síntoma del mal que sufren los que duermen con una cobija pequeña, pues si se cubren abajo, les da frío arriba y si se tapan arriba, se enfrían abajo, por lo que siempre pasarán malas noches. Y se sabe que es un síndrome que solo se evita con una cobija mayor, capaz de cubrir todo el cuerpo al mismo tiempo.

Lo mismo puede decirse sobre las condiciones de vida de los países. Si la riqueza que se crea es escasa, a una gran proporción de sus habitantes mucho o todo les será insuficiente: empleo, alimento, techo, educación, salud y demás. Luego este problema exige para resolverse crear más riqueza, en primer término –base de su mejor distribución–, como es el caso de Colombia.

 

Puesto en dólares de riqueza creada por habitante al año, Colombia apenas produce 6.979 (2023), en tanto Estados Unidos crea 81.695 –11,7 veces más–, Alemania, 52.745 y España, 32.677, de donde se concluye que los colombianos no alcanzaremos los niveles de vida de esos países mientras no creemos más riqueza.

Y como los impuestos gravan la cantidad de riqueza por habitante, la capacidad de los gobiernos para atender las necesidades ciudadanas también depende de la riqueza generada, la cual se acumula en cada país, más o menos, en los bienes y servicios mencionados atrás y en infraestructura, justicia, fuerza pública y demás.

Como es obvio, el bajo producto por habitante de Colombia se explica porque la economía nacional ha crecido con suma lentitud, dado que por décadas hemos sido tan mal gobernados que la insuficiente tasa de crecimiento anterior a 1990, en vez de aumentar, ha disminuido.

Entre 1961 y 1989, la economía creció al 4,7 por ciento promedio anual, tasa insuficiente para sacarnos del subdesarrollo. Y, como algunos lo advertimos, creció todavía menos con la apertura neoliberal y los TLC (1992-2022): 3,5 por ciento, reducción que también ocurrió en el agro y la industria, empeorando todas las debilidades.

Las cuentas externas también explican la crisis de Colombia. Entre 2010 y 2023, la relación entre importaciones y exportaciones nos fue negativa en 142.209 millones de dólares. Y con el pago de deudas y utilidades de trasnacionales, el déficit aumentó en 47.569 millones, achicando casi todas las cobijas nacionales y advirtiendo sobre la inviabilidad de esta economía de mercado.

Fue el fracaso de los gobiernos anteriores a 2022 lo que hizo ganador a Petro. Y lo peor es que Petro –neoliberal, aunque lo oculte– no ha hecho nada para diferenciarse de sus antecesores en cuanto a crear más riqueza y agrandar las cobijas de Colombia como un todo ni las de la mayoría de sus habitantes.

Para probarlo, basta con saber que sus leyes y medidas –por norma, equivocadas– han tenido como fin modificar la distribución de la escasa riqueza nacional y no cómo generar más riqueza, para que la nación pueda escaparse del muy escaso capitalismo de los siete mil dólares por habitante que nos martiriza.

Jorge Enrique Robledo

Dos fracasos

En su último artículo en El Tiempo (Nov.09.24), el exministro de Ambiente, Manuel Rodríguez Becerra, uno de los colombianos que más conocen de asuntos ambientales, se preguntó “¿Dos convenciones, dos fracasos?”, refiriéndose a las COP sobre estos temas, las 28 realizadas sobre cambio climático desde 1990 y las 16, sobre biodiversidad, desde 1993, incluida la última en Cali.

Allí explica lo lejos que se está de alcanzar las dos metas fijadas y concluye: “En síntesis, estos dos tratados internacionales han tenido muy poco éxito, para decir lo menos”.

 

En el caso de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), que generan el cambio climático, 32 años después de la primera COP en París, la concentración de dichos gases, lejos de haber disminuido según su propósito, ha aumentado en el muy alto 18,5 por ciento, haciendo inalcanzable no sobrepasar un incremento de la temperatura de la tierra en 1,5 grados centígrados en relación con la era preindustrial, hace más de 200 años.

Sobre la COP16, fue evidente el éxito de Cali y de los caleños en lo que tuvo que ver con la organización del evento y con interesar a los colombianos en su realización. Pero en cuanto a las conclusiones –que les correspondía sacar a los delegados de los países en sus reuniones privadas–, dice Manuel Rodríguez, “no hubo ningún avance. Más que preocupante”. Porque desde 1992 van 420 millones de hectáreas deforestadas y en los últimos 54 las poblaciones de fauna silvestre han disminuido en 73 por ciento.

Y explicó que los países desarrollados no dejan de emitir GEI en grande ni han cumplido con su compromiso en la Convención de Cambio Climático de respaldar con recursos suficientes a los países subdesarrollados para que puedan alcanzar las metas de mitigación y adaptación a dicho cambio, aportes que han sido 15 veces inferiores a lo prometido (!), incumplimiento que no se va a reversar con lo que se decida en la COP29 de cambio climático que se realiza en Azerbaiyán entre el 11 y el 22 de este mes.

Cómo contrastan estas verdades con la charlatanería de Gustavo Petro, quien jamás ha mencionado la importancia de que Colombia se centre en adaptarse y mitigar los efectos de un cambio climático que no se detiene a escala global, dadas sus las notables dificultades para lograrlo y el desinterés de los países que lo generan en mayores proporciones.

Pero Petro sí insiste en que centremos nuestros esfuerzos en reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, de las que solo aportamos el 0,6 por ciento del total del mundo y, entre ellas, apenas el 0,2 por ciento son de gas carbónico originado por la combustión de combustibles fósiles.

Que Gustavo Petro y Susana Muhamad digan cuáles son sus metas en mitigación y adaptación del país al cambio climático, lo de verdad urgente, porque en esto es posible avanzar –si el gobierno trabaja a su favor, como es obvio– y dejan su falaz y perniciosa demagogia sobre la transición energética en Colombia.

Que además cesen su maltrato a la producción de combustibles fósiles y a Ecopetrol con sus decisiones –entre ellas sostener a Ricardo Roa– y su retórica falaz, posición que no tiene ningún gobierno de país productor de petróleo del mundo. ¡Ninguno!

Jorge Enrique Robledo

Sobre los principales problemas de Colombia

Si se hiciera una encuesta entre los colombianos sobre cuál consideran que es el principal problema nacional, las respuestas serían diversas: la corrupción; todas las violencias y el narcotráfico, el desempleo, la informalidad laboral, la pobreza y el hambre; la desigualdad social; las fallas de la salud y la educación; la carestía de los servicios públicos; la falta de vías y de buena calidad…

Problemas todos graves que deben ser superados, como ha ocurrido en los países que, sin ser perfectos, padecen mucho menos por sus debilidades.

 

Señalado lo anterior, recordar que el problema principal es el que juega un papel determinante sobre los demás. Un ejemplo ilustra la importancia de detectarlo: si se va donde el médico con cinco males diferentes y el médico trata cuatro de ellos, pero no trata el principal, el mortal, porque no lo detecta o no lo considera el fundamental, el enfermo morirá.

Aunque los países no mueren, si se equivocan al no detectar las causas principales de sus problemas jamás los superarán y seguirán en crisis que tenderán a agravarse, con consecuencias iguales o peores que las que pueden llevar a gobiernos más equivocados que los que ya fallaron.

¿Por qué los colombianos emigran más hacia Estados Unidos y la Unión Europea? ¿Qué consiguen allá? No padecer las debilidades económicas, sociales y políticas de Colombia o sufrirlas en menores proporciones. ¿Y cómo resumir el origen económico de esas diferencias entre los países?

La manera más fácil es comparar la riqueza que produce cada uno por habitante. En dólares de 2022, Colombia apenas genera 6.657, Estados Unidos 77.246, Suecia 56.299, Alemania 48.718, España 29.674, grandes diferencias que con los años les han acumulado a ellos ventajas de todo tipo. Y, como es obvio, sus Estados tienen mayores recursos para atender las necesidades ciudadanas.

¿Por qué el gran y doloroso subdesarrollo de Colombia? No es, como señala el prejuicio racista, que los colombianos seamos brutos y perezosos, falacia que ya la ciencia descartó y que refuta que en los países a los que migran tantos compatriotas tengamos la merecida fama de ser excelentes trabajadores. Y la desmiente que en Colombia operen unas 900 trasnacionales, que en general no exportan y hacen grandes utilidades, en las que casi todos los que trabajan en ellas, como directivos o como trabajadores rasos, son colombianos.

¿Por qué se llegó a este capitalismo enclenque? ¿Cuál es la falla política que lo ha generado? Que los gobiernos colombianos no se han propuesto crear más y mejor trabajo y más riqueza, con el fin de sacar el país del subdesarrollo, aprovechando además las inmensas riquezas naturales que poseemos y lo que enseña la experiencia de los países desarrollados.

Y porque hace 80 años –¡ocho décadas!– todos los gobiernos –incluido el de Petro– decidieron someter a Colombia a las orientaciones del FMI, como si el objetivo de esa institución fuera traerle la felicidad a toda la humanidad y no favorecer a los países que la controlan.

Ya es hora de sincerarse sobre estas realidades –entre ellas poder mencionar todas las causas del subdesarrollo–, para llegar a un amplio acuerdo nacional capaz de sacarnos de esa condición y ofrecerles a los colombianos, en Colombia, una vida amable, con empleos más productivos e ingresos dignos.

Jorge Enrique Robledo

¿Y Petro sí es de izquierda?

En política, las palabras izquierda y derecha vienen de la Revolución Francesa, porque en el recinto de la asamblea nacional a la izquierda se sentaban los partidarios de los cambios que se daban y a la derecha, los que se oponían. Desde entonces se usan ambos nombres para diferenciar a los sectores que los asumen como propios. 

En Sin pelos en la lengua explico las diferencias en la izquierda en el movimiento estudiantil de 1971 y en años posteriores. Y en su último capítulo, que titulé como a este artículo.

 

Para ser de izquierda en Colombia hay que defender los derechos democráticos de mujeres, trabajadores, indígenas, afros y LGBTIQ+ y la libertad de organización, opinión y movilización, entre otros. Estos constituyen mínimos necesarios, al igual que el acceso a la educación, la salud, las pensiones y los subsidios en dinero, asuntos en los que se puede coincidir, y se coincide, más o menos, con quienes no se sienten de izquierda, luego estos aspectos son insuficientes para definirse así.

Para ser de izquierda democrática además hay que luchar con coherencia por la soberanía y el auténtico desarrollo de la economía nacional, sin el cual Colombia deja en retórica los derechos mencionados y no enfrenta de verdad las causas del desempleo, la informalidad, la pobreza y el hambre del 70 por ciento de sus habitantes, las cuales reflejan una economía enclenque, de apenas 6.600 dólares por habitante.

Crear, de verdad, más trabajo y más riqueza, y hacerlo en economía de mercado, debe ser la prioridad en un gran acuerdo nacional –de sectores populares, clase medias y empresarios–, objetivo que no asumieron los gobiernos anteriores a 2022 y que Petro tampoco propone. Porque él no centra su política económica en producir más riqueza sino en cómo distribuirla, en impuestos, pensiones, precios de los combustibles… Y, para mal, siguiendo las orientaciones del FMI y sus semejantes, organismos en los que Colombia no decide nada.

En el gobierno de Petro solo se relacionan con producir más riqueza sus promesas sobre tierras rurales. Pero sin coherencia, porque mantiene la apertura y los TLC contra Colombia, que nos pasaron de importar 500 mil a 15 millones de toneladas de productos del agro y han arruinado a tantos, como les ocurrirá a 300 mil lecheros a partir de 2026 y a arroceros y productores de pollo luego de 2030.

Sí, de izquierda dice ser Petro, pero baila al son que le toque el FMI, organismo que ha orientado la economía nacional desde hace 80 años. ¡80! ¡Y miren cómo estamos de mal, en la sin salida productiva y con una deuda externa de 200 mil millones de dólares! Tiempo tan largo y subdesarrollo tan grande que enseñan que su objetivo es mantenernos en el atraso productivo, el desempleo y la pobreza, porque imbéciles no son.

Les sabe a gloria a EEUU y a los demás poderes globales que Petro diga que el principal problema de Colombia y de la humanidad es el cambio climático y no los subdesarrollos de tantos países. Y que además los siga en sus orientaciones económicas, políticas y hasta militares, según también explico en Sin pelos en la lengua, para contribuir con un debate ilustrado en el país.

Jorge Enrique Robledo

Las “ÍAS” de Petro y sus compadres

Con la elección de esta semana del Procurador, Gustavo Petro –como ocurrió con sus antecesores en la presidencia– se aseguró tener a tres de los suyos en la Procuraduría, la Contraloría y la Fiscalía, las llamadas “Ías”, con negativas consecuencias para el país.

La Fiscalía porque, por imposición de la Constitución, el Fiscal se elige de una terna que presenta el Presidente, con lo que se asegura su protección y la de sus socios políticos y privados, como lo han demostrado las pésimas fiscalías anteriores a 2022.

 

Para Procurador, Petro eligió a su candidato con el respaldo casi unánime de los senadores de todos los partidos: Pacto Histórico, liberales, conservadores, verdes y de la U. Y, aunque a algunos les parezca increíble, también lo apoyaron los senadores de “la oposición”, es decir, los de Cambio Radical y el Centro Democrático, como bien lo demuestran las cuentas de los votos y el amoroso mensaje en X de la senadora María Fernanda Cabal a Gregorio Eljach, quien toda su vida política ha militado en las fuerzas de los mismos con la mismas.

Y la revista Cambio del 5 de agosto de 2022 explicó cómo fue que Petro, ese día y en su apartamento al norte de Bogotá, cuadró la elección de su contralor, luego de que Roy Barreras fracasara en esa gestión. Para ello logró que los voceros de los partidos liberal, conservador y de la U, al tiempo en que hablaban con él de sus ministros, aceptaran quitarle el respaldo a su candidata a la Contraloría y se pasaran a votar por el de Petro, Carlos Hernán Rodríguez.

Unos días después, los representantes verdes a la Cámara y los de Cambio Radical y el Centro Democrático también respaldaron el candidato de Petro a la Contraloría.

No es esta la primera vez que Petro ha elegido Procurador. Porque en 2008, siendo senador del Polo –y contra la opinión de Carlos Gaviria y la mía– votó por Alejandro Ordóñez, quien le pagó a Petro nombrándole a Diego Bravo Borda como Procurador Segundo Delegado ante el Consejo de Estado. Que luego Ordóñez le incumpliera al perseguirlo, en nada cambia que Petro intentó echárselo al bolsillo.

El día en que en un corrillo controvertimos con unos senadores liberales por su respaldo a Ordóñez como procurador, a pesar de su antiliberalismo, de uno de ellos aprendí de qué se trataba cuando se justificó diciéndome: “Lo único que no puede hacerse como senador es no tener procurador amigo, porque le fritan a uno a su gente”.

Entonces, la clase política colombiana, incluida la petrista, como se demuestra, necesita gente suya en las “Ías” para que les protejan sus burocracias, con impunidades absolutas o sanciones suavizadas o alargando los procesos legales incluso hasta que prescriban, es decir, protegiendo a sus clientelas. Así se ha permitido gobernar de la peor manera a Colombia, manteniéndola en el subdesarrollo, el desempleo, la pobreza, la corrupción y la violencia, y ganar y ganar elecciones porque, sin escrúpulos, las ganan a partir del asalto al Estado, haciendo de este un país en el que la corrupción no es un problema de ovejas descarriadas sino sistémico, es decir, en grandes proporciones, de asociaciones de políticos y particulares creadas con ese fin.

Jorge Enrique Robledo

Sin pelos en la lengua, mi vida y mis luchas

Pronto estará en librerías mi libro número quince, titulado como este artículo. Memorias en las que narro cómo, ya hace 60 años, me dolía el subdesarrollo nacional, desgracia que todavía padece Colombia, mientras que otros países la han superado. Subdesarrollado un país con una riqueza natural enorme y con un pueblo famoso en el mundo como excelente trabajador.

Porque, por ejemplo, en 1960 Colombia creaba más riqueza que Corea y China y hoy está lejísimos de sus avances científico-técnicos y económicos, porque le imponen continuar “en vía de subdesarrollo”, con su capitalismo de escasos 6.657 dólares por habitante, casi nada en ciencia y llena de desempleados y pobres.

 

Y tras 80 años –¡80!– oyéndoles decir a liberales y conservadores –y a sus partidos hijastros– que obedeciéndole al FMI saldremos adelante, falacia que confirmaron la apertura y los TLC.

Sus 18 capítulos y 384 páginas empiezan con mis gratísimas infancia y primera juventud en Ibagué, hijo de una madre que jugó un papel clave en convertir en parque natural el campo de concentración que hubo en Gorgona. Y a quien luego le tocó, ya en la universidad en Bogotá, el rock y el movimiento estudiantil de 1971, cuando en las universidades del mundo predominaban los sectores de izquierda, que aquí coincidieron en la idea de cambiar el país, pero en medio de serias contradicciones, en las que me decidí por responderles No a las siguientes preguntas.

¿Salirse de la órbita de Estados Unidos para pasarse a la de la Unión Soviética? ¿Acabar con la propiedad privada y estatizar la economía? ¿Rechazar la participación de los empresarios en el proceso transformador? ¿Apoyar la lucha armada de las guerrillas?

Posiciones que asumí como una decisión de vida, que incluyó renunciar a volverme rico y centrarla en la lucha política con visión de servidor público.

Narro mis 26 años de profesor en la Universidad Nacional de Colombia, sede Manizales, ciudad sobre la que publiqué una historia bellísima y sorprendente. Y a la par fui uno de los dirigentes de la Unidad Cafetera, organización que triunfó en grandes luchas sociales porque unió a campesinos, indígenas y empresarios, con el importantísimo respaldo de la Iglesia Católica.

Esas luchas me hicieron senador, que lo fui por veinte años, sin convertirme en politiquero ni votar por uno que ganara la Presidencia.

En el texto explico las causas de lo raquítica de la economía de mercado colombiana, yéndome hasta la herencia feudal española y demostrando cómo ningún gobierno ha intentado desarrollarla, problema fundamental que debe unir a sectores populares, clases medias y empresarios para resolverlo.

Y analizo a Gustavo Petro y a su gobierno –por quien no voté, pues voté en blanco–, y que resultó peor de lo que pensé. Porque, con sus pésimas compañías, demagogias, falacias y autoritarismos, es sumiso a la globalización neoliberal en lo económico, lo militar y lo político y en 2010 traicionó al Polo para respaldar la presidencia de Santos, el candidato de Álvaro Uribe. Y le rechazo su exaltación a la lucha armada en Colombia, violencia que, como dijo Francisco de Roux, “no arregló nada y lo empeoró todo”.

Tan neoliberal es, que el último capítulo del libro pregunta: “¿Y Petro sí es de izquierda?”

Jorge Enrique Robledo

Las enseñanzas del paro

Fue un triunfo de los camioneros y de los colombianos derrotarle a Petro su intransigencia neoliberal de igualar el costo del ACPM de Colombia con el de Estados Unidos, un país que carece de una empresa como Ecopetrol y en el que el petróleo en el subsuelo no es del Estado sino de los particulares. Y con cada gringo con un ingreso promedio diez veces mayor que el del colombiano promedio, a la par que ese encarecimiento le resta competitividad a la industria y al agro nacionales para exportar, competir con las importaciones y generar más empleos.

Conocidas esas realidades, se entiende mejor por qué encarecer el ACPM y reducir la competitividad de Colombia es una política del FMI, que, como se sabe, representa los intereses de las grandes potencias con las que competimos. ¡Y a esto se sometieron Petro y la cúpula petrista! ¡Luego de que por muchos años se opusieron a encarecer los combustibles! ¡Y en el gobierno que se presenta como “del cambio”! ¡La gran estafa!

 

De lo peor fue la mala fe con la que Petro y la cúpula petrista enfrentaron este reclamo democrático. Porque se dedicaron a engañar, al decir que era un paro de los grandes camioneros, cuando la calles y en su dirección también estaban los pequeños y los medianos, a quienes golpea más duro, hasta quebrarlos, el ACPM muy caro.

Petro también ocultó que el ACPM muy costoso es contra toda la economía de Colombia –empresarial, por cuenta propia, campesina e indígena–, y agrava el desempleo y la pobreza, los peores problemas de los sectores populares que él dice representar. Y en su miopía populista y retardataria, agitó el irracional discurso antiempresa que lo caracteriza. Como si esa no fuera la forma económica que mejor puede introducir a un país en las ciencias y las tecnologías complejas, crear más riqueza por hora de trabajo, ofrecer los mejores empleos, elevar el nivel de vida de la población y competir con otras naciones.

Su mayor engaño se los tiró Petro a los paupérrimos, los pobres y las clases medias, que son los que en últimas pagan el ACPM en todos los países, al consumir lo que se transporte en camiones y volquetas y pagar los pasajes de los buses. Porque, sin importar su tamaño, los transportadores se quiebran si no les transfieren todos los costos de sus operaciones a los consumidores, incluidos los peajes que Petro está encareciendo y sobre los que también hace demagogia.

Con tantos timos, Petro debe agradecer que en Colombia los títulos universitarios no se pueden revocar. Porque perdería el suyo de economista, dada su suprema irresponsabilidad en este debate. Falacias además calculadas con fines turbios, porque Petro no es idiota, con el fin de engañar a las bases petristas y a los demás colombianos.

Coletilla: el neoliberalismo de Petro y de su cúpula de alcahuetes enmermelados se destapa al conocerse estos subsidios al ACPM, en millones de dólares: China: 212.100; India: 106.600; Japón: 135.000 y Brasil: 37.800. Y la fobia antiempresa de Petro también se demuestra por su respaldo a la apertura y los TLC y porque no hace nada por proteger a las siderurgias colombianas, muy acosadas por las importaciones de acero de Rusia y China.

Jorge Enrique Robledo

El ACPM más caro es contra toda Colombia

Como si fuera un gran aporte a la producción nacional, al empleo y la reducción de la pobreza –en medio del astuto silencio de Gustavo Petro–, el ministro de Hacienda, Ricardo Bonilla, anunció que aumentará en seis mil pesos el galón de ACPM. Incrementos que se harían de a dos mil pesos, hasta, con descaro, ponerlo por encima del precio internacional –el de Estados Unidos–, cuando a Ecopetrol le cuesta bastante menos producirlo.

Así, harán más pobres a los sectores populares cuando compran una panela, un pan y una camisa o pagan un pasaje de bus y adquieren un ladrillo o lo que sea, al encarecerles todo. Porque el ACMP mueve la casi totalidad de la carga de Colombia y el transporte masivo de pasajeros, tanto urbano como intermunicipal.

 

Encarecer el ACPM les hace daño además a 108 de las 109 actividades que mide el Dane, es decir, a casi todos los negocios de todos los tipos y tamaños, perjudicando la creación de riqueza y empleo. Y, como es obvio, les dará un mazazo a los transportadores porque el diésel es entre el 31 y el 41 por ciento del costo operativo de camiones, buses y volquetas, sector en el que el 97 por ciento son propietarios de menos de tres vehículos. Y los pasajes en bus representan entre 10 y el 25 por ciento del gasto de las familias.

Con el encarecimiento del galón que pretende Petro –otra vez haciéndole caso al FMI–, el costo anual del ACPM pasará de 21 a 34 billones de pesos, lo que significa que otros 13 billones por combustibles saldrán del bolsillo de los colombianos y de los negocios urbanos y rurales.

El alza del ACPM también aumentará la inflación y, con ella, las tasas de interés de los créditos, golpeando, otra vez, no solo a las personas, sino también a la industria, el agro y todo, que así podrán competir menos con las importaciones que les hacen daño –acero y leche, por ejemplo– y hacer más difíciles o imposibles las exportaciones.

Imponer precios como si Colombia no fuera productora de petróleo, gasolina y ACPM y no existiera Ecopetrol, es un engaño y un abuso de Petro contra los colombianos y el progreso del país, grave error que no se subsana porque el gobierno –este o cualquiera, pero neoliberal– así engorde el presupuesto nacional para otros asuntos.

Muy equivocado, porque el ACPM y la gasolina deben ser los más baratos posibles, en beneficio de toda la economía y de todos los colombianos. Pero no en exceso –y esto no puede olvidarse–, que le impida a Ecopetrol prosperar y que no le aporte sumas significativas al presupuesto nacional, como ocurre en otros países productores de petróleo.

No es que Petro, la cúpula petrista y los neoliberales sean incapaces de entender estos argumentos, de evidente gana-gana para el país. Lo que ocurre es que prefieren golpear a Ecopetrol y dejarle al próximo gobierno, con toda irresponsabilidad, la olla raspada, en provecho de su caudillismo y sus clientelas. Y justificar su politiquería de falso ambientalismo, calculado para engañar a quienes no tienen la suficiente ilustración sobre el cambio climático y la correcta transición energética que debe hacerse.

Jorge Enrique Robledo

Va muy mal la salud del magisterio

Desde hace años, antes del actual gobierno, en el magisterio ya había consenso en que su sistema de salud necesitaba modificaciones de importancia, para que más recursos les llegaran a los afiliados y a sus familias, 800 mil personas regadas por todo el país y con el 40 por ciento de ellas sufriendo por males crónicos y catastróficos.

Como el modelo que se inventó Gustavo Petro implicaba suscribir miles de nuevos contratos con IPS privadas, mixtas y públicas y farmacias, eran evidentes sus complejidades y sus riesgos.

 

Acercándose a la fecha del cambio fijada por el gobierno, que se diseñó con el absurdo de que se ejecutara de un día para otro, crecieron las preocupaciones porque las cosas salieran mal. Pero Gustavo Petro, que controlaba todas las instancias de decisión, con la soberbia que lo caracteriza, en vez de escuchar y buscarle salidas a un proceso de transformación muy complejo, decidió que empezara, sin transición, el primero de mayo.

Dadas las muchas preocupaciones, el Comité Ejecutivo de Fecode consiguió una cita con Gustavo Petro en la Casa de Nariño. Y entre las observaciones que le hicieron, Victoria Avendaño, con cordialidad y franqueza, le explicó que ese proceso podía fracasar.

Ante esa razonable opinión, Gustavo Petro le soltó que el problema consistía en que ella “era uribista y seguidora de la senadora María Fernanda Cabal”, afirmación que, de haber sido cierta, no le restaba matonería autoritaria al trato de Petro a una dirigente nacional del magisterio. Pero además fue una frase que Petro tiró a sabiendas de que mentía, como lo sabían todos quienes estaban en la reunión, incluida la ministra del Trabajo, Gloria Inés Ramírez.

Ahora, cuatro meses después de entrar en vigencia, el sistema de salud del magisterio es un desastre, que apenas les ofrece una atención muy mediocre a las necesidades más básicas y casi nada a los problemas complejos, condición empeorada por el pésimo acceso a los medicamentos, al tiempo en que sí les cobran a los educadores por unos servicios que no están recibiendo.

Que no nos sorprendan entonces los reclamos de los maestros y las maestras que aparecen en los medios y que esas protestas crezcan, a la par con la mala la atención y la posibilidad de que la paciencia se agote, en un asunto que es, literalmente, de vida o muerte y que exige soluciones prontas.

Porque además es con los aportes del magisterio, por más de 16 billones de pesos en cuatro años, con los que la Fiduprevisora contrata con IPS públicas, mixtas y privadas y con empresas de medicamentos, sin que medien licitaciones. Una manera de decidir muy discutible en su legalidad y eficiencia porque a los favorecidos los están escogiendo “a dedo”, práctica que facilita los contubernios corruptos, como se comprobó en la Unidad de Control de Riesgos (UNGRD).

Cuando estalló el escándalo además se supo que el presidente de Fiduprevisora pertenecía a un clan de la politiquería tradicional, personaje que fue reemplazado por otro del mismo corte. Y que una empresa favorecida en este contrato por 75 mil millones de pesos anuales pertenecía al clan de Euclides Torres, gran financista de la campaña de Petro, que así sumó contratos oficiales en este gobierno por 255 mil millones.

Jorge Enrique Robledo

Muy mal en acero, petróleo y gas

Alguien debe explicarle al economista Gustavo Petro que país que no crea riqueza, en especial en la industria y en el agro, y que además importa en exceso, tiene un futuro de subdesarrollo, desempleo, informalidad y pobreza. Agregarle que la mejor distribución de la riqueza también depende de su creación. Y decirle que en la base de todos los problemas de Colombia está que el producto por habitante es de apenas 6.657 dólares (2022), cuando los países desarrollados están por encima de 30 mil, hasta cien mil y más dólares.

Recordarle lo anterior porque, por su culpa, Colombia está inundada de acero importado de Rusia, China y hasta de Perú y que, desde octubre de 2023, hay reclamos de las siderurgias colombianas para que, según la ley, el gobierno actúe, aumentando los aranceles a esas compras para disminuirlas, y nada se ha hecho. En contraste, hay decisiones de protección contra las importaciones rusas y chinas en Estados Unidos, México, Brasil y Chile.

 

Y son 12 billones de pesos y 45 mil los empleos, entre directos e indirectos, los que pueden perderse si se quiebran las siderurgias, con la certeza además de que sí desaparecen, el acero importado se encarecerá.

De otra parte, desde febrero pasado, Ecopetrol venía en conversaciones con la OXY para, asociados, ampliar el negocio que ya tenían de producir petróleo en la cuenca del Permian, en Estados Unidos, diálogos que concluyeron a finales de mayo, cuando acordaron que Ecopetrol accedería a otros 65 mil barriles de petróleo al día. Pero Petro, insistiendo en manejar a Ecopetrol como si fuera una tienda de su propiedad y contando con la alcahuetería de Ricardo Roa, utilizó el peso de su poder y desbarató la operación acordada, causándole un gran daño económico y reputacional a la petrolera colombiana, como puede constatarlo quien conozca el irritado reclamo de Vicki Hollub, CEO de la trasnacional, por la irresponsable reculada que Gustavo Petro le impuso a Ecopetrol.

Se confirmó además que Colombia tendrá que aumentar sus importaciones de gas desde 2025, a precios que superan lo que cuesta la producción nacional, gas que no llegará de Venezuela –porque ni gasoducto hay–, sino seguramente de Estados Unidos. Una importación que estaba anunciada desde hace años y que Petro no intentó detener promoviendo una mayor producción de gas en el territorio nacional.

La última noticia sobre el gas es la decisión de Susana Muhamad, ministra de Ambiente, de parar el proyecto Komodo 1, de Ecopetrol, para producirlo en el subsuelo del mar Caribe colombiano, parálisis que no se sabe cuánto durará. Porque Gustavo Petro es el único presidente de país petrolero del mundo que ha sido capaz de afirmar: “bienvenidas las trasnacionales a Colombia, mientras no sea a petróleo” –y a gas, porque van juntos–, otra expresión de su infantilismo de izquierda que nada positivo nos genera a los colombianos y sí nos hace mucho daño.

Como los economistas neoliberales, Petro también debe alegrarse de que su título de la universidad no sea revocable. Porque si la economía colombiana creciera al 3,5 por ciento por habitante al año, cosa que no sucede, pasarían cuarenta años para llegar a 30 mil dólares, un producto también bastante bajo para ese momento.

Jorge Enrique Robledo

Demagogia anticorrupción

No voté por Gustavo Petro en las elecciones presidenciales de 2018 y 2022. Voté en blanco. No voté por él por muchas razones, incluido que en 2010, luego de ser el candidato del Polo derrotado por Santos –el hombre de Uribe en esa elección–, Petro nos exigió que respaldáramos a Santos. Y como le rechazamos su desproporción, rompió con el Polo y, a punta de mentiras, se dedicó a hacerle daño.

Luego de dos años en la presidencia, he concluido que el gobierno de Petro resultó peor de lo que pensé, empezando porque ratificó el modelo económico neoliberal que está arruinando, entre muchos otros, a las fábricas de acero y a los ganaderos de la leche.

 

Por razones de espacio me centraré en la corrupción nacional, que no empezó hace dos años y no es de “manzanas podridas” sino un sistema nacional montado entre políticos, funcionarios públicos y negociantes privados. Tan maquiavélico que permite gobernar contra los colombianos y ganar y ganar elecciones, porque con la plata que se roban pagan los votos necesarios para vencer. ¿Y qué ha hecho Petro contra ese sistema de corrupción? Nada.

Sobre cómo financió Petro la campaña electoral, su hijo, Nicolás, explicó que Euclides Torres fue el gran financista en el Caribe y que “Laura Saravia se encargaba de ubicar a gente en cargos importantes, en sectores en los que Euclides tiene algún tipo de interés”. Y le ha ido muy bien. Porque en negocios de energías alternativas logró contratos por $180 mil millones y con la salud del magisterio –de la que los maestros carecen– coronó otro por $75 mil millones. ¿Cuántos más le dará el gobierno en los próximos años?

En su programa de gobierno, Petro prometió: “Lucha frontal contra la corrupción”, “reformar la justicia y los organismos de control”, “elección del Fiscal con total independencia del gobierno” y “reformar la Procuraduría y la Contraloría”. Y ahora, más cuentachistes. Porque no ha promovido ninguno de dichos cambios, sino que se ha dedicado a controlar esos organismos. Hasta la medianoche del 6 de agosto de 2022, estuvo Petro en persona cuadrando el acuerdo para el nuevo contralor, acuerdo que coronó con el Pacto Histórico y todos los partidos tradicionales.

Por la corrupción en la Unidad de Gestión de Riesgos y las acusaciones de Olmedo López, la Fiscalía le abrió investigación al ministro de Hacienda, Ricardo Bonilla, a quien Petro ha debido sacar del puesto. Y la “Fiscalía pone a la par a Olmedo López y a César Manrique en el caso Ungrd” (El Espectador, Agt.07.24), pero Petro tampoco le pide la renuncia a Manrique, aunque hay un agravante.

Porque en la alcaldía de Petro en Bogotá, a Manrique le estalló un escándalo de corrupción por la compra de cien motos eléctricas con sobreprecios, caso por el que la Fiscalía hoy le pide condena a la Corte Suprema de Justicia (Semana, Jun.12.24). Y Petro, como los peores políticos tradicionales colombianos, no reemplaza a Manrique porque, dice, no ha sido condenado.

País en el que se imponga que los funcionarios embadurnados con corrupción no pueden ser sacados de sus cargos por razones políticas, esperando que la Justicia falle, se pudrirá inexorablemente.

Cada día se confirma más que “el cambio” cierto en este gobierno es el de los petristas que han pasado a “vivir sabroso”.

Jorge Enrique Robledo

El extractivismo de Gustavo Petro

Si algo le sale mal a Gustavo Petro, es posar de gran economista, porque abunda en galimatías, así descreste a algunos mal informados. Son tan absurdas sus afirmaciones que no hay un libro, un ensayo ni una conferencia suya o de alguno de sus seguidores que intente sustentar sus necedades. Porque quedarían en ridículo. Veamos lo que le propuso a Colombia el 20 de julio pasado.

“Una economía del intelecto y no extractivista. En campaña prometí buscar las maneras de cambiar el modelo económico de Colombia, de un modelo extractivista a uno productivo; cambiar la idea de que nos hacemos ricos extrayendo cosas que la naturaleza (…) por la idea de que de verdad nos podemos volver ricos a partir del trabajo y de la transformación de las cosas en la producción. No hay sociedad que se pueda enriquecer, que no trabaje”.

 

¿Puede haber alguna economía, hasta la más simple, que no aproveche la naturaleza y no incluya trabajar y usar la inteligencia? ¿Y la extractivista, que consiste en exportar, fundamentalmente, materias primas agrícolas y mineras, sin transformación o con muy poca, no es trabajo productivo ni usa el intelecto? ¿Producir café o azúcar y petróleo o carbón y los demás bienes agrícolas y mineros no requiere de pensar ni utilizar conocimientos complejos, es decir, utilizar el cerebro y la inteligencia?

Qué irrespeto el de Petro a los colombianos atreverse a decir tamaña majadería y, además, querer estrangular la producción nacional de petróleo, despropósito que nos obligaría importarlo y empobrecerá más a Colombia.

La primera definición que aparece en Google de extractivismo es “la venta al exterior de recursos naturales poco transformados, como la minería, la agricultura o el petróleo”. Y Eduardo Gudinas coincide en que es producir recursos naturales “orientados esencialmente a ser exportados como materias primas sin procesar, o con un procesamiento mínimo”.

Ideas que David Ricardo (1817) encuadró en el “libre comercio” global, escogiendo a países perdedores y ganadores: “El vino (las uvas) será producido en Francia y Portugal, el maíz en los Estados Unidos y Polonia y la ferretería y otros artículos fabricados en Inglaterra”. Inglés tenía que ser, con vivezas colonialistas que no aceptaron Estados Unidos, Francia y demás países desarrollados, en tanto Colombia y el mundo subdesarrollado, sí, porque sus gobiernos han seguido al FMI y los TLC, incluido el de Gustavo Petro.

Es farisaico entonces el reclamo de Petro contra el extractivismo. Y se equivoca de otra manera. Porque la perversidad del extractivismo no es producir materias primas agrícolas y mineras, sino no industrializarse y no desarrollar la ciencia y el conocimiento, como lo confirma Estados Unidos, cuyo avance científico e industrial y agrario es evidente, siendo al mismo tiempo un gran productor y exportador de petróleo, carbón y bienes agrarios. Por ejemplo, produce 13 millones de barriles de petróleo al día y exporta 4,8 millones, en tanto Colombia produce unos 700 mil. Y lo mismo puede decirse del gran avance de la ciencia y la industria de China, apareada con su gran producción de petróleo, carbón y bienes agrarios.

Entonces, el extractivimo de Colombia no es por producir y exportar petróleo, carbón y café y otras materias primas, sino por importar en exceso, por sus débiles aparatos industriales, agrarios y científicos.

Jorge Enrique Robledo

Faltan renuncias

Mal le salió a Gustavo Petro su viveza del 20 de julio de pedir excusas por los delitos de Olmedo López. Porque esas fueron lágrimas de cocodrilo para desviar la atención de la gran ola de indignación que en ese momento ya había contra el ministro de Hacienda, Ricardo Bonilla, promotor de que Olmedo López y Sneyder Pinilla tramitaran a las volandas platas del ministerio de Hacienda para obras en tres municipios en los que eran mayoría electoral los congresistas de la Comisión de Crédito Público, hoy acusados por la Fiscalía de haberle aprobado al gobierno normas a cambio de las coimas que les dieron.

Y a Petro le fue muy mal con esa astucia porque la Fiscalía, acogiendo las informaciones de Olmedo López y Sneyder Pinilla, acusó a Ricardo Bonilla, a Carlos Ramón González y a otros de sus altos funcionarios, acusación que obligó a renunciar a González.

 

Así informó la prensa sobre la audiencia del jueves: “Fiscalía dice que ministro Ricardo Bonilla, Carlos Ramón González, Sandra Ortiz y el director de la Función Pública hicieron parte de una organización criminal”. “La Fiscal delegada Andrea Muñoz ha hecho serios señalamientos en lo que llamó una ‘empresa criminal’ que formaron varios funcionaros del Estado y empresarios, con el fin de lucrarse a través del dinero destinado a emergencias y calamidades”.

Agregó la Fiscalía: “Usted señor Olmedo López, coordinó con Ricardo Bonilla, el ministro de Hacienda, y Sneyder Pinilla el direccionamiento de contratos (…) en los cuales estaban interesados indebidamente los senadores y representantes de la Comisión Tercera de Hacienda del Congreso”. Camilo Romero, Gloria Inés Ramírez y César Manrique, “los otros tres altos funcionarios del gobierno de Petro mencionados en la investigación por corrupción”. “La Fiscalía señaló que Carlos Ramón González, ex director del Dapre y hoy cabeza de la Dirección Nacional de Inteligencia, habría sido la persona que dio la orden de pagar 4.000 millones de pesos en sobornos a Iván Name, expresidente del Senado, y a Andrés Calle”, expresidente de la Cámara.

Y Petro, con descaro e irresponsabilidad, fue capaz de afirmar: “Creo en la inocencia del ministro de Hacienda”, a pesar de haber pruebas de sobra de sus presiones a Olmedo Pinilla y a Sneyder Pinila para que agilizaran, ilegalmente, 92 mil millones de pesos en obras en tres municipios, plata que era

una forma de pagarles los votos a los congresistas de la Comisión de Crédito público para facilitarle las trapisondas a Ricardo Bonilla.

Cuando además Gustavo Petro sabe que él no tiene cómo demostrar su declaratoria de “inocencia” de Bonilla y que su irresponsabilidad es una violación autoritaria de la separación de los poderes que ordena la Constitución, como fundamento de la democracia que rige en Colombia, y presiona indebidamente a la Fiscalía, que ya acusó a Ricardo Bonilla por sus ilegalidades. Charlatanería y autoritarismo.

¿Gobierno “del cambio”? ¿De cuál cambio? Demagogia. Petro está imponiendo la misma práctica corruptora tradicional en Colombia, que señala que “la Justicia es un perro bravo que solo muerde a los de ruana”, es decir, a quienes no tienen el poder del Estado para protegerse de sus desvergüenzas, en esta ocasión además en asocio con los mismos políticos clientelistas que dijo haber derrotado en 2022,

Jorge Enrique Robledo

Con las manos en la masa

Con su conocido estilo de frases astutas y altisonantes, Gustavo Petro y sus bodegas –incluidas las pagas y las falsas– intentan ocultar la gravedad de la corrupción en la Unidad de Gestión de Riesgos y sus vínculos con el gobierno nacional y su clase política amiga, para escurrirle el bulto a su obvia responsabilidad política.

Es notorio que la responsabilidad política principal en este caso recae en Gustavo Petro, porque fue él quien nombró a Olmedo López y no lo vigiló, pero sí le aumentó el presupuesto de $657 mil millones a $2,2 billones entre 2022 y 2023, en una empresa que tiene como característica normativa poder contratar sin licitaciones, a dedo (Ver enlace ), lo que facilita la irresponsabilidad, el clientelismo y la corrupción.

 

Aunque intenten taparlo con calumnias, Olmedo López ha sido de los lomos de adentro de Petro y el petrismo. En 2015 fue candidato del Polo a la gobernación de Antioquia en representación de la tendencia de Clara López y Jaime Dussán, reconocidos jefes petristas. En las elecciones de 2018, Petro lo respaldó al Senado y Olmedo le prestó $300 millones para su campaña presidencial. Y es irrebatible que si no fuera de su confianza, no lo habría nombrado en la Unidad de Riesgos, a manejar sumas enormes, cargo en el que es notorio que Petro no lo vigiló de cerca, a pesar de saberse que robar allí es bastante más fácil que en las demás entidades públicas.

Y Petro no solo no controló a Olmedo, sino que su ministro de Hacienda, en persona, cuadró con él contratos a dedo por 92 mil millones de pesos en tres municipios de la Costa, de lo que no deja duda la información de Caracol TV (Ver enlace).

Porque allí aparece Ricardo Bonilla comunicándose con Olmedo López y con Sneyder Pinilla presionando esos contratos y designando a su asistente, María Alejandra Benavides, como su vocera para sacarlos adelante, aunque no respondían a declaratorias de calamidad pública, una ilegalidad. Y aparece el asesor de la Presidencia de la República Jaime Ramírez Cobo intrigando para que esos proyectos se tramitara a través del ministro de Hacienda y no de Luis Fernando Velasco y “como asesor de Carlos Ramón González, también salpicado por el escándalo”. 

Explicando cómo funciona la cadena de la felicidad de estos contratos, ante la Corte Suprema de Justicia, Olmedo López dijo: “Es una cadena que va desde lo más alto, desde la orden de un ministro hasta pasar por las manos del alcalde hasta las manos del contratista que iba a ejecutar la obra”. Pero surge una duda: según esto, hacia abajo llegan hasta el poder menor, pero hacia arriba, ¿los ministros, así sea muy en privado, no le consultan estos gastos enormes a Petro y este lo tolera?

Muy raro sería que el presidente de la República no opinara sobre el gasto de los 1,4 billones de pesos que el ministro Bonilla se consiguió entre septiembre y diciembre pasados para contratar –por norma sin licitaciones y a dedo, repito– en la Unidad de Gestión de Riesgos (ver enlace). Porque no es creíble.

Esta historia se cierra contando que en los municipios donde se intentaron estas obras hay seis congresistas que son como sus dueños políticos, los mismos que en general aparecieron votando en las comisiones económicas del Congreso en el sentido que quiso el ministro de Hacienda.

Coletilla: conocidas estas verdades, es una desvergüenza que Bonilla no renuncie a su cargo y que Petro le sirva de acólito. ¿O es que entre bomberos no se pisan las mangueras?

Jorge Enrique Robledo

Lecheros hacia la ruina

Hablando de los impactos de la apertura y de los riesgos de los TLC con sus importaciones, hace unos años un campesino boyacense me dijo: “primero nos quitaron el trigo y la cebada. Me pasé a la leche. Si me quitan la leche me quitan la vaca y si me quitan la vaca me quitan la tierra”. Y la preocupación de ese campesino se está volviendo realidad, según me explicaron el viernes pasado los directivos de Asogaboy, la Asociación de Ganaderos de Boyacá.

Porque varias de las empresas que compran y procesan leche en Boyacá y Cundinamarca anunciaron que en los próximos días dejarán de comprarla en todo o en parte de los municipios de Chiquinquirá, Saboyá, Maripí, Buenavista, Briceño, Caldas, Simijaca, Susa, Fúquene y Guachetá, con lo que avanza el temido proceso del campesino de esta historia.

 

Y ese día en el parque de Chiquinquirá protestaron campesinos y pequeños empresarios de la leche de Saboyá, que llegaron a pie o en carros, y en sus discursos le exigieron al gobierno de Gustavo Petro una inmediata solución a su problema, empezando porque les sigan comprando la leche y se renegocie o denuncie el TLC con Estados Unidos.

Las cosas están tan mal en todo el país y la desatención del gobierno nacional es tanta, que hasta se están botando leches para las que no hay compradores y este domingo habrá una asamblea virtual de dirigentes de ocho asociaciones departamentales de ganaderos. Porque también ocurre que los procesadores y los comercializadores se las pagan a precios de pérdida, les eliminan rutas de compra, les cierran los centros de acopio, les fijan volúmenes máximos de venta y les eliminan las bonificaciones, todo en contra de 300 mil familias de ganaderos de la leche regadas por el país.

La depresión de los precios de compra y que no haya a quién venderle la leche se explica por dos razones principales. Porque hay un relativo exceso de producción frente a la capacidad de compra de unos consumidores empobrecidos desde la pandemia y porque este año Colombia está importando más de 70 mil toneladas de leche en polvo, que se convierten en 600 millones de litros.

Nuestros lecheros no pueden competir con los de Estados Unidos porque ese país subsidia a su agro con 50 mil millones de dólares cada año –veinte veces más que Colombia–, plata que les llega a sus productores de leche en las proporciones que sean necesarias para sostener las lecherías, bastante más tecnificadas y productivas que las colombianas.

Y agravará lo que ocurre que los lecheros colombianos todavía no han sido sometidos a toda la presión de los ganaderos y exportadores estadounidenses, porque las importaciones crecerán aún más en 2025 y no tendrán límites a partir de 2026 cuando, por las cláusulas del TLC, habrá libre ingreso de leche y lácteos al país, con un impacto muy duro para Colombia.

Por su parte, Gustavo Petro, que ganó la presidencia prometiendo renegociar el TLC con Estados Unidos, a los tres días de su posesión, a través de su ministro de Comercio, señaló que ya no lo renegociarían, decisión que esta semana ratificó el nuevo ministro de esa cartera. “Prometer para conseguir y una vez conseguido olvidar lo prometido”, enseña la politiquería nacional, de la que hace tanta gala este gobierno.

Gustavo Petro, que tanto se ufana de ser amigo de los campesinos, no puede seguir dejando a los de la leche abandonados a su suerte y a este doloroso futuro. También porque está en juego la soberanía alimentaria, soberanía nacional a la que es un crimen renunciar.

Jorge Enrique Robledo