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Confidencial Noticias 2025

Etiqueta: Jorge Luis Borges

El arte de olvidar

Dicen los entendidos que uno de los últimos escritos del argentino universal, Jorge Luis Borges (1899-1986), fue un soneto titulado “Aquí. Hoy”. Los versos de la primera estrofa son los siguientes: “Ya somos el olvido que seremos. /El polvo elemental que nos ignora/ y que fue el rojo Adán y que es ahora/ todos los hombres, y que no veremos.” Parte del primer verso sirvió para que el escritor medellinense Héctor Abad Faciolince (1958) titulara la novela autobiográfica El Olvido que seremos (2006), novela que discurre momentos íntimos con su padre, el entrañable médico humanista Héctor Abad Gómez (1921-1987), asesinado vilmente por las fuerzas oscuras que imperan en el País. Abad Faciolince narra que, su padre en al momento de su trágica muerte tenía en el bolsillo de su camisa un papel con los versos del referido soneto de Borges. Todos los seres vivos en algún momento serán olvido, para no ser olvidados deberán habitar en la mente y en los corazones de quienes los recuerdan, ya con afecto o con desprecio. Cuando la última persona que recuerde al ido, desaparezca, el ido será olvido.

Pocas personas logran trascender al olvido porque su obra les subsiste. Su obra deja de ser un estado mental íntimo para convertirse en algo material y perceptible, casi que de domino público, entre esas personas bien se podrían destacar a: Borges, Proust, Joyce, Marie Curie, García Márquez y a tantos hombres y mujeres de las artes, las ciencias, la filantropía, la ingeniería, hoy los deportes. Hasta los criminales, cuyo recuerdo subsiste en muchas sociedades enfermas que, ven como algo favorable diseñar circuitos turísticos por los lugares de sus fechorías, y hasta vender recuerdos de viaje con la impresión de sus rostros.

Olvidar forma parte de lo más recóndito de la naturaleza humana, se puede olvidar por que el cerebro va perdiendo su plasticidad, el proceso de la sinapsis neuronal va haciéndose cada vez más inoperante, probablemente esa es una de las razones por las cuales las personas mayores olvidan con facilidad los sucesos recientes, pero conservan nítidamente los sucesos más antiguos. Se suele olvidar también porque como mecanismo de defensa el cerebro humano bloquea hechos que impactaron de manera poco amable la vida de las personas y muchas veces van a parar en ese cuarto de los trastes viejos que algunos denominan el inconsciente y otros como el subconsciente, para el psiquiatra suizo Carl Jung (1875-1961) no eran lo mismo.

Olvidar sin lugar a duda es un arte, un ejercicio gimnástico de decisión y autoestima. El primer paso para olvidar es estar decidido a hacerlo, es entendible que la mente humana se aferre al pensamiento de los sucesos faustos, lo grato y lo bello. Empero ¿Qué conduce a la mente humana a aferrarse a lo nefasto y de paso congraciarse con el sufrimiento que ello representa? Probablemente, la ausencia de la conciencia y de conocimiento propio, de sí mismo, o la carencia de amor propio manifiesto en baja autoestima. Una vez se haya tomado conciencia y decisión de olvidar, el segundo paso es mantenerse constante. El olvido se debe mantener tan sólo un día a la vez, persistiendo al día siguiente y así hasta que, lo que se quiere olvidar desaparezca por completo, y si no desaparece, por lo menos no ocasione sufrimiento.

Nadie dijo que desbastar una piedra resultara fácil y que ser artífice de su propio destino sea un periplo de placer. Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564) tomó un año, a partir de un bloque de mármol de Carrara, para tallar su majestuosa Piedad. ¿Quién dijo que se olvida en un santiamén? Olvidar es como el lento trasegar de las aguas que poco a poco limpian la superficie de manera insospechada. Así como olvidar empieza con una decisión, sufrir también es una decisión, no en vano Borges remató su soneto: “Pienso con esperanza en aquel hombre/…que no sabrá que fui sobre la tierra. / Bajo el indiferente azul del cielo, /esta meditación es un consuelo./” El olvido puede ser la más dura sentencia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A propósito de un cuento de Borges

Utopía de un hombre que está cansado es el título de un cuento escrito por el gran escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986), publicado en su obra el Libro de arena de 1975. El relato del cuento se hace en primera persona por el personaje de Eudoro Acevedo que refiere un encuentro fantástico con un hombre del futuro. En ese encuentro Acevedo se entera, que en el mundo del futuro los Gobiernos cayeron poco a poco en desuso, entre otras cosas, porque convocaban a elecciones, declaraban guerras (lo que pareciera por estos días querer rusos, ucranianos y aliados de la OTAN), imponían tributos, expropiaban bienes, establecían privaciones a la libertad personal, censuraban, pero los ciudadanos no respetaban sus dictados. La prensa dejó de prestarles atención, por ende, “Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos”, según la narración, y algunos se dedicaron a la comedia o la curandería con algún éxito. En suma, pareciera que la desobediencia civil no organizada llevó a la desaparición de los gobiernos.

En la versión borgiana del futuro “No hay conmemoraciones ni centenarios ni efigies de hombres muertos. Cada cual debe producir por su cuenta las ciencias y las artes que necesita”. Cada individuo está en la necesidad de ser su propio Bernard Shaw (1856-1950), su propio Jesucristo, y su propio Arquímedes (287 a.C.-212 a.C.). En esa utopía futura, fruto del ingenio del autor, cada individuo deja su estatus ontológico de ser persona para tener sujeto único, elige qué tipo de sujeto quiere tener, cómo lo quiere tener y cómo identifica ese tener. De hecho, no conviene fomentar el género humano, según el hilo de la trama, con engendrar un único hijo basta.

El texto de Borges es premonitorio. La angustia existencial es frecuente entre los humanos de hoy, muchos carecen de definiciones sobre algo y, sobre todo. La sexualidad no importa definirla como género, sino ejercerla. Su ejercicio no implica un rol definido, para qué definirlo cuando lo que importa es disfrutarla. Los humanos actuales son probablemente los más comprometida con el Planeta, pero paradójicamente son los menos comprometidos para con el pasado que no es otra cosa que la memoria que conservamos, y que hace posible el presente. Son humanos que quieren vivir al tope como si su satisfacción personal fuese lo más importante. Disertan mucho sobre el otro y lo colectivo, pero poco o nada hacen para el otro y el colectivo. Entre ellos la individualidad como manifestación del libre desarrollo de la personalidad se ha potencializado pero el compromiso para con el otro ha mermado. No basta con ser único, diferente y original, se requiere tenerlo, hacerlo, expresarlo e imponerlo. Las reglas y los límites no tienen sentido para los humanos de hoy, especialmente para los más jóvenes; la pasión y el deseo personal de tener antes que ser justifican la existencia.

El hombre del futuro borgiano, como los humanos de hoy, no es bueno ni malo, correcto o incorrecto, simplemente es, sucede, acontece, vive y vida. Ser humano hoy pareciera no sustentarse en el ser que ha sido abandonado por el tener. Tener la sexualidad más indefinida, tener la belleza más única, tener la red de amigos más poderosa y tener la mayor cantidad de derechos frente a la inexistente lista, por no escribir nula, de deberes.

Como el personaje de Eudoro Acevedo en el cuento de marras, avergüenza la flaqueza humana. Lo que no se conoce aún: Si la flaqueza moral cada vez más, se acrecentará con cada generación de humanos hasta finalmente, desaparecer.

 

 

 

 

 

 

Amor y memoria

El gran escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986) en su cuento de 1942, Funes, el memorioso, narra la historia de Ireneo Funes un joven campechano habitante de la localidad de Fray Bento ubicado en la frontera entre Argentina y Uruguay. La principal destreza de Funes era la de tener siempre la hora exacta sin tener reloj, extraña rareza para un joven sencillo, hijo de una planchadora y un padre incierto. Funes acostumbrado a las faenas de la caballada que, un día sufre un accidente al caer de un corcel, queda inconsciente y al volver en sí además de estar tullido, desarrolló una extraña habilidad, una memoria asombrosa que le permitía recordar cientos de datos y palabras, al punto que puede recordar todos los detalles de un día, como si permaneciese en el presente congelado en el pasado. Con esa habilidad Funes aprende idiomas, detalles, formas, contexturas y datos que jamás hubiese logrado retener. Era una especie de algoritmo charrúa. Funes no escribía nada de lo que memorizaba porque tenía la certeza de que nada podría olvidar, por lo tanto, no tenía sentido escribirlo. No obstante, su memoria elefantina, Funes no era capaz de pensar.

Los seres humanos son y existen gracias a su memoria. La memoria en gran medida nos hace ser quienes somos. Una persona que pierde la memoria se despersonaliza, al abandonar su pasado se va el quién fue y olvida de paso quién es. No es posible ser sin memoria. Existe una profusa relación entre la memoria y los sentimientos. Se recuerdan como impronta en los seres humanos los hechos más catastróficos y los hechos más dulces; la memoria, el amor y el odio son relación azarosa. Quien odia no pierde la memoria, por que dejar de odiar implica perder la memoria. Con el amor sucede algo diferente, quien ama conserva la memoria vívida de los hechos que el amor el llevaron a protagonizar. Lamentablemente, cuando el amor se va, se va también con él la memoria. Quien no ama pierde la memoria, o mejor aún, quien pierde la memoria deja de amar. No se sabe cuál es exactamente el orden, si lo primero o lo segundo.

Cuando el amor marcha, la memoria de lo que hubo se esfuma como el humo que se desvanece en el aire. No importan los hechos, el sacrificio del padre por su hijo infante, el esfuerzo de la madre para llevar el pan a sus hijos, la entrega del amante tras de su amado. Nada importa ya. Es como si el pasado jamás hubo sido presente, ni tuvo ocurrencia, porque al irse el amor, la memoria también se va: Sólo queda la Nada acompañada de la impotencia de quien sufre el desamor.  Su existencia no hubo sido, como si no tuviese pasado. Su existencia quedo fulminada porque el amor desapareció y ya no tienes sentido de ser, eres y serás Olvido. El Olvido es la ausencia de Todo y, la presencia de la Nada.

Borges, el argentino universal, en un soneto titulado “Aquí. Hoy” escribió los siguientes versos “Ya somos el olvido que seremos/El polvo elemental que nos ignora (…) /Ya somos en la tumba las dos fechas (…)”.

El ser humano vive en cuanto es memoria y recuerdo en sus semejantes. Se puede morir muchas veces, en este sentido el desamor es una ellas, la otra cuando desencarna.

Así la carne y los huesos desciendan a la tumba más profunda, mientras haya un humano que en su memoria aún albergue recuerdo, la vida será un privilegio existente. La Inteligencia Artificial servirá para llevar a la eternidad a quien inició su viaje al Oriente Eterno. Ireneo Funes, memorizó todo, pero era incapaz de pensar, porque pensar es olvidar, generalizar, abstraer como lo escribiera Borges. Funes sólo tenía un mundo de detalles, fue la única excepción que dejó de amar y aún conservó la memoria. Funes moriría de congestión pulmonar.

 

 

 

 

 

 

 

‘Cita a ciegas’ con el universo borgiano

El mundo del reconocido escritor argentino, Jorge Luis Borges, se instala en Teatro Libre de Bogotá con la obra ‘Cita a ciegas’. El director, actor y productor Germán Jaramillo regresa a su teatro después de 15 años para interpretar uno de los personajes más difíciles de su carrera artística: un escritor ciego.

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