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Confidencial Noticias 2025

Etiqueta: Luis Carlos Martínez

¿Y sí acabamos Transmilenio?

Debo decir que me cuesta hablar mal de Bogotá, ha sido mi ciudad desde hace 18 años y quizás el lugar que más conozco. Soy usuario de Transmilenio y me gusta el transporte público, porque lo encuentro como una oportunidad única para que las personas intercambiemos estilos de vida y se pueda comprender la interculturalidad (que va más allá de la diversidad). Sin embargo, creo que hoy el que fuera el ‘orgullo capital’ por allá en el año 2000, representa unos valores poco deseables: frustración, miedo, pobreza, egoísmo, falta de compromiso e irresponsabilidad.
Los sistemas de transporte son vitales para las dinámicas en las ciudades, son algo así como el sistema circulatorio en el cuerpo humano. Pero ¿qué hacer cuando una parte básica de un cuerpo está infectada? Esto obliga a pensar en soluciones profundas y radicales que permitan ponerle freno a la patología. El caso del Sistema de Transporte Público de Bogotá es toda una ‘enfermedad social’ que afecta a un buen porcentaje de personas que requieren de este servicio en una megaciudad como la capital colombiana.

Hay tres realidades que son innegables hoy en torno a Transmilenio:

 

La primera de ellas es la reputación de la organización, y no precisamente por buena. La percepción que tienen la ciudadanía de la calidad del servicio, la seguridad, la innovación, gestión integral es pésima. No es necesario hacer un estudio profundo para comprender que existe nulo sentido de pertenencia por un sistema que vincula y debería unir buena parte de las dinámicas de una ciudad que le apunta al desarrollo permanente.

La segunda es desprendida de esa percepción negativa generalizada entre la gente: la pésima cultura ciudadana en torno al uso de la red de transporte. Aquí es evidente el poder que tiene la cultura e imaginario colectivo para movilizar cambios, que para este caso son negativos, donde las dinámicas de escepticismo han aumentado al irrespeto, la trampa y el daño al interior de las estaciones. Esta es la razón, porque el fenómeno de ‘colados’ se apoderó de un buen porcentaje de usuarios. Faltó visión y gerencia para movilizar pedagogía, sanciones y mecanismos de infraestructura que hubieran mitigado esta práctica en sus inicios.

Y una tercera, que tiene que ver con la incapacidad de los últimos gobiernos para desplegar una estrategia sólida para ‘curar’ al sistema de estos males. La actual administración de Bogotá en varias ocasiones se ha escudado en la falta de policía para cuidarlo, la Policía aduce poco presupuesto para aumentar el pie de fuerza y el equipo directivo del sistema manifiesta problemas financieros. Los hechos delictivos del último trimestre del año 2022, donde una joven fue violentada al interior de una estación y un joven asesinado dentro de un bus, mostró a unos voceros de la Alcaldía, de la Policía y de la propia empresa sin argumentos, minimizados y sin un norte para progresar.

Años atrás entrar a una estación de Transmilenio, era sinónimo de seguridad y tranquilidad. Ahora, para muchos es entrar a una zona de peligro, sin presencia policial, estaciones en mal estado, sin vigilancia privada y con la certeza que no se puede exigir un mínimo de respeto, porque se puede salir con un disparo una puñalada. O en un escenario más caótico, en medio ser atropellado por un articulado como reacción espontánea de una huida para estar a salvo.Con este panorama, donde nadie tiene respuestas y sí muchas excusas para justificar la decadencia, me pregunto si no es tiempo de pensar en el fin del sistema. Está no sería ni la primera o última empresa del país que deba ser liquidada y reorganizada para que tenga otras perspectivas. La ciudadanía que no paga el transporte ya no tendría excusas para justificar el no pago por el pésimo servicio. Por otro lado, la administración, tendría un problema menos en quien justificar sus carencias y fallas de gestión y la Policía podría enviar cómodamente a sus casi 600 uniformados dispuestos para el sistema, a prestar seguridad a otros lugares más críticos en Bogotá.

Cuando se acaba un problema, seguramente queda más tiempo y recursos para afrontar fenómenos más preocupantes o en sentido contrario, obligaría a pensar en soluciones realmente innovadoras y efectivas para un problema que no se ha querido abordar con la seriedad que requiere. En este año que inicia, no más campañas de pedagogía con tres personas en hora pico, ni mucho menos dos policías chateando por turnos de una hora al día para cada estación, tampoco más pronunciamientos genéricos por parte de la administración de turno o lo peor, no más cinismo ciudadano que condena la corrupción de altos funcionarios, pero que no pierden la posibilidad de robarse 3.000 pesos por viaje. Dejemos la hipocresía y pongámonos serios que el problema es peor de lo que parece.

Luis Carlos Martínez 

Por favor no disfracen el periodismo

Por: Luis Carlos Martínez González

En época de Halloween, me parece importante conversar sobre los ‘fantasmas’ y las ‘máscaras’ que usan algunos para destilar odios, defender intereses personales o apalancar proyectos políticos sin el mínimo rigor de la crítica, todo esto disfrazado de periodismo.

 

Pues bien, no creo que esto lo sea, porque tengo la idea de que aparecer en medios y decir cosas no hace periodistas. Hablar, opinar, narrar o mostrarse en una red social, son acciones naturales de cualquier ciudadano en el marco de una sociedad.

Está profesión requiere de algo más. Muchos lo llaman rigor, pero claramente el concepto hay que ‘desmenuzarlo’ para que no se quede en un simple saludo a la bandera. Ser periodista requiere de valores, comportamientos, aptitudes, competencias y la experticia necesaria para administrar la información que tiene un impacto sobre el colectivo.

Si bien es cierto que los formatos de opinión (como este que escribo) hacen parte de los géneros periodísticos, este es de lejos la tendencia predominante en los medios masivos y las redes sociales. Entonces ¿Dónde queda el periodismo de investigación? ¿Qué pasó con el periodismo descriptivo? ¿Las crónicas han desaparecido? ¿Por qué estamos llenos de titulares cargados de adjetivos que marcan una intención de orientar la opinión pública?

Durante la última campaña presidencial en Colombia fue evidente la falta de imparcialidad y el nivel de apasionamiento de cómo algunos medios cumplieron su labor. Titulares grotescos, falta de equilibrio en los contenidos y sobrexposición de opiniones en redes sociales, que eran más propios de activistas políticos que de personas formadas para administrar rigurosamente la información y construir narrativas responsables y respetuosas con la ciudadanía.

La comunicación como técnica y el periodismo como herramienta tienen procesos, metodologías, principios y estructuras que deben contribuir a mejorar las relaciones sociales. No cualquier persona frente una cámara, con un papel o simplemente aquel que tenga un juicio, puede denominarse profesional en periodismo.

El ejercicio informativo requiere contrastar fuentes, equilibrar los datos, describir situaciones sin carga de calificativos, respetar a los entrevistados, manifestar conflicto de intereses, que en términos generales no es otra cosa que ser honesto y transparente con la audiencia. No todo es espectáculo, escándalo, sensacionalismo o egocentrismo. Una gran habilidad del periodista es la sensatez y la capacidad para dosificar el ‘maremoto de datos’ en el que navegamos a diario.

No todo es cierto, tampoco todo es falso. La lucha constante entre héroes o villanos en la prensa daña la profesión. El periodista debe buscar la escala de grises, porque la vida en blanco o negro puede funcionar en otras profesiones, pero al periodismo no le sirve. No usemos el disfraz de jueces, estamos lejos de serlo. Menos el de pastores, porque no necesitamos adoctrinar. Tampoco nos disfracemos de políticos, porque la piel de ‘lagarto’ es difícil de ocultar.

El mejor papel del periodismo es la investigación, la descripción, el equilibrio y la sensatez para que otras personas tomen mejores decisiones a partir de la exposición de argumentos serios. Los micrófonos deben estar abiertos para todos, pero siempre administrados por profesionales que respeten el valor de la información y siempre vigilen la forma de entregarla.