¿Mintieron Marx y Freud?

Todo empieza en un banco de parque, como tantas cosas en la vida. En el fondo las voces de cientos de niñas de un colegio. Aparece primero un hombre de gabardina, de gestos lujuriosos, sin pantalones. Luego otro de igual pinta, pero moreno y barbado.

No queda duda, son dos exhibicionistas que vienen a mostrar sus partes pudendas a las inocentes niñas.

¿Pero lo son? En un baile frenético pasan de ser exhibicionistas a ser tiras, a ser desmovilizados de la guerrilla primero luego de los paras. Momentos después, en un salto dialectico, se transforman, el uno, en Sigmund Freud y en Carlos Marx, el otro.

Y el dialogo adquiere otro nivel y otro ritmo al desplazarse a las causas de los conflictos modernos, que uno argumenta vienen del individuo, su neurosis y sexualidad y el otro de los conflictos sociales y la explotación del hombre por el hombre. Esto en medio de un psicoanálisis de bañera (“Qué chimba, Profesor Freud”) y del canto de la Internacional con bandera roja ondeando como en cualquier desfile de un primero de Mayo.

Pero todo vuelve a desenrollarse, después de jurarse amor eterno en medio de un bolero con amacice incluido: de Marx y Freud a desmovilizados, a tiras para devenir finalmente en terroristas que realizan su atentado con himno nacional de fondo y gritos de dolor de las victimas.

Este montaje, que retuerce el alma o por lo menos los intestinos, transcurre, en medio de un humor negro, en el escenario estupendo e incomodo del Teatro Odeón en el centro de Bogotá. Es la puesta en escena de la obra “La secreta obscenidad”, que ya había visto con el elenco original compuesto por Alberto Valdiri (Freud) y Hernán Cablativa (Marx), dirigidos por Matías Maldonado. Muerto el gran Valdiri, quien hacía el papel de Sigmund, lo reemplaza Matías en ese papel.

Muerto el gran Valdiri, quien hacía el papel de Sigmund, lo reemplaza Matías en ese papel y a Matías lo reemplaza en el papel de Marx otro gran actor, Hernán Cablativa.

¿Son Marx y Freud exhibicionistas, detectives del régimen, guerrilleros, paras, terroristas? ¿O simplemente fueron los padres putativos de todo esto? Ambos escenarios son posibles, pero también lo es un tercero: que sean la excusa, la “cabeza de turco” necesaria para librarnos de culpa. Y que los verdaderos exhibicionistas, guerrilleros, etc., etc., seamos todos y cada uno de nosotros.

Esta última posibilidad hizo que saliera atontado del escenario, luego de un largo aplauso a Valdiri. No pude hablar con nadie, solo leí el escrito de homenaje y despedida que Matías escribió para su amigo y compañero muerto.

Ya en la calle, como es inevitable en la Bogotá Humana, me topé con un mendigo. Mi primera reacción fue espetarle las preguntas que me carcomían: ¿Mintió Freud? ¿Mintió Marx? ¿O mentimos todos? No lo hice y lo deje allí, con su hambre. Un hambre que ni Freud, ni Marx, ni yo le hemos resuelto.