Convertir espacios de ciudad, apartamentos y casas, en jardines agradables a la vista y cuyas plantas puedan usarse para una alimentación saludable, es una forma de autoabastecimiento de alimentos que toma fuerza en Medellín.
Los jardines comestibles son una iniciativa que promueve EAFIT, para la producción local, la educación y el mutuo cuidado. Sembrados de tomates y lechugas, rábanos, albahaca y maíz se extienden en un área de 40 metros cuadrados bajo el cuidado de 50 estudiantes del Núcleo de Formación Institucional en Cultura Ambiental de la Universidad.
Otro beneficio de tener un jardín comestible, es que puede funcionar como terapia y método de relajación, no solamente por el tiempo dedicado a la actividad sino también por la conexión generada con las plantas y la tierra.
Poner en marcha un cultivo urbano es muy sencillo, se puede tomar macetas de barro, cemento, metal o fibra de coco e incluso, reciclar recipientes de plástico o cartón y usar abonos orgánicos y un buen sistema de drenaje para facilitar la germinación de las semillas o el crecimiento de los brotes.
“Cualquiera puede tener un jardín comestible, aunque hay que invertirle tiempo al cuidado y mantenimiento de las plantas: regar, abonar y fumigar, lo que toma unas horas a la semana”. Así lo explica Andrea Medina Montoya, directora de Sativa, una iniciativa empresarial de cultivos domésticos.
Esta práctica, aunque dispone de técnicas especializadas y puede convertirse en arte, es fácil de dominar. Las personas pueden producir su propio abono, en composteras caseras, a base de cáscaras y otros desperdicios domésticos.
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