A los que no votaron

El 64% de los colombianos que pueden votar no votaron. Y siempre que termina una jornada electoral empiezan los lamentos y la demanda de explicaciones para darle respuesta al misterio -no tan misterioso en realidad- de por qué 20 millones de ciudadanos no salen a votar. Opinión.

Una vez terminado el plazo para ejercer ese derecho de elegir libremente, comienzan las sumas y restas de votos válidos, blancos y nulos, se comparan las fuerzas de los partidos; se aventuran análisis de ganadores o perdedores, el mundo mediático y político queda inmerso sin remedio en este tema de “interés general”. Sin embargo, lo cierto es que a medio país, el que no participa de las elecciones, no le importa.

Aun sí la abstención es una manera de hacerse sentir, cabe preguntarse ¿Qué hay detrás de la baja participación? ¿Es Colombia acaso un país con pocos problemas por resolver y con consensos suficientes y sólidos que no precisa de la voz de sus ciudadanos? O por el contrario, ¿es esta Nación un Estado al borde del abismo que no tiene salvación por lo que el voto no tiene utilidad?

La primera respuesta, quizá sea un lugar común y es que existe una gran apatía por la política y esto tiene un profundo significado. El hastío que muchos tienen por “lo público” delata que hay un gran porcentaje de individuos que han decidido privilegiar su mundo “privado” y prefieren no involucrarse en ese mundo mezquino de la política por considerar que no les cambia sus propias vidas.

Algo que se explica por la gran desconexión de los políticos profesionales a los que sólo les interesa su ‘club’ de fans, y poco se ocupan de ‘conectar’ con el ciudadano de a pie, situación que no es nueva en esta sociedad. El desarrollo del egoísmo como mecanismo bien sea de defensa, o de cinismo ha creado de la colombiana, una sociedad mayoritariamente egoísta, que solo le preocupa su entorno personal.

Otra razón que no hay que perder de vista, es la baja o nula institucionalidad que existe en muchos rincones de la geografía nacional. Este país sigue dividido entre los niveles medios y altos de desarrollo en los centros urbanos; y el aislamiento, el abandono y la desidia de las regiones más alejadas en donde eso de ser ciudadano con derechos, es un lujo. La democracia y sus ventajas no son conceptos que interesen en la vida de quienes apenas aspiran a tener un derecho por sobrevivir o por comer. ¿Qué importancia puede tener el voto para los miles de excluidos del sistema, que saben que la vida no les cambiará si votan o si no lo hacen? Este grupo de población, ni siquiera ha llegado al pragmatismo de vender su voto, porque es que ni siquiera llega alguien a ofrecerles dinero por él. Simplemente no valen nada.

Y hay quienes nunca lo han hecho de forma consciente. En este grupo hay dos clases de abstencionistas. Quienes apenas llegan a la democracia, es decir los jóvenes que apenas cumplen edad para participar, y andan descreídos de la utilidad del voto o distraídos en sus mundos surrealistas, y los otros, quienes conscientemente no votan y nunca lo harán porque simplemente no quieren darle crédito a nadie que les pida su representación.

Si el país no tuviera asuntos trascendentales por resolver, seria entendible que la apatía le ganara la partida a el entusiasmo, pero se está negociando la paz, se están firmando acuerdos de transformaciones profundas para el Estado, están bajo la lupa las Fuerzas Militares, está en juego el crecimiento económico que puede aprovecharse para cerrar la brecha de la desigualdad. Éste es un momento para alzar la voz y no para callar. La democracia que tenemos sirve para que este Estado siga funcionando y camine a un mejor estadio, pero hay que reconocer que necesita oxígeno, y algunos cuidados intensivos, y le ayudaría el suero de los votos que esta vez no llegaron.