Armero, entre el horror y la esperanza

Las cifras que resumen la tragedia de Armero dan cuenta de una tragedia de dimensiones colosales. Más allá de los datos estadísticos hay historias que resumen el horror y la esperanza que se encontraron en varios momentos después de que hace 30 años esa ciudad quedara sepultada por el lodo.

Las noticias aún estaban hablando de las consecuencias de lo sucedido en el Palacio de Justicia de Bogotá cuando en la noche del 13 de noviembre de 1985, hace ya 30 años, un muro de lodo y piedras, a 300 kilómetros por hora, sepultó Armero.

Ese pueblo con vocación de ciudad que Nelson recorría como visitador médico. El mismo en el que compraba el calcio para los loritos que tenía en una jaula en su casa de Ibagué. Las dos horas que se demoraba en llegar Armero las gastaba mirando por la ventana. A veces pensando en su hijo de cinco años, a veces contándole a ese niño la historia de esas tierras marcadas por todas las tonalidades de verde.

Sin embargo, ese 13 de noviembre, dos días después de su cumpleaños número 32, la llegada a Armero fue diferente. Ya no lo acompañaba el maletín con muestras médicas o literatura sobre los beneficios de cada medicamento. En sus manos estaba el morral de campaña y vestía el uniforme de bombero. A las 11 y 45 de la noche acudió ante el llamado hecho por Tito Góngora de los bomberos voluntarios de Ibagué.

La salida para Armero se dio a las 6 am del 14 de noviembre. Sin embargo, llegar por tierra era imposible por lo que tuvieron que abordar helicópteros.

El parche con su apellido en el pecho lo hacía identificable en medio de la locura que significó la búsqueda y rescate de los sobrevivientes de la reciente erupción del Volcán Nevado del Ruiz que sepultó a Armero.

Lo primero que le llamó la atención fue el hecho de que los puntos de referencia ya no estaban. La Iglesia de San Lorenzo no se distinguía, desde el aire solo podía ver una gran mancha gris, salpicada por lo que eran los techos de algunas casas en los que, eventualmente, saltaban algunas personas que pedían auxilio.

Mientras sobrevolaban Armero comenzaron a rescatar personas que estaban atrapadas en el lodo, en los árboles que quedaron en pie y de los puntos altos.

La cantidad de muertos no se podía calcular en ese momento. Nelson, junto a otros voluntarios de los cuerpos de bomberos y de la Cruz Roja buscaban entre las edificaciones caminando, a veces sobre piedras o las partes altas de muros que quedaron en pie.

Su vida no volvería a ser la misma después de esos días pasados entre la putrefacción de los cadáveres que no podían recuperarse, el miedo de no saber cuándo terminaría el horror y el dolor que le generaba el hecho de que muchos de los huérfanos que se cruzaba tenían casi la misma edad de su hijo.

La locura de esos días podría resumirla en el intento de rescate de una mujer que quedó sepultada en el lodo hasta la cintura. Gritaba pidiendo ayuda mientras que dos muros, uno recostado sobre el otro, le atenazaban sus piernas. Mientras se desgañitaba solicitando socorro y los rescatistas intentaban buscar una manera de liberarla, un cerdo que había quedado a salvo de la avalancha por ese espacio creado por los muros que no dejaban salir a la mujer, enloquecido por el hambre comenzó a comerse la piernas de esta.

Sus labores ininterrumpidas duraron algo más de un mes. En las últimas horas de esa primera incursión como rescatista logró divisar algo que se movía sobre el lodo. Angélica Vivas Rubio, no tendría más de 9 años, cuando Nelson la izó al helicóptero, le limpió la cara con una manta y le abrigó mientras se dirigían al hospital Santa Bárbara de Venadillo, Tolima.

Después de dejar a la niña en el centro asistencial pudo ver por televisión que una señora pedía en televisión nacional ayuda para encontrar a su hija. Inmediatamente, se comunicó vía telefónica con Blanca Rubio y le comunicó que la búsqueda había cesado.

Antes de dedicarse a manejar la farmacia de la sede de la Cruz Roja en el sitio de la tragedia, ya que también era voluntario de esta entidad, el 11 de diciembre encontraron a una anciana viva sobre un árbol. La mujer había sobrevivido tomando agua que se filtraba cada vez que perforaba con una varita de guácimo el frente de una roca.

Su regreso al hogar estaba marcado por los sentimientos encontrados y las imágenes que nunca se borrarían. Un barco de juguete sirvió para que el hijo de cinco años no siguiera molesto por la ausencia del padre. 30 años después, algunas lágrimas se escapan de sus ojos cuando se acerca el 13 de noviembre, unas lágrimas que definen los recuerdos de este hombre que es anónimo para muchos pero que para Angélica Vivas y para su propia familia es un héroe.

30 años después de la tragedia de Armero, Nelson Bermúdez disfruta a su primer nieto.