Preparar en casa el caldillo de congrio típico chileno, que adoraba el nobel Pablo Neruda es posible. Es una del medio centenar de recetas que recoge Miguel Ángel Almódovar en “Bocados de historia”, un nuevo libro a su particular biblioteca gastronómica, compuesta ya por media docena de volúmenes.
En “Bocados con historia”, Almodóvar aliña, dice en el prólogo, cada plato con “datos, reflexiones, humor y, mucho amor”, porque “somos quienes somos gracias a la cocina, y el hombre es hombre porque vive cocinando” desde el Paleolítico.
Desde entonces, las recetas culinarias han ido pasando generación tras generación como legado hasta nuestros días en “fórmulas anónimas”, pero este proceso se ha visto interrumpido en las últimas décadas por “una casta” de cocineros que, critica, se han colgado medallas de todos.
Como formas esenciales de sensualidad para el cuerpo y el espíritu entendía Neruda la comida y la bebida. El vasto conocimiento culinario del poeta chileno y sus dotes de gourmet y gourmand quedaron reflejados en su vida y en su obra. Al caldillo de congrio le llegó a dedicar una hermosa oda.
Su compatriota, el malogrado presidente Salvador Allende, le gustaba sobre manera la corvina a la pimienta, según contaba su fiel cocinera Elena Araneda Valderrama, “Nena”, una de las últimas en abandonar la Casa Rosada durante el golpe de septiembre de 1973.
El “libertador” Simón Bolivar fue una figura destacadísima del proceso de emancipación americana frente al imperio español, pero también un acérrimo defensor de la cocina criolla. De su tierra adoraba el mondongo, un plato a base de panza de res o tripas.
Económica y sabrosa era también la receta favorita de Mario Moreno: las puntas de filete a la Cantinflas. Al famosísimo actor mexicano siempre le gustó cocinar y cuando tuvo la oportunidad montó su propio restaurante, el Rioma, donde cuando venían sus amigos era él mismo quien se ponía entre los fogones. Decía que los platos que mejor le salían eran la paella, los chilaquiles, los peneques y las sabrosas puntas de filete a la Cantinflas.
El mítico Carlos Gardel era un apasionado de la comida y de la bebida de todo tipo y en cualquier lugar pero tenía que controlarse constantemente por su innata tendencia a engordar. Llego a pesar 118 kilos, aunque en vez de ponerse a dieta prefería someterse a intensas sesiones deportivas. El plato de juventud que siempre guardaría en su memoria fue la milanesa con patatas.
No sabemos si por verdadero placer o por mantener la figura, lo cierto es que mujeres de rompe y rasga como Marilyn y Nefertiti preferían las verduras. La primera la sopa de tomate y la segunda, las berenjenas de la pasión.
La sopa de tomate que tanto gustaba a Norma Jeane la creó para Marilyn su amigo Andy Warhol y es tan fácil como mezclar agua, leche, una lata de Campbell’s, un paquete de puré de patas instantáneo, huevos duros, higos secos, ajo, pimienta y perejil.
Algo más compleja resulta la elaboración de la receta de las berenjenas de la pasión que la bella Nefertiti consumía para mantener viva la llama que la unía al faraón Akenatón.
La pasta es la debilidad de otra mujer de celebrada belleza, incluso en su madurez: la actriz italiana Sofia Loren, para quien “cocinar es un acto de amor, un regalo, una forma de compartir con los demás los secretos que hierven a fuego lento en los fogones”.
Autora de dos libros culinarios, Loren aprendió los secretos de la cocina italiana de su abuela, una maestra en crear exquisiteces con lo poco y barato que disponía, especialmente pasta; por eso cuando en una ocasión le preguntaron por el secreto de su belleza, contestó: “todo lo que veis se lo debo a los espaguetis”.
Al igual que Nefertiti, Luis XIV, el rey Sol, también creyó encontrar su fórmula afrodisiaca en las verduras, en concreto en los espárragos, las alcachofas y los guisantes cocinados a la francesa.
Corazones de alcachofa y crestas de gallo constituían la pasión afrodisiaca de Catalina de Médici, esposa del rey Enrique II de Francia y madre de tres monarcas consecutivos, y que fue la impulsora de la gran cocina europea del Renacimiento.
Más contundente en la mesa era el glotón y multidesposado Enrique VIII, rey de Inglaterra, cuya gula y festines lo convirtieron en un fenómeno de gordura que a duras penas disimularon los pintores que lo retrataron. Su plato favorito era el corzo a la inglesa.
Amante de la buena mesa también fue y mucho la reina Isabel II de España, “la Isabelona” como se la conocía en su época, que se pirraba por el pollo con arroz azafranado del que presumía haber comido cinco platos de una sentada.
Quizá fuera por aquello de que “de lo que se come se cría” el conquistador Casanova, dotado de un descomunal apetito, devoraba criadillas y fue un pionero del maridaje y del turismo gastronómico.
Obsesionado con los productos afrodisiacos a él deben universal reputación en ese campo las trufas, las ostras, el apio, el champaña y el chocolate espumoso.
Extremadamente frugal, por contra, fue Napoleón Bonaparte, quien se constituyó en el impulsor de dos grandes revoluciones culinarias: el envasado al vacío y la producción de azúcar de remolacha. A la historia gastronómica legó un plato, el pollo a la Marengo, en honor a uno de sus éxitos militares.