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Cabeza de negro llaman en el Valle del Cauca a un manjar que se come con cucharita y hace sentir rizos crocantes de melao con leche en la lengua. Cabeza de negro le dicen a una clase de erizo, de esos que llegan sorprendidos en las redes de los pescadores que los arrancan de su reposo en el fondo del mar. Columna de Opinión

Cada negro una cabeza, transaban en los infames mercados coloniales los negociantes de gente. Sobre sus cabezas de negro, los esclavos trenzaban las rutas de escape, las tortuosas vías a la libertad. En la cabeza de un negro suena el tambor, retumba la ignominia de los silencios obligados y palpita el orgullo de la raza.

El 21 de mayo se conmemora el día de la afrocolombianidad, por la fecha cuando el presidente José Hilario López firmó el decreto de abolición de la esclavitud, de ahí que el mes de mayo sea también, por decreto, el mes de la herencia africana en Colombia. Este 2015, además, se dio inicio al llamado Decenio Afrodescendiente, 10 años en los que se espera que, al menos, los gobiernos tracen políticas que lleven bienestar básico a la inmensa mayoría de la población afro, toda esa gente colombiana que sigue sobreviviendo en condiciones de abandono estatal indolente.

Frente a la manera blanca de ver y entender el mundo, los negros han surgido rebeldes, con su cadencia y su reclamo antiguo, para demostrar que no hay aislamiento eterno ni dignidad que no se exprese. Solo en el campo de la palabra, y desde la selva húmeda pacífica, grandes cabezas de negro nos han legado su rumor, desde Helcías Martán Góngora o Arnoldo Palacios. Ahora despedimos al más universal de los escritores que el Pacífico ha parido, Óscar Collazos.

Apareció para el mundo de la literatura colombiana con el espíritu de insubordinación propio de un bacán de barriada de Buenaventura, donde vivió la adolescencia después de haber sido uno entre 11 hijos que se criaron en las playas de Bahía Solano. Un maestro y una biblioteca pública le dieron las primeras formas a su vocación de escribir, una pasión irrefrenable y una opción de vida que lo llevó a publicar su primer libro de cuentos muy pronto, y a lograr un reconocimiento deslumbrante al ser nombrado, a los 26 años, director del Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas de La Habana, en reemplazo de Mario Benedetti.

El muchachito brillante, l´enfant terrible, inició así un periplo que lo llevó, como estudiante y como maestro, a recorrer facultades y centros de estudios literarios en Europa y América, a rodearse de un mundo cultural vasto, profundo y exquisito. Más de dos décadas después volvió a Colombia, a mirar a los ojos ya no el exilio, sino el desplazamiento interno; no las dictaduras sino las corruptelas criollas; no el azar del mundo sino las mil cabezas armadas de la guerra colombiana.

Este sibarita chocoano, con caminar de boxeador refinado, no pudo despegar más sus ojos y su piel de la realidad colombiana. Alimentado en las tertulias, ese arte que practican quienes viven por la palabra y del que él era maestro, o caminando por las calles con la mirada transversal del novelista, Colombia y sus dolores se le hospedaron para siempre en el alma. Los políticos corruptos, los narcotraficantes, las liviandades éticas, los grandes delincuentes, las hipocresías del fashion, transpiran en las calles por donde caminan sus novelas de la década de los 90.

Óscar tenía la percepción aguzada, la insubordinación acentuada, y la humanidad arraigada. Durante los últimos 15 años miró a los ojos la ignominia de la marginalidad cartagenera, y nos la contó; observó las bajezas de las alianzas de gobernantes, empresarios y mafiosos que se devoran a Cartagena, y nos lo contó. Mirando el mar y desde ahí el mundo, escribía para que, quienes no tuvieron el placer de ser sus contertulios o sus alumnos, escucharan las verdades dolorosas de la miseria y la degradación política desde el rumor de su voz certera de locutor de radio de los sesenta.

En las profundidades del mar de Bahía Solano, donde se posan los erizos cabeza de negro, irán a alimentar la vida las cenizas de este intruso pacífico en el caribe, como Óscar mismo se definía. Una cabeza lúcida como pocas, llena de humor y humanidad, de orgullo por sus raíces y pasión por su quehacer; cabeza de iconoclasta, irreverente, rebelde, casi justiciera; cabeza de negro.

Esneyder Negrete – @esnegrete

esnegrete05@gmail.com
Comunicador Social – Periodista egresado del Politécnico Grancolombiano de Bogotá, escribo sobre política, Derechos Humanos, conflicto armado, entre otros temas. Llevo cinco años vinculado a Confidencial Colombia.

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